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El MAT cumplió 20 años

LA COLECCIÓN PERMANENTE DEL MUSEO TOLIMENSE RELATA TODOS LOS PERIODOS DEL ARTE NACIONAL. LA CURADURÍA DE SUS MUESTRAS TEMPORALES ES IGUAL DE CUIDADOSA.

EN UNA ESQUINA del tradicional barrio Belén, de Ibagué, está anclado el Museo de Arte del Tolima (MAT). Esta institución se ha convertido, tras 20 años de trabajo, en el foco principal de la plástica en la región y, asimismo, en un elemento clave dentro de su oferta turística. Cada año, miles de personas acuden a la capital departamental atraídas por su nutrida vida cultural —en la que se destacan sus festivales de música—, por las rutas de observación de aves, y por una creciente escena gastronómica de alta calidad. Y, ahora, también, por el museo.

Inaugurado en diciembre del año 2003, fue una iniciativa del artista ibaguereño Darío Ortiz Robledo. El empeño de este último contó con el apoyo de la gobernación del Tolima, y de un pequeño grupo de gestores, entre los que se encontraban el pintor Julio César Cuitiva y la fotógrafa María Márgareth Bonilla, su actual directora.

Este centro cultural se ha caracterizado por tener una oferta curatorial cuidadosa, sólida. Además, ha consolidado una colección permanente portentosa que hace un recorrido por los periodos históricos de la plástica nacional, desde esculturas y cerámica precolombina hasta piezas de arte conceptual de Doris Salcedo y Antonio Caro. Asimismo, incluye obras icónicas de Epifanio Garay, Acevedo Bernal, Enrique Grau, Fanny Sanín y Guillermo Wiedemann, entre muchos otros.

El MAT se enorgullece, sobre todo, de un público fiel, siempre atento a los eventos que se realizan gracias al apoyo constante de la Gobernación y, en ocasiones, del Ministerio de Cultura y el Museo Nacional.

FOTOS: CORTESÍA MAT 

El MAT cumplió 20 años

 

LA COLECCIÓN PERMANENTE DEL MUSEO TOLIMENSE RELATA TODOS LOS PERIODOS DEL ARTE NACIONAL. LA CURADURÍA DE SUS MUESTRAS TEMPORALES ES IGUAL DE CUIDADOSA.

 

 

EN UNA ESQUINA del tradicional barrio Belén, de Ibagué, está anclado el Museo de Arte del Tolima (MAT). Esta institución se ha convertido, tras 20 años de trabajo, en el foco principal de la plástica en la región y, asimismo, en un elemento clave dentro de su oferta turística. Cada año, miles de personas acuden a la capital departamental atraídas por su nutrida vida cultural —en la que se destacan sus festivales de música—, por las rutas de observación de aves, y por una creciente escena gastronómica de alta calidad. Y, ahora, también, por el museo.

Inaugurado en diciembre del año 2003, fue una iniciativa del artista ibaguereño Darío Ortiz Robledo. El empeño de este último contó con el apoyo de la gobernación del Tolima, y de un pequeño grupo de gestores, entre los que se encontraban el pintor Julio César Cuitiva y la fotógrafa María Márgareth Bonilla, su actual directora.

 

 

Este centro cultural se ha caracterizado por tener una oferta curatorial cuidadosa, sólida. Además, ha consolidado una colección permanente portentosa que hace un recorrido por los periodos históricos de la plástica nacional, desde esculturas y cerámica precolombina hasta piezas de arte conceptual de Doris Salcedo y Antonio Caro. Asimismo, incluye obras icónicas de Epifanio Garay, Acevedo Bernal, Enrique Grau, Fanny Sanín y Guillermo Wiedemann, entre muchos otros.

El MAT se enorgullece, sobre todo, de un público fiel, siempre atento a los eventos que se realizan gracias al apoyo constante de la Gobernación y, en ocasiones, del Ministerio de Cultura y el Museo Nacional.

FOTOS: CORTESÍA MAT 

El pulso del agua

Abrebocas del libro de lujo que acaba de publicar el Banco de Occidente, en asocio con IM Editores, acerca de la depresión momposina.

POCAS PERSONAS entienden el trasfondo geológico detrás de lo que llamamos depresión Momposina. Y es apasionante: así como el movimiento de las placas tectónicas puede desarrollar montañas a lo largo de lapsos inconmensurables —tan altas que se cuelan entre las nubes—, sucede lo mismo con ciertos hundimientos en la capa superficial del planeta. Y estos, a su vez, se convierten en ecosistemas complejos, con sus especies endémicas, sus pulsos hídricos, su climatología, sus paisajes, sus servicios y sus comunidades humanas. Y este hundimiento, el del Caribe colombiano —un accidente geográfico de 24.650 km2—, supone “uno de los abanicos fluviales inundables más grandes de Suramérica”, según el más reciente libro ecológico del Banco de Occidente, titulado La depresión Momposina, los ciclos del agua.

Una de las cosas más interesantes de ese paisaje es esa función hídrica a la que alude el título de la publicación: como una esponja colosal, la depresión Momposina es un regulador del flujo de agua del que depende toda la región —guardándola para tiempos de sequía, por ejemplo—, y también es un filtro para depurar contaminantes en el líquido, gracias a especies vegetales purificadoras. “Este delta interior (...) configura un intrincado sistema de ríos, ciénagas, canales, diques, terrazas y playones”, reza el texto, que no se limita a describir, en detalle y con fotografías preciosas, el inmenso acervo de especies de flora y fauna que participan en dicho balance. Tampoco ahonda únicamente —y como si eso fuera poco— en la ancestralidad geológica del entorno, sino que el libro también describe la cultura y la economía desarrolladas a partir de esos recursos naturales, e identifica las amenazas de las que esos últimos son víctimas.

Desde hace 39 años —habiendo comenzado en 1984—, el Banco de Occidente publica libros de lujo con foco en el patrimonio natural colombiano. La depresión Momposina, los ciclos del agua es el resultado de un trabajo dirigido por la antropóloga Sandra María Turba Ceballos, con fotografías de Francisco Forero Bonell, Diego Miguel Garcés Guerrero y Angélica Montes Arango, entre otros. 

 

FOTOS: CORTESÍA BANCO DE OCCIDENTE

 

La coleccionista de huellas

 

La artista Carolina Borrero explora el carácter escultórico de la materia y sus mutaciones. 

 

CAROLINA BORRERO (1988) tiene muy claro que la experimentación es un medio para crear. “Estamos acostumbrados a pensar nuestro entorno desde una visión antropocéntrica en la que el ser humano es el que transforma y manipula sus entornos a conveniencia. Sin embargo, si uno se plantea el territorio más allá de esa mirada, entiende que no solo nuestra especie tiene capacidad de agenciamiento y transformación: las plan- tas, las rocas, incluso los desechos participan de las acciones constantes que definen las características de un entorno”, explica la artista.

Su curiosidad y deseo por explorar el mundo la han llevado a crear obras con cutícula vegetal, viruta de madera y aloe vera deshidratado, materiales que le dan forma a sus reflexiones en torno a la coexistencia, la transformación y la huella. Dichos conceptos son centrales en su obra, ya exhibida en galerías como La Cometa, Elvira Moreno y El Dorado.

“Los territorios son un espejo de nosotros como sociedad, y en ese sentido me resulta interesante desplazar la mirada hacia sus materiales, los entornos y todo lo que tienen que decirnos estos de nosotros mismos”, comparte Borrero.

Proyectos artísticos como Cuerpos de agua o Cobijo, además de premios como el de Arte Joven de la FUGA o el Sara Modiano, son muestras vivas del trabajo de esta artista bogotana, que durante más de 10 años ha experimentado la metamorfosis de la vida. 

 

 

 

Trazos paralelos

 

Cada obra del colombiano Camilo Bojacá discurre sobre la forma en que, en nuestro entorno, interactúan la naturaleza y el artificio.

Desde niño dibujaba. Hacía bocetos de rostros y bodegones, todos con prematura alta calidad. “Soltó la mano” en clases de artes durante las cuales cobraban vida, sobre el papel, esas hermosas ramas, troncos y flores del municipio boyacense de Sogamoso, donde creció. El entorno allí le marcó la vida: le permitió entender el contraste entre belleza y desastre; entre industria y medioambiente.

Camilo Bojacá estudió Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Colombia. Sus reflexiones sobre el paisaje —que en sus ojos engloba al medioambiente, a la ciudad y a la cultura— le han supuesto varios reconocimientos; entre ellos, una beca para artistas de mediana trayectoria del Ministerio de Cultura en 2022.

Sus obras van más allá de la segunda dimensión y sus “dibujos espaciales”, como él los define, se vuelven instalaciones utópicas y distópicas del paisaje. “Si el lápiz es el contenedor del material con el que se dibuja, una línea ya está hecha por la propia mina. Los bocetos me llevan a pensar en ubicar el material dentro de la espacialidad”, expresa el artista. Y al escucharlo, cobra sentido la serie de obras Cutting Plane, en la que esas minas de grafito están dispuestas de manera geométrica —con simetrías poco orgánicas— sobre los intricados dibujos que con ellas pue - den elaborarse, en apariencia más naturales.

Aunque muchos lo distinguen por su talento con el lápiz y el papel, no le gusta encasillarse en ningún soporte: ha pintado al óleo, ha experimentado con concreto, arcilla y otros lenguajes. Hace escultura e incluso ha hecho grafiti con musgo. “Para mí, lo importante es que una idea se concrete y que el material que use sirva para mostrar lo que quiero expresar. Las técnicas dependen más del proyecto que del soporte en sí”.

Durante más de 10 años de carrera artística, Camilo Bojacá ha creado escenarios apocalípticos para reflexionar sobre los beneficios y consecuencias de la vida que construye la sociedad versus aquello que se ha formado de manera natural en el planeta. Dos realidades paralelas que se reflejan en cada obra de este artista y que son fotografías vivas de un mundo que parece no cambiar.

Fotos cortesía Camilo Bojacá.