Christian Tappan (el piloto) ofrece una de las actuaciones brillantes de la producción. A él se le recuerda por su participación en Distrito Salvaje, Primate y Narcos. Foto: cortesía Netflix
Christian Tappan (el piloto) ofrece una de las actuaciones brillantes de la producción. A él se le recuerda por su participación en Distrito Salvaje, Primate y Narcos. Foto: cortesía Netflix
23 de Abril de 2024
Por:
Julio César Guzmán @Julguz

Se acaba de estrenar en Netflix la serie colombiana 'Secuestro del vuelo 601', una cuidadosa reconstrucción de época sobre un hecho real ocurrido hace 51 años. 

Un vuelo hacia atrás en el tiempo

 

 

EL MIÉRCOLES 30 de mayo de 1973, el avión HK-1274 de la extinta aerolínea colombiana Sam fue secuestrado por dos aeropiratas armados, luego de despegar de Cali. Un hecho de la vida real que inspiró la serie de Netflix Secuestro del vuelo 601. Si bien esa noticia conmovió al país
y al mundo, no fue un hecho aislado, pues —como lo aclara la serie— entre 1968 y 1973 fueron secuestrados 348 aviones en todo el mundo.
Tan solo en Colombia hubo 17 asaltos de este tipo durante esos seis años, de los cuales la mayoría terminaban desviando la ruta hacia Cuba, en tiempos de Fidel Castro.

Lo que llamó la atención de los productores es que, a diferencia de otros secuestros que se resolvían en 24 horas, este mantuvo en vilo a todo el continente por una semana, con sucesivas escalas en Aruba, Perú, Argentina y otros países suramericanos. Claramente, el tiempo es un factor decisivo en esta serie y es parte de su mérito: mantener el arco dramático a lo largo de seis episodios de una hora, en particular desde el segundo, cuando la situación se puede volver monotemática. Es un acierto de los guionistas introducir nuevos personajes que suben y bajan del avión, como en efecto sucedió con algunos de ellos.

 

Y justamente las actuaciones protagónicas brillan con luz propia: el piloto, Christian Tappan; la azafata, Mónica Lopera; el gerente de la aerolínea, Enrique Carriazo; su asistente, Marcela Benjumea, y el periodista, Carlos Vesga, por mencionar algunos. Otras actuaciones no
tienen tanta fortuna, pero en medio del protagonismo coral, los roles principales imprimen credibilidad, dramatismo.

La ambientación de época es brillante: tuve el privilegio de visitar el set y, de verdad, me sentí viajando en el tiempo, medio siglo atrás. Los trajes de pilotos y azafatas, las maletas, los tiquetes, las oficinas de la empresa ficticia AeroBolívar... hasta la presentación inicial tiene el tipo de efectos y de letras comunes en esa década. Y el mismo avión tuvo que ser buscado por todo el país, para apostar por la verosimilitud de sus espacios y comodidades en aquella era dorada, cuando volar era un privilegio, sinónimo de glamur y sofisticación.

Pero lo que definitivamente me cautivó al ver la historia en pantalla fue la música: una banda sonora con cierta dosis de humor y nombres que escuchábamos en La Voz de Bogotá o en Emisoras Monserrate: Palito Ortega, Los Galos, Vicky, Los Terrícolas, Diego Verdaguer...

La nostalgia que despierta la serie es un placer que se bebe lentamente, aunque se trate de un drama de acción. Y es una buena noticia que una producción tan acuciosa y detallada esté firmada por manos colombianas. Más allá de este título, nuestras series en Netflix van alcanzando una madurez que compite en calidad con cualquier país de la región. Basta recordar que en el Tolima (y otras locaciones por toda Colombia) se termina de rodar la faraónica versión de Cien años de soledad, con un despliegue técnico y económico nunca antes visto en el país.
Si las historias hechas en Colombia nos enamoraron en la época en que secuestraban aviones, debemos ajustar los cinturones porque ahora pondrán a volar nuestra imaginación como quizás nunca hubiéramos pensado: es momento de abordar.