Fotos: Management Lila Downs / Cortesía Del Artista.
Fotos: Management Lila Downs / Cortesía Del Artista.
25 de Mayo de 2023
Por:
Diego Montoya Chica

Abanderada de la identidad latina desde antes de que esta fuera codiciada en el mundo, la ganadora de seis Grammys habló sobre la Colombia musical y reflexionó acerca de los hispanos en estados unidos. Entrevista exclusiva.

Lila Downs: “Me tomaría un mezcal con García Márquez”

LILA DOWNS lanzó La cumbia del mole en 2006, cuando vivía en Nueva York. Ya para entonces la artista llevaba más de una década examinando, auscultando el folclor de América Latina con sus sentidos atentos, como una coleccionista de pequeñas vetas culturales. Así lo había hecho desde que, en 1994, lanzó su primer álbum, Ofrenda. Pero esa búsqueda no era solo musical: al culminar sus estudios de Antropología en la Universidad de Minnesota —la tierra de su padre, el documentalista Allen Downs—, Lila también había navegado por las identidades del continente mediante el lenguaje textil. En el Estado mexicano de Oaxaca, donde ella nació en 1967 y de donde es oriunda su madre —Anita Sánchez, indígena mixteca—, encontró ese universo estructurado con hilos de mujer, con historia nativa en telar, con ecosistemas absurdos pero reales y con una cultura ancestral que se niega a perecer… Precisamente, los mismos elementos con los que, luego, Lila tejió su propia carrera musical, un robusto cancionero con tres décadas de camino y que no se detiene.

En ese 2006, lejos de México, Lila componía esa exitosa cumbia a la vez que se sentía presa de la nostalgia. Y a ese sentimiento le apostó para crear, aun cuando lo latinoamericano seguía siendo relativamente marginal en la industria global de la música: durante las primeras décadas de la globalización fuimos periferia, casi un exotismo, mientras que lo europeo y lo anglo eran el centro y la norma.

Ahora la cosa es distinta, quizá porque casi 20 % de la población de Estados Unidos es ya de origen latino. O de pronto porque el consumidor se cansó de lo homogénea que resultaba esa ‘única’ propuesta comercial globalizada. O porque, en la era de la inteligencia artificial, cobra valor la raíz orgánica y humana de la cultura. El resultado, en todo caso, es que hoy prima una insaciable sed de identidad local. Y en ese contexto, se revitalizan los 12 álbumes de estudio de Lila Downs. REVISTA CREDENCIAL habló con la ganadora de seis Grammy antes de que presentara su más reciente trabajo, Dos corazones, en Bogotá y Medellín.


El activismo de Lila es enfático en temas oaxaqueños, como el de los derechos de mujeres e indígenas. Pero también participa en iniciativas de escala global, como la del cuidado del agua de la mano de One Drop, y la de la paz, con Playing for Change.

¿Cuál ha sido su relación con la Colombia musical? Llama la atención que la cumbia está presente en varios de sus álbumes.

Sí, yo creo que eso parte de una preocupación por la raíz. Recuerdo que la primera vez que escuché la música grabada de Totó la Momposina imaginé un mundo enorme; uno que, con el tiempo, supe que era ese crisol inmenso de estilos musicales y diversidad étnica que tienen ustedes en su país. Como antropóloga, esa es mi preocupación: que sobrevivan esas expresiones artísticas que tanto valor tienen, tanto histórico como humano. Y que lo hagan desde la perspectiva de la mujer.

¿Y por qué cree que la cumbia encontró un terreno tan fértil en México? Allí, como en otros países, ese ritmo de origen colombiano dio pie a subgéneros muy especiales.

Por una parte, se debe a la naturaleza de la cumbia, a ese beat. Ocurre con ella algo similar a lo que sucede ahora con el reguetón: que provee una base de tambores que tiene una conexión indiscutible con el ser primitivo y con el ser verdadero. Eso siempre ha regido a lo largo de la historia de la música.

Además, ese ritmo también ha resonado por las raíces compartidas entre nuestros dos países, algunas de las cuales han sido bastante reprimidas: la negritud, por ejemplo, de la cual aquí en México podemos hablar únicamente desde hace pocos años. De hecho, aquí ocurre lo mismo que Colombia, donde hoy es aceptado hablar sobre la comida, sobre la música; pero aunque si ya se trata de otros temas, pareciera que toca abordarlos con delicadeza o incluso que no pudiéramos ni hablarlos…

Lo lindo, sin embargo, es que ese legado sobrevive a través de las expresiones artísticas. En el norte de México, por ejemplo, se ha adoptado la cumbia en una manera muy ‘cachonda’, muy sabrosa, en los grupos de lo que ahora llaman “regional mexicano”, pero que es la música norteña de nuestro país. Y en el sur, por otro lado, de donde yo vengo, también se adopta, pero como aquí existe un mundo más rural ligado a las montañas, esa adaptación ha ocurrido en comunidades indígenas y de manera más ritual, para las fiestas y el baile. Finalmente, su contenido conlleva mestizaje.

“Ante las agresiones de un Gobierno tan racista como el de Trump, se generó más unidad entre la comunidad latina”.

En Colombia también hay un deseo por rastrear y remezclar nuestro origen sonoro. ¿Qué piensa del esencialismo de quienes quieren dejar la expresión del folclor intacta, sin mezclarse con nada? 

Eso no importa. Mire grandes canciones como Gracias a la vida, de Violeta Parra. Ella era una investigadora muy purista que hacía ese rescate, pero esa composición, hecha en un lenguaje más moderno, se quedó con nuestra alma para siempre por la fuerza de sus letras y su grandeza expresiva. Esa es la cuestión: cada quién puede tomar y mezclar, que con nosotros se quedará lo profundo. Eso es lo bello del folclor.

O también, mire esos versos colombianos que hemos heredado, como los de La Verdolaga, uno de mis temas favoritos: contiene esas metáforas del tiempo y de la historia, esas que no se puede decir de quién son porque hablan más fuerte que el individualismo. Y, por otro lado, supongo que las fusiones se dieron hace miles de años, así como también ahora se dan.

O sea que el folclor es algo móvil, cambiante.

Exacto

Sobre sus referentes de origen, mucho se habla de Mercedes Sosa y doña Lola Beltrán. Que son muy diferentes, pero ¿qué es lo que comparten según su visión, y cómo dialoga usted con ellas dos?

Justamente, cuando uno escucha temas como Gracias a la vida o La cigarra, uno ve cómo la interpretación es parte importante del mensaje. Y ellas dos contaban con un instrumento inusual y poderoso para transmitirlo. Eso tienen en común. Además, eran contraltos, un registro en el que yo me he identificado. Pero sí: doña Lola Beltrán cantó música muy tradicional, regional de nuestro país, mientras que, doña Mercedes, interpretó “canción comprometida”, como lo establecen ellos en el cono sur.

Es difícil no conmoverse con canciones suyas como Icnocuicatl, escrita en Náhuatl. ¿Qué ha aprendido, a qué ha accedido gracias a su exploración de las lenguas originarias de México?

Accedo a universos enteros. Cada idioma indígena interpreta de diferente manera sus metáforas. Y es curioso: por ejemplo, en el idioma de mi madre, el mixteco, la enunciación de cada palabra puede variar su significado. La lengua originaria es un crisol de belleza en el que, por ejemplo, hablamos mucho en términos de los sueños.

Para mí, es clave mirar hacia esa raíz que fue negada en mi generación, así como lo fue en la de mi madre. Es que incluso ha habido políticas públicas que mucho daño le han hecho a esa raíz: ni los gobiernos ni la gente han querido rescatarla. Pero considero clave que eso se haga tanto con niños como con jóvenes, debemos hacer con ellos algo como una alfabetización, como un proyecto a largo plazo.


“En el norte de México se ha adoptado la cumbia en una manera muy ‘cachonda’, muy sabrosa”.

Hablando de raíces, su herencia mixteca materna se mezcló con la de su padre, nacido en Minnesota. Eso hizo que usted creciera como outsider tanto en México como en Estados Unidos. ¿Cómo ve la apropiación latina en ese último país?

Ya se trata del 20 % de la población… Yo creo que vienen tiempos interesantes para nuestra comunidad latinoamericana porque me parece que incluso llegaríamos a ser mayoría con más tiempo. Eso hace que nos tengan temor, como ya llevamos años viendo, algo que expresaron con Trump. Pero hay algo que me dio mucho gusto ver: ante esas agresiones de un Gobierno tan racista, se generó más unidad entre nosotros, que ahora vivimos en mayor armonía.

México y Colombia comparten muchos dramas. El lenguaje de la violencia se habla en ambos países. ¿Cómo podríamos sanar juntos? ¿Quizá la música sirva?

Definitivamente y eso lo he visto a través de mi carrera y de mi vida: los artistas influimos mucho más de lo que pensamos. A veces, se piensa que la cultura no es lo más importante, mientras que los pilares son la política, la economía, lo bélico. Pero en realidad lo expresivo es lo que nos lleva hacia adelante.

“Considero clave mirar hacia esa raíz que fue negada en mi generación, así como lo fue en la de mi madre”

Usted ha estudiado el textil también, desde la academia. Y su atuendo parece ser un statement identitario, siempre. ¿Por qué le parece que tiene tanto valor?

Es que el textil representa muchos mundos desde la perspectiva de la mujer. Aunque claro, los hay hechos por varones. Eso es lo fascinante: que narra las realidades de cada entorno. Lo fui aprendiendo según lo estudiaba, y ahora acompaña mi música siempre porque muestra las fusiones que se dan entre culturas. Y asimismo, contienen la fuerza por sobrevivir de mundos casi no tocados por Occidente: uno creyera que este universo originario ha desaparecido, como parece en las ciudades, pero tú rascas un poco la superficie y te das cuenta de que está vivito y coleando. El textil es parte del orgullo, de la identidad que me ha acompañado. Y también que me ha protegido, digo yo. Porque el camino no ha sido siempre fácil.

Lila, ¿con qué personaje de la historia quisiera tomarse un mezcal?

Con Gabriel García Márquez, a quien no tuve el privilegio de conocer, pero cuya obra fue instrumental en mi visión. Asimismo, con Juan Rulfo. Y me faltaría una mujer, entonces tendría que ser Frida.

¿Qué canción le dedicaría a su abuela mixteca, la de la cocina de leña que tanto recuerda?

Yo creo que Yunu Yucu Ninu, una canción que habla de la importancia de la montaña y de lo mucho que tomamos de ella, sin tenerla muy en cuenta. En los pueblos originarios es vital protegerla.

Y qué hay de sus padres, que fueron tan determinantes para su perspectiva del mundo?

Mi padre era un rebelde. Le dedicaría Solita, solita, uno de los temas que he compuesto hace poco y que vendrán en el próximo disco, que es de música norteña y, como le dicen, “regional mexicano”. Ha sido una colaboración con un productor muy joven, de 28 años, que se llama Orlando Aispuro. Y a mi madre, ay, mi madre es un ser muy complejo. Una mujer indígena también rebelde en su propia realidad, pero conservadora en otra. Es como el personaje complejo con el que batallamos en Latinoamérica: ese que es admirado por un lado pero que, por el otro, es también nuestra debilidad. A ella le dedicaría algo de música de banda, un género sobre el que siempre me ha sermoneado, y justo anoche oíamos uno de los temas que vienen en el nuevo disco. Se llama Vas de salida.


Un diálogo de tradiciones 

La vitrina global alcanzada por Lila Downs ha sido aprovechada a conciencia por la artista para posicionar la identidad latina en conjunto. Ha hecho numerosas colaboraciones con artistas de la región —Juanes, Celso Piña, Totó la Momposina, Illya Kuryaki & The Valderramas, Juan Gabriel, Andrés Calamaro y Los Calzones Rotos, entre tantos otros—, pero también con representantes de otras tradiciones más lejanas, como Norah Jones, Niña Pastori, Estopa e incluso The Chieftains y Ry Cooder. Uno de los álbumes que mejor expresan su visión regional es Al chile, de 2019. En este último hay un cover de Los caminos de la vida, el legendario tema vallenato del colombiano Omar Geles. Es una verdadera adaptación, cubierta de ancestralidad mexicana hasta el punto en que varias estrofas están reescritas en mixteco, el idioma indígena de la madre de Lila. Ella lo canta en vivo mientras toca una guacharaca vallenata. 

Escanee este código y escuche la música de Lila Downs.