07 de octubre del 2024
Goga Ruiz, Revista Credencial.
'Goga' Ruiz. Fotografía | Gustavo Martínez
27 de Julio de 2018
Por:
Ana Catalina Baldrich

El 29 de julio se conocerá el nombre del nuevo ‘rey’ del Tour de Francia. La voz femenina y mexicana que analiza y narra la travesía de los ‘escarabajos’ colombianos habla de su mayor pasión: contagiar al público de la emoción que se vive en cada etapa.

Georgina Ruiz, ‘Goga’, la mexicana que vibra con el ciclismo colombiano

Hace dos años, cuando Colombia permanecía atenta al periplo del boyacense Nairo Quintana por las carreteras españolas, Georgina Ruiz Sandoval fue entrevistada por un periodista, quien la retó: “¿Qué ofrece si Nairo gana la Vuelta a España?”. Ella recuerda que –aunque no dejó de parecerle algo extraña la pregunta y que, incluso, pensó que tal vez la respuesta correcta sería ofrecerle algo a algún santo– respondió: “Si gana, yo subo La Línea”.

 

Desde niña, gracias a una bicicleta –pesada, similar a la que usaban los lecheros de su natal Estado de México– que su padre le regaló y con la que se aventuraba a recorrer las calles de su barrio, descubrió la libertad e independencia que podía sentir al saberse responsable de sí misma. Por eso, todavía aprovecha el poco tiempo libre que le deja el calendario oficial del ciclismo internacional para hacerle el quite a los micrófonos, alejarse de los triunfos de los profesionales y regresar a la ruta al mando de las dos ruedas.

 

El boyacense ganó y la mexicana no tuvo más remedio que entrenar y enfrentarse a los 21,7 kilómetros que hay entre Calarcá (Quindío) y el alto de La Línea. “El día de la subida, me puse mi uniforme de México, quería que se notara quién estaba subiendo. Los primeros siete kilómetros me sentí súper bien, y hasta me espanté. Si seguía así, no podría llegar a la meta. Entonces, paré, tomé agua y la llevé con más tranquilidad. Es que el problema no es la distancia, ni lo empinado de la vía, el problema son los metros de desnivel: empiezas en 1.600 metros sobre el nivel del mar y terminas a 3.300. Eso es lo que te mata”, confiesa.

 

Georgina Ruiz Sandoval es la mayor de tres hermanos; dice que tal vez por eso optó por marcar las reglas, sus reglas. De decirles a sus hermanos cómo, cuándo y qué se jugaba, pasó a demostrar que en el mundo no existe ningún lugar vetado para las mujeres. Con naturalidad, preparación y firmeza, ‘Goga’ –como le han dicho sus amigos y como la conoce el público– terminó por romper estereotipos y se convirtió en la primera mujer en narrar y comentar ciclismo. Para muchos, su imagen es un misterio; para todos, su voz es inconfundible, como también lo es la emoción que les imprime a sus narraciones y el orgullo que transpira a la hora de hablar de los pedalistas colombianos.

 

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Su papá le regaló su primera bicicleta. ¿Cree que gracias a él le gustan los deportes?

 

Sí. De alguna manera él quiso ser muy atleta. Cuando niño su formación no contó con mucha estabilidad, por lo que quería que su familia sí la tuviera. De alguna manera la disciplina del deporte lo ayudaba a permanecer más aterrizado. Cuando éramos niños, mi papá nos llevaba a correr, a patinar o nos ponía a hacer ejercicio. Sabíamos que el domingo era para hacer deporte. Las bicicletas que nos compró eran pesadísimas, de esas de repartidor de leche, y tuvimos dos o tres caídas bárbaras. Pero cuando le tomé el gusto a la bicicleta sentía libertad individual. Salía sola, sabía que ese era mi tiempo, disfrutaba de la velocidad, de las curvas. No podía ir a lugares muy abiertos, siempre permanecía en el barrio. Y aunque no había los peligros actuales y ni había tanto tráfico, igual era una aventura. Eso me hizo más sólida e independiente porque estaba a cargo de mí misma. 

 

Una de sus pasiones como aficionada es el fútbol americano, ¿cómo fue su acercamiento a un deporte tan poco común en Latinoamérica?

 

El fútbol americano se practica en México hace más de 100 años. Mi abuelo y mis tíos lo veían por televisión, no lo practicaban. A mí me pareció muy interesante, y además me di cuenta de que cuando ganaban ciertos equipos mi familia vivía muchas emociones. Creo que ahí sentí una conexión, me di cuenta de que ellos vivían con intensidad el deporte y de que a mí también me causaba una sensación de comunidad dentro de la familia.

 

¿Cuando ingresó a la escuela de periodismo tenía claro que quería dedicarse a la crónica deportiva?

 

Sí. En mi salón, más del 50 por ciento eran mujeres, y curiosamente de mí generación salieron otras dos o tres periodistas de deportes. Eso fue algo extraño porque después de que terminé los estudios pasaron varias generaciones hasta que una mujer volvió a pensar en esa especialización. Pero en ese entonces no era una carrera tan fácil como para que me pudiera imaginar que lo lograría, menos en radio y televisión, donde quería proyectar mi carrera. Sentía que estaba haciendo de mi preparación académica una aventura; incluso, publicaba un minidiario con crónicas y dibujos que yo misma hacía de fútbol americano. Mis compañeros me decían: ‘¿estás loca?, ¿quién va a leer eso?’, pero a mí no me importaba. Quería ser diferente.

 

México es una sociedad muy machista, ¿cómo tomaron sus compañeros y profesores su deseo de ingresar en un mundo tan masculino?

 

Como mi escuela era solo de periodismo, no sentí que ellos fueran tan cuadriculados en ese aspecto. Como tal, no existían las especializaciones, estas aparecieron luego ante las exigencias de los medios de comunicación, pero igual sí se notaban las personalidades y preferencias de los estudiantes. Se notaba quién se inclinaba hacia la política, la publicidad, la economía… En la escuela nunca sentí rechazo de los hombres como tampoco lo sentí cuando comencé a trabajar. De cierta manera fui afortunada.

 

¿Y cuándo comenzó a trabajar?

 

Empecé a trabajar en un canal como Señal Colombia, se llama Canal 11, y ahí la cobertura de los deportes era muy hacia lo amateur, hacia lo universitario. En México, el fútbol americano es universitario. Comencé a hacer las prácticas y pedía que me dejaran narrar, hasta que un día me mandaron a cubrir un partido. Era de infantes, de muchachos de 13 o 14 años; cuando regresé al canal me pidieron el material. Salieron como 15 minutos al aire. Para mí esos minutos fueron la gran cosa y fui la primera mujer en hacerlo. Después, fui avanzando de categoría hasta llegar a la máxima. Luego comenté en vivo. Eso marcó otra diferencia, ya que trabajaba junto a personas mucho mayores que yo. En ese momento tenía 19 años. Alguna vez, cuando me dieron el micrófono para llevar el conteo de las jugadas en el estadio, alguien me gritó hasta de quién era hija (risas), pero a los 19 años eso no importa.

 

Eso fue en 1989, desde entonces cada vez son más las mujeres que trabajan con los deportes;, sin embargo, la narración y el comentario siguen estando en las voces masculinas, ¿por qué?

 

Primero, porque todo el mundo se pone en la fila del fútbol, y esa es la fila más larga y más difícil. Segundo, cuando una persona se convierte en una ‘estrella’ del comentario, o hace parte del primer equipo de un canal de televisión, ese lugar es como una propiedad. Hasta que no te mueres nadie la va a heredar. Entonces para que se renueven las generaciones de narradores tienen que pasar tres o cuatro generaciones de profesionales. Lo que tuve a favor fue que siempre estuve enfocada en deportes en los que la fila no era tan larga, y que el público aceptó mi voz. Cuando el público te puede ver te juzga por como te ves, y no por lo que dices, pero si solo te oyen, te tienen que juzgar por lo que dices. Estar medio en la sombra de una cabina de transmisión me dio más herramientas para que la gente me comprara el discurso.

 

¿Fue difícil entrar a la élite de los comentaristas?

 

Creo que fue más difícil para ellos que para mí. Lo tomo como algo natural. A estas alturas ya no pienso si un compañero es hombre o mujer, para mí lo importante es quién sabe y quién no sabe. Entonces, o soy muy inocente y no veo la diferencia, o realmente nunca me han discriminado por ser mujer. Aunque, lógicamente, en el pasado existieron en mi vida dos o tres personajes que llegaron a pensar: ‘esta vieja loca ¿qué hace aquí?’ y que trataron de ‘pisar’ mi presencia dentro de una cabina. Sin embargo, siempre he pensado que quienes tienen que hacer el ajuste son ellos, no yo.

 

¿Cómo pasó de la narración de fútbol americano a la de ciclismo?

 

El canal en el que comencé a trabajar tenía un amplio margen de cobertura. En esa época, finales de la década de los ochenta y principios de la de los noventa, en mi país se hacía una carrera muy grande, se llamaba ‘La ruta México’ y tenía un gran poder de convocatoria, llegaban muchos equipos europeos, estadounidenses y colombianos. Tiempo antes, en el canal me habían enviado a hacer prácticas en el Comité Olímpico para que aprendiera de otras disciplinas. Ahí conocí la pista, y en 1991 cubrí la ruta. Mi primera transmisión como profesional no fue en vivo. Esa vez hice un gran resumen y, como había acompañado toda la carrera, presenté lo que había ocurrido en todas las etapas, entrevistas y resultados. Describí las imágenes como si fuera en vivo, para que el público sintiera la misma emoción que yo había sentido cuando pasaron las cosas.

 

¿Y por qué se apasionó tanto por el ciclismo?

 

Primero porque llegué muy ‘pollita’. Quería que me enseñaran todo. En ese entonces, México tenía un gran exponente, Raúl Alcalá, quien creo que es el único y el más grande corredor que hemos tenido. Todos fueron muy amables, me subieron a sus vehículos, los de mecánicos y hasta a los vehículos de los directivos, entonces pude convivir con los ciclistas de una forma muy natural, sentía que no existía esa barrera de periodista y entrevistados. Supongo que eso se debió a lo joven que era y a que ellos vieron mis ganas de aprender. Cuando descubrí que la naturaleza del deporte era un sacrificio enorme, y por mucho tiempo a favor del resultado de una sola persona, pensé: “esto es lo máximo”, y ahí me quedé.

 

Ocho años después de graduarse ingresó a una de las cadenas de deportes más importantes del mundo. ¿Fue fácil?

 

Después de trabajar en el canal del gobierno trabajé en un canal de cable que tenía relación con ESPN. De hecho, se trasmitía parte de su programación. Desde entonces me familiaricé con su estilo de producción. Para ese momento ya había viajado a cubrir el Giro de Italia y el Tour de Francia, por lo que ESPN no se me hizo un canal extraño. De alguna manera en mi canal estábamos comenzando a ‘latinizar’ los canales anglosajones. Luego ESPN abrió en México su primer buró fuera de Estados Unidos y comencé a trabajar con ellos. Dos años después, mi esposo y yo fuimos trasladados a Estados Unidos. Inicialmente la idea era que yo trabajara en logística, como un enlace con la producción mexicana. Después de rogarle a mi jefe, un año y medio después volví a ser comentarista.

 

Ahí trabajó durante 16 años. ¿Por qué decidió saltar al vacío de la independencia?

 

Estaba cansada de que me pusieran el apellido ESPN. Sentía que yo ya era yo. Ellos me dieron una gran oportunidad y creo que se las pagué con el trabajo más limpio y profesional que pude hacer. Siempre que enfrentaban nuevas disciplinas o nuevos proyectos yo estaba ahí. Lo único que me negué a hacer fue un show de caza porque soy súper animalista y no considero que matar venados sea un deporte. Pero, en general, cubrí todos los campos que pude: transmití un Superbowl en español para México, fui reportera, también conductora y comenté el Tour de Francia durante 17 años desde la cabina en Estados Unidos, porque nunca lo hicimos desde Europa. Llegó el momento en el que ya no podía seguir encerrada, necesitaba sentirme viva y regresar a la ruta.

 

Se negó a hacer el show de caza, pero sí tuvo que cubrir rodeo. ¿Cómo hizo con su conciencia animalista?

 

Eso fue horrible. Cuando era pequeña, a mi abuelo le gustaban los toros y yo veía con él las corridas. No se me hacía nada raro, no sentía que pasara nada. Pero cuando empecé a trabajar y me llevaron a una corrida porque le estaba haciendo seguimiento a un niño de 14 años que estaba debutando, ingresé por uno de los túneles a la Plaza México y escuché al toro bufar desesperado. No lo soporté, me fui y dije: ‘nunca más’. Entonces cuando me tocó cubrir el rodeo, nunca fui capaz de ver las suertes. Me quedaba en el pasillo de entrada y salida de los vaqueros y miraba de reojo la pantalla para saber cómo les iba y así poder hacer las entrevistas. Sufrí mucho porque eran 10 días. Bendito sea Dios que el canal perdió los derechos de transmisión y no tuve que seguir haciéndolo.

 

Sus narraciones son tan emocionantes que dan la idea de que es una fanática, más que del ciclismo, de los ciclistas. ¿Por qué los admira tanto?

 

Primero porque son deportistas súper entregados, algo que la gente solo intenta reconocer a través de sus resultados. Pero para mí los resultados no son nada más que la consecuencia de quiénes son y de cómo hacen sus cosas. Si ganan o pierden, para mí ellos siguen siendo unos grandes, unos sacrificados y unos creadores de sueños, tanto para ellos mismos como para la afición.  Poderlos conocer más de cerca siempre ha sido una ventaja, me siento más conectada con ellos a nivel personal. Entiendo que la idea de las narraciones deportivas es buscar generar sentimiento en el público. Pero más allá del sentimiento, lo que pretendo es que la gente sienta respeto y admiración por este deporte. El hecho de que pueda estar con ellos y que conozca a sus familias, a sus esposas e hijos, pues obviamente me conecta aún más con ellos. Tal vez hay personas a quienes no les guste que me sienta parte de ellos, pero para mí es inevitable sentir que soy parte de esas personas, porque antes que deportistas son personas que conozco.

 

Una narración que pasó a la historia fue la del triunfo de Nairo el 20 de julio de 2013 en el Tour de Francia. ¿Por qué se le quebró la voz?

Traté de controlarme lo más posible. Había conocido a Nairo dos años antes, sabía que él tenía muchas ganas de ser una ‘estrella’ muy grande; en esa época todavía trabajaba en ESPN, y mi compañero era el colombiano Óscar Restrepo. Él siempre ha tratado de no desbordarse, pero ese día nos mirábamos y decíamos: ‘¡va a ganar!’. Hubiera sido muy bueno que nos hubieran puesto una cámara. No puedo quedarme sentada los últimos 10 o 15 kilómetros de una carrera, entonces le pegaba a la silla y trataba de controlarme, pero la verdad, ¿cuántas veces se puede narrar la victoria de uno de los nuestros? Cuando llegó el momento quise llevar a la gente de la mano para que gozara igual que yo, pero de repente el hombre se descaró y se escapó, en ese momento la bola de nieve comenzó a crecer. Se sumaba que ganaba la montaña y que sería el mejor joven de ese año, todo eso formó un nudo en mi garganta. Yo solo pensaba: ‘tranquila, no te salgas del papel’, pero ya la voz no me dio y se quebró. En otras ocasiones me he emocionado, pero sé que eso que pasó ese 20 de julio solo ocurre una vez en la vida.

 

Una de las razones por las que decidió trabajar como independiente fue cubrir las carreras desde la ruta. ¿Cuál es la diferencia?

 

La carrera se tiene que transmitir necesariamente desde un monitor, pero cuando estás ahí puedes hablar con los ciclistas antes de que salgan. Además, se percibe cómo están ellos, lo que puede pasar. También es muy bonito que incluso los corredores de otros países te saluden por nombre propio, y eso solo pasa porque te han visto y porque no hay muchas mujeres cubriendo ciclismo. Para ellos es muy fácil identificarnos. Todo eso te alimenta y te hace ser un profesional más completo para la narración.

 

Uno de los temas recurrentes en torno del ciclismo es el dopaje. ¿Cómo se percibe desde dentro?

 

Muchas cosas quedan en confianza, en off de record. En algunas circunstancias algunos corredores –ninguno colombiano– me han manifestado sentirse acorralados, con comentarios como ‘es que yo no puedo y él sí porque hace esto o aquello’. La verdad, yo me siento mal cuando escucho eso, porque su salario depende de los resultados. En la época de los noventa ese tema estaba sumamente revolucionado. El problema es que yo no puedo decir si eso está pasando o no, cuando yo no he visto a un corredor pincharse con una aguja. Uno tiene que hablar de lo que sabe. La situación que me encabrona, como buena mexicana que soy, es que se piense que el ciclismo es el único deporte en el que pasa esto. En los otros deportes es evidente, pero ni se esconde porque se consideran métodos de recuperación.

 

Como periodista, ¿quién cree que ganará el Tour?

 

Creo que por su madurez y por su manera de correr, Vincenzo Níibali tiene la posibilidad de ganar otra vez. También me gustaría que un francés ganara, vamos a ver si Romain Bardet, logra superar el segundo y tercer puesto, y esta vez queda de primero. Sin embargo, si no pasa nada raro y al final Froome compite, creo que también puede quedarse con el título, con todo y que el doblete con el Giro le está pasando factura. Nunca había visto a Froome sufrir tanto como con el Giro de Italia.

 

Y como aficionada, ¿quién quiere que gane?

 

Yo digo que si Nairo gana este Tour ese será su triunfo más grande, no solamente por la competencia que es sino porque este es el año en el que menos posibilidades de trazado de carrera tiene. No hay tantas llegadas en alto y hay contrarreloj. O sea, el del 2015 –cuando fue compañero de podio de Alejandro Valverde– fue el trazado en el que Nairo tenía mayores perspectivas para ganar, y no ganó. Este año es uno de los trazados menos favorables para sus condiciones, entonces si gana no será solo su triunfo, será el triunfo más grande del ciclismo en Latinoamérica.

 

 

 

*Publicado en la edición impresa de julio de 2018.