En julio, Lina visitará Colombia para presentarse con la Filarmónica Joven y con Valeriano Lanches en una gira que llegará a Cali, Popayán, Neiva y Pereria, entre otras ciudades. Foto: Todd Rosemberg / Cortesía
En julio, Lina visitará Colombia para presentarse con la Filarmónica Joven y con Valeriano Lanches en una gira que llegará a Cali, Popayán, Neiva y Pereria, entre otras ciudades. Foto: Todd Rosemberg / Cortesía
27 de Mayo de 2024
Por:
Diego Montoya Chica. IG: @chinocarajooo

Lina González-Granados es directora residente en la ópera de Los Ángeles. Charlamos con la caleña sobre su ascenso en la competida escena de la música clásica estadounidense, siendo una mujer latina. 

La batuta de la diáspora

 

LA MENTE Y LOS GESTOS de Lina González-Granados han moldeado el sonido de algunas de las orquestas más influyentes de Norteamérica. Sinfónicas y filarmónicas de Nueva York, Seattle, Montreal, Atlanta, San Antonio, Chicago y Filadelfia —donde vive—, además de otras en Europa y el Caribe, han presentado repertorio clásico, contemporáneo y operático bajo la sensibilidad de esta mujer caleña.

Hija de médicos, emigró en 2010 para estudiar en el Conservatorio de New England, en Boston, y en esa ciudad fundó una orquesta de músicos latinos: la Unitas Ensemble, un paso temprano y firme de cara a su carrera como directora artística, pero también como gestora cultural. Desde entonces, y conforme ha roto varios techos de cristal, tanto para mujeres como para latinos en Estados Unidos, nunca ha abandonado la claridad de dos misiones: por un lado, ‘estirar’ las capacidades de su oído y su liderazgo creativo lo que más pueda. Y por el otro, aprovechar los espacios que conquista para programar composiciones latinoamericanas contemporáneas y, así, abrirles camino.

 

¿Cómo es el espacio mental que habita cuando está en el podio? ¿Es, principalmente, de observación técnica o existe un abandono emotivo al presente?


Todo depende del tipo de obra, pero el estado ideal es una combinación de abandono y atención. El trabajo más analítico —quirúrgico, digo yo— se hace en el ensayo, así que luego, en el concierto, quizá haya un poco más de esa libertad, de ese abandono. Pero uno sí está completamente consciente de lo que va pasando para poder reaccionar, en tiempo real, al sonido; para moldear la música hasta la última nota.

En Colombia, muchos desconocemos qué caracteriza a la composición contemporánea en Estados Unidos. Usted trabaja con frecuencia con esa escena creativa. ¿Qué le llama la atención de la actual ‘cantera’?


Hay demasiado para escoger: es fascinante. Me gusta trabajar con compositores de la diáspora, sin importar de cuál —la asiática, la latinoamericana, incluso la europea—, porque con ellos comparto la experiencia migratoria. Y como mi carrera está relativamente joven, los administradores me 
delegan hacer muchas premieres, lo que me permite conocer a talentos nuevos y montar obras de todo tipo: desde alta vanguardia hasta folclor de múltiples naciones.

Pero mire: en Estados Unidos, además de los compositores establecidos —John Adams, Steve Reich, Philip Glass, muchos de ellos mayores de 60 años—, hay un interés importante por historias actuales, jóvenes, de lo que significa ser “americano” hoy. Este es un país con una profunda confusión de identidad: está la afroamericana, la blanca, la latina, la nativa, la asiática y tantas otras, pero nunca han querido ponerse en real conversación. Han estado unas por encima de otras porque este es, al fin y al cabo, un país racista.

Usted ha dicho que muchos directores allí tienen el llamado de ser embajadores de sus comunidades. Pero la relación con las minorías ha cambiado en esepaís: la sociedad está más polarizada y el racismo encuentra terreno fértil. ¿Cómo es representar lo latino en esa sociedad, hoy?

Depende de la ciudad y de las instituciones. Como resident conductor en la Ópera de Los Ángeles, tengo libertad para programar, y asimismo cuando trabajo como directora invitada con otras orquestas. Al planear mi año, siempre trato de tener —cuando puedo, pues esto siempre es concertado y muy bien deliberado— al menos 30 o 40 % de música latinoamericana. Pero eso soy yo, mientras que en cada una de las orquestas eso puede significar solo el 5 % o menos de su programación. Se trata de una responsabilidad y una decisión personal. Hay gente que lo hace muy bien porque tiene muchos más recursos para ello. Es el caso de Gustavo Dudamel, que hace una labor buenísima en ese sentido.

Hace poco, el actor John Leguizamo la entrevistó para MSNBC. Él tiene ascendencia colombiana y es un ferviente activista por la comunidad latina. ¿Le molesta que quizá se le encasille solo por ese rasgo?


Sí existe un poco de ese encasillamiento. Peroesqueyonolehuyoamisraíces:amí realmente me gusta hacer música latinoamericana. Hace poco, presentamos un concierto de composiciones de toda América, con obras de Gabriela Ortiz, que es mexicana, y de Gabriela Frank, parcialmente peruana; también había una premier de Joel Thompson, estadounidense; Rhapsody in Blue —una obra de Gershwin—, y Danzón 
n.° 2, del mexicano Arturo Márquez. Y estuvo sold out: la gente fue por la obra estadounidense, porque es la que conoce, pero se llevó una buena sorpresa con todo el repertorio.

Entonces sí: muchos me contratan por eso, pero afortunadamente tengo la reputación para escoger dónde voy a hacer ese repertorio latino, y a quién le digo: “Si no me llevan a hacer repertorio clásico, no les hago lo latino”. Porque lo valoro, claro que sí, pero al mismo tiempo cultivo que se me aprecie más allá de eso. Así he logrado que se reconozca la calidad, también, de cuando hago a Elgar o Shostakóvich, entre otros.

Muchos instrumentistas conocen la obra a montar con mucha profundidad, así que —se imagina uno— la tocan como su acervo cultural le indica. ¿Qué encuentra el músico en el director para modificar o moldear esa interpretación? ¿Hay apertura para hacer cosas no tan canónicas?

Ese es un ejercicio de inteligencia emocional. Hay directores que llegan en plan: “Esta es mi versión y así lo vamos a hacer”, cosa perfectamente válida. Otros, dicen: “Vamos a tocar juntos”. Y ese último es un espacio que habitamos muchos directores jóvenes, porque también nos toca respetar la tradición. La situación ideal es que orquesta y director se acerquen; que tejan un puente sólido, sin tener que estar de acuerdo 100 %. Eso también permite expresar la visión que tengas de la obra.

Usted le comisionó al compositor Juan David Osorio la obra El Paraíso según María, inspirada en el libro de Jorge Isaacs. No está grabada aún, pero pone a dialogar el folclor del Valle del Cauca y del Pacífico con lo clásico sinfónico. ¿Cómo es esa exploración?

Con Unitas Ensemble, la orquesta que fundé en Boston hace 10 años, queríamos hacer música que hablara de la diáspora. Y yo tenía particular interés en el encuentro que se da en Cali entre varias tradiciones musicales: allí hay clásica, pero también está la música del Pacífico, hay jazz, etcétera. Con Juan David hicimos, primero, una obra que se llamaba Lamentos cruzados: una versión latinoamericana de La historia del soldado de Stravinski, inspirada en una serie de cartas de diferentes partes del conflicto en Colombia: una persona en la guerrilla, otro policía, el padre de un combatiente, etcétera.

Como ese ejercicio funcionó bien —salió preciosísima, sueño con grabarla—, le pedí luego a él una obra que fuera como una obertura para mí; algo que fuera colombiano, pero mío en alguna forma. Así salió a flote María de Jorge Isaacs, pero no para relatar la historia del personaje a la manera, digamos, operática, sino más bien para explorar cómo Juan David se imaginaba aquello que habría sonado en la hacienda El Paraíso. Fue maravilloso inventarnos ese universo, en donde, seguramente, habría habido marimba del Pacífico, por ejemplo, y alabaos de esa región.

De hecho, con alabaos comienza El Paraíso según María. Pero entonces, ¿cómo hacerlos con una orquesta? Pues pusimos a los músicos a susurrar mientras tocaban. Así es como se expande la paleta de sonidos, algo que a mí me interesa mucho. No buscábamos solo que una orquesta sonara a ritmos folclóricos —eso ya se hizo— sino, realmente, crear algo nuevo.

Usted ha defendido el derecho a no ser admirada solo por ser mujer en un entorno tradicionalmente adverso para ese género, sino, en lo fundamental, por su talento. ¿Cómo le ha ido con eso, cuando sí existe un deseo generalizado de ver mujeres en esos espacios?

Tuve una maestra que decía que había que estar “siempre vigilante” en ese sentido. Y yo antes no le creía, pero ahora sí. Es cierto, por ejemplo, que en redes sociales ese discurso es muy exitoso. Pero a veces es solo ‘de dientes para afuera’: yo no confío en los sitios en donde se hace mucho bombo porque hay una mujer, y luego resulta que es eso: una sola. En cambio, existen otros lugares donde me siento muy cómoda en mi dimensión de mujer, madre y directora al mismo tiempo, cosas que hacen parte de mi identidad. La verdad es que depende del país, de la institución y del nivel musical. Fíjese: a mayor nivel, el género del director no importa en lo más mínimo. Y en cambio, en sociedades más machistas o según se va bajando la vara, eso es más protagonista.

 

Para González-Granados no tiene sentido que, en Colombia, los directores artísticos sigan siendo mayoritariamente extranjeros: "Hace falta un cambio de mentalidad". FOTO: SAN FRANCISCO CONSERVATORY / CORTESÍA 

Y ha dicho usted que las expectativas se triplican...

Sí. Hay mucho dinero de por medio, entonces en algunas instituciones existe un gran miedo al fracaso, por lo que apuestan por aquello que antes ya les ha funcionado.

Marin Alsop, precursora del oficio, hablaba en una grabación con usted y otra directora joven. Y sostenía que una mujer puede hacer los mismos gestos en el podio que un hombre, pero que las orquestas reaccionan distinto. ¿Es así?


En eso no estoy del todo de acuerdo, solo parcialmente. Por fortuna, la cosa ha cambiado mucho. De nuevo, depende de la cultura orquestal: cuando es más preparada y profesional, eso no importa. Además, al llegar, tú pones tu marco de referencia en el ensayo con claridad, expresas bien qué es lo que quieres hacer, y la gente reacciona bien. De hecho, cuando llego a una orquesta que es nueva para mí, llego a lo tabula rasa: sin preconcepciones sobre quienes allí estén, para confiar en mi percepción. Y de todas formas, al primer “batutazo” tú ya sabes cuál va a ser la relación de la orquesta contigo. Yo tengo una niña de siete meses de nacida. Durante el embarazo, trabajar fue 
duro, pero lo hice hasta las 36 semanas. Y después del parto, sentí que entré a otra etapa de mi edad adulta.A mí ya no me importa si me miran bien o mal. Cuando uno es estudiante uno está más pendiente de eso, sobre todo porque no somos europeos: uno llega en un desbalance. Pero ya no.

¿Existe alguna institución o persona en Colombia con la que usted quisiera trabajar?

Amo trabajar siempre con la Sinfónica de Colombia. Me encanta trabajar con la Filarmónica Joven y con ella voy a hacer una gira en julio; eso me tiene contenta porque me presentaré por primera vez en Cali, después de 16 años. Además, trabajaremos con Valeriano Lanchas. También me gusta mucho la Filarmónica de Medellín, donde hay un pensamiento muy interesante, siendo una orquesta privada. Este año voy a ir tres veces a Colombia. Me gustaría trabajar mucho con Betty Garcés. Y un sueño que no se me ha dado es acompañar a mi maestra, Patricia Pérez, que es pianista en Cali.  

 

En julio, Lina visitará Colombia para presentarse con la Filarmónica Joven y con Valeriano Lanchas en una gira que llegará a Cali, Popayán,
Neiva y Pereira, entre otras ciudades.