¿Eres de quienes creen que la literatura para niños debe abordar temas universales que le sean relevantes incluso a los adultos?
En definitiva, sí. Cuando se habla de libros o de literatura para niños, es imposible desligar al adulto mediador, porque es quien compra, lee y motiva al niño a acercarse al libro. Son dos lectores potenciales, es el encuentro de dos mundos a través de un puente. Ese puente es de los dos y ambos lo atravesarán. Con esta analogía quiero decir que el puente (la historia, el libro) tiene la capacidad de conectar esos dos extremos de las orillas. No creo que exista ningún tema que se salga de la condición humana.
¿Cómo te gusta trabajar, técnicamente, las ilustraciones?
En realidad, no suelo ser muy constante con una sola técnica. A veces dejo una, a veces retomo otra, luego me emociono y empiezo una diferente, y de nuevo la abandono. Mi gusto por ilustrar también se debe a un acto artístico matérico, y por ello me gusta mucho lo análogo: sentir el trazo, la calidad del papel, la conexión con los materiales. Sin embargo, el sentido práctico y de agilidad que demanda mi trabajo me ha llevado también a lo digital, que es también un mundo fascinante. Y como suelo abandonar en ocasiones algunas cosas, me gusta dejar mi zona de tranquilidad en el oficio y experimentar con técnicas diferentes, complicarme un poco (no tanto) la vida, para que mi trabajo no se vea siempre igual. Así, me descubro en un “miremos a ver”: quien quita que de pronto encuentre, en una
de esas novedades, alguna gran realización.
¿Trabajas solo cuando hay encargos o todo el tiempo? ¿Cómo es tu rutina en ese sentido?
Desde hace varios años es: sí o sí. Lo cual me encanta. Afortunadamente, tengo clientes con los que hago proyectos increíbles. Pero siempre he sido de: “Muestre a ver qué nos inventamos”, de proponer, de dejar algún legado, de no quedarme quieta. Es que mi trabajo es muy rico, muy alentador, me emociona y me salva. Yo creo que la vida no me va a alcanzar para hacer todo lo que quiero hacer.