18 de Junio de 2015
Por:
Mariángela Urbina Castilla

Josephine Witt, exintegrante de Femen en Alemania, cuenta cómo se convirtió en una de las mujeres cuya imagen le ha dado la vuelta al mundo por participar en manifestaciones con sus senos al aire.

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La protesta al desnudo

“El primer amor siempre es el que más duele”, dice Josephine Witt y se alcanza a sentir su suspiro al otro lado de la pantalla. Sí, es una cita extraña para empezar un texto sobre una mujer que se define como feminista. Sería mejor arrancar contando que estuvo presa en Túnez, 29 días, por defender a una de sus compañeras de Femen. O describir la cara del sacerdote cuando, en el último diciembre, la vio montarse desnuda al púlpito de la catedral de Cologne con un letrero en su pecho que decía: “yo soy Dios”. O que estuvo de voluntaria en un orfanato en Bolivia durante 8 meses, conociendo relatos sobre inequidad de género. Pero no, su historia empieza con el amor, porque el amor la volvió feminista.

Witt no es su apellido de pila, es el que se puso ahora que es una activista popular en Alemania, con 10.400 seguidores en Twitter. El de su familia es Marckmann. Creció con tres hermanos menores, y mientras los demás niños de su edad veían Spiderman o Sailor Moon, ella leía las biografías de Gandhi y Martin Luther King.

Quería dejar el colegio y volverse actriz, pero no lo hizo. Esperó hasta graduarse y cumplir 18 para decirles a sus papás que se iba de viaje por Suramérica. No importó que se opusieran. Viajó a La Paz, Bolivia, y se encontró con niñas embarazadas a los 11 años. “La cultura boliviana prohíbe los abortos porque el catolicismo es muy fuerte. Que esas niñas no pudieran abortar me impactó”. En ese momento descubrió que no tenía bases para entender lo que estaba viendo. “En el colegio nunca te hablan de feminismo, ni en clase de sociología ni en clase de historia. Los alemanes crecen ignorantes sobre la inequidad de género”.

Regresó, en el verano de 2012, con otro mundo tatuado en la cabeza. Pero no encontró a su novio para contárselo. Terminaron, y eso la dejó encerrada en su alcoba durante un mes, sumergida en una vulnerabilidad que desconocía y que se la causaba un hombre.

Nunca había mirado tanta televisión. Se topó con un documental de Femen, un grupo fundado por 20 activistas que se autodefinen como anarquistas, feministas y ateas. Su lucha es por la igualdad de género. En el 2008, la ucraniana Inna Shevchenko derribó una cruz católica de madera, que estaba ubicada en un monumento para las víctimas de la Unión Soviética. Lo hizo en topless y gritó que tenía derecho sobre su propio cuerpo. Así se popularizó el movimiento, que se ganó de inmediato un proceso penal por vandalismo. Por eso recibió asilo en Francia y ahora la sede de Femen queda en París. Allí, las líderes ocupan un edificio y forman una especie de escuadra en donde entrenan “física y mentalmente” para sus protestas.

Seguramente Witt escuchó a Shevchenko decir lo que dice en todas las entrevistas: “Resignificamos el cuerpo de la mujer. Somos ‘sextremistas’. Nuestros pechos son nuestra arma”. O a la mexicana Ciesla Pérez, también integrante de Femen, quien dijo que “nuestro cuerpo siempre ha sido nuestra debilidad, pero con Femen es nuestra fortaleza”.

“Creo que la gente espera mucho más de Femen de lo que Femen quiere ser. Nuestra misión es crear la discusión, abrir el problema, mostrar las verdades, desenmascarar a quienes llevan máscaras puestas. No somos un partido político, no somos políticas. Somos activistas de calle. Atacamos a nuestros enemigos. Atacamos a quienes representan el patriarcado. Nosotros los estamos enfrentando en su territorio, en donde ellos no lo esperan. Estamos rompiendo las reglas del patriarcado. Lo que decimos hoy es que estamos luchando y que somos mujeres”, respondió Shevchenko cuando una periodista le preguntó si no le preocupaba que la gente pensara que ellas solo son unas revoltosas, que no logran cambios concretos.

Meses después de descubrirlas en el televisor, Witt vio que Femen llegaba a Alemania. De pronto, el corazón roto ya no era tan importante. Contactó a una de las chicas, empezó a ir a las reuniones y se convirtió en una más. Ahora hacía parte de lo que Shevchenko llama “un ejército de ‘Barbies’ listas para pelear”. ‘Barbies’, sí. Porque todas sus líderes son jóvenes y cumplen con el criterio de lo que en Occidente es una ‘bella’ ”.

Femen fue un imán, magnetismo puro para Witt. Su infancia rebelde, luchando dentro de las estructuras de su familia, se sintonizaron con una idea que a ella todavía le encanta: “Desperdiciar su belleza para lograr cosas bellas”.

“La primera vez fue muy incómodo”, cuenta. Alguien le estaba pintando su pecho desnudo, porque las Femen se caracterizan por grabarse en el cuerpo el mensaje que quieren transmitir. “En la parte oriental de Alemania la gente protesta constantemente desnuda. Es natural. Además la desnudez no es gran cosa porque allá te la encuentras todo el tiempo en la playa. Pero yo soy de la parte occidental, y aquí ver a una mujer desnuda sí es realmente chocante”.

La incomodidad de la primera vez no tardó en romperse. Empezó a sentirse empoderada. Libre por la calle. La libertad de que su cuerpo hablara y gritara. Se convenció de que el mundo necesita cada vez más mujeres jóvenes “dispuestas a levantarse y romper el silencio”.

Pero la universidad la decepcionó, pensó que iba a participar en una gran revolución, en un gran cambio, por eso estudia filosofía. Femen también. Decidió retirarse por algunas cosas con las que no estaba de acuerdo. No entiende cómo la organización toma distancia frente a la nueva ola de fascismo en Europa. Tampoco le gusta que algunas de ellas, en Alemania, digan en entrevistas que “la burka es lo mismo que los campos de concentración de la Alemania nazi”.

Pero no se rinde. “Ahora soy una activista freelance”. En abril pasado se metió en una rueda de prensa y le lanzó confeti en la cara al presidente del Banco Central Europeo como protesta por lo que, cree, han sido decisiones antidemocráticas contra los ciudadanos. No lo hizo sin camisa, porque no quería una discusión sobre si es Femen o no, aunque sigue creyendo fielmente en el poder de protestar desnuda.

¿Y no le preocupa que mientras protesta por la igualdad de género la gente solo esté pensando en lo guapa que es? “¿Y a quién le importa eso?”, responde. “Nosotras no vamos a añadir mucho a esa cantidad de imágenes sexualizadas que salen de las mujeres a diario en la prensa. Pero sí estamos agregando una nueva perspectiva del cuerpo y un contenido político del cuerpo, que es distinto y marca la diferencia”, dice, mientras se suelta una cabellera ondulada y perfecta que le llega a la cintura.

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