El marsellés Petipa  incorporó el  exotismo español  en su obra, para deleite de los rusos. Foto: Creative Commons.
El marsellés Petipa incorporó el exotismo español en su obra, para deleite de los rusos. Foto: Creative Commons.
6 de Septiembre de 2023
Por:
Emilio Sanmiguel emiliosan1955@gmail.com

 

113 años después de la muerte de Marius Petipa, sus grandes ballets siguen dominando el repertorio.

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El estilo imperial

La historia del ballet en Rusia, empezó en el paso del siglo XVII a XVIII, cuando Pedro I, en su obsesión por occidentalizar el imperio, no propició, sino que ordenó su práctica para que los niños adquirieran buenas maneras. Y no como un arte, sino como norma de etiqueta. Hasta los cadetes tomaban clases. 

Catalina la Grande fundó, a mediados del siglo XVIII, la dirección imperial a la cual pertenecía la compañía de danza, de cuyos miembros ella era “madre”. Trajo de Italia a Gasparo Angiolini, el más prestigioso coreógrafo de la época. A principios del XIX, Alejandro II y Alejandro III se encargaron personalmente de atraer a los mejores coreógrafos, como Jules Perrot, Arthur Saint-Leon y Pehr Christian Johansson, abanderados del estilo italiano y francés y, el último, de la tradición danesa de August Bournonville.

Los teatros nutrían su repertorio con ballets románticos. Los roles principales eran asumidos por bailarinas y bailarines italianos o franceses, pues estaban legalmente vedados para los nacionales. Estos tenían que apañarse, con suerte, a personajes no de segundo, sino de tercer orden.

Así era el panorama en Rusia cuando, el 14 de mayo de 1847, con treinta años de edad, llegó a San Petersburgo Marius Petipa, hijo de Jean-Antoine, que era coreógrafo y bailarín. Nació en Marsella en 1818 y era hermano de Lucien, el primer Albrecht de Giselle, obra maestra del ballet romántico. Como bailarín no era de la talla de su hermano, pero era competente y listo. Heredó el talento del padre para coreografiar. Se educó en Bruselas y debutó con 13 años en La Moneda, en un ballet de este último.

A los 19, en Nantes, donde era primer bailarín, se estrenó como coreógrafo con Le droit de seigneur. Al año siguiente se presentó en los Estados Unidos y regresó a Francia para convertirse en discípulo de Auguste Vestris, un revolucionario de la danza. 

A Madrid llegó en 1843 como primer bailarín del Teatro Real, donde continuó creando coreografías y, lo más importante, estudió a fondo la danza española. Estaba encantado con España, pero tuvo la mala idea de iniciar un romance clandestino con la esposa del marqués de Chateaubriand, de la embajada francesa, quien al enterarse de la cornamenta que exhibía en la corte, lo citó a duelo. Petipa no acudió y a la media noche se fugó. Llegó a su país, movió sus influencias y surgió la posibilidad de un contrato por un año en San Petersburgo, para reemplazar a Émile Gredieu, que acababa de renunciar.

Allá debutó como coreógrafo con Paquita, un ballet de tema español que a lo largo de toda su vida fue revisando y puliendo hasta convertirlo en un clásico. Inteligente como era, se volvió discípulo de Perrot, director de la compañía, de quien aprendió que no se trataba de solo baile, sino que era indispensable la intensidad dramática, la actuación de los bailarines, la importancia de lo fantástico y, por supuesto, bailarines con talento excepcional para resolver la dramaturgia.

Petipa debió darse cuenta de que no había en el mundo un talento mejor preparado que él. Dominaba la estilización de las danzas francesa e italiana y a ello añadía el conocimiento de lo español, que era el sumun del exotismo en Europa. Sabía perfectamente que en todo el continente no encontraría una compañía mejor organizada y numerosa que la rusa y, como por arte de magia, se inventó lo que con el tiempo pasó a la historia del ballet como ‘estilo imperial’. Ocurrió en 1862, cuando estrenó La hija del faraón, un megaespectáculo ambientado en el Egipto faraónico, lujosísimo, exigente y, claro, con escena submarina.

Permaneció en Rusia hasta su muerte y con el tiempo dotó el repertorio de grandes títulos: Don Quixote, Le corsaire, La Bayadère y Paquita, hasta escalar la cumbre absoluta con ballets con música de Tchaikovsky: El lago de los cisnes y La bella durmiente.

La impronta 

Sus obras trajeron como primera novedad su amplitud en tres o cuatro actos, para convertirse en espectáculos para toda la velada, y no como divertimentos para ser presentados en los entreactos de las óperas o las obras de teatro.

Con increíble ingenio, supo combinar la pantomima con el grand ballet que requiere un cuerpo de baile numerosísimo. Para ello contaba, además del corps de ballet, con los militares que por obligación aprendían a bailar desde tiempos de Pedro el Grande: una multitud de personajes y figurantes que enmarcaban la actuación de los solistas. Fijó para siempre el pas de deux clásico, encomendado a los personajes principales, en cuatro episodios: el Adagio, una variación de lucimiento virtuosístico para cada uno y, al final, una coda de dificultades técnicas sin precedentes. Así mejoró sustancialmente la calidad de los bailarines, cuyo rol dejó de ser el apoyo de la mujer, que siguió siendo centro del espectáculo. 

Además, era clave su gusto por el exotismo, la inclusión de divertissements en las escenas de las fiestas con danzas provenientes del folclor francés, italiano, español y hasta danzas polacas y rusas.

El clímax ocurre en los numerosos pas de deux, en tanto que propone cuatro niveles coreográficos: el de los protagonistas, el centro de todo; el de los personajes secundarios; luego el del corps de ballet, encargado de las grandes escenas de conjunto, y finalmente los “figurantes”, casi siempre encomendado a los militares y a las actrices menores de la compañía de teatro.

Petipa llevó su estilo a sus máximas consecuencias. Supo conectarse con el gusto de la corte y del público: con la primera, gracias a la sofisticación y elegancia de sus coreografías. Con el segundo, por el virtuosismo del baile y la inclusión de las danzas nacionales. Dominó la escena hasta su muerte, que ocurrió en Crimea, en 1910. Desarrolló su estilo hasta agotarlo.

Sus imitadores jamás le pisaron los talones y fue la figura esencial para permitir la entrada de los rusos al escenario. Haber llevado el ballet a tal punto de perfección coreográfica y técnica fue, justamente, el punto de partida para la rebeldía que entrañó la aparición de los Ballets Rusos de Diáguilev, que abandonaron Rusia y salieron a la conquista de Europa con su modernidad.

A la caída de los zares en 1917, el ballet estaba tan hondamente arraigado en el alma rusa que los soviéticos no tuvieron otra alternativa que convertirse en sus protectores. Pero esa es otra historia.


EXCEPCIONALES PUESTAS EN ESCENA

Paquita
BALLET DE LA ÓPERA DE PARÍS

DVD TDK
Reconstrucción de Pierre Lacotte sobre la obra con la cual debutó Petipa en San Petersburgo. Protagonistas: Agnès Letestu y José Martínez. Dirige David Coleman.


The Pharaoh’s Daughter
BALLET DEL TEATRO BOLSHÓI

Blu-ray BelAir Classiques Svetlana Zakharova es Aspicia, Sergei Filin en el doble rol de Lord Wilson y Taor. Suntuosa reconstrucción de Pierre Lacotte.


Don Quixote
BALLET DE LA ÓPERA DE PARÍS

DVD TDK
Del fabuloso montaje coreográfico se encargó Rudolf Nuréyev. La Kitri de Aurélie Dupont roza en la perfección. Manuel Legris es un soberbio Basilio. Dirige Armano Florio


La Bayadère
CUERPO DE BAILE DE LA SCALA DE MILÁN

DVD TDK
Ambientada en la India. Zakharova, como siempre, sublime. Roberto Bolle interpreta un Solor de antología. Natalia Makarova se encargó de la reconstrucción del acto final en el templo.

 


Le Corsaire
BALLET KIROV

DVD
Kultur Requiere de más protagonistas de lo usual: Medora es Altynai Asylmuratova, Alì es Farukh Ruzimatov, Lankedem es Konstantin Zaklinsky, Yelena Pankova baila la Gulnara y Yevgeny Neff, el Conrado. El corsario es curiosamente el menos difícil de los roles protagonistas.


Swan Lake
MARRINSKI BALLET

Blu-ray
Decca Probablemente el más famoso de todos los ballets del repertorio. Esta puesta, con música de Tachaikovsky, sigue el original que demanda, en el último acto, cisnes blancos y negros. Irina Lopatkina hace el doble personaje de Odile y Odette, cisne negro y cisne blanco. Dirige la orquesta Valery Gergiev.

 


The Sleeping Beauty
THE ROYAL BALLET

DVD
Opus Arte Por la música de Tchaikovsky, por la coreografía y por el innumerable elenco de primeros bailarines que demanda, La bella durmiente es la obra maestra del estilo imperial. Encabeza el elenco Alina Cojocaru. El príncipe Florimund es Federico Bonelli. Suntuosa puesta en escena.