FOTO: BOYAN TOPALOFF / CORTESÍA PLANETA
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4 de Junio de 2024
Por:
José Agustín Jaramillo*

'Una hora de fervor' es la nueva novela de la celebrada escritora francesa. La narración busca verdades profundas en la tradición y la filosofía japonesa. 

La lucha de Muriel Barbery contra lo racional

 

 

ANTES DE CONVERTIRSE en escritora, Muriel Barbery se graduó y fue profesora de filosofía. Su obra es, al mismo tiempo, una confirmación de su interés por comprender la existencia y un constante intento por desmarcarse de esa disciplina a través de la literatura. Sus novelas son camaleónicas: tienen misterio, poesía, profundos pensamientos filosóficos sobre la vida, la muerte y la sociedad; también una buena dosis de humor. Una hora de fervor, su nueva novela, recoge la última hora de vida de Haru, un galerista de arte tradicional japonés obsesionado por las mujeres occidentales. El hombre nunca puede ser partícipe de la vida de su hija, quien crece en Francia.

La historia permite entender una perspectiva que parte de la tradición, la estética y los valores de la sociedad japonesa para entender la vida. Por eso, además de Haru, hay personajes como Keisuke, un poeta que expresa pensamientos profundos sobre la filosofía oriental y que, al mismo tiempo, es capaz de vivir la vida totalmente embriagado y al límite.

 

Japón ha sido un tema recurrente en sus obras: está en La elegancia del erizo, en Rapsodia gourmet y también en su última novela: Una hora de fervor.

Cuando escribí Rapsodia gourmet y La elegancia del erizo nunca había ido a Japón. Había tenido la oportunidad de experimentar muchos elementos de la cultura y la gastronomía, como el sushi, que tiene un capítulo entero en Rapsodia gourmetDespués, cuando ya se había publicado La elegancia del erizo, pude vivir dos años en Kioto... Pero fue realmente mi primer esposo quien estaba fascinado por Japón, y cuando lo conocí —éramos estudiantes— me interesé en ese país gracias a él. Ese interés nunca se ha detenido.

Hábleme un poco de su etapa como profesora de filosofía. ¿Qué diferencias encuentra entre la escritura académica y la literatura?

Debo confesar que estudiar filosofía fue un error. Me gusta la filosofía, por supuesto, y me interesan sus temas, pero poco a poco me he dado cuenta de que mi manera de entender las cosas no pasa a través de los conceptos. Después de haber estudiado durante varios años, me di cuenta de que la manera en que yo me apropio del conoci- miento es a través de la ficción, de las metáforas, las historias y las anécdotas. Y creo que esto sucedió porque durante un tiempo leí bastante las grandes novelas rusas.

Eso se ve en La elegancia del erizo. Renée, la portera del edificio donde ocurre la novela, lee y comenta con los otros personajes a Tolstói, a Descartes, a Kant...

Guerra y paz, de Tolstói, me ayudó a comprender el mundo mucho mejor que Kant, Descartes y los otros grandes filósofos. Eso fue algo que quise mostrar en la novela, pero es una perspectiva muy personal. De hecho, cuando tenía que escribir mi tesis en filosofía, realmente utilizaba el tiempo para escribir mi primera novela, Rapsodia gourmet.

 

La novela se sumerge en las emociones de un japonés cuya hija, mitad francesa, crece en la distancia. 

Una hora de fervor cuenta la historia de Haru, un padre japonés que nunca conoce a su hija francesa. Su novela anterior, Una rosa sola, habla sobre una mujer francesa que nunca conoce a su padre japonés. ¿Esos dos trabajos hacían parte de un mismo plan?

¡No! Nunca tengo planes para mi escritura. Una rosa sola es la historia de una mujer de cuarenta años que va a Japón por primera vez porque un abogado le avisa que su padre había muerto, entonces decide ir a Kioto por una semana, pero el viaje cambia su vida para siempre. Al principio de la novela, ella está muy renuente a conocer sus raíces porque tiene mucha rabia, pero poco a poco la magia de esa ciudad la convierte en una mujer diferente. Después de terminar, quise hacer algo completamente diferente, pero no pude hacerlo porque solo pensaba en el personaje del padre, realmente quería saber quién era esa persona. Pareciera que me toma cierto tiempo renunciar a las historias y eso me obliga a explorar más algunos personajes.

A Maud, la madre de la hija de Haru, usted la describe como una especie de neblina. ¿Qué significado tiene la niebla para usted?

La niebla es mi vieja obsesión. Me gustan esos momentos en nuestras vidas en que lo invisible se revela y lo obvio se esconde, creo que algunas veces eso te permite ver el núcleo real de la existencia. Lo más importante en nuestras vidas es invisible: el amor es invisible, las ideas son invisibles, los valores son invisibles... Me gusta mucho la idea de la neblina porque a veces oculta algunos aspectos, pero también permite revelar lo que no se ve. Además, en las pinturas chinas y japonesas hay niebla por todas partes; creo que esto hace parte de la magia que tienen estas culturas, porque en Europa pensamos que es posible entenderlo todo a través de la razón, pero la vida es, ante todo misterio, y el misterio se simboliza muy bien con la neblina.

En otras ocasiones ha dicho que Occidente está obsesionado con la explicación...

Y especialmente los franceses, porque tenemos a Descartes y, por eso, adoptamos la idea de que solo si anulamos nuestros sentidos, y nos convertimos en seres racionales, podemos entender el universo.

En sus libros suele suceder que los primeros capítulos son simples, abstractos, mientras que luego llega la acción y hay un estilo un poco más barroco. ¿Es intencional?

Las primeras páginas de mis libros tratan de materializar la manera en que quiero escribir toda la novela, después dejo que la escritura tome vida propia. Sin embargo, cuando sueño en esa novela perfecta, la cual nunca voy a escribir, me imagino una que funcione simplemente plantando semillas de pensamientos profundos, que es lo que los japoneses hacen todo el tiempo. Pero soy francesa y hay un momento en que mi cultura vuelve y me lleva por otros caminos. He encontrado otras maneras de buscar esa simpleza: en Una hora de fervor, por ejemplo, el primer y el último capítulo son muy especiales porque materializan el momento de la muerte, un momento donde todo se vuelve esencial porque no hay nada más que la verdad.

Cuando leí esos dos capítulos, pensé en la meditación. ¿Usted medita?

La escritura es meditación. Yo no medito, pero cuando escribo trato de enfocarme en una imagen o una intención; luego la escritura surge.

¿Qué imagen tenía en mente para esta novela?

La de un hombre muriendo frente a un guardia zen.

Su libro se enfrenta a un lugar común de la representación de Japón, como un país eléctrico, hiperactivo, que nunca duerme.

Hay un libro hermoso que escribió la antropóloga estadounidense Ruth Benedict en 1946: El crisantemo y la espada. Ella recibió el encargo de investigar la cultura japonesa para los altos mandos del ejército de su país, quienes querían entender a su enemigo en la II Guerra Mundial. Ella nunca estuvo en Japón, pero hizo una investigación increíble y en las primeras páginas explica que allí todo el tiempo se muestran los opuestos y las contradicciones: la japonesa es una sociedad activa, pero también tranquila; es muy respetuosa, pero muy cruel y extremadamente brutal...

¿Qué leyó usted mientras escribió esta novela?

Nunca investigo mientras escribo, solo uso mis propios pensamientos. Creo que ser un experto es el peor enemigo de la escritura, porque puede convertir a una novela en un texto didáctico o porque el ego te puede llevar a querer demostrar lo mucho que sabes sobre un tema, y eso al lector no le importa. El lector solo quiere ver a los personajes viviendo, solo quiere ver a personajes que de repente nacen y quiere creer que estos personajes pueden existir.

*Periodista cultural y editor.