Burgos Puche fue gobernador de Córdoba a principios de los años sesenta.
25 de Julio de 2022
Por:
Diego Montoya Chica

Remberto Burgos De La Espriella reeditó un diario en el que su abuelo, padre de ese departamento, registró detalladas observaciones durante varios viajes por la ruralidad de su tierra. El relato es apasionante.

TAGS: Colombia, Libros

Con telegramas y en chalupa: así se conquistó Córdoba

ALGUNOS expedicionarios han alcanzado el halo de ‘legendarios’ gracias, en parte, a sus testimonios: narraciones de no ficción escritas en libretas que, en sus equipajes, eran protegidas con recelo ya fuera contra tormentas de arena o agua, contra llamas o corrientes fluviales, o contra manos criminales.

A esa familia de lecturas pertenece Límites Córdoba-Antioquia, Discusión de siglos que debe terminar, una de las narraciones de viaje más ilustrativas que se tejieron en la Colombia de mediados de siglo XX. Entre mayo 18 de 1949 y diciembre 27 de 1960, el senador por el departamento de Bolívar, Remberto Burgos Puche (1897-1990), registró lo vivido día a día durante la travesía a la que se avocó por el actual departamento de Córdoba, en compañía de su par en el senado por el departamento de Antioquia, Alfredo Cock Arango (1894-1965). A la dupla se le había comisionado la tarea de resolver, in situ, toda duda persistente en torno a cuáles debían ser los linderos entre dichos departamentos.

Recordemos que, por entonces, Bolívar también comprendía lo que hoy es Córdoba y Sucre.

Las acotaciones ambientales y topográficas, así como las demográficas y culturales de Burgos Puche ofrecen al lector una idea clara de cómo eran esas tierras del norte colombiano hace unos 70 años. Pero, sobre todo, entre líneas también retrata la firmeza ética, las motivaciones nobles y la transparencia de algunos congresistas de antaño, un rasgo que —toca decirlo— se ha desdibujado en esa corporación.

REVISTA CREDENCIAL habló con el nieto de Burgos Puche, el neurocirujano Remberto Burgos de la Espriella, quien para la reedición de este documento se dio a la tarea de complementarlo con sus propias reflexiones y con varios ensayos académicos.

Burgos de la Espriella (derecha) es un neurocirujano destacado en foros especializados de todo el continente. Además, es columnista del diario El Heraldo. Su abuelo (izquierda) escribió el relato original. FOTOS CORTESÍA BURGOS DE LA ESPRIELLA

 

En 1948, su abuelo presentó una ley en el Congreso para crear el departamento de Córdoba, cosa que se reglamentó en 1952. Eso ocurrió simultáneamente con la comisión delimitadora. ¿Por qué consideraba él tan importante que se escindiera ese trozo del antiguo departamento de Bolívar?

Mi abuelo venía con la idea emancipadora de Córdoba desde hacía varios años, antes de 1948. Incluso, mi bisabuelo —su padre, el general Burgos Rubio— siempre se quejó del olvido del Gobierno regional en detrimento de zonas limítrofes o lejanas de Cartagena. Y luego, en el 48 y 49, vino la época del asesinato de Gaitán y del Congreso que no sesionó. Cuando Cock Arango y mi abuelo presentaron el informe de la delimitación, se trataba de los límites entre Bolívar y Antioquia, pero luego de la creación de Córdoba pasó a tratarse de los límites entre Antioquia y este último. Además del abandono estatal, estaba por ejemplo el desperdicio de la riqueza mixta, agrícola y ganadera, por la falta de vías de comunicación. Había una ausencia total de carreteras terciarias, por lo cual mi abuelo soñó con que esas vías existieran y fueran ejes del desarrollo.

 

Escribió usted: “Precisamos de una brigada. Las armas, las de la educación. Los tanques, los de la salud, y el regimiento, la exigencia al gobierno de turno”. ¿Usted considera que se ha alcanzado el desarrollo que soñó su abuelo?
En parte sí. Córdoba ha hecho un esfuerzo muy grande por sus vías aunque, obviamente, todavía no es suficiente. A él, por ejemplo, lo obsesionaba la vía al mar, que visualizaba desde Panamá, beneficiando a todos los municipios de la costa cordobesa. Pero hay algo que da pena decir y que se está repitiendo: los habitantes de Córdoba, en la zona limítrofe, sienten que sus necesidades básicas las suple más Antioquia que su propio departamento. Justo lo que mi abuelo criticaba: el abandono del Estado regional.

 

De hecho, escribe usted en su introducción: “No critico la actitud expansionista y colonizadora de Antioquia. Rechazo, sí, con vehemencia, su glotonería y su conducta inadvertida de Robin Hood”. ¿Qué quiere decir?

Robin Hood le robaba a los ricos para darle a los pobres. Pero en neurociencia tenemos ciertas situaciones en donde se le roba a los pobres para darle a los ricos: por ejemplo, cuando usted tiene un tumor cerebral, este necesita un metabolismo exagerado y comienza a robarle sangre al tejido vecino. Entonces, lo que yo digo es que no puede ser que Antioquia comience a quitarle territorialidad a Córdoba, dada su situación: entraríamos entonces en el fenómeno del Robin Hood invertido: de robarle —por decirlo así— a los pobres, para acumular riqueza.

 

En nuestros días, esas delimitaciones quizá se harían de manera más participativa con las comunidades. Pero el diario de su abuelo da una impresión: que esa ausencia —de democracia, si se quiere— era suplida por la responsabilidad ética de los funcionarios encargados de emitir el concepto. ¿Está de acuerdo?

Exactamente. Las dos personas escogidas para esa tarea eran de reconocido liderazgo moral y credibilidad. El doctor Cock Arango no iba a coger 10 hectáreas para Antioquia ni mi abuelo lo iba a hacer para Córdoba. En esa época era una delimitación de tradiciones, y el honor de la palabra tenía un peso muy grande con el amojonamiento.

 

“Los hacheros, cual vendaval humano, están acabando con uno de los bienes más inestimables de la patria: la madera noble”. Eso escribió su abuelo, quien describía entornos muy selváticos en lo que hoy son llanuras. ¿Cómo evolucionaron los ecosistemas cordobeses desde entonces?

A él dolía mucho la tala indiscriminada en la rivera del Sinú para exportarla desde Barranquilla. Le afectaban la deforestación y la quema. Y hemos asistido a un deterioro allí del que todos somos culpables. La rivera se ha venido agotando y hay minería ilegal en el Alto Sinú. Y todo ello se conjuga con fenómenos sociológicos, así como con la colonización de ciertas áreas que deberían ser sagradas pero que se convirtieron en sitios para la agricultura y la ganadería. Estamos tratando de rescatar esos derechos ambientales que son fundamentales para que los ecosistemas contribuyan en la calidad de vida de los cordobeses y particularmente de los sinuanos: esa población que, yo diría, es errante, y que recorre los 432 kilómetros del Sinú. 

 

En agosto de 1950, la comisión no pudo retomar sus viajes por amenazas de orden público, en ese entonces relacionadas con los “bandoleros”. ¿Encuentra alguna explicación en el diario de su abuelo para la violencia que se desató, no solo en esa época, sino también después, en los años ochenta?

Eso es un péndulo que se repite y yo sí creo que aquí hay vasos comunicantes. Lo que pasa es que la gasolina ha sido distinta: en la época de mi abuelo, era la violencia fratricida entre liberales y conservadores. Pero Córdoba ha tenido unos ciclos de violencia muy grandes. Por ejemplo, en los ochenta el paramilitarismo no vino en paracaídas: fue una reacción a la violencia de la guerrilla, fundamentalmente el EPL, cuando el ganadero, para no dejarse quitar la tierra por la cual había trabajado, se empezó a organizar. Lo que pasa es que vino esa distorsión de la defensa de las fincas y todo lo que hemos visto desde entonces, y hoy damos con unos grupos que alimenta el narcotráfico.

 

¿El vaso comunicante entre los cincuenta y los ochenta es, entonces, la ausencia y desprotección estatal?

De eso yo no tengo duda: la ausencia del Estado en cualquier actividad del ciudadano la llena un actor ilegal. Tome la salud, la educación, el campo, lo que usted quiera. Lo que nosotros queremos es que el Estado haga presencia. 

 

Reseñas

     

Diego Garzón

RICARDO CALDERÓN:
EL REPORTERO INVISIBLE
Planeta

El exeditor general de la revista SoHo, Diego Garzón, se mete en la mente del periodista de investigación más admirable y a la vez más desconocido de Colombia: Ricardo Calderón. Este libro ofrece una manera de ver la historia reciente del poder en Colombia a través de los ojos de quien ha escudriñado testimonios y archivos públicos y secretos, todo para publicar denuncias sólidas hasta el más mínimo detalle y honrar, con ello, la labor del periodismo en nuestra débil democracia. 

Víctor Gaviria

EL CAMPO AL FIN DE
CUENTAS NO ES TAN VERDE
Seix Barral

El ojo y la percepción de un director de cine tan experimentado como este paisa tienen mucho más que aportar en el campo de la estética y el pensamiento que largometrajes. Quien nos entregó La vendedora de rosas, Sumas y restas La mujer del animal con una sensibilidad social aplaudida en el mundo entero, publica esta serie de crónicas sobre instantes estáticos, sobre momentos aparentemente intrascendentes, que terminan dando pie a las elucubraciones poéticas del autor.