Foto: IStock.
Foto: IStock.
20 de Febrero de 2023
Por:
Liliana Escobar

El cyberbullying es un enemigo que ataca las 24 horas del día, los 365 días del año. Y aunque habita en la virtualidad, sus efectos migran a la realidad, donde puede ser letal. 

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Matoneo virtual, un tema para hablar en voz alta

*Artículo publicado en la revista impresa de marzo del 2022. 

DEVASTADORA, aterradora, irreal y alarmante. Estas son solo algunas de las palabras con las que se puede describir la noticia de Drayke Hardman, quien con tan solo 12 años decidió quitarse la vida tras sufrir bullying por parte de un compañero de colegio durante más de un año. Pero igual de devastador, aterrador, irreal y alarmante es ver que solo se habla en voz alta de bullying cuando una tragedia como esta es compartida en redes sociales.

Miles de mensajes de apoyo y la creación de un fondo para apoyar a la familia con todos los gastos fúnebres a través del movimiento #DoItForDrayke (hazlo por Drayke) se volvieron virales a mediados de febrero de este año, logrando que miles de personas de diferentes partes del mundo enfocaran su atención en el niño que, en palabras de sus padres, “tenía un corazón de oro y era amable con todos los que lo rodeaban”. Es aquí cuando es imposible no preguntarse: ¿qué estamos haciendo para que la historia de miles de niñas, niños y adolescentes que en este momento son víctimas de bullying, no tenga el mismo final que la de Drayke? ¿Cómo lograr que no sea un tema “trending” que con los días es reemplazado por otro contenido que también conmueva e indigne?

Lo primero es tener claro que el matoneo no discrimina edad, sexo, raza o nivel socioeconómico. Entre el 2 de enero de 2020 y el 20 de diciembre de 2021 la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras arrojó un total de 8.981 casos graves en el país. “Colombia, por su índice de población y de cantidad de estudiantes de nivel primario y secundario, presenta una cantidad importante de casos graves de bullying. Esta cifra no incluye todos los casos, ya que es imposible cuantificarlos, pero es una información que compartimos con ministerios, universidades, medios de comunicación e institutos de enseñanza públicos y privados para que tengan una aproximación a la problemática del acoso escolar o bullying y del acoso cibernético o cyberbullying, que causan al año más de 200.000 muertes en todo el mundo”, afirma el Dr. Javier Miglino, director de Bullying Sin Fronteras.

"El ciberacosador no puede dimensionar el impacto que tiene en el otro".

Lo segundo es entender que el aumento en el uso de los dispositivos digitales provocado por la pandemia ha hecho que mientras en 2020 se reducían las situaciones de acoso presencial, aumentaron las de ciberacoso. “Antes te metían la maleta a la caneca del colegio o te escondían el saco delante de todos los compañeros de clase. El matoneo era puntual, visible; ahora, cuando le haces cyberbulliyng a alguien no puedes ver su reacción, no dimensionas el impacto que tiene en la otra persona y mucho menos puedes calcular las consecuencias. El cyberbullying no le da al agresor ninguna responsabilidad directa sobre sus actos y defender a la víctima se vuelve mucho más difícil”, explica Jenny Sánchez, psicóloga clínica, docente y experta.

Si a esto le sumamos que, según un reporte de Light, empresa que detecta y filtra contenido abusivo y tóxico en línea, el discurso de odio entre los niños y adolescentes aumentó un 70 % desde que los estudiantes comenzaron sus clases en línea, y que hay legiones de trolls pagos y trolls que solo atacan por maldad, insultando, amenazando e incitando a jóvenes al suicidio, llevando las ofensas a niveles insostenibles las 24 horas del día los 365 días del año, resulta lógico que para las víctimas sea igual o peor de agobiante hablar de su realidad en voz alta y pedir ayuda.

EL CONTROL NO ES LA SOLUCIÓN

“Al matonear, estoy simbólicamente matando a la otra persona, la invisibilizo, la hago sentir que no existe, le genero un trauma, le quito su identidad al punto de no saber cómo debe o puede actuar”, explica Sánchez, por lo que resulta necesario y casi obligatorio que ni padres ni educadores se dejen llevar por la lógica punitiva y crean que controlando todo alrededor de la vida de sus hijos o estudiantes les están protegiendo. No es tan simple como que si lo están matoneando virtualmente el primer paso sea quitarle el computador, eliminar sus redes sociales o controlar el contenido al que accede. En lugar de ayudar, el mensaje que se le está dando es: “Me pongo delante de ti porque no estás en capacidad de defenderte”, ratificando que esa sensación de inferioridad es real y que no tiene lo necesario para enfrentar a su agresor ni salir victorioso de esa situación. 

Debemos recordar que durante la primera etapa de la vida se crean los apegos, se adquiere la capacidad de sentirnos seguros y acogidos, y es cuando aprendemos a reaccionar al ambiente que nos rodea. En otras palabras, es la etapa para llorar, para sentir rabia, para frustrarnos. Si un niño en el parque no le quiso compartir sus juguetes y para evitarle la tristeza le decimos “tranquilo yo te compro uno mejor”, o si a una niña de la clase a quien le tienen apodos le decimos: “Tranquila, te vamos a cambiar de curso”, lo único que se logra es bloquear sus emociones e imposibilitar que desarrolle su capacidad de resolver conflictos. 

“Niños y adolescentes deben poder servirse de simbolismos para expresar sus emociones. Poder decirle a alguien ‘me siento rota’, ‘me siento vacío’ y saber que alguien los está escuchando, es una oportunidad para hablarlo en un espacio seguro y buscar juntos la manera de resolverlo. Recordemos que la vergüenza y la culpa son las únicas emociones que no podemos crear bioquímicamente, y aunque son las más comunes, son las menos habladas porque se sienten como algo impropio, que no está bien visto”, explica Sánchez.

Emociones que se vuelven más vulnerables en la virtualidad, donde lo que prima es lo estético, los logros, el llamado a la perfección, donde no hay espacio para errores ni debilidades. “En el caso de Colombia, con los niños y los muchachos el foco principal para el bullying pasa por un pobre rendimiento en las actividades deportivas. En general los acosadores toleran mejor a un compañero con buenas notas o con un comportamiento fuera de los cánones del aula que a aquel que no juega bien al futbol, o la actividad física que se desarrolle en la escuela”, dice Miglino.

NO ES UNA COMPETENCIA, ES UN TRABAJO EN EQUIPO

En la preadolescencia y adolescencia importa mucho ser reconocido por los pares. La opinión y validación de los padres se ve opacada por la de amigos del colegio, del barrio y de redes sociales. De ahí que si la persona que hace el matoneo es alguien a quien la víctima considera cercana e importante, el impacto será peor. En el caso de las niñas, el matoneo puede ser más difícil no solo de manejar sino de identificar. “Las niñas hablamos a los 18 meses, los niños a los 22 meses, lo que hace que agredan con mayor sutileza. La famosa ‘ley del hielo’ donde no te insulto, pero te excluyo y te invisibilizo, se intensifica en el mundo virtual. Publicar fotos de la fiesta a la que fue invitado todo el curso menos tú, hoy en día es la puerta a un caso de ciberacoso que empezó en el colegio, migró a lo virtual hasta llegar al hogar de la persona agredida, dejándole sin lugares para desconectarse y desprenderse de su agresora", sostiene Sánchez.

Pero, si la situación involucra la casa y el colegio, ¿cuál de los dos es el responsable y el que está obligado a poner la cara y encontrar soluciones? La realidad es tan apremiante que no tiene sentido señalar culpables. “En casos de cyberbullying es difícil establecer hasta qué punto nuestras acciones como educadores han sido exitosas, pero lo que sí podemos decir con seguridad es que todo colegio debe ser un espacio seguro para cada uno de los estudiantes. Es nuestra labor no solo formarlos académicamente, sino darles las herramientas para que desarrollen habilidades sociales, que sientan que pueden hablar de lo que sienten, de lo que ven, de lo que hacen, sin miedo a ser expuestos públicamente”, explica Jaime Acosta, rector del colegio San Jorge de Inglaterra, con más de 30 años de experiencia en el sector de educación.

“Es ineludible crear espacios de convivencia y paz liderados por profesores y psicólogos que interactúen con los estudiantes y hablen en voz alta de temas que por años han sido estigmatizados como sexualidad y matoneo en este caso, e invitar a los padres a hacer parte de estas conversaciones”, ratifica Acosta. La realidad es contundente. Padres y educadores deben jugar para el mismo equipo si no quieren tener a un Drayke Hardman en sus hogares y en sus aulas. Y el resto de nosotros debe interiorizar la noción de que el matoneo no es algo superficial. No es una tendencia a la que “apoyamos” dándole like y compartiendo en nuestras redes sociales. Tratarlo como cualquier otro contenido y seguir a la siguiente historia, nos hace cómplices del agresor.


Acciones sencillas que pueden marcar la diferencia 

Estar físicamente con los hijos. “La hora familiar” no tiene sentido si en el día a día los padres no están presentes.

Ver películas permite crear conversaciones alrededor de temáticas sin necesidad de señalar ni exponer a nadie.

Crear un canal de denuncia anónimo en colegios es una vía de acceso rápida y segura para apoyar tanto al agredido como al agresor.

No aceptar ni promover ningún tipo de discriminación, burla o chanza hacia otras personas desde la primera infancia.

No exponer ni amenazar al agresor. Quien hace matoneo es un espejo del que es débil, solo que ataca antes de ser atacado. Buscar ponerlo en espacios donde debe proteger y defender a otro es más efectivo que desafiarlo.