Foto cortesía.
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18 de Enero de 2024
Por:
Diego Montoya Chica

Si vamos a vivir hasta los 100 años, más vale que dejemos de estigmatizar el paso del tiempo en el cuerpo. Lo que sí debe preocupar a quienes hoy tienen 40 y 50 es que, cuando sean viejos, rebasarán las capacidades del sistema de seguridad social.

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Las canas, motivo de orgullo

A continuación, tres mujeres mediáticas en distintas etapas de sus vidas —desde los 46 hasta los 76 años de edad— unen sus voces con las de dos médicos reputados y una especialista en demografía. Juntos, los testimonios dan cuenta de dos realidades paralelas en torno a la edad y lo que esta significa en la sociedad contemporánea.

La primera de esas realidades es positiva: se abre paso, por fin, una mirada amable en torno al paso del tiempo en el cuerpo. En el de la mujer, claro está, víctima número uno de los juicios ‘edadistas’ que la cultura patriarcal alimenta y amplifica. Y aún cuando a esa nueva mirada le falta normalizarse —calar del todo—, está sustentada en lógicas demográficas infalibles: la expectativa de vida ha aumentado en Colombia, como también en otras latitudes. Además, ha crecido, y seguirá creciendo, la proporción de mayores de 60 años con respecto a los menores de esa edad.

La segunda realidad descrita por las personas consultadas es menos alentadora: hay demasiada incertidumbre en torno a si los sistemas de salud y pensiones están preparados para el embate de esas mismas proyecciones demográficas. ¿Quién sostendrá y cuidará de esa proporción creciente de viejos que viven más, si, al mismo tiempo, decrece el número de jóvenes económicamente activos?


Claudia Palacios

Periodista, columnista, presentadora y escritora. Reconocida por su trabajo en CNN en Español, CM& y Noticias Caracol. También por sus cuatro libros, el más reciente de los cuales es HemBRujas (Planeta, 2019).

Cuéntenos qué sentimientos experimentó al enfrentar, inicialmente, la elección de tinturarse o no las canas.

Yo tenía unos 38 o 39 años cuando me empezaron a aparecer. Y me las pinté por primera vez un poco por instinto, sin pensarlo mucho, pues había visto a mi mamá haciéndolo toda la vida. Pero muy pronto —después de otro par de veces— decidí que yo no quería esa esclavitud para mi vida. Me pregunté: ¿por qué estoy haciendo esto? ¿De verdad no quiero tener canas? ¿Me parece que están mal? Y no: la respuesta es que no tengo ningún problema con ellas. No me parecen feas ni que me hagan ver abandonada ni nada por el estilo.

Eso sí: siempre he dicho que si en algún momento no me gustan, ya sé cuál es la solución. Pero por lo menos me doy la oportunidad de saber cómo me siento con ellas.

Es decir, usted no experimentó una suerte de temor o que las canas implicaran algo negativo en relación con la edad.

Para nada. Y habría podido ser así porque, como le digo, mi mamá lo hizo siempre y solo hasta hace poco —pues ella tiene alzhéimer desde hace 10 años— vimos que tiene un pelo hermoso, blanco, divino. Lo lógico es que uno siga el patrón, el referente. Además, en alguna medida yo vivo de mi imagen porque durante muchos años he presentado noticias, así que dejarme las canas significaba exponerme a una crítica adicional en un entorno en el que a uno le critican todo. El peluquero también me decía: “¡Pero cómo se te ocurre!”… No hubo absolutamente nadie que me apoyara, realmente. Pero en mi corazón sentía que no me gustaba pintármelas y que debía darme la oportunidad.

¿Y cómo se siente ahora al respecto, después de algunos años?

No ha habido un solo día en que haya querido pintármelas o que me haya sentido mal al respecto. Y eso es, justamente, lo que le digo a muchas mujeres que me escriben y que quieren saber cómo tomar la decisión cuando sus madres o esposos les dicen que se verán viejas. Siempre les digo: “Es tu decisión”. Y es que esto no es un punto de honor. No tiene nada que ver, por ejemplo, con que uno sea feminista o no. Como soy magíster en género, hay quienes asumen que lo de mis canas es por feminismo.

Foto Mauricio Vélez/Cortesía Claudia Palacios

"Se valora que una persona mantenga belleza juvenil a los 50, pero no que sea bella, a esa edad, sin haber ido contra la naturaleza". 

Ahonde un poco en esa idea, por favor.

Lo que pasa es que el feminismo no le impone un modo de ser a la mujer. Todo lo contrario, le dice: “Usted es libre de ser lo que le dé la gana ser”. Si alguien considera, de manera consciente y tranquila, que está bien pintarse las canas y eso le gusta, pues esa también es una decisión feminista. Por eso digo que esto no es un punto de honor: si un día me quiero pintar el pelo de azul o de negro, pues ya está: lo hago. Le doy un ejemplo: hay días en que yo me hago cola de caballo. Dado que en la sien se acumulan un poco más las canas, me quedan como en un parche. Para eso, yo utilizo a veces un spray que difumino para que no se vea tampoco tan negro, porque el resto del pelo ya no lo es tanto tampoco. Yo creo que uno tiene que pensar por qué hace las cosas que hace en la vida. Y estas tienen sentido en la medida en que van con su personalidad. En mi caso, decidí que tener canas no era ni vejez, ni fealdad, ni dejadez. Yo me veo bien con canas y me gusta.

¿Cómo percibe usted el culto a la juventud?

La juventud está sobrevalorada. Si usted me pregunta, nunca me ha pasado en mi vida —pero nunca— tener 20 años y desear tener 15; tener 30 y desear tener 25, y así. Tengo 46 y soy feliz el día que cumplo años porque estoy evolucionando, creciendo. Porque me convierto en un ser humano más completo. Trabajé con una compañera que cumplió 35 y lloraba, que porque qué iba a hacer de su vida. Por dios… Como dice Isabel Allende: “No hay nada más liberador que los años”. La edad es una cosa maravillosa, trae ciclos de fortaleza, de poder, de libertad.

¿Considera que está teniendo lugar un cambio cultural en torno a cómo vemos la edad?

Lo he visto, pero no necesariamente para bien. Hace poco vi en Instagram una comparación entre una persona de 50 años de hace décadas —una presentadora de televisión, con el pelo corto y con una chaqueta— y, por otro lado, Jennifer López en la actualidad (que tiene más de 50). Fíjate cómo sí hay una mirada distinta con respecto a esa edad, pero que viene con una imposición estética: se valora que la persona mantenga una belleza juvenil a los 50 años, pero no que esa persona, a sus 50, sea bella sin haberse matado tratando de ir contra la naturaleza.

"A los hombres, tener canas no se les afectó la carrera ni los va a dejar la pareja, como, en cambio, sí me reportan las mujeres".

Es el fenómeno de Tom Cruise, Brad Pitt y Jennifer López, celebrados, justamente, por no parecer de la edad que tienen…

Exacto. Creyendo que es un piropo, a mí me lo dicen todo el tiempo: “Si no fuera por las canas, parecerías de 35”. ¿Qué me están diciendo con ello, realmente? Que a uno lo siguen juzgando por su apariencia física. Que, al final, lo que priorizamos es que uno sea capaz de seguir teniendo una cara sin muchas arrugas.

Las arrugas o canas podrían verse con mejores ojos, dado que la población envejece y la expectativa de vida crece.

Sí. En las cifras del Dane sobre mortalidad de este último año consta que murieron más de mil personas de más de 100 años en Colombia. Y que este país está envejeciendo más rápido que el resto de la región. Pero no nos estamos preparando para eso, sea con servicios de salud adecuados o con que la gente adquiera hábitos más saludables, de manera que uno llegue a los 80 sin necesidad de mucha asistencia. No, no estamos dando una discusión sobre envejecimiento como debe ser —sin que tengas enfermedades prevenibles, sin que sufras de demasiada soledad ni depresión—, sino que aún nos empantanamos en eso de: “Qué bien envejecer sin que se te vea nada, sin que se te note”.

Aquí hay también un vicio de género: discutimos lo de las canas, por defecto, en el ámbito femenino.

Claro: a las mujeres nos evalúan mucho por esas cosas que nada tienen que ver con el resultado de nuestro esfuerzo. Con los hombres, todavía está eso de que se ven más guapos, de que si se quedan calvos son más interesantes. Y aun cuando no se puede generalizar —pues, hoy en día, las clínicas estéticas están llenas de hombres, y está bien—, nosotras sí tenemos una gran desventaja. Tener canas a ellos no les afectó la carrera ni los va a dejar la pareja, como, en cambio, sí me reportan ellas por redes sociales.

¿Se ha cansado del ‘ojo juzgón’ del público, tanto como para considerar dejar su vida pública?

Afortunadamente, tengo una actividad profesional robusta, mucho más allá de la que tiene relación con mi imagen. Podría prescindir de presentar noticias, pero lo hago porque quiero hacerlo. Por otro lado, yo he sido criticada por muchas cosas además de mi imagen: por lo que escribo, por lo que opino, por lo que hago. Así que si el criterio fuera huir para evitar la crítica, tendría que dejar de trabajar, y esa no es una opción para mí. Estoy muy bien entrenada para eso.


María Elvira Samper

Periodista, columnista y escritora. Fue directora de las revistas Semana y Cambio, así como de QAP Noticias. Ganó un Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría de Vida y obra.

“Me hice rayitos durante un tiempo muy breve, pero luego dije: ‘No, ¡qué jartera esto! A mí qué me importa. Los años que tengo, los tengo y ya está: eso es lo que yo soy, es mi experiencia vivida y yo no voy a ser más joven por pintarme el pelo’. Así mismo ocurre con el maquillaje: mientras más se maquilla una persona, hace más evidente que está ocultando los años. Y es que, a medida que avanza en  la edad, menos es más. Quizá esto tenga que ver con mi personalidad, pues a mí me gustan las cosas sencillas y no busco estar a la moda ni ser el centro de atención. Si bien para mí es importante estar bien presentada —obviamente—, no lo es parecer más joven ni quitarme los años.

Ahora: es obvio que me puedo poner en los zapatos de una persona que ha tenido temor a ‘canar’. Es que hay demasiadas presiones para que uno sea ‘joven’ y 90-60-90. Ese mensaje está presente en la publicidad y en la televisión, donde todas parecen cortadas con la misma tijera. Las presiones están incluso en el entorno familiar. En mi caso, vivo como yo me siento bien: con un perfil clásico —“juagao”, lo llamo yo—, que pase por debajo del radar, y por eso fui una de las primeras mujeres de mi círculo que se lanzó a dejarse las canas.

Igualmente, comprendo que alguien se quiera hacer cirugías plásticas. Yo me hice una, no lo niego. Pero la condición fue que no me dejaran como ‘cuchibarbie’ —solo que me quitaran una cosa en el cuello—. Es que la edad viene acompañada de arrugas y eso es algo que toca aceptar. Admito que mi herencia genética me favorece —tengo 76 años y se piensa que soy más joven—, pero no es virtud: es la calidad de piel que heredé y ya está.

Yo soy de la generación de los baby boomers. Me tocó toda la revolución sexual y mi madre fue una de las pioneras en promover el control de la natalidad. El cura de la parroquia a donde íbamos la insultaba porque escribía columnas a favor de Profamilia, y porque defendía el derecho de las mujeres a decidir cuándo y cuántos hijos tener. Y fíjese: paradójicamente, ella, que recién cumplió 100 años, se pintó el pelo hasta hace más o menos tres nomás. Le dijo a mi hijo: ‘Me siento ridícula pintándome el pelo cuando tu mamá, que tiene muchos menos años, está contenta con sus canas’.

"No me siento como una ‘viejita’ de 76: subo, bajo, trabajo y me mantengo completamente activa. Dicho eso, tampoco niego mi edad ni las canas y arrugas que han venido con ella".

Ahí ha tenido lugar un cambio enorme: las nuevas generaciones crecieron en entornos en los que las luchas feministas abrieron ya muchos espacios y han nutrido una consciencia clave en torno a sus derechos. Y en este nuevo contexto, las mujeres saben que su papel no es, primero, el de ser madres ni tener pareja: todo eso no es ‘destino’, sino elección. Y aunque aún falta mucho, está en curso un fortalecimiento de su autonomía. 

Imagínese: en mi infancia, una madre de 40 era una vieja a la que uno miraba con mucho respeto; hoy en día —también a medida en que ha aumentado la expectativa de vida— esa misma mujer está en la plenitud de la vida. Y yo tampoco me siento como una “viejita” de 76: subo, bajo, trabajo y me mantengo completamente activa. Dicho eso, tampoco niego mi edad ni las canas y arrugas que han venido con ella.

¿Que si yo quisiera tener menos años? Pues claro, tampoco te lo voy a negar. No es que yo vaya a decir: ‘qué felicidad tener 76 y qué jartera tener 40’. ¡Pero es que ya los tuve! Ahora, lo que toca hacer es aprovechar cada día que viene. Tener la cabeza ocupada, que para mí es fundamental porque no sé ser jubilada. Uno tiene que tener vida propia, independiente incluso de la vida familiar.

Y termino enumerando algunas de las ventajas de la etapa en la que estoy. Para empezar, tienes más claro qué te gusta y qué no; sabes rechazar mejor aquello que no te agrada ni te interesa. Sientes menos presión, porque la riqueza interior es completamente propia. Haces menos concesiones, y optas por aquello que realmente te satisface y te hace feliz. Y es curioso, pero a pesar de todo lo anterior, tienes menos certezas y más interrogantes: en la juventud, uno está entre signos de admiración y puntos finales. Ahora, se vive entre puntos suspensivos y signos de interrogación, sin necesidad de imponer nada, porque hay más espacio para los interrogantes y para la reflexión. Y en ese sentido, mi mundo es quizá más rico que cuando tenía 35.

Además, encuentras que haber tenido éxito y fama y todo eso no es lo fundamental. Lo importante es tener la conciencia tranquila de que aquello que hayas hecho lo hayas logrado con honestidad intelectual, y no del lado equivocado: en mi caso, llevo 50 años haciendo periodismo, defendiendo derechos y haciendo contrapoder, sin entregarme a una línea fácil. Finalmente, el abuelazgo me ha hecho inmensamente feliz. El trabajo sigue siendo importante, pero lo que le da más sentido a la vida es ver a mi nieta crecer y descubrir el mundo”.


María Cecilia Botero 

Actriz, presentadora y docente. Su carrera en televisión, cine y teatro ha sido ampliamente reconocida, tanto por la industria como por un público que le considera un ícono del arte dramático.

“Yo vengo de una familia de canosos. Todos eran de pelo blanco desde que tengo memoria. Entonces yo empecé a ‘canar’ desde muy joven, y como mi pelo era tan negro, se notaba mucho y dado que estaba haciendo televisión, empecé a hacerme los tales rayitos. Pero no me pareció malo: eso era, sencillamente, lo que se hacía en ese momento. Además, me daba la excusa para cambiar de color, cambiar de cortes, y eso a mí siempre me ha gustado. Me movía también el hecho de que los personajes que yo interpretaba eran jóvenes. Pero las canas, para mí, nunca tuvieron una relación directa con la vejez —aunque hay que decir que la industria sí lo entendía así—. Entonces sí: las pintaba, fundamentalmente por trabajo, pero eso no quiere decir que me asustaran. Yo he aceptado cada etapa de mi vida con mucha naturalidad. Y es que, por más pelo oscuro que me ponga, no puedo pretender que a mí me llamen a hacer el personaje de una niña joven: eso no va a pasar.

Lo clave es saber aprovechar y gozar cada momento como venga. Además, ¿qué es ser joven? ¿Qué es ser viejo? Si se es joven, es desde adentro.

Me parece chévere que se cuiden, que se echen cremas y que se traten de mantener lo mejor posible: eso hacemos todas. Pero también, qué bueno ser conscientes del momento en el que realmente estamos y de que, en realidad, ¡gracias a Dios envejecemos! La alternativa a no envejecer es morirse joven. No: agradezcamos cada cana porque quiere decir que hemos vivido y que estamos vivos. 

Yo estoy feliz con mi pelo blanco, y con haberme quitado ese peso de encima de ir a la peluquería cada quince días. Dejé de pintármelo para La venganza de Analía. Para la primera temporada, me preguntaron si tenía algún problema con salir canosa, a lo que respondí que no. Así que le dije al peluquero: “Quíteme este color a ver qué encontramos”, ¡es que yo llevaba pintándome el pelo 30 años! Ahí vi que estaba blanca y fue… Fue como una liberación. No tuve ningún impacto negativo en el espejo. Al revés, me pareció maravilloso. De hecho, después de un tiempo me di cuenta que hasta estaba de moda y las jovencitas se pintaban el pelo de blanco”.


La edad de pensión y la psique colectiva 

Dr. Carlos Gómez Restrepo. Psiquiatra y decano de la facultad de Medicina de la Universidad Javeriana

“Definir la tercera edad es un ejercicio que tiene una estrecha relación con la edad de pensión de cada sociedad, de cada sistema. Hace algunas décadas, la gente moría más temprano: hacia los 68 o 70 años, en promedio. Y hace 100 años, la expectativa de vida era de unos 50. Pero la edad de fallecimiento ha ido cambiando mucho y, con ello, el inicio de la tercera edad.

Por esa razón, considero muy problemático que, en Colombia, la apuesta para la edad de pensión se haya mantenido igual durante tanto tiempo. Que no se haya modificado no es un adelanto ni una ganancia para celebrar. Por el contrario: es un atraso enorme. El mensaje que le da el sistema a una mujer de 57 años —o a un hombre de 62— es que es le llegó la vejez y que merece su pensión. Pero es que, en la actualidad, esa persona puede vivir no ocho ni diez años más —como antes—, sino quizá 20, 25 o 30 adicionales. Eso pone una presión insostenible sobre el sistema pensional porque, teniendo en cuenta los cambios demográficos previstos, no habrá suficientes jóvenes que mantengan ese gasto. Aquí seguimos pensando que la pensión es como un premio que cada cual se ganó, un derecho adquirido a proteger, pero lo cierto es que no entendemos la presión que sobre los jóvenes recae ni la mecánica insostenible de los números. Ese fenómeno genera incertidumbre, angustia incluso, y creo que no ha sido suficientemente visibilizado.

Hoy en día, una persona de 62 o 65 años no es vieja. Lo que yo veo en mi profesión es que las personas menores de 70 sienten por delante una vigencia importante. Creo que debe haber un cambio mayúsculo: la edad de pensión debe aumentarse. El Gobierno aún no ha empezado a sentir el embate de ese fenómeno porque en este momento más o menos el 15 % de la población es mayor de 60 años, pero ese porcentaje cada vez será mayor. Los pacientes que tienen esa edad —en su sexta década de vida—, comienzan a considerar que su vida va a cambiar y que quizá lleguen algunas limitantes. Pero es que, justamente, ese es un proceso de transición cada vez más largo: hasta quizá los 78 años, más o menos.

¿Y qué es común que la persona piense durante ese proceso hasta cuando lleguen realmente esas limitantes? Perciben la incertidumbre en torno a qué va a pasar: ¿Cómo voy a vivir? ¿Qué voy a hacer? Y dado que las familias están encogiéndose en tamaño, es frecuente otro interrogante: ¿Quién me va a acompañar, quién me va a asistir si lo requiero? Antes, lo normal eran cuatro hijos por familia; ahora, quizá un hijo y un perro, y lamentablemente el perro para eso no va a servir.

"Un recién pensionado puede vivir no ocho ni diez años más —como antes—, sino quizá 20 o 30 adicionales".

Asimismo, es común observar que a dicha incertidumbre le acompañe temor en torno a la muerte, aunque —siendo la persona cada vez más sana a esas edades— esta se siente lejos aún. También se presenta algo de insomnio. Hay depresiones cada vez más frecuentes y consumo de alcohol. Además, está todo lo que trae la viudez, que le da más duro a los hombres que a las mujeres porque nosotros nos sabemos cuidar menos. Y algunas veces, por dolores y por insomnio, se presenta consumo de sustancias psicoactivas, pero esto en menor frecuencia. Igualmente, se empieza a ver que hay un porcentaje de personas con demencia a partir de los 65; un porcentaje que —y esto le añade presiones colosales al sistema— se va multiplicando por dos cada cuatro o cinco años. Todo ello también está asociado con la soledad.

Como profesional de la salud considero que las siguientes son buenas estrategias para alargar el bienestar. Primero, uno debe envejecerse mentalmente más tarde, entendiendo que a los 65 o 68 años uno puede dar muchísimo todavía en este mundo. También, es clave socializar: participar en grupos, tener más contacto con otros —el que más se pueda— y lanzarse más a hacer cosas artísticas. Por otro lado, leer muchísimo, y claro: hacer ejercicio. Caminar, salir. Divertirse. De ahí que las ciudades también tengan que concebirse con parques y obras de infraestructura adecuadas para ello”.


Los matíces demográficos 

Ángela Vega. Exdirectora de censos y demografía del Dane

“En demografía, dividimos la población en tres grandes grupos: menores de 15; de 15 a 59 y los mayores de 60. Cuando hablamos de ‘envejecimiento de la población’, nos referimos a que la proporción perteneciente a ese tercer grupo crece en relación con los menores de 60.

En el censo de 2005, casi no aparecía población mayor de 100 años en Colombia, y la cúspide de la pirámide era muy delgada en la zona de los 80 años. Pero en el ejercicio de 2018, la cosa fue muy diferente: la cúspide se amplió y, con ello, nos empezamos a preocupar, incluso aun cuando nuestro país tiene un buen bono demográfico. No es que estemos ya todos viejos, sino que lo seremos, en mayor medida, en un par de décadas. Y para eso nos debemos preparar desde ya. Las personas que salgan del mercado laboral por edad serán dependientes del sistema de seguridad social, de los hijos y del entorno que se haya desarrollado. Además, será significativo el impacto en el sistema de salud, con un énfasis en la proliferación de enfermedades crónicas no transmisibles; esto contrasta con la época en que la población era menos vieja y nuestro perfil epidemiológico tendía más hacia las transmisibles. A eso se suma que, en Colombia, la tasa de fecundidad está cayendo de manera muy marcada, por lo que la población no se va a rejuvenecer a un ritmo normal y por lo que, además, habrá más hogares unipersonales y vulnerables a la falta de cuidado.

Las sociedades desarrolladas se están preparando para dichos escenarios abriendo sus fronteras a la migración, pero nosotros no somos receptores, no tenemos ese perfil.

En cuanto a expectativa de vida, un estudio reciente de Harvard ahonda en cómo, en Estados Unidos, esta no se está alargando en realidad, sino que esta se está acortando por factores como el uso de drogas y por los efectos del covid. Mi teoría, aunque no la he probado, es que quizá en Colombia esté sucediendo algo parecido: es posible que se esté acortando también aquí a razón de dos cosas principales: la violencia y el rejuvenecimiento de las enfermedades crónicas. Con lo segundo me refiero a que cada vez mueren más personas en edades más tempranas por afectaciones cardiacas, cáncer y otras enfermedades no transmisibles. Recordemos lo que sucedió en pandemia: los mayores de 60 fueron estipulados inicialmente como un grupo de riesgo prioritario, pero luego el Ministro de Salud dijo que no, que en ese entraban los de 50 en adelante.

"Habrá más hogares unipersonales y vulnerables a la falta de cuidado".

Entonces: las estimaciones sí dicen que, en números gruesos, vamos a vivir más tiempo, pero mi percepción, repito, es que quizá esos factores puedan llegar a matizar esa proyección. Los cambios culturales en torno a la edad dependerán de cómo se desarrolle la parte epidemiológica. Finalmente, en cuanto a cómo vemos edades más jóvenes ‘con canas’, también el mercado laboral influye mucho: lo cierto es que buscar trabajo a los 50 años sigue siendo muy difícil, salvo que seas —por ejemplo— un profesor. De continuar así, la visión sobre los 30 y 40 no cambiará demasiado”. 


El 'viejo joven' y el 'viejo viejo'

Dr. Carlos Cano. Jefe del servicio de Geriatría del Hospital San Ignacio

“El psicoanalista Erik Erikson no hablaba de una edad cronológica, sino de unas características que determinaban la diferencia entre un ‘viejo joven’ —quien tiene entre 60 y 80 años, a la luz de hoy en día— y un ‘viejo viejo’ —de 80 para arriba—. La del ‘viejo joven’ es una etapa de realizaciones, de cosechar los logros y de revisar la lista de metas por cumplir, así como también de algunos temores, pues sus propios padres, si estos viven, se pueden estar enfermando de hipertensión, diabetes, cáncer u otras cosas. Por eso, tienden a hacer un énfasis importante en el cuidado. Además, siguen siendo líderes en la familia, con enormes aportes para dar en términos incluso de sustento.

Por su parte, el ‘viejo viejo’ quizá ya ha superado el temor a la muerte, y ha entrado en una fase de aceptación del momento que vive: Erikson lo distingue como una suerte de irreverencia en esas personas que están llenas de sabiduría tras su experiencia acumulada. Ese conocimiento los lleva a tener una visión, digamos, más sabia; de a tomar mejores decisiones basadas en esa experiencia.

Pero hay quienes ponen en la misma bolsa a la persona de 60 que a la que tiene 105 años, y mire la distancia que hay entre los dos: 45 años de diferencia. Lo menciono para que vea la diversidad y diferencia entre las etapas de —digamos— la época con canas. Y quien las tiene porque tiene 40 o 50 años, está lejísimos de ser un anciano; no se comportará médicamente, ni socialmente, como tal.

En el hospital, donde soy jefe del servicio de Geriatría, los jóvenes tienen 83, 84. Y los viejos, más de 90. Y mire un dato interesante: estudios en el mundo han demostrado que, entre los mayores de 80 años, tan solo 5 % tiene una dependencia de cuidado absoluta.

La clave para el ‘viejo joven’ es la prevención porque el envejecimiento exitoso o saludable depende de qué tan funcional es uno —para vestirse, arreglarse, peinarse; o para ir al estadio, tomar un avión, abrir una cuenta bancaria—. Hay personas plenamente funcionales a los 90 y más. Pero cuando se pierde esa capacidad, se comienza a depender de algún tipo de asistencia. La OMS dice que las personas mueren cuando dejan de tener esa independencia, una que se disfruta así los tiempos para realizar cada tarea sean mayores. Hoy en día existe otro golpe que es el tecnológico. Me refiero a lo que han denominado ‘analfabetismo digital’ para la población vieja. Pero como dice un colectivo en España: “Somos viejos, pero no tontos”.

Sobre todo, es absurdo temerle a las primeras canas o arrugas: ¿quién después de los 20 se mira al espejo y no se ve una arruga? Todo el mundo las ve, incluyendo las reinas de belleza. El proceso de envejecimiento ocurre desde el nacimiento y conlleva una serie de características en cada una de estas etapas; por lo tanto, el consejo es vivir a plenitud. Envejecer es todo un proceso de adaptación. Las personas con mayor salud mental son aquellas que han sabido ser coherentes con su edad, y quienes han vivido a satisfacción cada etapa. Yo tengo pacientes de 80, 90 años, a quienes admiro por sus condiciones de salud física y mental. Y lo cierto es que la mayoría de los viejos son felices: gozan con lo que sea, con un regalo, con un partido de fútbol, con un villancico. No tiene sentido quedarse en una etapa de la vida”.