Biden, con su edad en contra,  hace malavares para convencer  a la gente de que la economía  está mejor que antes. No hay precandidato  republicano que le compita  a Trump, por ahora.
16 de Enero de 2024
Por:
Gabriel Silva Luján*

 

La potencia económica y militar número uno del planeta está sumida en una campaña presidencial caótica. Trump, con su insospechada tracción popular, hace campaña entre juzgado y juzgado. Y Biden, en la orilla demócrata, renueva su tono con la esperanza de renacer en las encuestas.

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Elecciones en Estados Unidos ¿Se derrumba el templo?

El 2024 es un año extraordinario desde el punto de vista político. A lo largo de los doce meses que vienen, según The Economist, más de la mitad de la población mundial entrará en procesos electorales. Algunos de esos comicios serán simplemente una farsa —como el caso de Rusia— y otros ocurrirán en el contexto de sistemas políticos considerados legítimamente democráticos. Sin embargo, entre toda esa avalancha de elecciones, hay una que se destaca sobre todas las demás. Obviamente, nos referimos a las presidenciales en los Estados Unidos.

Aunque lo que pasa en Washington es siempre de interés para el resto del mundo, en el caso de las próximas elecciones hay mucho más en juego que simplemente quién va a gobernar a los Estados Unidos. Dados los hechos que rodearon los últimos comicios, como la toma del Congreso y la actitud de Trump de negarse rotundamente a aceptar la derrota, los votantes estadounidenses no solo decidirán quién llegará a la Casa Blanca. De hecho, estarán enfrentados a un dilema aún más fundamental. Cuando los gringos se acerquen a las urnas a depositar su voto estarán escogiendo no solo un hombre, sino que estarán optando entre la institucionalidad democrática y el populismo autoritario.

Aunque, a primera vista, la escogencia sería obvia, las cosas no son tan fáciles. El candidato que tiene hoy la ventaja —en medio del estupor que embarga a los demócratas de todo el mundo— es Donald Trump. En las primarias del Partido Republicano, Trump no tiene contrincante. Inevitablemente, es el caballo ganador. Además, como están hoy las cosas, si las elecciones fueran mañana incluso le ganaría a Biden. Ante esa situación, es ineludible preguntarse cómo un candidato con más de noventa investigaciones penales de todo tipo, acusado de insurreccionarse contra la Constitución, que recibió dineros de potencias extranjeras, que sus compañías han sido condenadas por fraude, que es un misógino y maltratador reconocido, puede liderar en las encuestas.

“¿Cómo un candidato con más de noventa investigaciones penales, un misógino y maltratador reconocido, puede liderar en las encuestas?”

Las raíces de la coyuntura 

Hay analistas que consideran lo que está ocurriendo como algo inédito en la política americana. En realidad no es así. Los Estados Unidos están experimentando el renacimiento vigoroso de unas actitudes culturales —porque no se pueden llamar ideologías— que han estado históricamente latentes en la vida social y política de la sociedad estadounidense.

La primera de ellas, que es uno de los determinantes más catalíticos del ascenso de Trump, es la xenofobia y el rechazo a los inmigrantes. Esa actitud se ha exacerbado porque durante el Gobierno de Biden se ha observado una de las avalanchas de migrantes ilegales a los EE. UU. más grande en la historia reciente. El malestar colectivo con ese influjo de personas, sumado al costo económico y social, ha trasladado al campo de Trump a muchos votantes, incluso a muchos independientes y demócratas.

El racismo, que estuvo arrinconado por la vía de las disposiciones legales y la inclinación liberal de las cortes y del sistema político, ha resurgido con una fuerza inusitada. La violencia contra las minorías se ha incrementado. Los supremacistas blancos han sido legitimados por el abrazo de Trump, que incluso llegó a decir que los migrantes “envenenan la sangre americana”. El racismo se ha normalizado y muchos americanos blancos que eran tolerantes se han empezado a unir a esa corriente.

Sesenta años después del desmonte de la discriminación por parte del presidente John F. Kennedy y de la instauración de la acción afirmativa en pro de los afroamericanos, esa actitud ha dado un giro radical. Las cortes y sectores incluso demócratas consideran hoy que no debe haber “privilegios basados en la raza”. Biden tiene el problema de que encarna la vieja escuela demócrata liberal de favorecimiento de minorías en momentos en que la opinión marcha en la dirección contraria.

Los Estados Unidos es un país con una tradición libertaria y federalista muy arraigada. Todo lo que sea centralismo, poderes federales, constreñimiento a las libertades individuales y control al porte de armas, genera rechazo. El odio a Washington D. C. y al establecimiento político reside en muchos corazones. El que logre ser el “outsider” atraerá a muchos electores, particularmente cuando las redes y las corrientes ideológicas han agudizado las tendencias libertarias e individualistas. Trump ha logrado conquistar el corazón de este grupo, que incluye a un creciente porcentaje de jóvenes que, en el pasado, se habrían ubicado en el campo demócrata.

El aspecto más grave es que ese anticentralismo libertario se ha traducido no solo en un rechazo a los políticos. La democracia y sus instituciones son observadas por muchos republicanos de derecha como cómplices del poder de Washington que roba elecciones y ahora quiere quitarles la oportunidad de votar nuevamente por Trump. El candidato republicano es visto como una víctima de “la democracia corrupta”. El crecimiento del número de votantes que excusan o minimizan la toma del Capitolio, instigada por Trump, es alarmante.

La victoria demócrata en las midterms no fue un reconocimiento a la gestión de Biden.

Un contendor con debilidades 

Del otro lado está Biden, presidente actual y candidato indisputado del Partido Demócrata. ¿Podrá un hombre de 81 años, mal llevados por cierto, derrotar a Trump? Ciertamente, hoy las apuestas se inclinan del lado del candidato republicano. Sin embargo, todavía es muy temprano en el proceso para dar por garantizada una derrota del actual inquilino de la Casa Blanca. Biden puede ganar, pero tendrá que cambiar su estrategia de manera radical.

Biden empezó su campaña con la convicción muy típica de los mandatarios que buscan reelección. Siempre creen que su “track-record” en el gobierno es tan bueno que eso por sí solo los llevará a la victoria. Generalmente se equivocan, como ocurrió con Biden. Siguiendo el ejemplo de Bill Clinton, le apostó al ya famoso aforismo “Its the economy, stupid”. Dado que, en efecto, la economía ha mejorado significativamente durante estos años —inflación bajando, crecimiento sostenido, pleno empleo—, los estrategas le recomendaron que se aferrara a esos resultados. 

El problema es que las cifras dicen una cosa y la opinión, otra muy distinta. Las encuestas muestran que los gringos se sienten económicamente mal y son pesimistas frente al futuro personal, a pesar de que tienen empleo y sus ingresos reales han mejorado de manera significativa. Ese divorcio entre lo que se ve a nivel macro y lo que perciben las familias frustró el intento de Biden de cabalgar hacia la victoria sobre el corcel de su manejo económico. En medio del desconcierto en la campaña de Biden por los pobres resultados en las encuestas, se empieza a notar un cambio de actitud. Ahora se trata de reconocer el verdadero dilema que se esconde en estas elecciones: no es el de escoger entre Biden y Trump, sino entre las instituciones democráticas y el populismo autoritario, misógino, racista y xenófobo.


Aun cuando no es un candidato fuerte, Biden representa, para muchos, la defensa democrática de los derechos de las minorías en un momento en el que estos parecen estar amenazados. Foto: Getty Images. 

En los últimos días, la cuenta de Twitter (ahora X) de Biden muestra una actividad más orientada a criticar la amenaza que es Trump para la democracia. El seis de enero, visitó la iglesia de la Madre Emanuel donde, en 2015, en Carolina del Sur, ocurrió el asesinato de nueve afroamericanos a manos de un supremacista blanco. Allí, criticó a Trump por “glorificar” en vez de condenar la violencia política. También dijo: “La supremacía blanca es un veneno, a través de nuestra historia, que ha rasgado esta nación”. Al día siguiente, se reunió en la Oficina Oval con un grupo de académicos e historiadores “para recibir sus opiniones sobre las amenazas actuales contra la democracia. Aquí en EE. UU., y en todo el mundo, [ellos] entienden lo que la historia nos ha enseñado: la democracia nunca está garantizada. Cada generación debe luchar para mantenerla”.

La pregunta es si este camino es suficiente para llevarlo a la victoria. La evidencia de elecciones recientes sugiere que es muy posible o que por lo menos le puede ir bastante mejor que por el camino en que venía. Las elecciones de “mitaca” de noviembre 7 de 2023 son un buen proxy de lo que podría ocurrir este año si Biden sigue ese camino. La tradición, pocas veces alterada, de que el partido fuera del poder le gana estas elecciones al partido de gobierno se rompió el año pasado. A pesar de que los republicanos cantaban victoria anticipada en las elecciones legislativas, en las de gobernadores, de alcaldes y en los parlamentos estatales, la gran sorpresa fue que los demócratas obtuvieron la victoria a nivel nacional.

La explicación de esa victoria demócrata no radica en el reconocimiento a la gran gestión de Biden. Surgió por la preocupación de los independientes, y de muchos otros grupos que usualmente no participan, con las decisiones de la Corte Suprema. Estas, contra el derecho al aborto, las garantías electorales federales, y la acción afirmativa en favor de las minorías en las universidades, preocupan a los electores. Es decir, en efecto hay una gran sensibilidad al atropello a los derechos democráticos de los ciudadanos y a la afectación a libertades individuales asociado con Trump y el extremismo de derecha.

Al sincerarse la verdadera naturaleza de estas elecciones presidenciales —“democracia vs. autoritarismo”— es posible que los mismos electores que le dieron una paliza a los republicanos en 2023 repitan la gracia el próximo noviembre. Entonces no todo está perdido. Parece una tragedia griega: un hombre de 81 años, al final de sus días, carga sobre sus hombros, como atlas, la democracia del mundo. Ojalá no desfallezca o el templo de las libertades, los derechos y la democracia está en severo riesgo de derrumbarse. 

*Exembajador de Colombia en Estados Unidos.