Ilustración Shutterstock.
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18 de Enero de 2024
Por:
Ricardo Silva Romero

Y comenzó el cuarto año —el último, al parecer— de una “transición planetaria” con lecciones inaplazables para nuestra especie. Lea las predicciones, mes a mes, para el fin de un ciclo que comenzó con una pandemia y que terminará, ojalá, con una humanidad más sensata.

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2024, por Ricardo Silva Romero

UNO

Cuento a mil, acezante, la historia de cómo llegué a escribir esta crónica predic - tiva sobre el bisiesto que sigue empezando: este 2024 que la astróloga arquitecta Diana Ramírez, voz de la conciencia de esta casa, ha llamado “el año de la claridad”. Yo no temo a los esoterismos porque tuve, o sea que tengo, un papá profesor de Física que leía el tarot, la mano y la letra. Puedo recomendarles siete tarotistas. Puedo recomendarles tres astrólogos. Saqué en el 2018 una novela zodiacal que no solo trajo a Diana a nuestra vida, sino que la convirtió en fuente principal de un artículo, encargado por esta misma revista, sobre qué iba a pasarnos a todos en 2020. Ese texto, que retrataba la pandemia a su manera y justo a tiempo, fue el origen de aquellas agendas vaticinadoras —con vocación de kits para tiempos de crisis— que aparecieron en 2021, 2022 y 2023: las Memorias Ilustradas de la red de creadores del 603 de La Gran Vía. Ese texto es la razón de ser de esta continuación.

Si algo nos ha repetido Diana, desde la noche alegre en que la conocimos Carolina y yo, es que de 2020 a 2024 el asunto de fondo ha sido sobrevivir a una transición planetaria —elija usted su propio adjetivo: “brutal”, “radical”, “fundamental”— que va a mandarnos a otro mundo. Ya vieron ustedes lo que nos pasó allá afuera: las oportunidades inesperadas, milagrosas, para montar países más solidarios, más justos, sí, pero también la pandemia, el estallido social, la crisis de las democracias, el declive de la Carta de las Naciones Unidas, el triunfo de las noticias falsas, los exilios, los despotismos, las invasiones, las guerras, las masacres, los exterminios y las inteligencias artificiales dignas de las peores distopías. Y, sin embargo, no solo la especie humana, sino cada uno de nosotros libró una batalla interior como la que libran los protagonistas de las novelas de iniciación.

Piensen en Jane Eyre, en David Copperfield, en Jo March, en Martín del Castillo, en Holden Caulfield, en Marjane Satrapi: de 2020 a 2024, todos nosotros, jóvenes o viejos, hemos estado viviendo una novela de aprendizaje que ha ido desde la desilusión profunda hasta la pregunta de si seremos capaces de la transformación. Dice Diana que el 2024 es la última de las pruebas: el momento cumbre del drama en el que todo lo aprendido, todo lo visto, debe servir para hacernos cargo de nuestra propia suerte. ¿Nos quedaron claras las lecciones de 2020, de 2021, de 2022, de 2023? ¿Somos otros? ¿Fuimos capaces de ir del desengaño a la adultez?, ¿de la reacción a la reflexión?, ¿del narcisismo a la solidaridad? ¿Por fin pondremos la vida en su sitio? ¿Viviremos varados en el 2019, delirantes y dramáticos en el camino a la extinción, por siempre y para siempre?

DOS

Sea como fuere, dice Diana, la suma de todos los planetas directos hará de enero un río en paz que desembocará en un mar picado. A mediados de febrero se encontrarán Plutón, Marte y Venus en la puerta de Acuario, como semidioses que echan a andar tramas enteras, para que vengan las protestas sociales de varias semanas —lideradas por los jóvenes que desafían las versiones oficiales de los establecimientos— a recordarnos que el asunto de fondo es rebelarnos a nuestra vocación depredadora, pero, como si no bastaran las imágenes de estudiantes rompiéndolo todo para que nos demos cuenta de que todo estaba roto desde antes, las apariciones tanto de Quirón como de Lilith servirán a una lección incontestable para la especie: tendremos claro, ante las catástrofes naturales, que el cuerpo de la Tierra no está dispuesto a vivir por mucho tiempo más con esta plaga que somos.

Marzo se sentirá como una bruma llena de conjeturas, de ensoñaciones, de la que despertaremos por culpa de un par de eventos vengadores, confrontadores a morir. Pero abril, que será el mes en el que Júpiter volverá a encontrarse con Urano, en Tauro, 88 años después, hará las veces de una liberación tajante —de una sublevación contra todo lo represivo de adentro y de afuera— que tiene cara de giro de la historia: los planetas nos susurrarán del primer día al último, “silencio”, “va demasiado rápido”, “está dando demasiadas cosas por sentadas”, “deje de admirarse en el espejo”, “recobre la compasión que nos redime a todos”, “libérese del pensamiento de manada”, “lea dos veces la vida”, para que dejemos de sentirnos el centro de la Tierra.

No hay país ni organización del mapamundi de hoy que no esté viviendo un pulso contra sus jerarquías. No hay ciudad ni hay ventana del planeta de ahora que no esté cuestionándose sus autoridades: sus curas, sus rectores, sus generales, sus gobernantes. Y en ese mes de mayo, con ese sistema solar que estará viajando de Piscis a Tauro, con ese Marte en Aries que estará cruzándose con Quirón, todos tomaremos impulso para que no nos dejen atrás la nueva era, ni la búsqueda de un propósito, ni el empeño de conquistar nuestra salud mental, ni la necesidad de comprender de una vez, antes de que sea más tarde, que nuestro contexto es el universo. Y en junio, cuando Neptuno se una a Júpiter, vendrá con toda su belleza y toda su angustia una nueva oportunidad para la solidaridad.

"Hemos estado dilapidando oportunidades para una transformación de la megalomanía a la solidaridad".

TRES

“Humano” es sinónimo de “benigno”, pero también de “cruel”: “Toda la vida trató de ser una buena persona, pero muchas veces falló, porque, después de todo, era apenas humano: no era un perro”, escribió Snoopy en la viñeta del 30 de diciembre de 1991. Se sabrá en julio qué es eso que somos. Nuestra astróloga Diana Ramírez advierte que seremos testigos de los estertores de Neptuno en Piscis, y, no obstante, antes de que la travesía de semejante planeta vuelva a comenzar, será revelada alguna nueva forma de alterar la consciencia o alguna experiencia con la que no contaban nuestros cuerpos. Tendrá algo de paréntesis este mes. Vendrán los memes manidos pero chistosos sobre el cantante, como si de verdad estuviéramos de vacaciones.

Agosto será el fin de la tregua. Seremos ciclistas que empiezan a escalar una montaña rodeados de gritos de impaciencia. Habrá optimismo alegre —revela Diana Ramírez— porque Júpiter estará en Géminis, pero también habrá reflexión profunda e investigación de uno mismo cuando Saturno llegue a Piscis. Habrá rupturas sentimentales, cenagosas y definitivas, pues Marte estará enfrentado a Venus. Habrá terquedad, además, porque el famoso Mercurio Retrógrado hará su aparición. “Pero empieza a configurarse el presagio de 2025 que nos tiene esperanzados a los lectores de las estrellas: la configuración entre Urano, Neptuno y Plutón, que es la puerta de salida de un largo túnel que nos deja en un paraje completamente distinto”, explica Diana. “Es una realidad mágica, desconocida: un gran salto de evolución de conciencia”.

Es apenas un anuncio: “No desfallezcan que viene algo mejor”. Pues el sombrío septiembre será trabajo duro: un regreso pausado, en sol menor, a las conversaciones pendientes, a los cabos por atar, a los viejos conflictos, de adentro  y de afuera, que toca encarar. Y solamente hacia la mitad de octubre, cuando Marte, Urano y Neptuno se junten, volverá a verse aquel horizonte despejado —el de 2025— en el que por fin se expandirá la conciencia. Noviembre verá radicalizaciones e intentos de guerras, ya que Plutón se pondrá frente a Marte, y también será el momento preciso para enfilarse hacia la transformación. Vendrá, al final del año, la fatalidad que trae el pulso de Quirón con Lilith, y sin embargo diciembre será, por obra y gracia del paso de Plutón y de Venus por Acuario, el mes de la liberación de la energía femenina.

El Día de las Velitas serán evidentes, según Diana, “la capacidad de amar sin restricciones, la posibilidad de expresarse sin censuras, la sensibilidad nueva del colectivo”.

CUATRO

Confieso a mil, entrecortado, una sensación que quiero sacudirme después de estos cuatro años de vaticinios que han sido una prueba para los nervios: la sensación angustiosa de que, crea uno o no en la lectura del cielo, crea uno o no en las terapias ingeniosas, crea uno o no en la astrología, en el tarot, en la quiromancia, en la grafología, hemos estado dilapidando oportunidades para una transformación de la megalomanía a la solidaridad. Esta especie ha estado en mora de lograr, de puertas para adentro y de puertas para afuera, y en todos los hombres que se pueda y todas las mujeres que se alcance, un verdadero equilibrio entre lo masculino y lo femenino: entre lo épico que se lo inventa todo y lo dramático que consigue la redención.

Yo, de tanto creer en lo que sea, como mi papá nos lo enseñó, me comí entero el cuento de que estábamos cambiando porque el encierro del pasado bisiesto nos había puesto enfrente de un espejo. Yo, que soy profundamente ingenuo, que me dejo deslumbrar por cualquiera que sonría, me ordené a mí mismo servir para algo: escribir cosas que alivien e incomoden, por ejemplo. Pero luego, a finales de 2021, me partió el corazón que volviéramos afuera a permitirnos la ruina de la Tierra, a sabotearnos la paz, a empobrecernos las democracias, a llevarnos de las posverdades a los hechos alternativos, a matarnos con sevicia, a explotarnos sin clemencia, a ningunearnos con disciplina, a pavonearnos frente a los desposeídos, a creernos que el mundo no está en guerra, a promovernos la idea fatal de que el sentido de la vida es ganar —putos premios, putas listas de ventas— y a portarnos como esnobs que defienden esa jerarquización tan violenta, tan turbia, que de cultura en cultura ha engendrado el machismo, el clasismo, el racismo, la homofobia.

Creo en la lectura del cielo de Diana Ramírez, pero si no lo hiciera, si fuera otra persona, si hubiera sido educado para atenerme a los hechos sin leerlos entre líneas, sin interpretarlos, querría notar lo evidente: que le ha llegado la hora a esta especie. Y que eso no solo quiere decir que estamos en el borde del precipicio una vez más, sino que, como si hubiera Dios, como si la clemencia fuera la razón de ser del universo, tenemos por delante la enésima oportunidad para convivir con la vida: con todo lo vivo —con el planeta, y la sociedad, y el barrio, y el corazón propio— que pega sus gritos para despertarnos. ¿Seguiremos aniquilándonos de palabra, obra y omisión? ¿Seguiremos menospreciándonos, despreciándonos, desconociéndonos? ¿Cruzaremos el túnel del 2024 dispuestos, por fin, al vaivén de la paz?

No soy el mejor ejemplo, pero yo creo que sí. Que será lento, a paso humano, porque llevamos siglos en esta lucha por la transformación. Que seguirá en pie, con la furia de una inercia, aquella parte de la especie que entiende el mundo como un lugar a descubrir, conquistar, colonizar, subyugar y explotar. Pero que cruzaremos este año hacia una orilla —ese 2025 que tiene cara de puerto— en el que morirá esta resignación terrible a ser nuestros propios depredadores.