06 de diciembre del 2024
Foto: Shutterstock
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28 de Febrero de 2024
Por:
Amira Abultaif Kadamani

Con tratamiento médico y apoyo familiar o social es posible superar por completo la depresión posparto, un trastorno afectivo y mental con marcadas causas biológicas y determinantes socioeconómicos. 

El lado oscuro de dar a luz

 

EN AGOSTO DE 2023, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA en inglés) aprobó el primer fármaco oral para tratar específicamente la depresión posparto, una alteración que sobrepasa la capacidad de la mujer para adaptarse a los cambios vitales que implica tener un hijo.

Se trata de la zuranolona, una versión sintética de la alopregnanolona, que es un subproducto natural de la progesterona —la hormona esteroidea que, junto con los estrógenos, reinan durante el embarazo—. Este medicamento actúa sobre los receptores de ácido gamma-aminobutírico (GABA) del cerebro, restableciendo su correcto funcionamiento, con lo cual se regula el estrés y el estado de ánimo. Así, la zuranolona se suma a la brexanolona, aprobada en 2019 por la FDA también como tratamiento particular de la depresión posparto. Ambos son neuroesteroides, tienen el mismo mecanismo de acción, pero con una diferencia sustancial: este último se aplica por vía intravenosa y requiere seguimiento hospitalario, mientras que la zuranolona es una píldora que puede tomarse en casa.

“La evidencia muestra que responden muy rápido —de dos a tres días— ante los síntomas depresivos del embarazo y/o el posparto (ver recuadro), en comparación con los antidepresivos convencionales, cuyo efecto completo se ve en el lapso de dos a tres semanas. En Estados Unidos se usan para casos muy severos”, explica la psiquiatra Alina Uribe, especializada en salud mental perinatal quien, adicionalmente, advierte el altísimo costo de estos fármacos: una dosis de brexanolona sobrepasa los 30.000 USD.


El embarazo dispara los niveles de estrógenos y progesterona. Tras el parto, caen. 


Aunque ninguno de los dos existe en Colombia, las opciones farmacológicas disponibles en el país son amplias y arrojan muy buenos resultados, según los especialistas. Los medicamentos de primera línea son los antidepresivos convencionales, usados también para abordar depresiones por múltiples causas y desencadenantes. La mayoría de ellos son serotoninérgicos, es decir, permiten que en el cerebro aumente la serotonina, el neurotransmisor y la hormona que modula la conducta social, las emociones y diversas funciones fisiológicas. “Hay muchos medicamentos que son muy seguros durante el embarazo y la lactancia, pero aquí se cree que su consumo le hace daño al bebé y lo primero que se hace es suspenderlos, y eso es muy riesgoso, sobre todo sin una orientación médica. O también pasa que las mujeres deprimidas consultan muy tarde, es decir, después de que terminan de lactar, lo cual empeora el panorama”, recalca Uribe. Ella, que atiende consulta privada y trabaja en el centro de fertilidad de la Clínica de la Mujer, asegura que, grosso modo, una de cada cinco mujeres sufre depresión posparto sin importar el tipo de parto, las circunstancias ni los antecedentes. Más aún, puede ocurrir no solo después de dar a luz, también antes, lo que se conoce como depresión periparto.

De esto también es testigo el ginecobstetra Wilmer Hernández, parado en la orilla de atención desde el Hospital San Rafael y el Hospital de Suba: “En nuestro país los embarazos suelen ser no planeados, pero al final terminan siendo aceptados porque se piensa que cada niño viene con su ‘pan debajo del brazo’. Pero eso no impide que muchas mujeres se depriman durante la gestación. No obstante, el actual sistema de atención prenatal del país hace posible que tan pronto una embarazada inicia consulta ginecológica, los especialistas en atención materno fetal tengamos programas y lineamientos precisos para buscar activamente síntomas y signos de depresión, siguiendo las escalas de riesgo definidas; y conforme a cada caso, activamos o no las rutas de atención de salud mental según su la gravedad: psicología, psiquiatría o trabajo social”.

Para compensar, durante la lactancia el cuerpo libera oxitocina, la llamada hormona del amor.

 ALGO MÁS QUE TRISTEZA

Sea intencional o no, el embarazo es un periodo especial de la vida de la mujer que puede generar una gran felicidad, pero también malestar, miedo, ansiedad, angustia e incertidumbre. E indiscutiblemente, tener un hijo es un giro sustancial de vida. Los cambios físicos, emocionales y sociales son pronunciados, y ni qué decir de los biológicos: durante esta etapa, los estrógenos y la progesterona aumen- tan unas 10 veces sus niveles promedio a lo largo de nueve meses, y tras dar a luz, caen en picada abruptamente. El cuerpo, siempre sabio, le da paso a otros mecanis- mos compensatorios, como la liberación de oxitocina —la llamada hormona del apego o del amor— durante la lactancia.

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Gestionar esas transformaciones hace parte del proceso adaptativo normal de una mujer convertida en madre. Y en ese tránsito también es normal que cerca de 70 % de ellas sienta tristeza tras el alumbramiento, pues ahí sobrevienen una cantidad de situaciones desconocidas y abrumadoras.

Pero, ¿cuándo eso deriva en un trastorno? Cuando al cabo de unas semanas, generalmente un mes, la nueva mamá se sigue sintiendo mal. Todo tiene que ver con la intensidad y la duración de los síntomas. Si son tan severos como para no quererse levantar de la cama, no sentir un vínculo estrecho con su recién nacido, llorar reiteradamente, despreocuparse por el cuidado de sí misma y el de su hijo, entre otros, es porque se está configurando algo que sobrepasa la tristeza. Más si eso ocurre todo el tiempo y durante muchos días, lo cual impide que pueda estar 100 % presente con su bebé y viva la maternidad a través de los síntomas de la depresión, que es la alteración afectivo mental más frecuente, pero no la única.

También se pueden presentar trastornos de ansiedad u obsesivo-compulsivos o psicosis, siendo este último el cuadro más grave porque puede derivar en ideas suicidas o infanticidio, una situación rara cuya incidencia es de uno a dos casos por cada 1.000 nacidos, conforme explica Gabriel Oviedo, director del departamento académico y asistencial de psiquiatría de la Universidad Javeriana y el Hospital San Ignacio.

"Según la psiquiatra Alina Uribe, una de cada cinco mujeres sufre depresión posparto sin importar el tipo de parto, las circunstancias ni los antecedentes. Más aún, puede ocurrir no solo después de dar a luz, también antes, lo que se conoce como depresión periparto".

A su juicio, por fortuna cada vez hay mayor sensibilidad por parte de los ginecólogos para detectar riesgos de salud mental, hacer seguimiento, empezar tratamiento farmacológico en ciertos casos y hacer las remisiones hacia los especialistas correspondientes. Aunque son muy efectivas, la medicación y la psicoterapia, que deben ir de la mano, no son las únicas líneas terapéuticas disponibles en Colombia. “En algunos casos de depresión periparto o posparto, con y sin psicosis, también aplicamos la estimulación magnética transcraneal a través de una terapia electroconvulsiva, que se hace bajo anestesia general o relajación, y resulta muy efectiva y segura”, afirma Oviedo.

Tanto él como Uribe y Hernández coinciden en que, aunque el embarazo y el posparto tengan sus luces y sus sombras, hoy existen las herramientas y el conocimiento para que estas últimas no eclipsen una de las experiencias más enriquecedoras y decisivas en la formación de un ser humano: ser mamá. 

SIGNOS Y SÍNTOMAS

• Desánimo permanente.

• Dificultad para conectarse emocionalmente con el bebé y tomar decisiones sobre el cuidado de su hijo y de sí misma.

•Ideas de querer desaparecer o morir, o pensamientos catastróficos sobre la maternidad.

• Insomnio reiterado.

•Ansiedad permanente.

• Llanto constante.

• Pérdida del apetito.

• Desinterés por hacer cualquier actividad.

• Desesperanza.

PRINCIPALES FACTORES DE RIESGO:

Antecedentes familiares o personales de depresión u otras alteraciones mentales.

Disfunción en la relación de pareja o violencia intrafamiliar.

Complicaciones o traumas en el embarazo o durante el parto.

Embarazo no deseado.

Poca o nula red de apoyo.

Vivir lejos de la familia.

Tratamientos fallidos de fertilización in vitro.

Ingreso del recién nacido a una unidad de cuidados intensivos.

Complicaciones de salud del bebé.

Consumo de sustancias psicoactivas.

Enfermedades autoinmunes de la madre.