Foto de Patrick Hendry en Unsplash
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26 de Octubre de 2022
Por:
Francisco José Lloreda Mera*

El presidente de la Asociación Colombiana de Petróleo y Gas explica por qué la requerida diversificación energética debería apalancarse, justamente en la industria que representa.

Los dilemas del cambio climático, una mirada desde los hidrocarburos

DANIEL YERGIN, reconocido experto en temas energéticos, señaló en la revista The Atlantic que la empresa North Face se negó a fabricar 400 chaquetas para una empresa de servicios petroleros en Texas, aduciendo que sus políticas de sostenibilidad ambiental se lo impedían. Lo que olvidó la empresa de ropa para exteriores North Face es que el 90 % de los materiales que utiliza en la fabricación de sus chaquetas y de la mayoría de sus productos son derivados del petróleo y del gas natural, a través de un proceso petroquímico. Este caso evidencia la complejidad –e incluso las contradicciones– en la que se encuentra el mundo dada la alerta de cambio climático, siendo tan dependiente de los combustibles fósiles. De ahí la importancia de profundizar en el tema.

El cambio climático es real. La temperatura del planeta se ha incrementado un grado centígrado desde la era preindustrial. Si bien hay quienes cuestionan cómo se adelanta esa medición, incluso algunos críticos del “alarmismo ambiental” lo admiten. Existe, sin embargo, una discusión mucho más de fondo sobre sus causas: si es un fenómeno natural cíclico que requiere de adaptación y cuáles son los factores determinantes. Y si  en realidad el comportamiento errático del clima y los desastres naturales de los últimos tiempos se debe al mismo. Independiente de ello, los riesgos identificados, probables y posibles, de un cambio pronunciado en la temperatura son suficiente razón para tomarlo en serio y para hacer todo lo racionalmente posible para evitar que ocurra.

No debe existir duda acerca del mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes del planeta desde la Primera Revolución Industrial, que data del siglo XVIII, cuando se iniciaron las mayores transformaciones tecnológicas, económicas y sociales en la historia de la humanidad. Un punto de inflexión que cambió para siempre la manera de vivir: de una actividad productiva basada en la capacidad muscular humana y animal, al invento de la máquina a vapor, que transformó una fuente primaria de energía de alto nivel calórico –el carbón– en un instrumento que cambiaría el mundo, el comercio y las comunicaciones hasta la Segunda Revolución Industrial, a mediados del siglo XIX e inicio del XX, al descubrirse y desarrollarse el petróleo como otra fuente de energía.

Es así que los llamados “combustibles de origen fósil” –el carbón, el petróleo y el gas– han sido la principal fuente primaria de energía desde hace dos siglos. Hoy, representan más del 80 % de la energía que se produce y usa a diario a nivel mundial y así ha sido en los últimos cuarenta años. Por eso, no debe sorprender que al hablar de cambio climático, de manera espontánea se piense en cómo reducir su producción y consumo, e incluso en prohibirlos. Y no debe extrañar, pues la ciu- dadanía tiende a asociar el dioxido de carbono, CO2, con contaminación y calentamiento global. Es obvio que así sea, por la quema de carbón y de gas natural para la generación de electricidad, y los residuos de los motores de combustión de pe- tróleo y gas, que se utilizan para el transporte.

El dióxido de carbono, CO2, es esencial para la vida en el planeta. Es la principal fuente de carbono para su subsistencia. Todos los organismos aeróbicos que respiran, inhalan o exhalan CO2. Los seres humanos inhalamos oxígeno, O2, y exhalamos CO2; las plantas, por el contrario, inhalan CO2 y exhalan O2. Es decir, sin dióxido de carbono, no habría vida en el planeta. Como parte del ciclo del carbono, las plantas, las algas y las bacterias capaces de realizar fotosíntesis oxigénica, usan la energía solar para fotosintetizar carbohidratos a partir del CO2 y agua, mientras que el oxígeno, vital para el ser humano y millones de especies animales y vegetales, es liberado como deshecho. Es decir, el problema no es el CO2 per se, sino –y como se indicará– el exceso que hoy se produce.

Es así que el planeta no está siendo capaz de absorber, de “reciclar”, el volumen de CO2 que se genera y que dependiendo de la fuente, se estima en 39.000 millones de toneladas al año. El CO2 representa el 76 % de los Gases de Efecto Invernadero, GEI, que incrementan la temperatura. Es decir, el 24 % de los GEI no están asociados al dióxido de carbono. Pero vamos más allá: del 76 % que aporta el CO2, 40 % se origina en el uso del carbón, 31 % en el petróleo y 21% en el gas natural. Es decir, el petróleo y el gas son responsables del 23 % y 16 %, respectivamente, del total de GEI. Dicho de otra manera: el 61 % de las emisiones respon- sables del calentamiento global no tienen que ver con petróleo y gas; podrían prohibirse y no necesariamente pararía el cambio climático.

Un punto relevante en la discusión es el aporte de Gases de Efecto Invernadeo, GEI, por sectores. A nivel global, 73 % de los GEI están asociados a la generación y uso de energía y 18 % a agricultura, ganadería, deforestación y mal uso de la tierra, lo que se conoce como AFOLU por sus siglas en inglés (Agriculture, Forestry, Other Land Use). En Colombia es diferente: el 30 % de las emisiones están asociadas a energía (11,4 % sector mineroenergético) y el 55 % están asociadas al AFOLU. Es más, los hidrocarburos contribuyen con solo 7 % de los GEI del país siendo que este aporta solo 0,05 % del total de las emisiones globales. Ello con- firma que el caso de cada país es distinto; de ahí que no tenga sentido, al buscar acuerdos globa- les, necesarios, imponer “recetas universales.”

Tan grave es el calentamiento y los estragos que se asocian al mismo si no se detiene o mitiga, o si la humanidad no se adapta a tiempo, como creer que la transición se dará de la noche a la mañana. Fue positivo el compromiso de la COP26 en Glasgow para erradicar la deforestación y reducir las emisiones de metano –un gas más nocivo que el CO2 para el calentamiento– pero no hubo acuerdo sobre la prohibición del carbón y el máximo de temperatura aceptable. ¿Falta de compromiso? De algunos, sin duda. Pero también, una buena dosis de sinceridad. Más, luego de la reciente crisis energética en Europa y en Asia por el crecimiento en la demanda de energía: países que prometieron desterrar el carbón y el petróleo terminaron buscándolos, desesperados.

La lucha contra el cambio climático es necesaria. Pero requiere realismo y responsabilidad, y un compromiso más decidido de los países más desarrollados, en especial de Estados Unidos, China y Rusia, y de algunos países europeos, expertos en pontificar y en pretender imponer su agenda al mundo, cuando se hicieron ricos a punta de petróleo y gas. Si los más ricos –que de paso son los que más han aportado y siguen aportando GEI– no ayudan a financiar una transición integral en los países menos desarrollados, es decir, no solo energética sino involucrando a otros sectores aportantes de GEI, será imposible alcanzar lo acordado en las COP21 y COP26. Un tema espinoso, pues no es claro incluso dónde están los 100.000 millones de dólares comprometidos en París en 2015.

No es moralmente aceptable pedirles a los países menos desarrollados que den un salto al vacío. India, por ejemplo, decidió masificar el gas como lo hizo Colombia en la década del 90, pues tiene 200 millones de habitantes sin energía y capacidad de pago de una fuente más costosa. Colombia, por ejemplo, decidió diversificar más su matríz eléctrica, con 2.800 MV generados con eólica y solar y se ha impuesto dos metas ambiciosas: reducir en 51 % los GEI al 2030 y ser carbono neutral en el 2050. Pero su caso es distinto del de la India y de algunos países europeos como Dinamarca –con el que se le compara– con 5,8 millones de habitantes y un ingreso per capita al año diez veces superior que el de Colombia (USD $60.000 vs. USD$ 5.000) y que le permite pagar cualquier energía.

En Colombia, 1,6 millones de hogares usan principalmente leña, el gas natural llega a 11 millones de hogares y 3,5 millones utilizan Gas Líquido Propano, GLP –en especial en las zonas rurales y en asentamientos informales– y el 25 % de la generación eléctrica del país y su respaldo depende del gas natural. Y la industria del petróleo y gas representa el 5 % del PIB y aporta 25 billones de pesos al año en impuestos, dividendos y regalías.

¿Cómo aprovechar los hidrocarburos para apalancar la diversficación energética? ¿Cómo avanzar en una transición inteligente que no ponga en riesgo la autosuficiencia energética –por los costos en la energía que tendría para los ciudadanos y el Estado– no siendo claro cómo sustituir la renta del sector hidrocarburífero en el mediano plazo? ¿Cómo evitar que el cambio climático empeore en un mundo con una población y una dema da de energía –incluída la de origen de fósil– crecientes? ¿Cómo avanzar en una agenda de cambio climático que reconozca la situación específica de cada país? ¿Cómo lograr que los países menos desarrollados logren financiar la transición pretendida? ¿Cómo darle energía a 1.000 millones de habitantes que aún están en la pobreza energética pero que no tienen como pagar una energía costosa? ¿Cuanto bienestar está dispuesto a sacrificar la generación actual y a qué costo, para que las futuras tengan igual o mayor bienestar del que se prevé si se agrava el cambio climático?

El cambio climático requiere del compromiso de todos para contrarrestarlo. Los hidrocarburos están llamados a ser la plataforma de una transición energética integral, responsable y realista.

REFERENCIAS: 

• Yergin, Daniel; Why the Energy Transition Will Be So Complicated, The Atlantic, Noviembre 27, 2021.

• Gates, Bill; The Solutions We Have and the Breakthroughs We Need, New York, 2021

• Epstein, Alex; The Moral Case for Fossil Fuels, New York, 2014.

• Lomborg, Bjorn, False Alarm, New York, 2020.

• Our World in Data, Global greenhouse gas emissions by sector, Ourworldindata.org

• Asociación Colombiana del Petróleo y Gas, Informes Económicos, Bogotá, 2021.