Habitantes notables de la Provincia de Tundama. Álbum de la Comisión Corográfi ca, Carmelo Fernández, 1851.
Octubre de 2012
Por :
Roch Little

¿Qué sería la historia sin lo anecdótico?

Me pregunto, a nombre de este ideal científi co ¿hay que excluir la anécdota del conocimiento histórico? No lo creo. Al contrario, habría que hacerse la siguiente pregunta, para muchos impía: ¿lo anecdótico contribuiría a una historia científica?

Un día, en el calor de un debate parlamentario, Winston Churchill trató de imbécil a un diputado de la oposición. Obligado a presentar excusas, el temperamental primer ministro lo hizo de la siguiente forma: “dije que el diputado es un imbécil, eso es cierto, y lo lamento mucho.” ¿Se excusó? Cada vez que abro un debate sobre esta anécdota, las opiniones están divididas: los unos dicen que sí, los otros, que no; aunque cada quien aporta sus argumentos, válidos por si mismos, nunca llegamos a una respuesta defi nitiva. No obstante, todos estamos de acuerdo sobre un punto: esta anécdota da fe del brillante político que Churchill era. Un buen ejemplo de sutileza. Y todo el mundo sonríe en el espacio de un instante.

Lo confieso. A menudo recurro a las anécdotas en mis conferencias o en mis clases. Quizás demasiado, porque algunos de mis estudiantes lo han reprochado de manera periódica en las evaluaciones docentes. ¿Tienen razón? Por el momento no responderé a esto, aunque no me sorprende del todo el reproche. En efecto, pienso que estos estudiantes toman muy en serio los estudios históricos, ven en las anécdotas que cuento (a veces en profusión) las reminiscencias de una concepción de la historia que numerosos colegas, bien intencionados, les enseñaron a despreciar. Nada más erróneo. Pero, si nos detenemos a pensar: San Luís dando justicia debajo de un roble…
Es una bella imagen romántica, aunque, ¿nos es útil para comprender su reinado? Los amoríos de Luís XVI y de Madame de Pompadour… Detalles tan truculentos como inútiles; en efecto, ¿qué nos pueden enseñar sobre la profunda crisis de la monarquía que se inició bajo su reinado, preludio a la revolución? Y qué decir de esta: Marx que embarazó a la empleada y cuyo amigo Engels, para evitar el escándalo, asumió la paternidad… Detenerse sobre estas pamplinas cuando se considera de mayor relevancia la comprensión del pensamiento de uno de los más grande espíritus del siglo XIX, fundador de una filosofía de la historia que tantas repercusiones tendrá sobre el futuro… ¡El profesor seguramente debe ser anticomunista!

En fin, la historia es hoy día una ciencia, una disciplina seria que busca comprender el presente a través del pasado, para algunos con la intención –muy noble– de construir el futuro. Todos nuestros clásicos del siglo pasado lo proclamaban. Entonces las anécdotas son un superfl uo que no aporta nada a la reflexión. Para muchos historiadores, lo anecdótico pertenece a una época consumida, a una “historia de bronce” (en nuestro país, también se suele denominar como aquellos años de la Academia Colombiana de Historia). Para otros, más despectivos aún, sería parte del terreno del amateurismo; tal como ven la historia regional escrita por los intelectuales de las pequeñas ciudades de provincia. En breve desde esta perspectiva, el uso de lo anecdótico daría cuenta de una práctica light de los estudios históricos, que la institución universitaria y una estricta formación disciplinaria supieron felizmente eliminar.

Sin embargo me pregunto, a nombre de este ideal científico ¿hay que excluir la anécdota del conocimiento histórico? No lo creo. Al contrario, habría que hacerse la siguiente pregunta, para muchos impía: ¿lo anecdótico contribuiría a una historia científi ca? Me sería imposible responder estos cuestionamientos en las pocas líneas que me han sido atribuidas para este ensayo. Aún así, tengo la intención de aportar algunos elementos que nos acerquen al problema, más que una solución a éste.

He exagerado un poco en los párrafos anteriores. Recurrí a una serie de hipérboles –algunas con un fuerte tinte de ironía– con el fin de sazonar la idea central de este ensayo: privar la historia de lo anecdótico es tan ridículo como un arte culinario que pretendiera eliminar los condimentos de sus recetas. Bien utilizadas –de ello se trata, una cuestión de dosificación– las anécdotas aportan mucho al conocimiento histórico; proporcionando un soporte tanto pedagógico como narrativo.

Veamos algunos ejemplos.
En mis clases de historia europea, las cuales son particularmente densas por su carácter panorámico, recurro a la anécdota cuando siento que mis estudiantes se confunden y se pierden en los meandros de los grandes procesos y estructuras. Una buena anécdota juiciosamente escogida cumple dos funciones importantes: primero distiende el ambiente, disminuye la tensión y encauza de nuevo la atención perdida. En este sentido la anécdota es un instrumento pedagógico de gran utilidad, numerosos estudios en psicopedagogía han demostrado que la capacidad de concentración de un público promedio es de 20 minutos más o menos (incluso algunos reducen este tiempo en la era del video). De ahí la necesidad de romper el ritmo para revitalizar la atención del público. Hasta las más grandes personalidades académicas recurren a la anécdota; por ejemplo el famoso antropólogo Levi-Strauss mencionaba que toda conferencia pronunciada ante un público norteamericano debía obligatoriamente insertar uno o dos “buenos chistes” con el fin de asegurar su éxito.

La segunda función de la anécdota es aportar elementos de síntesis. En efecto, es una metáfora que ilustra brillantemente el “espíritu” de una estructura o de un proceso histórico, en las acciones concretas de los individuos. Dicho en otras palabras, la anécdota corresponde a estos “pequeños hechos divinos” que encarnan la totalidad en su más sencilla particularidad.

En primera instancia la anécdota aporta un soporte narrativo esencial en la articulación del conocimiento histórico. Hace parte de aquellas estrategias narrativas empleadas por más de un historiador (conscientemente o no) para hacer historia temática, estructural, problema o de larga duración, a través de personajes “típicos” en la banalidad de su cotidianidad1. La microhistoria fue pionera en el curso de los años 70 en la rehabilitación de lo anecdótico como fuente de conocimiento histórico, tal como lo hizo Carlo Ginzburg con su monografía sobre las vicisitudes del molinero Menocchio con la Santa Inquisición durante el siglo XVI2. Recientemente, el historiador británico Simon Schama se entregó a este ejercicio al escribir una historia del imperio Británico en el marco de una serie de emisiones producidas por la BBC3. Ésta, advierte el autor en el prólogo, no tiene la pretensión de presentar por qué y cómo Gran Bretaña llegó a ser el imperio más grande de la historia; mucho menos tiene la ambición de presentar tan largo proceso de manera exhaustiva. Es en la penetración del corazón mismo de la historia de Gran Bretaña que se ilustra la grandeza de este imperio, en sus latidos: en las reflexiones de una Mary Wollstonecraft imbuida en una ilustración rousseauista, sobre la emancipación femenina; en los clichés despectivos de un George Macaulay Trevelyan en su visión de la Gran Hambruna de Irlanda; o, en las inquietudes de la reina Victoria de combinar los deberes de la función real con los de madre ejemplar y viuda inconsolable.

Finalmente, la anécdota puede disimular lo que Nietzsche llama en la Genealogía de la moral la mezquindad que se disimula detrás de todo gran principio. Para referirme de nuevo al gran fi lósofo, la anécdota sería un avatar de una historia “hecha a martillo”, en el sentidode cumplir con un papel de desmitificación.Tomemos el caso de la rivalidad entre dos grandes personajes de la historia política polaca de la primera mitad del siglo XX, Roman Dmowski (1864- 1939) y Józef Pilsudski (1867-1935). Al leer los estudios clásicos sobre el tema, hay una insistencia sobre los puntos de vista irreconciliables entre los dos personajes. Cuando eran militantes nacionalistas, Dmowski pensaba en una resurrección de Polonia con el apoyo de Rusia, mientras que Pilsudski, al contrario apostaba a una reconstitución de un Estado polaco con el soporte de Austria- Hungría y Alemania. El primero era profundamente anti-alemán mientras el segundo era fuertemente rusofobito. Una vez adquirida la independencia, la rivalidad fue más fuerte que nunca: los historiadores la explican por medio de la oposición de las ideas políticas de deprincirecha de Dmowski con el pasado de militante de izquierda de Pilsudski.

Se podrían relatar innumerables ejemplos al respecto; no obstante, pareciera que en el fondo la enemistad entre los dos hombres se debería… ¡a un lío de faldas! En efecto, según la biografía de Pilsudski escrita por Daria y Tomasz Nalecz, esta rivalidad vendría del hecho de que quien fue la primera señora Pilsudska, había sido antes la novia de Dmowski. ¡Ustedes habrán adivinado! El caso clásico del hombre que robó la novia de otro…4 ¿Oposiciones sobre trasfondo ideológico? ¿Divergencias políticas irreconciliables? Quizás. Aunque, como suelen decir los franceses: ¡Cherchez la femme!

Las anécdotas como la “sal” del conocimiento histórico y como toda metáfora, son polisémicas. La meta de este ensayo ha sido mostrar algunas de sus utilidades. Por una parte pueden encubrir el espíritu mismo de un fenómeno histórico; por otra, tienen un fuerte poder de síntesis. Pueden ser tomadas como adornos de un relato, como en el caso de las conferencias; aunque, las teorías narrativas actuales han mostrado la seriedad e importancia de ello. He enumerado en este ensayo algunas de las posibilidades cognitivas de la anécdota en el conocimiento histórico; la lista no pretende ser exhaustiva, ella acaba donde termina nuestra imaginación.

Referencias

  1. Para saber más sobre las estrategias utilizadas en la escritura de la historia, el lector puede referirse a Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, 432p.
  2. Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, Barcelona, Muchnik Editores, 1981, 256p.
  3. Simon Schama, Auge y caída del imperio británico,Barcelona, Crítica, 2004, 550p.
  4. Daria Nałecz y Tomasz Nałecz, Józef Pilsudski, legendy y fakty [Józef Pilsudski, mitos y hechos], Poznán, Młodziezowa Agencia Wydawnicwa,1986, 320p. La historiografía polaca de la segunda postguerra recurría a menudo a lo anecdótico para descalifi car los personajes históricos desconsiderados por el régimen comunista (1945-1989). La idea consistía en poner en evidencia el carácter pueril de estos “héroes” del pasado en oposición a la dedicación de los héroes socialistas y comunistas. Véase Roch Little, Le mythe de l’antihéros socialiste contre le mythe du héros antisocialiste. Le débat sur Pilsudski dans l’historiographie polonaise d’après-guerre (1945-1989), Tesis de Doctorado, Québec, Université Laval, 1994, 298p.