Puente del Molino, Popayán. Papel Periódico Ilustrado, 1881-1887.
Junio de 2012
Por :
Vicente Pérez Silva Abogado, Universidad del Cauca. Escritor e investigador. Miembro de la Academia de Historia de Nariño.

DIONISIA DE MOSQUERA: UN CRIMEN PASIONAL DEL SIGLO XVIII EN POPAYÁN

En los días del sorpresivo retorno de su legítimo esposo se hallaba en estado de embarazo, circunstancia que motivó, con mayor razón a llevar a cabo el crimen ya fraguado.

Entrada la noche del lunes 29 de enero de 1770, en la apacible villa de Popayán, se cometió un “atroz y nefasto asesinato”, con premeditación y alevosía, en la persona de don Pedro López Crespo y Bustamante, marido de doña Dionisia de Mosquera y Bonilla, autora y actora de tan pavoroso crimen pasional, en compañía de su amante don Pedro Hermenegildo García de Lemos; dos Pedros conocidos comúnmente con los nombres abreviados de Pedro Crespo y Pedro Lemos. Crimen que se llevó a cabo con el concurso y la colaboración material de Joaquín Perdomo, mayordomo de la hacienda La Herradura, en el valle del Patía, de propiedad de doña María Teresa Ante de Mendoza, madre de don Pedro Lemos; y de Francisco Ficher y Pedro Fernández de Borja, esclavos negros.

©María de la Paz Jaramillo, 1990 - Doña Dionisia de Mosquera y don Pedro Lemos. Obra de María de la Paz Jaramillo. En Pedro Gómez Valderrama et ál. De amores y amantes, Bogotá, Cama/León, Tercer Mundo Editores, 1990.Muy pocos son los datos biográficos de los protagonistas y de la víctima del crimen, dados a conocer en el curso de la investigación: doña Dionisia nació en Popayán en 1743; fueron sus padres don Javier de Mosquera y Sarria y doña Gertrudis Bonilla, y sus abuelos paternos don Nicolás de Mosquera y Silva y doña Alfonsa de Sarria y Velasco. Consta además que era “…de cuerpo regular, algo repartida de carnes, llena la cara, ojos grandes y de 24 a 26 años de edad”. Luego de haber purgado su crimen en el ostracismo, murió en la Hacienda de García, cercana a Corinto, en 1804. Don Pedro García de Lemos también nació en Popayán el 13 de abril de 1734 y falleció el 3 de junio de 1809, en Quito. “…de regular estatura, delgado, casi aguileño, de buen semblante, barbado y de 30 a 34 años de edad”. Contrajo matrimonio con doña Juana María Hurtado y Arboleda. Fueron sus padres don Antonio García de Lemos y Acuña, natural de Galicia, España, y doña María Teresa Ante de Mendoza. Don Pedro Crespo, natural de Laredo, España, contrajo matrimonio con doña Dionisia el 12 de enero de 1761. Según testimonios de quienes lo conocieron de cerca dicen que “era un hombre jovial, amistoso y bien querido en esta ciudad… hombre imparcial y de bellas prendas… hombre abstraído de amistades y de quien nunca se ha sabido ni tenido noticia de que tuviese enemistad de persona alguna”.

Escudo de Armas de la ciudad de Popayán, Ca. 1890. Acuarela de Liborio Zerda. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 4846.Los hechos a la luz del expediente

La inexactitud de los hechos es el denominador común de todos los relatos relacionados con el crimen. La razón es explicable, puesto que ninguno de los autores que se han ocupado del asunto en referencia consultó, ni mucho menos tuvo a la vista el expediente original que reposa en el archivo de la Casa de la Cultura de Quito, el cual consta de 269 folios, escritos por ambos lados, la primera parte contiene la siguiente leyenda:

Jesús María y José – año de 1770 Autos Criminales que de oficio de justicia se están siguiendo contra don Pedro García Lemos, doña Dionisia de Mosquera y otros cómplices sobre el asesinato y muerte que dieron a Pedro Crespo de Bustamante. El juez Luis Solís. El escribano Ramón de Murgueítio.

Es preciso agregar, así mismo, que en el archivo de Popayán únicamente se conserva copia de la sentencia proferida por la Real Audiencia de Quito. Así dispone: “…esta sentencia se remitirá en Real Provisión para su pronta ejecución y cumplimiento, quedando estos autos originales archivados en la secretaría de la Cámara a que pertenecen”.

Casa de don Pedro López Crespo de Bustamante y doña Dionisia Mosquera, construida a finales del siglo XVIII en la ciudad de Popayán. En Diego Castrillón Arboleda. Muros de papel, Popayán, Editorial Universidad del Cauca, 1986.En consecuencia, de la lectura de los referidos autos criminales, concretamente, del considerable número de testimonios recibidos, se deduce claramente que los dos Pedros del cuento, en manera alguna tuvieron amistad, ni menos compadrazgo ni sociedad alguna en sus negocios. Por consiguiente, nada de que ellos hubiesen alternado los viajes a las Antillas para traer mercaderías, ni que en su último viaje don Pedro Crespo hubiera viajado a Jamaica, pues lo hizo a España despechado por la infidelidad de su esposa. Por lo tanto, del todo descabellada resulta la reiterada afirmación de que durante su ausencia le hubiera encomendado el cuidado de su esposa a don Pedro Lemos, quien ya vivía “en público concubinato de adulterio muchos años y que durante él ha tenido hijos; amancebamiento público y escandaloso, conocido entre nobles y plebeyos, que hasta los niños lo cantan…”; a tal punto que, en vista de esta situación, el infortunado Crespo había pensado no regresar de su país de origen. Así se lo había manifestado a su amigo Francisco del Campo Larrahondo.

Sentencia de la real audiencia de Quito, 1770Aún más, nada de que el crimen hubiera ocurrido al medio día, cuando don Pedro dormía en un sillón de cuero de Córdoba; ni tampoco que su muerte hubiera ocurrido como consecuencia de la ahorcadura producida con las “cuerdas cerradas” que los dos amantes y victimarios tiraban de los dos extremos; ni mucho menos que dos esclavos hubieran asesinado a Crespo de una puñalada, en fin, nada de suntuosos funerales ni de levantamientos de inmunidad a doña Dionisia por fueros de nobleza.

En suma, con excepción del hecho relacionado con el envío de los esclavos para que dieran muerte a Crespo, cuando este venía camino de Neiva a Popayán y los referentes a los simulacros del toro y del cuerno utilizado sobre el cadáver de la víctima, ninguno responde a la realidad de los episodios que rodearon el crimen.

Aunque en el curso de la investigación no se da cuenta del viaje de Crespo a España, su permanencia debió prolongarse por algún tiempo más o menos largo, porque durante esta ausencia, Lemos tuvo oportunidad, más que suficiente, para acrecentar sus amoríos con doña Dionisia. En los días del sorpresivo retorno de su legítimo esposo se hallaba en estado de embarazo, circunstancia que motivó, con mayor razón a llevar a cabo el crimen ya fraguado.

Las versiones del crimenUn crimen torpe y brutal

Ante una realidad de esta naturaleza, resultan ciertamente indescifrables las razones que animaron al desventurado ausente para emprender dicho regreso al seno de un hogar que le había proporcionado semejante infortunio sin avizorar ni presentir el final que le esperaba: la crueldad de un crimen en el cual “la torpeza y la brutalidad corrieron parejas con la infamia y con la alevosía”.

Y así ocurrió. No al medio día cuando reposaba en una hamaca después del almuerzo, como se ha dicho y repetido, sino en las primeras horas de la noche con la complicidad de la oscuridad, y con la participación de Joaquín Perdomo, mayordomo de la hacienda La Herradura, el negro Francisco Ficher y Pedro Fernández de Borja. Según se desprende de las declaraciones y confesiones de los implicados, cuando don Pedro Crespo entró a su casa, a eso de las siete de la noche, salió a recibirlo su esposa y ya todo estaba dispuesto para la consumación del crimen. El negro Ficher le asestó un garrotazo en la cabeza, de manera tan fuerte y certera que cayó desmayado; inmediatamente, Pedro Fernández le cubrió la cabeza con una ruana, le agarró el cuello y le tapó la boca para cortarle la respiración, y Joaquín Perdomo le propinó una herida en el estómago con arma corto punzante; por este mismo lugar le introdujo un cuerno muy afilado y hecho a propósito, para aparentar que había sido atropellado por un toro, que para el efecto ya habían alistado. Doña Dionisia y Pedro Lemos con voces quedas incitaban a los asesinos para que remataran el crimen con prontitud. Consumado el drama, sacaron el cuerpo de don Pedro y lo colocaron en la esquina de la casa situada en la calle conocida con el nombre de la Pamba. Y en efecto, soltaron un toro cerca de este lugar.

A eso de las ocho de la noche la mulata Ignacia de Ribas y la negra Isabel de Mosquera, criada y esclava de doña Dionisia, prorrumpieron en gritos desaforados pidiendo socorro, y con la ayuda de algunos vecinos que acudieron al lugar, entraron el cadáver a su casa. Tan pronto como se tuvo conocimiento de lo acontecido don Joseph Ignacio Ortega, gobernador y comandante general de Popayán y sus provincias, se trasladó al lugar de los hechos en compañía del escribano don Ramón de Murgueítio. También se hicieron presentes don Francisco Domingo, médico cirujano de segunda clase de los navíos de su majestad; don Joaquín Mariano de Lemos, alcalde ordinario; el maestro don Luis Solís y unos religiosos de la orden de Santo Domingo. Practicadas las primeras diligencias de averiguación y reconocimiento del cadáver, el gobernador y comandante ordenó el encarcelamiento de los esclavos Eugenio y Domingo de la Torre, Mariano Delgado; de las esclavas Agustina Gómez, Isabel de Mosquera, de la negra Isabel, de la mulata Ignacia Rivas y de María Herrera de la Cruz, personas que fueron conducidas a la cárcel pública.

©Museo Nacional de Colombia - El general Obando, Ca. 1843. José María Espinosa Prieto/Joseph Lemercier. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 1894.Y allí vino al mundo Ana María, el fruto de la infidelidad, quien con el correr de los años vino a ser la madre del célebre general José María Obando.

Una “amazona de la crueldad”

Al día siguiente, 30 de enero, a instancias del mencionado Joseph Ignacio de Ortega, se dio comienzo a la investigación, la cual se practicó con suma diligencia, minuciosidad y prontitud.

A tal punto que, en el transcurso de siete meses y medio, se cumplieron las diversas y complejas actuaciones de dicha investigación. De tal modo que, a lo largo de los referidos autos criminales nos es dado apreciar y valorar todas y cada una de las declaraciones, ratificaciones e interrogatorios de los testigos, certificaciones, pregones e inventarios de los bienes de doña Dionisia y los de su difunto esposo; y la diligencia de embargo de los cuantiosos bienes de doña María Teresa Ante, en la hacienda de La Herradura. Además, los extensos, fundamentados y eruditos alegatos del defensor de los reos el maestre de campo don Manuel Pontón y del fiscal don Francisco Javier López Corella. Este último horrorizado de leer las confesiones hechas por los reos Francisco Ficher y Fernández de Borja, acerca de las circunstancias y detalles del crimen, realizado con “iniquidad y perversidad” no pudo menos que llamar a doña Dionisia “amazona de la crueldad”. Tomado de Juan Jacobo Muñoz Delgado. Notas genealógicas sobre algunas familias de Popayán. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1988.Y al final, los textos espeluznantes de la sentencia proferida por la Real Audiencia de Quito, el 26 de octubre de 1770, y el de la diligencia de la ejecución de los reos en Popayán. De todas las diligencias realizadas durante la investigación, llama la atención el allanamiento del monasterio De la Encarnación de Religiosas Agustinas, llevado a cabo en vista de la noticia de que doña Dionisia se había refugiado en dicho monasterio. Habiéndose advertido que la diligencia

“se hace necesaria por la honestidad y recato de aquellas vírgenes, dedicadas al servicio de Dios y a quienes en pluma de don Ambrosio, es el atemorizarse a la entrada del varón y en especial de la Real Justicia que por sí sola infunde pavor a ánimos más esforzados que los de aquella clase, lo que debió reflexionarse…”.

Otro aspecto que cabe señalar, es la prontitud y la modalidad empleadas en la remisión de los originales de la causa desde Popayán a Quito, la cual se hizo mediante la asistencia del llamado Chasqui o correo de a pie; diligencia que, venciendo distancias, temporales y malos caminos, se cumple entre el 16 de septiembre y el 2 de octubre de 1770, es decir, en el término de 17 días.

Conscientes de la gravedad del crimen cometido a sangre fría y lo que es peor, con premeditación y alevosía, era imperioso que sus autores escaparan con premura y así lo hicieron. De don Pedro García de Lemos se dice que habiéndose cortado los cabellos y la barba para desfigurar el semblante huyó hacia el interior del reino en busca de la protección de su allegado, el conde de Gil y Lemos, virrey de Santafé. De doña Dionisia se sabe que huyó hacia los lados de Caloto, por aquel entonces llamada Nueva Segovia, lugar en donde ejercía su curato el clérigo don Francisco Mosquera y Bonilla. De esta manera, con la ayuda o el amparo de su hermano el riesgo para ser descubierta era menor, y pronto se le deparó el escondite en donde, presa del infortunio y del remordimiento debió transcurrir el resto de sus años. Y allí vino al mundo Ana María, el fruto de la infidelidad, quien con el correr de los años vino a ser la madre del célebre general José María Obando, de grandes ejecutorias en la vida militar y política de Colombia, hasta llegar a la Presidencia de la República.

Bibliografía

Pérez Silva, Vicente. Dionisia de Mosquera: amazona de la crueldad. Relato de un crimen pasional del siglo XVIII. Bogotá, Ediciones Temas de Hoy, S.A., 1997.