05 de octubre del 2024
 
Noviembre de 2020
Por :
Ruth Acuña Prieto * Socióloga y Doctora en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Docente de la Universidad Externado de Colombia.

Alberto Urdaneta: lugar y alcance de una colección colombiana del siglo XIX

En Colombia las últimas décadas del siglo XIX se caracterizaron por la emergencia de un incipiente coleccionismo de arte. Durante la Exposición Anual de la Escuela de Bellas Artes de 1886, organizada por Alberto Urdaneta (1845-1887) (imagen 1), se otorgaron premios a los mejores coleccionistas expositores, lo cual significó un estímulo para esta práctica. Las piezas exhibidas por los coleccionistas evidenciaron, además, el casi inexistente mercado local del arte. El arte colonial, o “antiguo”, fue la tendencia dominante y se destacó la figura del artista Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (1638-1711). La preferencia expresada entonces por el arte colonial tendría que ser examinada dentro del contexto de las tradiciones familiares y la posibilidad de adquisición de piezas. Esta última fue fruto de la expropiación de bienes de la Iglesia y de la venta de objetos por parte de algunos miembros del clero. Años después, aquella práctica fue señalada por monseñor Francesco Ragonesi (1850-1931), nuncio apostólico en Colombia, quien hizo un llamado a la comunidad clerical para frenar la venta del patrimonio eclesiástico.

 

En la exposición de 1886, el arte internacional estuvo representado tanto por copias de las obras de artistas europeos como por obras de “autor desconocido”. La exhibición de copias no constituyó un rasgo particular de dicho evento, por cuanto fue un fenómeno recurrente en las exposiciones y el coleccionismo de esta parte de América. Los viajes, en particular a Europa –que a finales del siglo XIX se hicieron más habituales–, fueron oportunidades para dar inicio a colecciones de piezas de arte. También estimularon el consumo de bienes de lujo e incentivaron la circulación de objetos culturales como folletines, libros, periódicos y revistas.

 

La colección de Urdaneta, que formó parte de la exposición de 1886, también incluyó obras internacionales de autor desconocido y copias, así como pinturas de Gregorio Vásquez. Sin embargo, ante la ausencia de otra colección equiparable, podría afirmarse que Urdaneta fue el mayor coleccionista colombiano de su época. Esta afirmación se sustenta en la inmensa variedad de objetos que integraron su colección: obras de arte –cuadros, relieves, bustos, grabados, miniaturas, dibujos–, objetos arqueológicos, curiosidades de todo tipo y una importante biblioteca. José Caicedo Rojas (1816-1898) calculó que esta última contaba con más de dos mil volúmenes de obras escogidas de historia, filosofía, literatura, viajes, ciencias y artes, así como con una significativa selección de periódicos nacionales e internacionales (imagen 2).

 

   

La colección de Urdaneta

Los viajes a Europa realizados por Urdaneta (1865-1868 y 1877-1880) le brindaron la oportunidad de consolidar su colección. En París, además de estudiar Bellas Artes, se dedicó a visitar museos, exposiciones y galerías. Consignó sus impresiones en Los Andes: Semanario Americano Ilustrado, publicado en la capital francesa en 1878. Su excursión por España lo llevó a Burgos, Valladolid y Madrid, donde elaboró un álbum de dibujos de celebridades de la literatura española, álbum que hizo parte de su colección. En esta ciudad adquirió obras literarias de Gaspar Núñez de Arce (1832-1903), Ramón de Campoamor (1817-1901), Ventura Ruíz Aguilera (1820-1881) y José Zorrilla (1817-1893), entre otros (imagen 3). Al igual que Paris, Madrid concentraba una producción importante de revistas ilustradas, destacándose La Ilustración Española y Americana, publicación muy apreciada por Urdaneta debido a su diseño, contenidos e imágenes de alta calidad. Su periplo también le permitió encontrarse con las obras de los grandes maestros de la escuela española y holandesa en el Museo del Prado. La colección de Urdaneta reflejó todas estas experiencias de viaje. Posteriormente, su proyecto de consolidación de un arte nacional colombiano lo llevó a coleccionar dibujos y óleos que comprendían el periodo colonial y el siglo XIX. Reunió obras de artistas como José María Espinosa (1796-1883), José Manuel Groot (1800-1878), Luis García Hevia (1816-1887) y Eugenio Montoya (ca.1860-ca.1923). Asimismo, también adquirió trabajos de extranjeros cuyos aportes fueron significativos en el desarrollo del campo artístico local, tales como el mexicano Felipe Santiago Gutiérrez (1824-1904) y el italiano César Sighinolfi (1833-1903).      

 

Algunos alcances y significados de su colección

En el ámbito cultural y artístico nacional, la colección de Alberto Urdaneta sirvió para tres fines específicos: un interés pedagógico, la consolidación de un proyecto de historia nacional y la configuración de una iniciativa periodística, el Papel Periódico Ilustrado (1881-1887) (imagen 4). En lo referente al primer objetivo, algunas piezas de arte –incluyendo bustos, relieves y dibujos (imagen 5)– fueron utilizados como instrumentos de enseñanza en la sección de dibujo del Instituto de Bellas Artes (1882-1884), el cual más adelante devino la Escuela de Bellas Artes (1886). En el taller de grabado, dirigido por el español Antonio Rodríguez (ca.1840-1898), también se utilizaron imágenes de las revistas ilustradas y libros de la colección de Urdaneta, tales como paisajes, vistas, planos, mapas, retratos, letras, etc. La existencia de la colección en sí misma incentivó al conocimiento y estudio del arte en general, ello ante la ausencia en Bogotá de espacios como galerías o museos de arte.

 

Portada del Papel Periódico Ilustrado

1885, xilografía de pie, Papel Periódico Ilustrado, Año IV

© Marta Ayerbe

 

 

Jorge Crane (1864-1950)

Virgilio. Busto del Museo Capitolino

1882, xilografía de pie, Papel Periódico Ilustrado, Año II, Número 27

© Marta Ayerbe

 

 

La colección también ayudó a reforzar los vínculos que las élites criollas sentían con el pasado colonial e independentista. Los antepasados emergían renovados de los objetos, retratos, monedas y medallones donde figuraban perfiles de hombres recios a la manera de la antigüedad (imágenes 6 y 7). Allí, tácitamente, se forjaron acuerdos acerca de la interpretación de la historia patria y, mediante símbolos de representación de lo nacional, se agenció un proyecto articulado alrededor de la figura de Simón Bolívar (1783-1830), el cual más tarde eclosionaría en 1902 con la creación de la Academia Colombiana de Historia (imagen 8). De esta manera, se fue consolidando el culto al héroe y su hagiografía laica. Diversos objetos de la colección Urdaneta fueron convertidos en reliquias, particularmente las prendas, retratos y objetos de su uso personal del Libertador (imagen 9).

 

Antonio Rodríguez (ca.1840-1898)

Busto de Santander, medallón de David d´Angers

1881, xilografía de pie, Papel Periódico Ilustrado, Año I, Número 3

© Marta Ayerbe

Perteneció a la colección de Alberto Urdaneta.

 

Antonio Rodríguez (ca.1840-1898)

Busto de Bolívar, medallón de David d´Angers

1883, xilografía de pie, Papel Periódico Ilustrado, Año II, Número 46-48

© Marta Ayerbe

 

Perteneció a la colección de Alberto Urdaneta.

Antonio Rodríguez (ca.1840-1898)

Perfil de Bolívar dibujado por Roulin

1881, xilografía de pie, Papel Periódico Ilustrado, Año I, Número 1

© Marta Ayerbe

 

A la muerte de Urdaneta se produjo una situación paradójica. Ningún integrante de su círculo cercano, amigo o funcionario del Gobierno Nacional estuvo dispuesto a ocuparse de su colección o, siquiera, a adquirir parte de ella. Tras su fallecimiento se procedió a tomar distancia: era necesario analizar, buscar el mérito relativo de su colección, agrupar y juzgar –lo que en el contexto de la Regeneración significaba “poner en orden”–, ello acorde con los principios de la moral cristiana. Resultó que aquel “bello desorden”, como se le denominaba entonces, era, en palabras de Lázaro María Girón (1859-1892), un lugar “en donde la vista distraída por tantos atractivos sufre la ofuscación del placer”. Es decir, era un ámbito de lujo, de sibaritismo, que provocaba desorientación. Esta fue una condena oculta, reparo emitido mientras la casa-museo se derrumbaba. Algunas piezas de la colección, copias y originales, fueron examinadas con severidad: la magnífica copia de una Judith de Cristofano Allori (1577-1621) ejemplificaba “la influencia femenina en el martirologio de los artistas”; una pintura quiteña representaba una indígena que era juzgada como un “verdadero fenómeno que alcanzó proporciones más que monstruosas”. Otro cuadro curioso, Policarpa Salavarrieta conducida al patíbulo, era una “infeliz obra” de un autor que “ridiculizaría, sin quererlo, todos los tipos”.

 

Eustacio Barreto

Tintero del Libertador

1883, xilografía de pie, Papel Periódico Ilustrado, Año II, Número 45

Perteneció a la colección de Alberto Urdaneta

© Marta Ayerbe

 

 

Finalmente se desmanteló aquel maravilloso espacio contenedor del gran jarrón sevillano, lienzos, finas telas de colgadura, viejos escritorios con chapas de carey, armaduras antiguas, platos de porcelana china, sillones repujados en algún taller cordobés, preciosos libros con encuadernaciones de lujo, dibujos, pinturas, grabados, bronces, cerámica indígena y alfombras gastadas y “extravagantes” (imágenes 10 a 12). Espacio bañado por luces y sombras que permitían contrastar los objetos. Al disiparse el conjunto, la colección perdió su sentido y llegó a su fin aquel templo del arte. Este solo había sido posible para un hombre que había tenido “la fortuna de contar con los recursos necesarios para dar pábulo a sus bellas inclinaciones” y que “no tuvo que luchar, como otros muchos, con los grandes percances de la pobreza”. La colección fue saqueada, gran parte de los libros de su selecta biblioteca se perdieron y otros objetos fueron arrojados al fuego. Algunas piezas se salvaron. La suerte de la colección de Urdaneta evidencia lo incipiente de un campo que apenas comenzaba a configurarse en el ámbito colombiano: el campo del arte. Desde entonces inició una larga lucha para no sucumbir frente a una sociedad que le veía entre fascinada y temerosa por la posible transgresión moral que suponía, o que le despreciaba por su supuesta inutilidad.

 

Alberto Urdaneta (1845-1887)

Fotografías del interior de la morada de Alberto Urdaneta

Ca. 1887, copia en albúmina

© Colección de María Fernanda Urdaneta Rico 

 

 

Alberto Urdaneta (1845-1887)

Fotografías del interior de la morada de Alberto Urdaneta

Ca. 1887, copia en albúmina

© Colección de María Fernanda Urdaneta Rico 

 

 

Alberto Urdaneta (1845-1887)

Fotografías del interior de la morada de Alberto Urdaneta

Ca. 1887, copia en albúmina

© Colección de María Fernanda Urdaneta Rico 

En estas fotografías pueden distinguirse la sala, el comedor y el estudio del hogar del coleccionista, espacios donde se ubicaban y exhibían sus objetos históricos y artísticos.​

 

 

 

Bibliografía:

 

1 “Circular a los Ilustrísimos y Reverendísimos Arzobispos y Obispos y á los Prelados regulares”, Diario Oficial n.o 13818 (22 de octubre de 1909).

2 José Caicedo Rojas, “Alberto Urdaneta”, Papel Periódico Ilustrado Año V, n.o 114-116 (29 de abril de 1888): 287.

3 Lázaro María Girón, El Museo-Taller de Alberto Urdaneta (Bogotá: Imprenta de Vapor de Zalamea Hermanos, 1888), 11.

4 Girón, El Museo-Taller …, 36-47.