Fotos: Archivo particular
5 de Junio de 2013
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Retrato en tono menor de Guillermo Cortés, un personaje genial, original, inolvidable y divertido, al que adoraron sus amigos.

Por Daniel Samper Pizano

Recordando a ‘La Chiva’

Doña Polita Montejo de Santos, mamá del presidente Eduardo Santos, tenía una peculiaridad. Pese a ser una dama educadísima y discreta, consideraba que la franqueza no era incompatible con la buena crianza. De este modo, cuando se sentía fatigada en una visita, decía en voz alta a los presentes:

―Me tengo que ir ahora mismo.

―¿Y eso por qué, Mamá Polita? –preguntaba sorprendido alguno de los circunstantes.

Y Mamá Polita respondía, con sinceridad adorable:
―Porque estoy aburridita, mijo.

El cachaquísimo Guillermo Cortés Castro, que era sobrino de Mamá Polita, había convertido la anécdota en clave secreta con su mujer (una santa llamada Olga Henao y apodada ‘La Gorda’, que lo lidió durante más de cuarenta años), sus parientes y sus amigos. No era extraño que, en una reunión, una conferencia, una película o un concierto, lo oyéramos pronunciar las palabras fatales: “Te mandó muchos recuerdos Mama Polita”, “Ayer me encontré con Mamá Polita”, “Más tarde debo llamar a Mamá Polita” o alguna fórmula semejante. A la voz “Mamá Polita” sabíamos que había llegado el momento de organizar la salida porque Cortés se encontraba aburridito.

La contraseña funcionaba muy bien, a menos que por alguna razón el anfitrión conociera la clave. En ese caso el pastel se destapaba y Guillermo solía quedar, según su expresión, “como el sur de las bestias cuando van para el norte”.

Un padrino al revés

Estoy hablando, por supuesto, de ‘La Chiva’ Cortés, el inolvidable personaje que murió el pasado mes de abril en Bogotá. Podría contar que fue empresario, periodista, programador de televisión, concejal, diplomático, dirigente deportivo (presidente del Santa Fe campeón de 1975, ni más ni menos), finquero modesto, secuestrado famoso y no sé cuántas cosas más. Pero todo eso ya se ha dicho. Aquí quiero referirme sólo a la admirable capacidad que tuvo ‘La Chiva’ de hacer amigos e influir sobre las personas, como en el famoso libro de Dale Carnegie.

En torno a Guillermo giraron siempre variados e impredecibles parceros. Ejercía una atracción especial en las señoras, por lo que en el núcleo duro de su mosaico de amistades flotaron siempre mujeres de distintas edades. Desde abuelas a quienes aconsejaba cómo invertir mejor sus ahorros hasta hijas de sus amigos que querían saber su opinión sobre el nombre adecuado para su futuro hijo. 

Era como un padrino, pero al revés: no daba para poder pedir y, por el contrario, se mostraba renuente a recibir. En su oficina manejaron durante años las cuentas y platas de los amigos más desvalidos en conocimientos de negocios y Cortés se enojaba de veras cuando alguno le ofrecía pagar alguna suma por los servicios. Porque este ‘drinopa’ rechazaba el do ut des latino con quienes lo rodeaban, y sólo aceptaba el cariño como compensación por su generosidad.

Por eso, cuando lo secuestraron las Farc en su finca El Palacio del Zancudo, en 2000, secuestraron también la tranquilidad de su familia y a sus amigos. Meses después de haber sido negociado como mercancía humana y atado como un animal, regresó Cortés del “paseo ecológico” merced a un milagroso operativo de rescate. Seguía firme en sus convicciones libertarias, igualitarias y democráticas, pero en el monte lo alcanzó esa peste que denominaba “la puve”: la puta vejez.

Eje giratorio

Para todos nosotros, los amigos de ‘La Chiva’, él era el punto de referencia, y su oficina, el eje giratorio. Nadie pedía cita previa. Uno aparecía por allí como aparece por casa, y en torno a la mesa redonda que hacía las veces de escritorio de trabajo de Guillermo se sentaba todo el que iba llegando y pedía un tinto a Lolita, una llamada telefónica a Vicky o un cambio de billetes a Clema. Cualquier tardecita, al acabar la jornada, podían abigarrarse allí un banquero, dos futbolistas, la directora de un noticiero, un apicultor, una actriz de televisión, una poetisa, un primo jubilado y un agricultor de Choachí, por ejemplo.

Era difícil saber sus nombres, porque a todos les ponía apodos: Carloncho (Carlos Castillo), Pirinola (Cecilia Orozco), la Corroncha (María Mercedes Carranza), Naranjita (mi mujer), Monseñor (Carlos Upegui), Salsita (Carmen Barvo), el doctor La Pelota (identidad reservada), Tuquituqui (identidad desconocida), la Flaca, el Nene, Pando, Maye, el Cojo, Terremoto, Charlie Brown, Gasparín, la Chipi, el Paletisolero, el Vizconde, Tortilla, el Niño... y así, ad náuseam. 

Cuando llegaba la Copa Mundo acudían verdaderas hordas (término suyo) a la oficina de la Chiva, donde había mandado instalar dos o tres televisores. Un comité especial presidido por santa Olga organizaba los almuerzos ―nunca faltaron comida ni café para nadie― y otro montaba las apuestas. Eran pollas de poca monta que casi siempre ganaba una señora que no tenía ni idea de fútbol y creía que los árbitros pertenecían a un equipo de uniforme negro al que le habían expulsado ocho jugadores.

Puños y calzonarias rojas

Lo curioso es que casi todos los chivólatras empezaban su relación peleando con él. Quienes tardaban en descubrir su humor juzgaban que era un sujeto grosero y malgeniado; y quienes demoraban en calibrar su bondad creían que se trataba de un típico ejecutivo arrogante. Aunque jodía bastantico y a veces se mostraba impaciente, incumplido, gritón o todo lo anterior junto, era en realidad un falso bravo. Nadie niega que fuese malhablado, pero todos aceptan que se le oían bien las malas palabras. 

Había sido trompadachín en su tiempos mozos, condición que en un par de ocasiones resucitó en medio de clásicos de fútbol. Recuerdo un partido muy duro contra el Atlético Junior en Bogotá, cuando algunos costeños próximos al palco reservado a las directivas de Santa Fe que encabezaba ‘La Chiva’ dieron en la flor de voltear a mirar e insultarnos cada vez que protestaban por incidentes del juego.

Todo lo toleró Cortés. Pero cuando uno de los furibundos barranquilleros dijo algo contra “las cachacas”, saltó ‘La Chiva’ indignado, le gritó “¡Con las señoras no se meta, atarván!” (quizás en vez de atarván dijo alguna palabra empezada por hache) y se quitó la chaqueta, preparado para la inevitable riña a puñetazos que iba a sobrevenir. Pero al despojarse del saco quedaron expuestas una horrible camisa a cuadros y unas calzonarias rojas de payaso. Resultó entonces inevitable que sus compañeros de palco empezáramos a reír y que los costeños acabaran contagiándose de las carcajadas.

Al final, nos fuimos con ellos a comer carne con arepa y comentar el partido, que ganó Santa Fe, naturalmente.

El último homenaje

El último aquelarre masivo de los amigos de Guillermo tuvo lugar en mayo de 2008 para celebrarle un cumpleaños histórico. Decenas de personas se reunieron en el Museo del Chicó en torno a un pastel enorme con ochenta velitas. En esa ocasión los organizadores, aprovechando cobardemente que vivo lejos, me encargaron que enviara un discurso. Como no soy orador de banquetes, y mucho menos a distancia, escribí y mandé unos versos cojos que publico aquí en homenaje a ese ‘penfráter’ irremplazable que se me fue.

Uno de sus grandes amores había sido el Gimnasio Moderno, donde se graduó en 1945 y estudiaron sus hijos y sus sobrinos y aún estudia su nieto. Cuando supo Guillermo que había entrado en el camino del que no se regresa, decidió dejar al colegio su valiosa colección de El Gráfico, la revista que publicaron a principios del siglo XX su papá y su tío. Para entonces ya se desplazaba en silla de ruedas, consumía una manotada de medicamentos cada hora y recibía constante suministro de oxígeno a través de tubitos: había fumado demasiados cigarrillos a lo largo de su vida. 

El Gimnasio organizó un homenaje cariñoso para agradecerle la donación de los 48 tomos. La tarde del miércoles 24 de abril, una docena de sus amigos más queridos y los directivos del plantel acudieron a la sencilla ceremonia. Pero ‘La Chiva’ no llegó. Minutos antes de salir hacia el Moderno lo acometió una crisis respiratoria que obligó a hospitalizarlo de urgencia.

Dos días después terminó para él la puve. En el funeral, una bandera del Santa Fe y otra del Gimnasio cubrieron el ataúd. 

Coplas para el octogésimo
cumpleaños de la Chiva

Aquí estamos complacidos
los de antes, los de después,
para festejar reunidos
los ochenta años cumplidos
de don Guillermo Cortés.

Está tu familia entera,
radiante, llena de euforia;
está tu barra sincera
y tu bisnieta primera
y hasta tu chiva expiatoria.

Clema, Gasparín, Marita
están con la Pirinola;
Inés, Carlos, Mayecita
y Chilindrina y la Lola.
Don Daniel y Naranjita
desde España dicen “hola”.

Un ponqué y ochenta velas…
ochenta mil es más lógico
para agregar a esas velas
las heridas y secuelas
de tu “paseo ecológico”.

Pero no sale la cuenta
de este cumpleaños querido:
ochenta tacos presenta…
parecen pocos ochenta
con todo lo que has jodido.

Con afecto verdadero
decimos, ilustre Guillo,
que has sido jefe, pionero,
camarada, consejero
y hasta popular caudillo.

No hay amigo ni cambista
en una etapa aflictiva
que no decida, optimista,
como cualquier periodista,
buscar consuelo en ‘La Chiva’.

Para aplacar el despecho
y el dolor, año tras año,
ofreces siempre tu pecho
que deja muy satisfecho
por ser de muy buen tamaño.

Con tu hosquedad aparente,
tus berridos anarquistas,
tu actitud impertinente,
primero espantas la gente,
pero después la conquistas.

Tus muchas admiradoras
te consienten como enfermo
y te celebran cual loras.
Yo pregunto a todas horas:
¿qué es lo que tiene Guillermo?

¿Será el pelo de poeta
o la agudeza auditiva?
Y Carmen dice, coqueta:
“Es una vaina secreta
que sólo tiene ‘La Chiva’”

Tu familia, tus empleados,
tus amigos más estables
tenemos rasgos copiados,
con igual molde cortados,
bajo tu influencia indudable.

Las palabras que tú citas
repetimos como tontos
sean feas o sean bonitas:
“la horda”… “¡tiiiinto, mijita!!”
“tomá traga”… “culiprontos”.

Tus refranes van cantando
porque con ellos no ofendes:
“¿Dónde queda Carlomagno?”
“Aquí te estoy esperando”
“¡Quién dice puta a las Méndez!”.

En cuanto a aquellos apodos
que nos inventas a diario
los descifraremos todos
cuando alguien, de cualquier modo,
te publique un diccionario.

Santa Fe tiene presente
en su triste condición
que fuiste gran presidente
de una junta inteligente
y el último campeón.

Los colores blanco y rojo
van contigo donde estés
porque nunca fuiste flojo
para lanzar con arrojo
el grito de Santa Fe.

Alabamos con franqueza
tus virtudes acendradas:
tu paciencia, tu destreza,
tu boca ―flor de pureza―,
y tu cintura delgada.

La Academia de la Lengua
dice que el léxico mengua
tu opción de ser admitido.
Y te echará bola negra
la Academia del Oído.

Escucha bien el consejo
que te regalamos, Motas,
despídete del Concejo,
saca tu pensión de viejo
y a rascarte las …narices.

El Zancudo está esperando,
Choachí se mantiene en vilo
confiando, siempre confiando,
que allí te instales volando
con tu familia tranquilo.

Mientras tú siembras las flores
y otros actos varoniles,
La Gorda arregla motores,
lidia potros y tractores
y prepara los fusiles.

Aguantando tus regaños,
tus amigos complacidos
te cantamos el cumpleaños
y te auguramos más años
felices y agradecidos.

Al cumplir el centenario
―una hazaña que no dudo―
iremos, si es necesario,
en plan multitudinario
a un asado en El Zancudo.

Y aquí se acaba esta rima
que a tu cumpleaños invita
y a festejar nos anima,
pues nos avisa tu prima
que llegó Mamá Polita.

(Mayo de 2007)