La hija de la mujer nómada
Clare Wiskopf se la ha pasado viajando buena parte de su vida. Sin embargo, sus viajes se han colado en la memoria de manera tan extraña que no guardan un orden cronológico. Llegan por oleadas a su mente, pero le cuesta trabajo ubicarlos en el tiempo. Cree, por ejemplo, que su primer viaje sucedió entre Limerick, Irlanda, y Pandi, Cundinamarca, cuando tenía tres meses de nacida. Pero no está muy segura. Recuerda, eso sí, que vivía en una choza y salía en las portadas de periódicos. Guarda el recorte de un reportaje que salió en la primera página de El Tiempo en el que aparece acompañada de su familia, en Pandi. “Nos decían raros, hippies o locos porque vivíamos en la mitad de las montañas”, cuenta.
La vida de Clare transcurría entre aviones y canoas. Vivió algún tiempo en Paipa, Boyacá. Luego entre Pasto, Tumaco y Ricaurte, en Nariño. Tenía 8 años y ya había subido descalza a la Sierra Nevada de Santa Marta. Su mamá le decía que eso era bueno para fortalecer los pies. Recuerda la inmensidad de la Sierra, los tres días de camino para llegar a ver a los kogui.
Estudiaba en escuelas informales de las veredas o pueblos a los que llegaba. A los 11 años probablemente ya había vivido más que cualquier niño que se formara en una familia tradicional, pero quizás por eso mismo, a los 11 años, decidió detenerse en Bogotá, dejar de seguirle el ritmo nómada a su madre, Valerie Meikle, una inglesa de 80 años que siempre pareció seguir la consigna de no detenerse jamás.
Casi 30 años después, convertida en cineasta, Clare decidió contar delante de las cámaras precisamente eso, las aventuras de su madre a través de Colombia, sin importar a quien dejara a su paso, la inevitable convicción de Valerie de seguir su instinto. Pero lo que resultó fue una confrontación sincera entre madre e hija sobre sus decisiones. La cinta, Amazona, ganó el premio del público en el pasado Festival Internacional de Cine de Cartagena.
La selva interminable
Valerie había llegado a Colombia por amor, a mediados de los años cincuenta, siguiendo a un colombiano que había conocido en Irlanda y quien se convertiría en el papá de sus primeras dos hijas: Liliana y Carolina. Pero ni siquiera su compañero colombiano ni sus hijas pudieron aguantar el paso. Valerie quería devorarse las selvas, conocerlas palmo a palmo, sola o acompañada. De vez en cuando regresaba a Inglaterra a visitar a sus padres, y en uno de esos viajes conoció a Jimmy, un alma libre como ella que se dejó tentar por el trópico. Entre aventura y aventura por Colombia, se instalaron en Pandi, donde Valerie quedó embarazada de Clare. Sin embargo, por alguna razón, Valerie decidió que la niña naciera en Irlanda. Jimmy estuvo de acuerdo. Lo mismo sucedió con su segundo hijo, Diego.
La familia entera, con Valerie como comandante, deambuló por Colombia hasta que ni Jimmy ni Clare ni Diego pudieron más. Uno a uno (primero Jimmy, después Clare, después Diego) terminaron asentados en Bogotá. Clare cuenta que tuvo que empezar a familiarizarse con la ciudad, con un padre que resultó ser un desastre. Su madre, mientras tanto, regresó a la vida con los indígenas en Puerto Leguízamo, a seis horas del Putumayo.
A los 13 años, Clare se quedó sola. Su padre comenzó a viajar de nuevo y casi no lo veía, y Diego le demandaba mucha responsabilidad. Sin embargo, nunca perdió contacto con su mamá. La visitaba todas las Navidades en la selva. El único periodo largo en el que perdió cualquier tipo de comunicación fue durante la travesía a remo que Valerie decidió hacer con Miguel, su nuevo compañero de aventuras, una travesía que emprendieron desde la Sierra Nevada hasta el Amazonas.
Pasaron casi 2 años sin que Clare supiera algo de Valerie. A los 16 años, la volvió a contactar y decidió regresar a su lado en la selva, una reserva natural en el Amazonas. Alejada de la ciudad, se graduó de bachiller en Leticia.
Carolina, una de sus medias hermanas, murió en la tragedia de Armero, en 1985. Era cineasta, así que Clare decidió seguir sus pasos. Entre la nostalgia de la pérdida y la pasión por la fotografía hizo unos cursos en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. Fue allí donde se le apareció por primera vez la idea de hacer una película sobre los viajes y la vida de su madre, a quien continuó visitando en vacaciones, como era constumbre. En una Navidad, Valerie le presentó a Nicolás van Hemelryck, un colombiano de ascendencia belga que llevaba 2 años viajando por el país en bicicleta. “Me enamoré, fue como un regalo de mi mamá –asegura Clare–. Yo, que nunca había encontrado un centro, un lugar al que llegar, empecé a construir el mío”.
De mamá a mamá
Con la idea latente de hacer una película que evidenciara a una madre diferente a las demás, Clare, de pronto, quedó embarazada. Y ese embarazo cambió completamente la perspectiva del documental. Iría al Amazonas, pero no ya para narrar la vida de su mamá, sino para confrontarla. El embarazo le hizo ver a Valerie como una mamá y no como una amiga. “Era una adolescente cuando me alejé de mamá y eso genera en uno ausencias. Creo que la situación afectó más a mi hermano Diego –que está sumido en el mundo de las drogas y aparece o desaparece cuando quiere–, pero también a mí. Sí hubo un abandono y por eso, después de tanto tiempo, decidí buscarla, hablarle, cuestionarla, explicarle que no existió una base sólida”, asegura Clare.
Nicolás, su esposo, camarógrafo y productor del largometraje, registró las conversaciones fuertes, los abrazos sinceros y los silencios tensionantes entre madre e hija que surgieron durante el documental. La película se tornó no solo en un relato sobre Valerie sino en un reflejo de su propia vida. Clare asegura que su aparición en el documental no estaba contemplada, pero resultó inevitable. “Hacer una película sobre tu mamá y ser la directora es muy fácil porque tú mandas, puedes hacer con ese personaje lo que quieras, puedes volverlo hasta un monstruo. Pero eso es muy injusto. En el ejercicio de montaje lo que hicimos fue equilibrar las situaciones, mostrar a mi madre como la persona increíble que es, porque lo es, pero también mostrar que hizo cosas que pueden ser muy cuestionables”, comenta.
Durante el rodaje, Valerie mantuvo una posición radical frente a las cosas que había hecho a lo largo de su vida o al cuestionable ‘abandono’ que pudo tener con sus hijos. En las conversaciones con Clare, defendía con vehemencia cada paso que había tomado. Meses después, cuando vio el producto final sentada en una silla, lejos de las cámaras y frente a una pantalla gigante, Valerie le confesó a Clare y a Nicolás que seguramente pudo haber en ella algo de culpa. “Si no tuviera culpa no hubiera reaccionado así, pero si lo hice pues tal vez es por algo que tengo en el fondo y que no he visto”.
*Publicado en la edición de abril de 2017.