Doña Mariela  y don Miguel, que no dan  abasto con las reservas en  su tejo de Barrios Unidos,  en Bogotá. Foto: Andrea Moreno - Revista Credencial.
Doña Mariela y don Miguel, que no dan abasto con las reservas en su tejo de Barrios Unidos, en Bogotá. Foto: Andrea Moreno - Revista Credencial.
9 de Enero de 2024
Por:
Diego Montoya Chica

Radiografía del único deporte oficialmente colombiano. ¿sabía usted que tiene raíces precolombinas y que, hace cinco siglos, se practicaba con un disco de oro? Fotos: Andrea Moreno - Revista Credencial

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¡Tejo a toda mecha!

ACERO, PLOMO, pólvora y barro. Paredes de bloque y ladrillo, con el pañete y la pintura descascarados por lo que parecen ser “impactos de objeto contundente”, como dicen los forenses y ciertos periodistas judiciales. ¿Balazos, acaso?, ¿mazazos, si nos ponemos bien sádicos?

Un pesado proyectil cae en el fango a unos tres metros de mis pies y estalla con todo y llamarada. Se desata una algarabía y, de inmediato, el olor azufrado de la pólvora reemplaza al del Mustang Azul que fumaba alguno de los presentes. ¿Se habrá salido de madre alguna rencilla y quedé en medio de un tiroteo?, ¿o peor, de un bombardeo? Maldita sea, Colombia: ¿Cuándo es que “callarán por fin los fusiles” y conseguiremos “la tan anhelada paz”?

Aunque la cosa no es tan clara. Estas sí parecen trincheras, pues son de cemento con retazos de madera y llanta, tal como fueron las estaciones de policía en el Cauca de los años noventa, frecuentemente espolvoreadas con bala. Pero es que hay algo disonante, fuera de lugar.


Don Miguel explica cómo se debe agarrar el tejo con la mano: con la parte ancha contra la palma y el pulgar encima del elemento.

Para empezar, todo está cubierto con pintura de tres colores tan festivos que no me suena mucho lo de “batalla”. Por ejemplo, todo lo que es madera está envuelto en rojo. Y no cualquier rojo: el de Aguardiente Antioqueño, tan vivo y químico que reto a cualquiera a encontrarlo en el mundo natural. Los otros dos colores cubren por completo los muros, que son bastante altos: dos metros verticales de pañete y otro tanto encima de ladrillo y bloque. 

Son el amarillo y el azul de Cerveza Águila, dos matices inconfundibles que, cuando los vemos, nuestras neuronas colombianas están irremediablemente programadas para pensar en jolgorio. ¡Amarillo, azul y rojo, queridos amigos! Es la paleta patria, solo que en el Pantone de las copitas plásticas y los botellines de vidrio marrón. En la escala cromática de nosotros, los que señalamos las cosas con el 'pico'.


La cerveza es el fermento insigne de la actividad desde que desplazó a la chicha a finales del siglo XIX.

Otra cosa rara es que no caen pedazos de muro ni ninguna polvareda; lo que emana desde unos parlantes colgados en el techo son los coros de Sobreviviré, de Jessi Uribe: “Ya otro amor / salvó mi vida de esta pena que lloré / Y viviré /porque otro amor llegó con fuerza para amar”.

A la melosería mediocre del cantante se le suman los gritos en reacción al estallido, que no son de dolor, así por momentos lo pareciera: “¡Ay, gono…! ¿Mecha o moñona?”, y “¡Uuuuy, el Máicol es rebueno! Quién lo viera con su ‘nadadito’ de perro, ¿no?” 

Lo intuye usted bien: no me encuentro en la Colombia, digamos, bélica, sino en uno de los rincones más alegres que la nación ofrezca: estoy en el Club de Tejo y Piqueteadero de la 28B, en Santa Mónica, Barrios Unidos, Bogotá. El estallido es el de las mechas aplastadas contra el bocín en las canchas de barro. Las paredes sí están magulladas, pero por la mala puntería de jugadores primerizos y borrachos. Es mi turno de lanzar. ¿A qué distancia es que debo ubicarme?

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Imagine jugarse algo importante en una partida de tejo. Por ejemplo, el precio del apartamento que va a vender, bien sea para darle una ventaja importante al comprador —unos 12 millones de descuento— o si más bien usted se gana esa diferencia. Al parecer, para algunas comunidades precolombinas del altiplano, saldar deudas y dudas era una de las utilidades de la actividad. El “proyectil”, que en la actualidad está fundido en acero, era entonces de oro. Se llamaba Zepguagoscua y es bonito imaginar la elipse que dibujaba su brillo bajo el sol, en el vuelo desde la mano emisora hasta el cuenco de barro donde, se supone, debía caer.

Esa carga ancestral hace que el tejo no sea únicamente lúdico. Se cree que nació en el municipio boyacense de Turmequé y entonces allí se enseña en las primarias, donde se escucha un himno peculiar: “Nuestra herencia el ancestro dejara / con oro un tejo el Cacique forjó / en Boyacá Dios quiso que naciera / y por cuna le dio a Turmequé”. En las aulas también se reviven versos costumbristas: “Una vieja y un viejito se fueron a jugar tejo, y la viejita rogaba que hiciera moñona el viejo”. 

Hay quienes creen que el tejo se ‘gomelizó’ solo en años recientes; que se gentrificó con el surgimiento de establecimientos como Tejo Turmequé y La Embajada en Chapinero, frecuentados por gringos y profesionales sin más callos en las manos que los de las pesas del gimnasio. Pero que exista una fotografía de Jorge Eliécer Gaitán blandiendo el brazo y a punto de lanzar —así como hay otra de Alberto Lleras Camargo en las mismas—, es diciente de dos cosas que rebaten esa idea.



Para 'pantalla política', el tejo. Arriba, lo hace el nuevo alcalde de Bogotá. Abajo, apunta Jorge Eliécer Gaitán. 


Por un lado, de la relación de todo esto con los nacionalismos que, en la primera mitad del siglo XX, germinaban en el mundo entero y no solamente en Europa. Era una ventaja ser o parecer ‘hombre de pueblo’, y el tejo era perfecto para el electorado andino, pues traía raíces prehispánicas y sus mayores adeptos estaban en el universo rural cundiboyacense. Y por el otro, en esas décadas ya se veían grupos de hombres de élite, con corbata y chaleco en vez de ruana, yendo a jugar tejo y a beber cerveza. Esta última había sido coronada recientemente como el fermento insigne en las canchas, luego de que una campaña feroz impulsada por los cerveceros desplazara del todo a la chicha. Los cerveceros, junto con una visión del progreso muy del siglo pasado, le dieron la estocada final a la bebida originaria. Pero el tejo, “originario” también, pervivió, posiblemente porque no supuso amenaza para emporio comercial alguno. Al revés: quién sabe cuánto trago se venda en esas canchas, de las que parece haber cientos solo en Bogotá.

Llama la atención, sin embargo, lo poco que evolucionó en el ojo público desde entonces. O bien al tejo se le ve aún como un divertimento asociado a la clase obrera con herencia rural, o bien como un escape revestido de exotismo para las élites, que le miran a través del lente de lo kitsch, de la distancia hecha evidente. Eso quedó claro durante la más reciente campaña por la Alcaldía de Bogotá: al mismísimo tejo de Barrios Unidos donde me encuentro hoy, acudió Carlos Fernando Galán, un candidato con el fervor autóctono inflado por las cámaras. Pero no parecía haber jugado más de dos o tres veces en la vida.


El bricolaje local: las cuatro mechas reglamentarias sobre el bocín.

Quienes mejor recuerdan esa visita son Mariela y Miguel, la pareja dueña del negocio, cuyas historias son más capas para esta milhoja tricolor, pues parecen tan colombianas como el tejo mismo. Ella se desplazó a Bogotá desde la Plata (Huila) cuando tenía solo 7 años de edad. Llegó sola y a trabajar como niñera. Él, Miguel, vivió algo parecido: llegó a Barrios Unidos desde la zona rural de Paipa (Boyacá) siendo un “sute” de 10 años. Su hábitat y modus vivendi, desde entonces, está en este barrio y sus talleres de mecánica.

“Póngale que un ‘chico’ lo van a jugar a 20 ‘balazos’. Usted hizo una ‘embocinada’ que vale dos ‘balazos’. Por ‘bocín’ serían, digamos, seis ‘manos’…”. Miguel me intenta explicar las reglas del tejo y aquello me suena a jerigonza. Como que no me sirvió para nada ir al colegio ni a la universidad. La que me consuela es ella. Pese a ser la cabeza audaz que mantiene boyante el negocio —bonito, bien tenido, con buena comida, seguro, limpio—, confiesa: “Yo ni juego ni entiendo el tejo". 


El bricolaje local: costales utilizados para la limpieza de la cancha.