Francisco de Paula Santander con el niño Luis Bernal. Óleo de Pedro José Figueroa, ca. 1825. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 1809.
Septiembre de 2011
Por :
Mayor general José Roberto Ibáñez Sánchez. Presidente de la Academia Colombiana de Historia Militar. Miembro de número de la Academia Colombiana de Historia.

Panorama militar de la guerra de independencia

Bien sabemos que con las reformas borbónicas del siglo XVIII llegaron al Nuevo Mundo la Ilustración y las ideas democráticas. Pero el aporte militar de estas reformas fue decisivo, al facilitar el acceso y promoción de jefes y oficiales criollos en los cuerpos castrenses, quienes en 1810 dieron todo su apoyo a las juntas de gobierno. Como sucedió en Santafé con el Regimiento Auxiliar, cuando los capitanes José María Moledo y Antonio Baraya, respaldaron el movimiento popular, imponiéndose a la voluntad de su jefe Juan Sámano, quien pretendió sofocarlo por la fuerza.

Los ejércitos surgieron de estas dos tendencias, realista y patriota, lideradas por las autoridades españolas y por los criollos, y la guerra duró 14 años cobijando a todos los grupos sociales del país: mestizos, indígenas, gentes de color, comerciantes, agricultores, ganaderos, etc. Sus efectos humanos se calculan en quinientos mil muertos, en una población que apenas alcanzaba los dos millones de almas.

La primera república: 1810-1815

En esta primera etapa el conflicto tuvo carácter de guerra civil, al inicio con ejércitos improvisados, operaciones militares limitadas en efectivos y extensión, ampliadas con la escalada de la guerra. Cubre tres teatros geográficos de operaciones: el del centro del país, con su capital y las provincias de Tunja y el Socorro, entre los mismos patriotas, por la forma de Estado que cada uno quería imponer: el centralista liderado por Antonio Nariño y el federalista por Camilo Torres. El segundo cubre la provincia de Popayán con efectos en la presidencia de Quito, entre las realistas ciudades de Popayán y Pasto contra las patriotas del Valle del Cauca, ayudadas por Santafé y Antioquia. El tercero fue el de la Costa Atlántica entre la patriota Cartagena y la realista Santa Marta, extendido a Venezuela.

En el escenario central, en 1812, tomaron la iniciativa bélica los centralistas, cuando Nariño envió las columnas de los generales Ricaurte y Baraya sobre el Socorro y Tunja, pero estos jefes lo traicionaron y se volvieron contra él, lo derrotaron en Ventaquemada el 2 de diciembre. Mas en la plaza de San Victorino de la capital fueron sorprendidos y derrotados por Nariño a comienzos del año siguiente. La paz establecida duró hasta cuando Simón Bolívar, al mando del ejército del Congreso, rindió la ciudad en 1814.

En la Provincia de Popayán la guerra se inició con la ocupación del Valle del Cauca por el gobernador Miguel Tacón en 1811. Acudió en su defensa el ejército del general Baraya que lo venció en el Bajo Palacé el 28 de marzo y ocupó Popayán. Ciudad que fue defendida del ataque de 3.000 patianos. Luego Tacón fue derrotado en Iscuandé.

Los vallecaucanos avanzaron y ocuparon Pasto, pero sorprendidos por los habitantes de la ciudad, sus líderes Caicedo y Cuero y Macaulay, sufrieron el martirio el 16 de enero de 1813, derrota que permitió a Juan Sámano ocupar el Valle del Cauca. El propio Nariño acudió a combatirlo con un ejército de 1.500 hombres y triunfó en el Alto Palacé el 30 de diciembre, y el 15 de enero siguiente en Calibío, rindió otra vez a Popayán.

La siguiente batalla la libró Nariño contra Melchor Aymerich en el río Juanambú, el 28 de marzo de 1814. Acción militar la más admirable de este período. Mientras el patriota con su principal fuerza atacaba frontalmente bajo intenso fuego, 120 hombres al mando del comandante Virgo cruzaron por una tarabita en el flanco y aparecieron en la retaguardia realista. Aymerich, creyéndose envuelto, dispuso la retirada. El avance independiente prosiguió con triunfos en Cebollas y Tacines, pero al llegar a Pasto, el Precursor, de forma atrevida, se adelantó con su grupo de mando. Aislado, traicionado y sorprendido, fue tomado prisionero y enviado a Cádiz, de donde sólo fue liberado en 1821.

En el tercer teatro de la costa Atlántica, la lucha comenzó entre Cartagena y Mompox, contra Santa Marta, por el control del río Magdalena, arteria de las comunicaciones con el interior del país. Las acciones se dieron en las sabanas de Corozal y luego en Mompox, donde el 19 de octubre de 1812 triunfó el líder patriota Pantaleón de Germán Ribón.

Entonces, varios oficiales de Europa y de Venezuela llegaron a Cartagena, entre ellos Simón Bolívar, quien se dio a conocer con un lúcido manifiesto público. Incorporado al ejército y destinado a Barrancas, ignoró las órdenes recibidas y al mando de la pequeña guarnición tomó la ofensiva. Ocupó en audaces golpes de mano a Tenerife, Plato, Zambrano y Mompox, donde elevó su fuerza a 500 hombres. Luego asaltó a Guamal y en Chiriguaná incautó una flotilla española. Siguió a Tamalameque, Puerto Real y Ocaña, y liberó así las comunicaciones por el río Magdalena.

En febrero de 1813 Bolívar siguió a Cúcuta donde derrotó a Ramón Correa, y recibió del Congreso de la Nueva Granada su ascenso a general de brigada y un batallón de 500 hombres al mando de Atanasio Girardot, con lo más granado de la juventud. Ricaurte, Maza, D'Elhuyar, París, Ortega, Vélez y otros que brillarían en la siguiente campaña.

En marzo partió Bolívar a liberar a Venezuela. Triunfó en La Grita y en rápido movimiento de flanco, ocupó a Mérida donde recibió el título de Libertador. Siguió a Trujillo y enfrentó las atrocidades de los españoles Monteverde y Yáñez, con el terrible decreto de la guerra a muerte, tanto como vindicta, como para sustentar la nacionalidad americana.

En Trujillo el Libertador fraccionó su ejército en tres columnas para operar por separado sobre el enemigo: la de Girardot obtuvo notable victoria en Agua de Obispo y lo propio hizo la de Ribas en Niquitato, mientras él triunfaba en Guanare y ocupaba Barinas. Nuevamente Girardot venció en Nutrias y Ribas en los Horcones. Reunido el ejército para el triunfo decisivo, en Taguanes, entró a Caracas. Esta campaña bautizada justamente como admirable, la coronó heroicamente el 26 de septiembre en el cerro del Bárbula, cuando Atanasio Girardot sobre su cima ofrendó la propia vida.

Entonces surgió en los llanos venezolanos el temible caudillo español José Tomás Boves, convertido en líder de los llaneros, quien con sus hordas salvajes resentidas y feroces, planteó a Bolívar una guerra social en condiciones militares más bárbaras, pero en términos políticos convenientes. Sin embargo, el Libertador pudo derrotarlo en su hacienda de San Mateo, el 25 de marzo de 1814, gracias al sacrificio de Antonio Ricaurte, inmolado junto con los asaltantes para evitar la caída del parque patriota. Aun logró otra victoria en Carabobo, pero Boves arremetió incontenible y en la batalla de la Puerta el 15 de junio, destrozó al ejército patriota, cuyos restos terminaron de sucumbir en el combate de Urica, a pesar de la muerte de Boves.

Bolívar regresó a la Nueva Granada a informar de su revés al Congreso en Tunja, donde bien acogido por Camilo Torres, recibió el mando del ejército federalista, para someter a Santafé, como ya lo advertimos.


La reconquista española y el régimen del terror: 1815-1819

Entronizado en España Fernando VII, luego de la expulsión de los franceses, sus primeras medidas fueron las de abolir la Constitución de Cádiz de 1812, restaurar el absolutismo, y recuperar sus colonias en América. Propósito para el cual organizó una expedición de 12.000 hombres, al mando del general Pablo Morillo, bautizada “pacificadora”, la cual se convirtió en terrible instrumento de represión contra los llamados “insurgentes”, sus parientes, amigos, colaboradores y, en general, la población.

El jefe expedicionario, después de dominar Venezuela, marchó sobre Cartagena, a la que sometió a espantoso asedio. Rendida la ciudad a finales de 1815, ordenó las primeras ejecuciones y organizó la entrada al interior del Virreinato por sus vías de acceso natural, con varias columnas. La principal por Santander y Boyacá, al mando del coronel Miguel de Latorre, la cual contactó otra fuerza procedente de Venezuela al mando del coronel Sebastián de la Calzada, que venció al ejército patriota del general Custodio García Rovira en Cachirí el 22 de febrero de 1816; otra columna entró por el río Magdalena a Honda con el coronel Donato Santa Cruz; otra por Antioquia al mando de Francisco Warleta, y la última por el Chocó con Juan Bayer.

Entre tanto Sámano triunfó en la Cuchilla del Tambo en junio de 1816 sobre los restos del ejército patriota de la Primera República.

Restablecido el poder español en Santafé, Morillo instituyó el “Régimen del Terror”. Primero con los “Consejos de Guerra”, para condenar a muerte en sentencia rápida y sin defensa posible a los caudillos de la Primera República. Así fueron llevados al patíbulo Camilo Torres, Caldas, Baraya, García Rovira, Liborio Mejía, García de Toledo, Ramón de Leiva, Acevedo y Gómez y toda una pléyade de mártires. Luego estableció los “Consejos de Purificación”, para “expiar” o reparar a la corona, por parte de quienes habían colaborado con la independencia; las “Juntas de Secuestro”, para incautar las propiedades de los patriotas en favor del ejército español; y los “Tribunales de la Inquisición”, para castigar y expropiar a los curas patriotas. Instituciones que generaron condenas y castigos despiadados a los independentistas y a gran parte de la población. El propio virrey Francisco Montalvo, desde Santa Marta, sentó su protesta, aun cuando su sucesor, Juan Sámano impuso esta política represiva.

Tan crueles medidas y la carga que representó el sostenimiento del ejército español en la población, motivaron a mucha gente a escapar a los campos y bosques y organizarse en guerrillas. De tal forma, se fue transformando la naturaleza de la guerra civil de la “Primera República”, en lucha popular revolucionaria, con carácter de guerra internacional entre España y América, y convencional en la medida que se organizó el ejército en los llanos, encubierto y nutrido por las guerrillas.

La principal actividad guerrillera se realizó en las provincias de Pamplona, Socorro, Valle del Cauca, Chocó, Neiva, Mariquita y los Llanos de Casanare. Las del interior de la Nueva Granada, amenazaron la capital y otras ciudades y propiciaron la dispersión geográfica de los cuerpos realistas, limitando su concentración oportuna. Tal fue el caso de las guerrillas de los hermanos Almeydas y de Juan José Neira, que operaron entre Chocontá y el Valle de Tenza, manteniendo contacto con Casanare, comprometiendo en su persecución un batallón realista, y promoviendo en él conspiraciones y deserciones. Algunos de sus miembros como Policarpa Salavarrieta y Sabaraín fueron fusilados. Las guerrillas del Socorro, de Fernando Santos y Antonio Tovar sostenidas por Antonia Santos, mantuvieron en jaque al batallón Tambo, aún cuando la heroína fue fusilada.

Pero las guerrillas destacadas fueron las de Casanare, formadas por el cura Ignacio Mariño, Francisco Rodríguez, Juan Galea, Nonato Pérez y José Antonio Páez, que junto con los restos escapados de la cuchilla pacificadora, con Manuel Serviez y Francisco de Paula Santander, constituyeron el núcleo del ejército patriota, al amparo de la inmensidad de la pampa y del valor de sus jinetes o infantes serranos que sobrevivieron al mortífero clima, las plagas, las fieras y tantas otras dificultades de la inhóspita región.

Esta fuerza a órdenes de Páez propició sucesivas derrotas al ejército del propio Morillo, en Mucuritas, el Yagual, en 1817, y otros combates que lo llevaron a reconocer que “no enfrentaba gavillas de cobardes, como se lo habían informado sino a tropas organizadas que podían competir con las mejores de su majestad el rey”.

La campaña libertadora de 1819

En 1815, en las Antillas, Bolívar escribió la “Carta de Jamaica”, documento sociológico, de trascendencia continental. Allí, reconstruyó las bases de la lucha y obtuvo apoyo de Inglaterra y de Haití, cuyo presidente Alejandro Petión y el marino Luis Brion, surtieron las expediciones de Los Cayos. La segunda a comienzos de 1817 tuvo éxito y le permitió desembarcar al oriente venezolano y luego ocupar el puerto estratégico de Angostura, para establecer su base de operaciones, consolidar su liderazgo y organizar el gobierno.

Desde Angostura, Bolívar intentó liberar a Caracas en la infortunada campaña de 1818, que terminó con su derrota en La Puerta, y lo obligó a regresar al Orinoco, a repensar la realidad política y militar y a replantear su estrategia y los objetivos de la guerra. La difícil situación de Venezuela, arruinada por la “guerra a muerte”, y la bondad económica de la Nueva Granada, que pese al “Régimen del Terror”, mantenía productiva su agricultura, ganadería y minería, hacía estéril proseguir la lucha en Venezuela contra la principal fuerza enemiga, que superaba en el doble la patriota, cuando el Virreinato era defendido por solo 3.000 hombres al mando del coronel José María Barreiro. Determinado el nuevo objetivo estratégico, en agosto Bolívar ascendió a Santander a general y lo envió a Casanare con el material necesario para organizar una división.

En Casanare, Santander logró en poco tiempo conformar una división de 2000 hombres con los batallones Cazadores y 1º de Línea y varios escuadrones. Su actividad alertó a Sámano, que en abril de 1819, envió al coronel Barreiro a combatirlo. Pero tal como había sucedido a Morillo en los llanos de Venezuela, el clima y la guerra de desgaste, que le planteó el patriota, lo obligaron a retirarse maltrecho y enfermo, por lo que se ganó la desconfianza de Sámano, quien intentó relevarlo cuando regresó a Tunja.

Enterado de tales éxitos, el Libertador, después de la increíble victoria de Páez en las Queseras del Medio, en la aldea de Setenta reunió a su Estado Mayor y le expuso su plan de campaña: desprenderse rápidamente de Morillo y converger sobre el interior del Virreinato con tres columnas, sin que éste pudiera reaccionar oportunamente, caso en el cual el ejército libertador podría quedar atenazado entre dos fuerzas.

Pero a la aproximación del invierno y a la dificultad del movimiento por los llanos anegados, se sumaba el cruce del formidable obstáculo de la cordillera oriental, con sus escarpados caminos, insondables abismos, helados e inhóspitos páramos. Razón por la cual, tan ingenioso planeamiento se constituye en epopeya gloriosa con gran dosis de intuición y de aventura, en especial por la imprevisión de medios indispensables.

El ejército emprendió la marcha desde Mantecal y llegó el 12 de junio a Tame, donde reorganizó sus 3000 hombres en dos divisiones: la del general Santander como vanguardia y la del general José Antonio Anzoátegui como grueso y retaguardia. También resolvió avanzar en una sola dirección hacia la provincia de Tunja, por la ruta más difícil, pero la que le brindaba posibilidades de sorpresa: el Páramo de Pisba.

En cuanto a la tercera división realista, se dice que estaba bien armada y equipada, lo cual es cierto si se le compara con el estado del ejército libertador. Pero carecía de armamento, uniformes y abastecimientos, y tenía problemas de disciplina y mando.

Cuando el ejército libertador, el 27 de junio, marchaba hacia el caserío de Paya, el batallón Cazadores tomó contacto con una avanzada enemiga que vigilaba la cordillera, la cual en corto combate fue desalojada de su posición, quedando libre el camino hacia el Páramo.

El tránsito del ejército libertador por el páramo de Pisba de 3.500 metros de altura, fue una enorme proeza, por las penalidades que sufrió, su estoicismo y espíritu de sacrificio, hasta de las mujeres acompañantes o “Juanas”, que escribieron su propia gesta heroica. Pero superado el obstáculo, su presencia en la provincia de Tunja entusiasmó a sus patrióticos moradores, que acudieron presurosos a reparar sus sufrimientos con comida, víveres, mantas, ropas y cuanto podía serles útil en semejantes circunstancias. De tal forma, Bolívar en Tasco, pudo recuperar su ejército y contar con una semana sin enemigo a la vista. ¿Podríamos imaginar cuál habría sido su suerte, si Barreiro acude oportunamente a cerrarle el paso a la salida del Páramo?

El 7 y el 10 de julio entre Gámeza y Corrales Bolívar envió patrullas de exploración y reconocimiento a indagar sobre el enemigo, cuando Barreiro llegaba al área. Una de ellas con 40 patriotas fue capturada y cruelmente lanceados sus integrantes.

Cuando solo tenían la mitad de sus efectivos los dos ejércitos entraron en contacto el 11 a la salida del pueblo de Gámeza, desde donde la vanguardia realista, obligada por el terreno, retrocedió a la ribera sur del río de este nombre. El ejército patriota atacó frontalmente a su enemigo y lo desalojó de sus posiciones, pero agotado por el esfuerzo y falto de municiones, fue contraatacado, salvándose de la derrota gracias al heroico Cazadores, que resistió la acometida a costa de la vida de su jefe y de mucha tropa.

Pero este combate hizo comprender a Barreiro que a pesar de su apariencia miserable, el ejército patriota era valeroso y disciplinado, digno de enfrentarse con las mejores tropas del rey, razón por la que asumió en adelante una actitud defensiva, mientras Bolívar adquiría la iniciativa estratégica, demostrada con hábil movimiento por Tasco, Beteitiva y Cerinza a ocupar los ubérrimos y poblados valles de Duitama, dejando al jefe español desconcertado y obligado a abandonar su cuartel en Tópaga el 17 de julio, para recuperar en Paipa su línea de comunicaciones con Santafé.

En la madrugada del 25 el Libertador resolvió maniobrar sobre el flanco derecho enemigo, pero la demora en el cruce del río Chicamocha dio tiempo y espacio a Barreiro para avanzar desde Paipa, y luego de copar una pequeña flanco guardia patriota, ocupar las fuertes posiciones del Picacho y el Cangrejo, que dominan el Pantano de Vargas, quedando el Libertador con el río a su espaldas y sin otra posibilidad que vencer o morir.

El combate se inició a la diez de la mañana, y después de varios ataques sucesivos e infructuosos de la infantería patriota para apoderarse de lo cerros, quedó en máxima dificultad, cuando al ser rechazado el último, Barreiro quiso decidir la acción y ordenó a sus jinetes la carga decisiva. Salvó la situación el intrépido llanero, coronel Juan José Rondón, quien con sus jinetes se lanzó contra el escuadrón enemigo, lo desorganizó y puso en fuga, hecho que hizo reaccionar a la infantería para ganar la posición al realista.

Tal fue la batalla del Pantano de Vargas, una de las más sangrientas de la guerra de Independencia, en la cual los efectivos de los dos bandos sufrieron cuando menos la tercera parte de bajas, pero donde realizaron actos extraordinarios de valor y estoicismo, como el del coronel Jaime Rooke. Pero sus consecuencias fueron de carácter moral. Barreiro vio imposible la victoria y tomó en adelante una actitud pasiva, mientras Bolívar ampliaba su ventaja con un movimiento nocturno que lo llevó a Tunja, donde cortó al enemigo sus líneas de comunicaciones y lo obligó a marchar en difíciles condiciones al desolado caserío de Motavita, abandonado por sus escasos moradores.

El movimiento anterior lo complementó con otro en Tunja en la mañana del 7 de agosto, cuando previo conocimiento de las intensiones de Barreiro y sin que éste lo sospechara, Bolívar marchó a su encuentro en el Puente de Boyacá.

El escenario de la batalla está ubicado a 15 kilómetros al sur de Tunja, conformado al norte por un valle ondulado en declive, desde las alturas del Tobal hasta el río Teatinos donde se precipita en brusco descenso. Cuando a las dos de la tarde el desprevenido jefe de la vanguardia realista, coronel Jiménez, llegó al punto de confluencia del camino de Tunja, dio orden de ranchear, y al aparecer los primeros jinetes patriotas, creyendo que se trataba de una guerrilla, dispuso su persecución. Cual sería su desconcierto, cuando al poco tiempo apareció entre la bruma, desplegada y en formación de combate la vanguardia patriota, que no le dio tiempo de organizarse defensivamente sino de pasar el río para buscar protección en la ribera sur. Así, desde el comienzo de la acción, quedó partido el ejército español en dos y dispuestas también dos zonas de combate, al interponerse la división de Anzoátegui entre Barreiro y Jiménez. La de las dos vanguardias a uno y otro lado del río, pugnando por el control del puente y la del grueso, las retaguardias y sus reservas sobre el valle inclinado.

Estabilizado el combate, la resistencia del grueso y la retaguardia realista, duró hasta cuando los llaneros patriotas embistieron a los jinetes españoles, y éstos abandonaron el campo causando con ello la desbandada general. Entre tanto Santander encontró la forma de vadear el río por el flanco y atacar a su oponente frontalmente y por su retaguardia. Copado el ejército realista, rindió las dos terceras partes de sus efectivos y tuvo un centenar de bajas. El patriota apenas 12 muertos y 52 heridos.

A pesar que la batalla de Boyacá fue un combate de encuentro, la sorpresa y rapidez como actuó el ejército patriota y la desmoralización del realista nos permite pensar que esta acción la ganó el Libertador antes de librarla, al colocar a su enemigo en tal desventaja, que apenas necesitó el contacto para someterlo. Condición ideal que ubica en alto su gloria militar, como lo afirmó Tsun Zu hace más de dos mil años: “el verdadero caudillo militar es aquel capaz de vencer a su enemigo sin necesidad de combatirlo”.

Las consecuencias de Boyacá se expresan en la destrucción total del ejército español, con cuyos efectivos se reforzó el patriota. Con la huída de Sámano desapareció el poder colonial y abrió las puertas al gobierno republicano, libre y soberano de la Nueva Granada, que bajo la administración de Santander se convirtió en fuente humana, material y moral de la guerra de independencia. Primero para completar su liberación en el Socorro y Pamplona con Anzoátegui, y luego en Antioquia y la Costa Atlántica con las columnas de los coroneles Córdova y Maza que triunfaron en Chorros Blancos y Tenerife, y a órdenes del general Montilla liberaron a Cartagena al año siguiente.

Hasta la propia España llegaron los efectos de esta batalla, con la rebelión liberal de los coroneles Riego y Quiroga de enero de 1820, que llevó a los ejércitos en contienda a suscribir los tratados de armisticio y de regularización de la guerra en Trujillo, rubricados con la entrevista en Santa Ana, entre Bolívar y Morillo, después de la cual éste salió a España y dejó el mando al mariscal Miguel de Latorre.

Concluida esta etapa de la guerra de independencia, continuarían las campañas libertadoras de Venezuela, del Perú y del sur que llevarían a la absoluta libertad de los que habían sido Virreinatos de la Nueva Granada y del Perú dando lugar al nacimiento de una serie de naciones independientes que se formarían en el siglo XIX.

Bibliografía

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