[1-2] Jacques de Gheyn (ca. 1565-1629) Caballero disparando su arcabuz y Caballero con arcabuz cabalgando 1599, grabados sobre papel © Biblioteca Nacional de España La imagen del “caballero moderno” propio del siglo xvi europeo ha tendido a confundirse con la del conquistador de América. Sin embargo, mientras el primero disponía en las guerras europeas de los nuevos avances armamentísticos, el segundo tuvo que cruzar el océano acarreando solamente aquellos recursos que podía costear.
Septiembre de 2021
Por :
Juan Pablo Cruz Medina*

Nuevos Mundos, nuevos saberes. Negociación y diálogo cultural en la Conquista del Nuevo Reino de Granada

Aquellos que desde inicios del siglo XVI cruzaron el océano para encontrarse con un Nuevo Mundo lo hicieron espoleados por la leyenda. Tierras doradas, piedras preciosas y todo un cúmulo de maravillas difundido a través de la literatura de viajes bajomedieval, a ojos del español del siglo XVI se antojaban como un panorama mucho mejor que el de la tierra castellana, dura y empobrecida. Sin embargo, esta visión quimérica no era compartida por la Corona española, dados los relatos poco fiables acerca de las tierras que se hallaban al otro lado del océano. En consecuencia, quienes se aventuraron tuvieron que asumir por su cuenta y riesgo las expediciones.

 

Esta compleja situación hizo de la Conquista un proceso que, en términos de técnicas y saberes, terminó recogiendo elementos más propios de la cotidianidad del mundo bajomedieval que de los primeros atisbos de la Modernidad que lentamente comenzaba a abrirse paso. Tales conocimientos, trasladados por los conquistadores al Nuevo Mundo, se sumarían en contextos como el del naciente Nuevo Reino de Granada a los saberes propios de los indígenas, recogidos a través del diálogo y la negociación.  ¿Cómo se llevó a cabo este proceso? y ¿qué técnicas y saberes entraron en juego dentro del mismo? Para dar respuesta a estos interrogantes es necesario examinar dos aspectos que fundamentaron la Conquista de lo que hoy conocemos como Colombia: uno, las técnicas que permitieron a los europeos desplazarse hacia el Nuevo Mundo y conquistarlo; y dos, la importancia que tuvo el diálogo como fórmula para la apropiación de saberes nativos en medio de la consolidación de lo que hoy llamamos América.

 

Técnicas y saberes medievales

 

Cuando se menciona la Conquista, comúnmente tiende a pensarse en hombres con armadura, yelmo y coraza, erguidos sobre caballos y portando en sus brazos escudo, espada y, quizás, un arcabuz. De igual forma, el imaginario popular se representará a un grupo de indígenas desnudos, avanzando medrosos al encuentro de esos desconocidos “semidioses” llegados del mar. Nada más alejado de la realidad. Si bien es cierto que el ocaso del siglo XV trajo consigo la primera modernización tanto de las armas como de las técnicas militares en Europa, los conquistadores no pudieron gozar de tales privilegios. Los evolucionados arcabuces provenientes de Italia que comenzaron a dominar el panorama de las guerras europeas del siglo XVI, así como los modernos cañones utilizados por el rey Carlos I de España en sus incursiones en el Magreb, eran armas muy costosas, que no podían permitirse quienes se aventuraban a cruzar el océano Atlántico. ¿Cómo llevar entonces a cabo una empresa tan arriesgada como la Conquista de un nuevo mundo?


[3] Fabricante desconocido
Cota de malla de uno de los conquistadores, que por tradición fue relacionada con Gonzalo Jiménez de Quesada
Ca. 1530, acero dulce argollado, 69 x 53 12 cm
Reg. 1 © Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra.

Las cotas de malla eran elementos costosos que muy pocos podían adquirir. Solo algunos conquistadores las portaban, los demás utilizaban pecheras de cuero y algodón. 

 

Sin apoyo monetario de la Corona los conquistadores tuvieron que ajustar sus intereses a lo poco que tenían. Tras recibir la cédula real que les autorizaba la empresa de conquista, los capitanes reunían el capital suficiente para costearla. El pago de las embarcaciones y su avituallamiento para el viaje consumían buena parte del dinero. Muchas veces fungían como capitanes quienes aportaban el capital. Otros, fundamentalmente aquellos que ya tenían algún tipo de formación militar -como fue el caso de Pedro de Heredia- podían alcanzar un rango intermedio en las huestes, lo cual cimentaba su aspiración a ser capitanes o recibir alguna gobernación. Los demás integrantes de las expediciones eran personas que no tenían nada que perder. El imaginario suele suponer que dichos hombres eran en su mayoría criminales y reos perdonados. Sin embargo, lo cierto es que el grueso de las huestes, al menos de aquellas que colonizaron el Nuevo Reino de Granada, lo integraban campesinos, artesanos, hidalgos pobres y segundones que no contaban con oportunidades en el Viejo Mundo. En su mayoría estos hombres carecían de formación militar y no poseían más que su cuerpo para defender lo poco que alcanzaran en las nuevas tierras (imágenes 1 y 2).

 

A diferencia de los ejércitos modernos, las huestes conquistadoras no recibían paga salvo el botín que pudieran obtener en el Nuevo Mundo a costa de los indígenas. La repartición de las riquezas se efectuaba en proporción a lo que cada uno hubiese aportado a la expedición, siendo los capitanes los más beneficiados. La posesión de elementos como caballos, cotas de malla, ballestas o escudos implicaba una mejor participación en el posible botín. Sin embargo, las armas y los caballos no eran lo más común. Al respecto es diciente la documentación relativa a expediciones como la capitaneada por Pedro Fernández de Lugo y aquella que conduciría a Gonzalo Jiménez de Quesada hasta el altiplano habitado por los muiscas. Algunos arcabuces, ballestas, espadas y rodelas conformaban el armamento de la hueste, recurso que, sumado a algunos caballos, se situaba como el respaldo de los exploradores. En cuanto a las armaduras y morriones, eran pocos los que las tenían, siendo los caballeros y capitanes sus principales portadores. Eran más comunes los jubones de cuero y las pecheras de metal liviano o algodón, hecho que beneficiaba a quienes se adentraban en el Nuevo Mundo. El calor del trópico, casi insoportable en las zonas costeras o las márgenes del río Magdalena, hacía imposible el uso de una armadura o una cota de malla. Más aun cuando se considera que estas últimas llegaban superar los veinte kilos (imágenes 3 y 4).  

[4] Autor desconocido
Gonzalo Jiménez de Quesada
Ca. 1540, óleo sobre tela, 81 x 64 cm
Reg. 557 © Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra
La imagen construida en los siglos XVIII y XIX sobre los conquistadores estuvo basada en una idealización caballeresca de los mismos. Armaduras y morriones con penachos se convirtieron en protagonistas de estas representaciones apologéticas. 

 


 

El soporte técnico de los conquistadores era escaso. Además, estudios recientes han demostrado que la importancia del caballo y las armas de fuego en el marco de la Conquista ha sido muy sobrevalorada por los historiadores. En cuanto a los caballos es bien sabido que su utilidad se reducía notablemente en la escarpa andina, sirviendo como verdaderas armas solamente en las llanuras. De igual forma, las armas de fuego que trajeron los conquistadores eran muy rudimentarias, sirviendo más para espantar a los indígenas que para lograr defensas efectivas. Estas armas eran las llamadas llaves de fuego, instrumentos de poca precisión y que demandaban tiempo para su carga. Por ende, solo eran útiles para que la infantería de avanzada abriera el paso. Las ballestas, las espadas, los machetes y las rodelas de metal fueron las armas más útiles en el avance hispano por el territorio. En suma, los desarrollos en la técnica militar europea no fueron decisivos en el proceso de conquista. Es aquí donde cobraron valor otros elementos, tales como el diálogo con los nativos y la apropiación de saberes derivada de estos intercambios.

[5] Eladio Gil Zambrana (1929-2011)
Monumento a la India Catalina
1974, bronce
© Archivo El Tiempo / Manuel Pedraza
La India Catalina, quien aprendió castellano durante su cautiverio a manos de las tropas de Marín Fernández de Enciso, fue un actor clave para Pedro de Heredia en el establecimiento de las alianzas con los grupos que dominaban la zona de la actual Cartagena. Sirvió de intérprete y guía para los españoles. 

 

Negociar o morir: el diálogo y su función como vehículo de saberes

 

La violencia acometida por los conquistadores fue un hecho innegable y un rasgo consustancial de los procesos de conquista y colonización llevados a cabo a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, al margen de las acciones violentas, los conquistadores tuvieron que desarrollar estrategias de alianza y negociación con los pueblos nativos que hallaban a su paso. Estudios recientes realizados en torno a la Conquista de América han demostrado en este sentido que, contrario a la creencia común, el diálogo cultural tuvo un papel fundamental en el proceso de asentamiento colonial en el Nuevo Mundo. Esta dinámica permitió subsanar las deficiencias técnicas de los invasores a partir de la apropiación de conocimientos técnicos, naturales y geográficos de los indígenas. ¿Cómo se logró esto?

 

El etnohistoriador inglés Matthew Restall ha evidenciado que, en oposición al imaginario común, los pueblos indígenas prehispánicos no vivían en una arcadia de paz y felicidad, sino que, por el contrario, se hallaban sujetos a procesos de luchas interétnicas que eclosionaron en el siglo XVI junto con la Conquista. Gracias a esto, y a pesar de no contar con armas y soldados capacitados para avanzar por tierras desconocidas, los conquistadores lograron tejer alianzas que derivaron en una lucha entre españoles y sus aliados indígenas con otros pobladores de los territorios. En el caso de la Nueva Granada esto se hizo evidente, por ejemplo, en las alianzas de Pedro de Heredia con algunos pueblos indígenas diseminados en lo que habría de ser Cartagena de Indias. La zona habitada por grupos como Guamocos, Gayepos, Cotocas, Miguayes, Yurbacos, entre otros, se planteaba a los ojos del conquistador como un escenario dominado por el conflicto entre estas etnias. La belicosidad de los indígenas, atestiguada por Rodrigo de Bastidas, Alonso de Ojeda y el cartógrafo Juan de la Cosa, hacía casi imposible implantar el dominio europeo sobre la región y sus poblaciones. La estrategia de Heredia consistió en ganarse el favor de algunos grupos indígenas, para enfrentar así a los poderosos Yurbacos, dominantes en la región. En este proceso cobró importancia la famosa india Catalina, traductora e intérprete de Heredia, quien al servir como agente cultural permitió la alianza entre los conquistadores y los indígenas (imagen 5).

 

La negociación emergió como la formula principal para someter a las comunidades nativas, facilitando el conocimiento de las regiones y la confederación de los españoles con múltiples grupos indígenas. La eficacia de esta estrategia indujo a su reproducción a lo largo de la geografía americana. Gonzalo Jiménez de Quesada, por ejemplo, pudo capitalizar las divisiones existentes entre el Zipa y el Zaque de los muiscas, generando alianzas con comunidades como la de los Laches. A su vez, Sebastián de Belalcázar trazó alianzas con diversos grupos enfrentados en el marco de las disputas entre los caciques Popayán y Calambás. 

 

[6] Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557)
Canoa
1535, General y Natural Historia de las Indias © Biblioteca Nacional de España
El diálogo entablado con los indígenas permitió a los conquistadores españoles conocer aquellos instrumentos que les permitían atacar a sus enemigos y surcar los caudalosos ríos del continente. Estos elementos rápidamente fueron registrados y apropiados por los invasores.

[7-8] Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557)
Hamaca y Piña
1535, General y Natural Historia de las Indias
© Biblioteca Nacional de España
Al llegar a territorios que les eran totalmente desconocidos los conquistadores se encontraron con una nueva realidad. Si bien se enfrentaron constantemente con los indígenas, los españoles comprendieron que la única forma de sobrevivir era dialogar con estos y establecer pactos y alianzas. Gracias a ello, aprendieron a comer lo que comían los indígenas (como la piña) y se apropiaron de sus objetos cotidianos (como las hamacas y chinchorros que utilizaban para dormir). 

En medio de este diálogo se fueron forjando, progresivamente, unas nuevas formas de hacer. Los conquistadores se apropiaron de elementos indígenas como las rápidas canoas o las lanzas, a la vez que reconocieron un nuevo tipo de alimentación basada en el maíz y frutos como la guayaba y la piña. Este intercambio, del que tempranamente dieron cuenta cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo, sirvió de base para la erección de las nuevas ciudades, urbes ensambladas por comunidades mixtas en las cuales el diálogo fue protagonista. La integración de lo indígena con la cultura católica hispana, fenómeno atestiguado en la denominación misma de ciudades como Santiago de Cali o Nuestra Señora de la Asunción de Popayán, permitió que la estructura colonial perdurara y se solidificara con el paso del tiempo. El diálogo intercultural surgió entonces como argamasa de la Conquista, propiciando el tránsito de técnicas y saberes de una cultura a otra. Gracias a esto, los conquistadores pudieron no solo avasallar a unas culturas, sino también dar vida a un Nuevo Mundo que ya no se presentaba como español o indígena, sino más bien como la mezcla asimétrica de ambos (imágenes 6 a 8).

 

 

* Historiador. Profesor de la Facultad de Estudios del Patrimonio, Programa de Restauración, Universidad Externado de Colombia.



Bibliografía

Díaz Ceballos, Jorge. Poder Compartido. Repúblicas urbanas, monarquía y conversación en Castilla del Oro, 1508 – 1573. Madrid: Marcial Pons, 2021.

 

Lemaitre, Eduardo. Historia de Cartagena. Tomo 1: Descubrimiento y Conquista. Bogotá: Banco de la República, 1983.

 

Mejía Pavony, Germán. La Ciudad de los Conquistadores 1536 – 1604. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2012.

 

Restall, Matthew. Los siete mitos de la Conquista Española. Barcelona: Paidós, 2004.

 

Restall, Matthew y Felipe Fernández-Armesto. Los Conquistadores. Una breve introducción. Madrid: Alianza, 2013.