05 de octubre del 2024
 
Noviembre de 2017
Por :
Carl Henrik Langebeck, Antropólogo con doctorado en la Universidad de Pittsburgh. Ha trabajado los temas de surgimiento de sociedades complejas en los Andes orientales y la Sierra Nevada de Santa Marta.

LA VIVIENDA MUISCA

Cuando los conquistadores llegaron a los Andes orientales encontraron que la población indígena vivía concentrada en aldeas, aunque los propios españoles fueron lo suficientemente observadores como para darse cuenta de algunos contrastes. Así, mientras en su camino hacia la Sabana de Bogotá encontraron pequeñas aldeas con unos pocos bohíos, ya en la Sabana se sorprendieron al ver poblaciones enormes. Y mientras que la mayor parte de las familias muiscas vivía en bohíos redondos en los cuales podían caber unos pocos individuos, en el Cañón del Chicamocha describieron malocas donde vivía un mayor número de personas; también encontraron lugares donde las viviendas tenían cimientos de piedra, mientras que en otros estas se construyeron directamente sobre el piso.

La diversidad de asentamientos tenía que ver con diferentes desarrollos. Su tamaño era proporcional a la importancia del cacique y su capacidad de atraer lealtades. La mínima unidad de organización social muisca, llamada uta, tuvo un sentido territorial y su nombre también significaba “patio”. En algunos casos, muy notablemente el de Bogotá (hoy en día en Funza), se han encontrado enormes asentamientos en los cuales se concentró gran cantidad de población, compuesta por múltiples uta. Los documentos de archivo ratifican que los caciques y capitanes muiscas, con su gente, podían unirse a los caciques más importantes, aunque tenían la libertad de abandonarlos e irse a vivir por su cuenta o cerca del asentamiento de otro cacique importante. Sin duda, la capacidad de atraer población podía ser bastante exitosa y la mayor parte de los asentamientos muiscas más importantes fueron ocupados cientos de años antes de la llegada de los conquistadores. Pero el proceso fue bastante desigual: mientras Bogotá, y en menor grado Tunja, concentraron un buen número de gente con sus caciques, en otros lugares, como Sogamoso, la capacidad de centralizar población fue bastante más limitado.

En todo caso, la atracción de los más importantes caciques se basaba en su generosidad, las redes de reciprocidad y también en la posibilidad de compartir ritos y ceremonias comunes. Probablemente las alianzas matrimoniales también jugaron un papel importante. Todos estos aspectos hacían parte de negociación entre ellos y su gente.

En los asentamientos existían bohíos redondos, de unos 5 metros de diámetro, en los cuales vivía la mayor parte de la población, pero también se encontraban otras estructuras mucho más grandes, algunas de ellas rectangulares, cuyo propósito no es del todo claro. Si aceptamos lo dicho por los cronistas, en los asentamientos había estructuras ceremoniales, bohíos donde se conservaban restos de antiguos caciques, depósitos donde se guardaban excedentes, especialmente mantas, o incluso pequeños espacios para las mujeres menstruantes. A veces, según los cronistas, algunos bohíos se rodeaban de palizadas que a ojos de los españoles a veces parecían verdaderos laberintos. Y a juzgar por las mismas fuentes, algunos asentamientos estaban rodeados por cercados e incluso podían tener calzadas que comunicaban con santuarios especiales. Además, también existían viviendas dispersas por el campo, al lado de cultivos, las cuales eran ocupadas periódicamente.

Los bohíos donde vivían los muiscas no solo eran espacios donde se reproducía la economía y vida doméstica, también jugaban un papel destacado en la cohesión social. Se sabe que los muiscas los renovaban con frecuencia y que para ello convocaban al trabajo comunal. Cuando se trataba de las viviendas de los caciques, la comunidad que trabajaba en la obra también participaba en festejos comunales en los cuales los caciques recibían obsequios y al mismo tiempo invitaban a comer y beber chicha. Pero no solo se trataba de los caciques, la construcción de cualquier bohío servía el mismo propósito, obviamente en una escala que era proporcional a la importancia de la persona.

Si nos atenemos a lo que sucedía en otras comunidades indígenas, la importancia simbólica de la vivienda era primordial: con mucha frecuencia los postes centrales representaban a los caciques, mientras que las pequeñas varas se homologaban a los demás miembros de la comunidad. En otros casos, como el de los u´wa, grupo de lengua chibcha emparentado con los muiscas, cada poste simbolizaba una comunidad relacionada, con la cual se compartían ceremonias. En todas las sociedades indígenas, el interior de las viviendas estaba profundamente jerarquizado. Cada lugar significaba algo y podía ser utilizado por alguien de acuerdo con su jerarquía. Pero, además, la estructura en su conjunto tenía relaciones simbólicas especiales: podía asociarse con el cosmos, con las cuentas calendáricas, con recuentos históricos de sucesos pasados, etc. Nunca era una estructura desprovista de significado.

Entre los muiscas, las palabras asociadas a vivienda fueron gue y mox. Ambas tuvieron un profundo contenido simbólico. Traducían “casa”, pero también “lugar” o “pueblo”. Era el término para indicar un gentilicio: por ejemplo Suba gue quería decir natural de Suba, idea que tiene sentido porque los muiscas enterraban a muchos de sus muertos debajo de la casa, con lo cual ella también devenía en el hogar de los ancestros. Incluso gue podía hacer referencia al hogar de los muiscas pues el territorio se denominaba moxigua o “casa de los muiscas”.

Así las cosas, las viviendas muiscas representaban el lugar de origen y de referencia, y abarcaban tanto el mundo de los muertos como el de los vivos. Las jerarquías muiscas lograron consolidar entre ellos, y en sus casas, un importante ceremonial, pero ese ceremonial no se reproducía como monopolio: a diferentes escalas sucedía lo mismo en todas las gue.