HISTORIA DE LOS MONASTERIOS Y COLEGIOS EN COLOMBIA
Los monasterios para hombres y mujeres, así como los colegios, fueron importantes centros de enseñanza en los territorios que la Corona controlaba en Hispanoamérica. Su labor en la sociedad colonial no se restringió al cultivo del intelecto, pues fueron instituciones con una alta complejidad organizativa, articuladas con la posesión y administración de bienes. En este texto se esbozarán algunas características espaciales de esas estructuras, así como la misión doctrinal, tanto laica y religiosa, que fomentaron. Además, se resaltará que eran espacios dinámicos que estaban conectados con el conjunto de la sociedad.
No todos los centros de enseñanza fueron iguales ni se instalaron al mismo tiempo. Para el caso de territorio que hoy es Colombia, los monasterios masculinos fueron fundados primero, desde mediados del siglo XVI. Los de mujeres surgieron después, desde finales del XVI, cuando la población femenina había aumentado. Además, los hombres eran entrenados como misioneros que incursionaban, por ejemplo, en territorios en los que el orden colonial aún no había sido impuesto. Los colegios, por su parte, estaban centrados en la formación de hombres como doctores en teología.
Claustro de San Francisco,nPopayán. Foto Alberto Saldarriaga. |
Es importante anotar que la enseñanza en el período colonial no se limitó a monasterios y colegios. En esa época, el mundo intelectual estaba estructurado por la fe, de tal forma que devoción y conocimiento estaban ligados[1]. Vistos desde esa lógica, los templos de los pueblos de doctrina, por ejemplo, eran también edificios destinados a la enseñanza.
Monasterios
En general, los monasterios hacían parte de la traza, o núcleo poblado de ciudades y villas. Algunos podían ser construidos a campo abierto como lugares de descanso. En las jurisdicciones del Nuevo Reino de Granada y la Gobernación de Popayán, como en otros territorios, el establecimiento de un monasterio y del templo que hacía parte de su conjunto tenía origen en la solicitud que sus promotores enviaban a la Corona. Esos promotores eran los fundadores del monasterio, patronos seculares o religiosos interesados en que, según sus devociones, una orden religiosa se instalara en la población en la que residían. El éxito de una fundación dependía también del beneplácito de las órdenes que ya estaban asentadas en el poblado. Los patronos corrían con los gastos de puesta en marcha: compra de solares, construcción del monasterio y la iglesia, traslado de los nuevos clérigos, entre otros.
Además, el patrono solía dejar un legado para asegurar la continuidad de la fundación, en buena medida porque un monasterio tomaba varios años en edificarse. En los territorios que hoy conforman Colombia hubo diferentes experiencias. Por ejemplo, los monasterios de la provincia de Cartagena tardaron en consolidarse, mientras que algunos de las ciudades de Tunja y Santa Fe fueron edificados de manera relativamente rápida entre los siglos XVI y XVII. En un comienzo, las construcciones fueron de tapia, barro y techos de paja y, más adelante, esos materiales se sustituyeron por ladrillo y teja. Es de anotar que la piedra y el ladrillo se emplearon, en especial, para las portadas, pero su uso no fue intensivo[2].
Una vez concluidos, los monasterios solían ser modificados, bien fuera por mejorar su apariencia y estabilidad o porque se veían afectados por incendios y terremotos. Además, los monasterios podían seguir aumentando de tamaño por cuenta de la compra de otros solares y su crecimiento podía dar lugar a que tuvieran varios claustros (patios rodeados por galerías). En ocasiones, excedían la dimensión de la mayoría de manzanas que conformaban la traza[3]. Es el caso de San Francisco (1574) y San Camilo (1765) en la ciudad de Popayán.
Si se piensa en que fueron resultado de distintas fases de construcción, los claustros surgieron después de un proceso prolongado en el que iban agregándose partes hasta conformar esos espacios. Es decir, si bien la idea de claustro podía ser el objetivo, no se conseguía desde el comienzo. En cualquier caso, el claustro de proporciones cuadradas es un elemento preponderante en los monasterios. Alrededor de ese espacio se iban organizando áreas de dormitorio, refectorio, sala de labor, cocina, huerta y enfermería. Aún así, algunos monasterios se fundaban en casas preexistentes, que eran adaptadas.
Claustro de SantoDomingo en Popayán. Foto Alberto Saldarriaga. |
Si bien hubo variaciones, la organización de los monasterios fue relativamente similar en las jurisdicciones aludidas. Así, en un monasterio masculino, la iglesia suele mirar a una plazoleta, como ocurre con Santo Domingo (1575) y San Francisco, en la ciudad de Popayán, cuyos campanarios se destacan del resto de la estructura. En cuanto a los casos femeninos, la iglesia tiende a conservar la misma altura del monasterio, como en Santa Clara, de la ciudad de Santa Fe (1629), y La Encarnación (1591) o El Carmen (1729), en la ciudad de Popayán. En esos conjuntos, la entrada al templo está definida por puertas laterales, de tal forma que el eje de la nave única corre en paralelo al acceso, así que los pies de la iglesia no tocan la calle. Esa solución permitía a las religiosas de clausura usar el espacio del coro, que se comunicaba con el monasterio, para oír misa, ocultas tras celosías[4].
Pese a las semejanzas, la relación entre el conjunto templo-monasterio y la traza fue singular en cada caso, así como lo fueron sus rasgos arquitectónicos específicos. Las formas y detalles solían depender de los conocimientos de los maestros y alarifes a cargo de la obra, así como de los tratados a su disposición, tanto como de su recursividad. Como fue habitual en Hispanoamérica, la arquitectura podía combinar parámetros académicos y elementos que no lo eran, con mayor razón si se piensa que los maestros venidos de Europa fueron pocos, y la población indígena y los esclavos negros participaron en construcción.
Fachada del colegio Pinillos de Mompox. Foto Alberto Saldarriaga. |
En los monasterios, la vida debía dedicarse a la devoción religiosa que implicaba votos de clausura, castidad y pobreza, según una estricta organización del tiempo y de las jerarquías sociales. Además, esos espacios instruían a personas jóvenes en letras y virtud, y acogieron a los sirvientes de los religiosos. Por lo tanto, la población en su interior fue variada y quienes se relacionaban con los monasterios no necesariamente estaban recluidos. Si bien hombres y mujeres pertenecientes a la sociedad española entraban de modo más sencillo en las órdenes religiosas, estas recibieron también población “mestiza”, descendientes de uniones “ilícitas” y personas pobres. Lejos de ser espacios cerrados, fueron instituciones económicas conectadas con la sociedad. Así, en el caso de los monasterios femeninos, las comunidades recibían dotes, donaciones en bienes o metálico entregadas por las familias de las novicias. Ese patrimonio, sumado al recibido a cambio de servicios litúrgicos, convirtió a las órdenes en dueñas de solares y estancias, así como en prestamistas de dinero a crédito.
Colegios
En general, los colegios fueron establecidos en distintos poblados del territorio que hoy es Colombia desde comienzos del siglo XVII. La fundación también estaba encabezada por patronos, y sus espacios eran similares a los monasterios: edificaciones con claustro, por lo general acompañadas de iglesia. Al respecto, puede pensarse en el Real Colegio Seminario de San Francisco de Asís de Popayán, regentado por jesuitas desde su fundación en 1643 hasta que la comunidad fue expulsada en 1767, cuando pasó a ser dirigido por curas dominicos. Los estudiantes, clasificados en categorías basadas en privilegios y procedencia social, solían ser hombres españoles, personas de origen ibérico o sus descendientes, que, según se exigía, debían estar libres de mezcla racial y ser hijos de matrimonio legítimo.
En esos centros, el pensamiento aristotélico fue predominante hasta finales del siglo XVIII. En ese marco, los estudios de gramática, latín, artes y teología tenían duraciones diferentes y un hombre podía completar diez años atendiendo esas materias. Así, en los siglos XVII y XVIII, en los colegios de Santa Fe (Colegio Mayor de San Bartolomé y Colegio Mayor del Rosario), los estudiantes cursaban la carrera, en la que el latín era lengua preponderante, entre los 12 y los 24 años. Al finalizar, obtenían el grado de doctor en teología, que los facultaba para ejercer como letrados, bien fuera como curas o abogados[5].
En cuanto a organización interior, puede tomarse como ejemplo el Real Colegio Seminario de Popayán. Recién fundado, sus “constituciones” refirieron espacios de capilla, refectorio y celdas, aposentes individuales de los colegiales, quienes eran los estudiantes de mayor rango y residían allí de manera permanente. Esos espacios también eran lugares de estudio, sujetos a vigilancia constante por parte de las autoridades del colegio. El uso del tiempo estaba regulado de manera estricta y solamente se podía salir con licencia del padre rector. Un documento posterior, de 1726, describe la existencia de “aulas” para el estudio y más adelante, en 1762, el recinto contaba con una escuela de primeras letras para niños pobres[6].
izquierda Estampilla conmemorativa de los 300 años del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (1653-1953)en Bogotá. Derecha Iglesia de San Francisco en Popayán. |
El aparente encierro era matizado por los contactos con el exterior. Así, en los colegios de Bogotá durante los siglos XVII y XVIII, los estudiantes hacían parte de cofradías y tertulias que los articulaban con grupos por fuera del colegio. Asimismo, los colegios se abrían los domingos para los vecinos, que asistían a torneos de argumentación. Los recintos acogían también ceremonias públicas de demostración de capacidades retóricas a las que se convocaba a autoridades y vecinos[7]. De tal forma, es posible imaginar que la vida en los colegios estaba articulada con otros pobladores de las ciudades y las villas.
Conclusión
Con las transformaciones republicanas en el siglo XIX, muchas instituciones de enseñanza regentadas por religiosos fueron suprimidas. Hoy en día podemos ver estructuras de claustro en ciudades como Bogotá, Tunja, Popayán y Cartagena. Esos edificios, en muchos casos, tienen origen en las estructuras creadas para cultivar el intelecto y la virtud de hombres y mujeres durante la Colonia. Es importante resaltar que los claustros, pese a sus similitudes, eran usados de modos diferentes. También, que las actividades a las que dieron lugar dinamizaban la vida intelectual, política y económica de los poblados. Por último, monasterios y colegios fueron hitos conformadores de las trazas coloniales que han podido ser adaptados a diversos usos en épocas posteriores.
Bibliografia
[1] Renán Silva Olarte. “Los estudios generales en el Nuevo Reino de Granada, 1600-1770”. Renán Silva Olarte, Saber, cultura y sociedad en el Nuevo Reino de Granada, siglos XVII y XVIII. Medellín, La Carreta Editores, 2004, pp. 26-27.
[2] Alberto Corradine Angulo. Historia de la arquitectura colombiana. Bogotá, Escala, 1989, p. 91.
[3] Jaime Salcedo Salcedo. Urbanismo hispano-americano, siglos XVI, XVII y XVIII. El modelo urbano aplicado a la América española, su génesis y su desarrollo teórico y práctico. Bogotá, Centro Editorial Javeriano, 1996, p. 169.
[4] Ramón Gutiérrez. Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica. Madrid, Ediciones Cátedra, 1983, p. 261; Alberto Corradine Angulo. Historia de la arquitectura colombiana, pp. 91, 168.
[5] Renán Silva Olarte. “La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada”. Beatriz Castro Carvajal (ed.), Historia de la vida cotidiana en Colombia. Bogotá, Editorial Norma, 1996, pp. 393-396.
[6] “Constituciones del Colegio Seminario de San Francisco de Asís de Popayán”, citado por Pedro Vargas Sáez, Historia del Real Colegio Seminario de San Francisco de Asís de Popayán. Bogotá, Editorial A. B. C., 1945, pp. 441-450.
[7] Renán Silva Olarte. “La vida cotidiana universitaria”, pp. 399-412