Luego de la emancipación de la corona española, nuestro país se caracterizó por la convulsión social y económica provocada por las guerras civiles que se prolongaron desde el decenio de 1830 hasta 1902. En ese momento se comenzaron a dar los primeros pasos para preparar y fortalecer nuevas relaciones culturales y económicas especialmente con los mercados de países como Inglaterra, Francia y Estados Unidos, alianzas que más tarde permitieron numerosos intercambios comerciales y la firma de copiosos empréstitos. Asimismo, la joven república sosegadamente se vinculó y posicionó en el mercado mundial como productora de materias primas, entre las que se encontraban el caucho, el algodón, el tabaco, el oro, la quina y el café.
La comercialización de diferentes productos propició la acumulación de importantes capitales que permitieron cubrir la oferta y la demanda local de mercancías (productos manufacturados) de todo tipo. Al mismo tiempo fue posible la acumulación de recursos para introducir mejoras técnicas en el sector agrario y la inversión de capitales que progresivamente dieron inicio a la industria colombiana.
Como consecuencia de las aperturas económica y política, sumadas a la búsqueda de una nueva identidad cultural en la joven nación, no es de extrañar que, después de la segunda mitad del siglo XIX, en algunos centros urbanos y zonas rurales aisladas se presentaran gradualmente cambios aislados sobre el paisaje heredado del periodo colonial, no solo en las formas de habitar la cotidianidad, también en su fisonomía. Esto estimuló el comienzo de un largo y pausado proceso que buscaba desarrollar e implantar nuevas formas de concebir y vivir la arquitectura.
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Falcas y cavas antigua Fábrica Bavaría, Parque Central Bavaría. Foto Marta Ayerbe. |
Una clara expresión del anhelo de cambio y las bondades de un prometedor porvenir se exhibió con el nuevo repertorio arquitectónico por desarrollarse, que en muchos casos mostraba una evidente intensión por expresar materialmente una ruptura con el pasado y su nuevo vínculo con las bondades que rodeaban ideales de mejora, comodidad e higiene. Su implantación fue una contundente muestra del progreso económico de la nación, de esta forma se materializaron diferentes iniciativas que pausadamente y aleatoriamente se extendieron sobre el sector del comercio, sobre algunas de las actividades artesanales y semiindustriales. Luego de sortear múltiples tropiezos fue posible que se concretaran los primeros ejemplos de la arquitectura concebidos exclusivamente para uso industrial, que arribaron con total expectativa debido al emprendimiento e innovación que conllevaba su implantación ya que las nuevas edificaciones que se construyeron personificaban un avance material de largos años de espera.
Detrás del sueño de progreso industrial se encontraban reconocidos hombres progresistas como Antonio Izquierdo, los hermanos Carlos y Fernando Vélez Danies, James Martin Eder, Francisco Javier Sánchez, Julio Barriga y Alejandro Echeverría. Prohombres que hicieron parte del grupo de pioneros de la industria en Colombia y que, entre otros aspectos, se caracterizaban por buscar eficiencia en la productividad y en optimizar los procesos de gran escala. Así se desarrollaron paulatinamente notables ejemplos de arquitectura fabril, entre ellos, las instalaciones de las ferrerías de Pacho, La Pradera y Amagá, junto con la Compañía de Hilos y Tejidos de Samacá. Igualmente, los ingenios Manuelita y de Sincerín (1906 y 1908), que marcaron una pauta contundente en la expansión de la agroindustria azucarera en el país.
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Aviso de publicidad, Fábrica de vidrios Fenicia. El Gráfico. Año iiv. Número 702. Agosto 30 de 1924 |
En el caso específico de Bogotá, se tienen noticias que para el decenio de 1830 surgieron algunos intentos de industrialización. Sin embargo, las primeras iniciativas de arquitectura industrial se caracterizaron por funcionar y ajustarse a las condiciones de algunas construcciones de origen colonial. En la mayoría de las ocasiones no fueron edificios representativos, al contrario, fueron espacios empleados y adaptados para cubrir funciones específicas o tareas inmediatas; en su interior se efectuaron modificaciones y adiciones que obedecían a decisiones de adecuar los espacios para que permitieran la incorporación de nuevas maquinarias y mejorar la fabricación. Como ejemplo se pueden citar los edificios donde funcionaron la fábrica de loza en Belén y el emblemático Molino Esguerra emplazado sobre el boquerón del río San Francisco.
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Molino del Caribe. Foto Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Ref. xiv1106a DERECHA Alto del Rosario. Foto Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Ref. xii-962b |
En la segunda mitad del siglo XIX los bogotanos fueron testigos del incremento de iniciativas por establecer industrias en la ciudad. Igualmente, se expandieron las fábricas de materiales de construcción como cemento, hierro, porcelana sanitaria y vidrios planos que, lentamente, comenzaron a competir con los productos importados para cubrir la demanda constructora de la población urbana de finales de siglo y las dos primeras décadas del siglo XX. También se inició formalmente la arquitectura fabril del periodo republicano con algunos ejemplos o fábricas aisladas “modernas” que se destacaron por la inversión de capitales preferentemente nacionales que en ellas se invirtieron, su mercado de bienes y la maquinaria utilizada. Esta etapa de transición tomó cierta distancia de sus pares y antecesores, los tradicionales talleres artesanales y manufactureros, extraña mezcla de pequeñas industrias tipo semicasero que permanecieron vigentes por varias décadas más.
Las nuevas edificaciones se caracterizaban especialmente por su simplicidad, habitualmente advertían una planta rectangular que contaba con cubiertas a una o dos aguas con teja de barro, con armaduras en par e hilera, muros y cerramientos en tapia pisada y en su aspecto exterior tampoco revelaban acabados y decoración alguna sobre los servicios y zonas de fabricación. Entre esos primeros ejemplos se pueden señalar la Fábrica de Productos de Mármol, la Fábrica de Sombreros Richard y la remodelación efectuada en 1890 a la Fábrica de Velas y Jabones.
La noción de modernidad de finales de siglo necesitó la contratación de expertos y operarios de origen francés, británico, alemán y norteamericano, adicionalmente, requirió nuevas técnicas y prácticas, la instalación de maquinarias preferiblemente importadas de Liverpool, New York y Glasgow y materiales novedosos, que en gran medida comenzaron a superar y desplazar algunos de los oficios artesanales tradicionales heredados del periodo colonial. Como sucedió con la red de comercialización de los centros de producción de materiales de construcción de ladrilleras, tubería de gres y tejares localizados en los extramuros de la ciudad, especialmente en las parroquias de Las Nieves, Santa Bárbara y Las Aguas. Allí tuvo una notable influencia la implementación de novedosos procesos industriales desarrollados por las fábricas de ladrillo Calvo, Mc Dowell, tubos Moore y el denominado Alto del Rosario que, además de sobreponerse a la producción artesanal estarían, más tarde, relacionados con procesos de edificación y consolidación urbana de los obreros y operarios que trabajan allí; esto sucedió en los barrios de Las Cruces, la Unión Obrera de Colombia y posteriormente con el depósito de maderas y materiales de construcción El Listón, que favoreció la urbanización del mismo nombre.
La influencia del espíritu moderno de finales de siglo mostró, de manera gradual, un nuevo paradigma para concebir cambios en la fisonomía y la funcionalidad de la arquitectura industrial. Numerosas edificaciones pasaron inadvertidas a causa de la monotonía y rigidez que exhibía; no obstante, otros ejemplos se destacaron por su volumen y expresión arquitectónica frente a la continuidad y simplicidad del entorno urbano donde estaban emplazados. Materialmente fragmentaron la tradición y el esquema regular de distribución y apostaron a nuevos patrones de ocupación predial que anteriormente no se ejecutaban por factores de orden técnico y económico. Los nuevos complejos y edificaciones fabriles partieron de rigurosos estudios que analizaban los sistemas económico-productivos y las determinantes físicas inmediatas donde geográficamente se desarrollaron los proyectos. Por ello no es gratuito que pequeñas y medianas fábricas fueran emplazadas en inmediaciones a la Estación del Ferrocarril de la Sabana o sobre importantes corredores viales y comerciales, entre ellas se encuentran la Fábrica de Chocolates Tequendama (1911), las oficinas de la Compañía de Cemento Samper en Sans Façon (1909) y Baldosines Alfa (1917).
Por otra parte, algunas plantas industriales contaron con lotes de mayores dimensiones, la nueva tipología industrial que abrigaban aprovechó técnicamente todas las superficies, pues fue proyectada para responder a diferentes determinantes funcionales y a necesidades específicas de los procesos y sistemas de producción en serie y a mediana escala. La nueva arquitectura fabril llegó con algunas novedades contundentes que maximizaban estructuras y espacios desarrollados para cumplir funciones determinadas, como sucedió con los talleres férreos del F.C. de la Sabana, dotados de maquinaria moderna para reparar locomotoras y vagones (1913), y las fábricas de pastas El Cóndor y El Gallo.
Otros interesantes ejemplos fabriles se caracterizaron por adoptar cierta simplicidad en las variantes de sus esquemas y plantas, de forma tal que facilitaban las expansiones transitorias de naves o bloques laterales gracias a la separación que entre algunas unidades trasversales y diagonales con formas rectangulares, como sucedió con la Industria Harinera (1908), la Compañía de Chocolates Chaves fundada en 1877 y Chocolates Equitativa establecida en 1889 que fueron fusionadas en 1905 para llamarse Chocolates Chaves y Equitativa, y la Fábrica de Fenicia (1896), que fue montada para auxiliar la demanda de botellas de Bavaria y para cubrir la necesidad de todo tipo de enseres, envases y vidrios planos.
Sin duda alguna, los dos grandes protagonistas de la nueva arquitectura industrial fueron los perfiles de los enormes hornos verticales junto con sus esbeltas chimeneas cilíndricas que se transformaron en un elemento identificador del paisaje urbano bogotano, entre ellos, los buitrones del Alto del Rosario y Ladrillos Sail (1928). Igualmente, se destacaron la variedad de tratamientos que recibieron las fachadas de las nuevas construcciones fabriles, proyectados con el ánimo de limpiarlas de la pesadumbre y simplicidad visual que anteriormente reflejaban los edificios industriales. Por tal motivo, no es extraño que copiosamente se buscara implantar una nueva imagen pública para satisfacer los diferentes gustos estéticos de la época.
Los nuevos edificios albergaron estructuras sólidas hechas con buenos materiales y reflejaron la transformación arquitectónica de la época que en algunas oportunidades adoptó líneas limpias, y en otras ocasiones, moderadamente recibió recubrimientos de fachada en pañete liso, que estuvieron escoltados por la diversidad en niveles de zócalos, almohadillados, sobremarcos lisos en cemento y yeso, como sucedió con el edificio central de la Fábrica de Cerveza Germania (1903) y la Fábrica de la Compañía de Gaseosas Posada Tobón (1908).
Esporádicamente se utilizaron la piedra y trabajos en forja y de carpintería en ventanas y puertas. Igualmente se destacó la presencia y el perfeccionamiento de la ejecución de la mampostería del ladrillo a la vista, gracias a sus condiciones estéticas y durabilidad. Este material se utilizó como elemento constructivo y fue protagonista de las fachadas, aunque su uso en ocasiones también se extendió para los muros interiores. Se conocen algunas referencias que muestran el asombroso desborde de creatividad en el manejo y versatilidad de aparejos y juntas, dinámica de ese nuevo espíritu de progreso, entre los referentes arquitectónicos se pueden citar la Fábrica Bavaria (1889), la fachada y algunos bloques de Tubos Moore (1930-1931) y la Fábrica de Molinos del Caribe
El interior y la funcionalidad de los nuevos edificios industriales armonizaban, en ocasiones, con la simplicidad de las fachadas que estaba determinada por la primicia y la modernidad; las nuevas construcciones, en términos generales, presentaron varias novedades, como:
- Disponer de servicios de alcantarillado, luz eléctrica, agua potable y teléfono.
- Para los sistemas de producción predominaron varias naves o bloques donde se introdujeron espacios específicos para desarrollar determinadas labores.
- La instalación de cubiertas de tejas metálicas, algunas con pequeñas claraboyas soportadas por estructuras ligeras y pesadas en concreto, hierro y acero hechas en serie, que permitían mejorar considerablemente la apariencia interior de las naves, ganar espacio y resguardar adecuadamente las costosas maquinarias y utensilios.
- Igualmente, se realizó una nueva disposición de ventanas –con diversos tamaños y diseños– para controlar la dirección y la difusión de la luz, hecho que mejoró notablemente las condiciones de luminosidad al interior y logró corregir la proyección de los puntos de sombra en los espacios.
También se desarrollaron nuevos usos sobre los entrepisos y mezzanines, se establecieron diversidad de espacios para laboratorios, depósitos, silos y hornos, y se desarrollaron sobre los muros aperturas para una mayor circulación del aire. Además, se destinaron con su respectiva dotación moderna las primeras áreas exclusivas para oficinas, administración, salas de negocios y atención al público; también sobresalieron las obras de ingeniería desarrolladas para la construcción de tanques o depósitos de agua potable. Mejoras que pausadamente reflejaron los nuevos vínculos entre sujeto, trabajo y espacio, relación que se va a manifestar con mayor precisión y mejores condiciones en algunos de los ejemplos adelantados en el decenio de 1920, y medidas que se manifestaron en obras como: el edificio para Chocolates Cruz Roja, proyecto diseñado por el arquitecto Pablo de la Cruz en 1923, y el edificio de la compañía Colombiana de Tabaco.
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