06 de diciembre del 2024
 
Iglesia del Gimnasio Moderno, fotografía del arquitecto Enrique Moya, 1998
Septiembre de 2016
Por :
Germán Téllez Castañeda

CAPILLA DEL GIMNASIO MODERNO EN BOGOTÁ: JUVENAL MOYA

En algunos géneros arquitectónicos específicos, durante la década de 1950 a 60 en Colombia, son observables ciertas influencias tan sensacionales en su momento, como olvidadas hoy. La arquitectura religiosa de la época se vio muy afectada por una sola obra del célebre arquitecto brasileño Oscar Niemeyer: la capilla proyectada por éste en el sitio de Pampulha.

La idea de utilizar delgadas bóvedas de membrana en concreto de manera que desempeñaran a la vez el papel de muros y cubiertas, integrados en un solo gesto plástico, atrajo la atención de los arquitectos colombianos, quienes produjeron rápidamente algo más de una docena de variantes locales sobre el tema de la atractiva capilla brasileña. En ciudades como Cúcuta, Armenia, Barranquilla, Medellín, e improbablemente Sogamoso, además de lugares recónditos de Bogotá, se edificaron ejemplos de lo que, en fin de cuentas, es el único aporte histórico en el género de la arquitectura religiosa realmente propio de la segunda mitad del siglo XX en el país.

Fotografía del arquitecto Enrique Moya, 1998.  Juvenal Moya Cadena

 

El ejemplo más destacado de la intensa "moda brasileña" de la época es la capilla del Gimnasio Moderno de Bogotá (1954), diseñada por el arquitecto Juvenal Moya, con cálculos estructurales de Guillermo González Zuleta. Se trata primordialmente de una combinación de dos criterios arquitectónicos contradictorios: uno es el uso extensivo de vitrales en los tímpanos de las bóvedas de membrana y en el crucero de las naves, los cuales califican poderosamente el espacio interior, creando un ambiente dominado por la luz polícroma. El otro es la organización del espacio interior de la capilla en forma de cruz griega, es decir, con cuatro brazos de igual longitud.

Si bien ambos recursos son de muy antiguo origen en la historia de la arquitectura, el uso de un espacio en cruz griega, esto es, una composición rígida y estrictamente simétrica por naturaleza, le restó dinamismo al interior de la capilla, privándola de la libertad compositiva que sí posee el ejemplo arquetípico brasileño al hacer obligatoria la localización del altar mayor en el crucero de las naves, o sea, en el centro del espacio disponible. Las bóvedas de silueta parabólica que delimitan las naves de la capilla arrancan a nivel del terreno y conforman la totalidad de la envoltura del espacio de éstas, pero el tamaño y disposición de los vitrales, sobre el espacio central y al final de cada nave, reduce el gesto plástico de la estructura portante al papel de simple soporte de la gran espectacularidad cromática planteada en el interior de la capilla.

Las delgadas bóvedas en concreto, de silueta parabólica, que delimitan el ambiente de la capilla eran una gran novedad tecnológica en Colombia, pero no en otros países donde su uso había tenido lugar desde finales del siglo XIX. El arquitecto Moya decidió utilizar cuatro módulos de bóvedas dispuestos en cruz, lo cual significaba la aceptación de un tradicionalismo propio de las iglesias cristianas de los siglos IX a XI. En el centro del esquema, las bóvedas fueron sustituidas por nervaduras, también en concreto, lo que permitió prescindir de las superficies sólidas de aquéllas y remplazarlas con éxito por los vitrales que le otorgan interés y misterio al espacio interior. El volumen exterior de la capilla no pasó de la apariencia escueta de sus estructuras en concreto, haciendo por lo tanto figura de objeto de arte moderno geométricamente purista en el contexto de los edificios más tradicionales y los espacios abiertos del Gimnasio Moderno, con los cuales el contraste planteado no puede ser más intenso ni polémico. Dado que ninguna otra tendencia formal o tecnológica se hizo presente con tanta intensidad expresiva en el género de la arquitectura religiosa contemporánea en el país, se explica la acogida crítica dispensada a esta obra en particular.