Guillaume de Machaut, retratado a la derecha en esta miniatura francesa del siglo XIV. Foto: Creative Commons.
Guillaume de Machaut, retratado a la derecha en esta miniatura francesa del siglo XIV. Foto: Creative Commons.
28 de Noviembre de 2022
Por:
Emilio Sanmiguel emiliosan1955@gmail.com

Breve y arbitraria antología de músicos cuyas composiciones elevan el espíritu.

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Los místicos del pentagrama

La idea era hacer una breve antología sobre compositores de música religiosa. Tarea medio imposible porque casi todos han escrito música “sacra”, hasta los descreídos. Sin embargo, no todos han conseguido que sus obras trasciendan más allá de la belleza del sonido y logren que se experimente una aproximación a lo intangible. Aquí, apenas un asomo.

EN EL PRINCIPIO FUE SAN AMBROSIO Y LUEGO SAN GREGORIO

A Aurelio Ambrosio de Milán se le atribuye la creación del canto ambrosiano que se practicaba en las ceremonias a partir del siglo IV y en el que se entonaba, a capella, una única melodía. No fue la única expresión religioso-musical de esa época, pero sí la más importante hasta el canto gregoriano que se impuso en el siglo VII.

Lo que hoy en día se oye con reverencia, y hasta con asombro, en su momento ni siquiera se consideraba música y mucho menos arte. El gregoriano era austero: su ritmo impuesto por el sentido de los textos en latín, con una única melodía, sin acompañamiento instrumental, solo buscaba la devoción.

Fue precisamente esa rigidez intransigente la que permitió que, poco a poco, por los resquicios de las catedrales medievales hiciera su irrupción una nueva música que tenía algo novedoso, una persona contra quien era imposible luchar: un compositor.

Este aparece de manera gloriosa, con un rostro y una vida, al final de la larga noche medieval. Es un alquimista del sonido, un científico, un matemático cuyo conocimiento le permite, como mago que es, mezclar melodías y someterlas al ritmo, la otra novedad. La iglesia no tuvo escapatoria y de mala gana aceptó esa música que, en manos de los grandes, legó páginas memorables. 


 Orlando de Lassus. Foto: Creative Commons. 

GUILLAUME DE MACHAUT Y GUILLAUME DUFAY

El francés Guillaume de Machaut (Reims, 1300 – 1377) fue la primera gran figura dotada de calidad y originalidad que influyó a la posteridad. Se dice que obró el milagro de insuflar de lirismo la música religiosa. Sin permitirse los abusos de sus contemporáneos, dominó el difícil y riguroso arte de la forma. En su música hay naturalidad y soltura con refinamiento, y lo que interesa: sus misas, motetes o baladas eran un camino de devoción para los fieles.

Si Machaut fue el último de los medievales, el vacío que dejó fue cubierto por Guillaume Dufay (Fay, 1397 – Cambrai, 1474), encargado de dar el paso al Renacimiento. Machaut fue el más influyente del siglo XIV; Dufay, del XV. La historia le abona sus inspiradas misas, ser el primero en componer un réquiem, y también la audacia que pudo costarle la vida: la de usar melodías profanas, cosa que la iglesia, por siglos, intentó impedir. Bueno, además de esa simbiosis de tradiciones flamencas, francesas e italianas, sin suturas que distrajeran lo que su música inspiraba.

LASSUS, PALESTRINA Y VICTORIA: UNA TRINIDAD

Como si efectivamente se tratara de una trinidad místico-musical, estos tres genios del Renacimiento tienen mucho y nada en común. A Orlando de Lassus, Roland de Lassus, Roland Delattre (Mons, 1532 – Múnich, 1594), los franceses lo reclaman como suyo y los alemanes también. De los compositores, el más prolífico: el cine tendría que rodar su vida plagada de secuestros por la belleza de la voz. Este místico en su obra dejó el testimonio de su fe inquebrantable: 52 misas, cien magníficats y centenares de motetes que le valieron el título de ‘Divino Orlando’.

Su equivalente italiano, Giovanni Pierluigi de Palestrina (Palestrina, 1525 – Roma, 1594) pasó casi toda su vida en Roma, donde terminó de maestro de capilla del Vaticano. Solo en raras ocasiones se permitió escribir música profana. El número de misas salidas de su mano sorprende: 105. Con ello queda dicho todo, salvo que ir a Roma para oír su música se convirtió en peregrinaje obligado para todo aquel que desease convertirse en músico y dominar la polifonía y el contrapunto.

El tercero, Tomás Luis de Victoria (Ávila, 1548 – Madrid, 1611) es el músico místico español por excelencia. Se dice que en su obra convergen todas las influencias posibles: la francesa, la flamenca, la italiana, las muy diversas de su patria y las de Siria y Grecia, producto de la ocupación árabe. El padre Victoria no escribió una sola página de música profana o secular. Lo consideraban un santo en vida.

“Bach es el único que pone a dudar a ateos sobre la posible existencia de Dios. Es el quinto evangelista”.

BACH: UN EVANGELISTA

La iglesia, de lado y lado, utilizó la música como un arma secreta durante la Reforma del siglo XVI, que correspondió con un momento musical extraordinario: el Barroco, que se extendió del siglo XVII hasta mediados del XVIII. Entre sus aportes está el advenimiento de la cantata y el oratorio.

El número de compositores se cuenta por miles. La música religiosa finalmente claudicó ante la llegada definitiva a las iglesias, no de los instrumentos, sino de la orquesta, con el órgano a la cabeza. El sentido libre y sensual del aria de ópera hizo su entrada también a la música religiosa.

Por eso, pese a esos miles de compositores y obras, muy pocos logran ascender a los terrenos de lo místico. Quien se convirtió en el paradigma, un alfa y omega, fue Johann Sebastian Bach (Eisenach, 1685 – Leipzig, 1750). Dicho y escrito millones de veces: el compositor más grande de todos los tiempos. En él converge la tradición musical que hunde sus raíces en el canto de la sinagoga, en la práctica de la salmodia al modo oriental, en esas tradiciones de que trata este artículo y en la música de la Europa de su tiempo pasada a través de su fe de luterano convencido. Bach es el músico místico por excelencia, el único que pone a dudar a ateos y escépticos sobre la posible existencia de Dios. Es el quinto evangelista.


Giovanni Pierluigi de Palestrina. Foto: Creative Commons. 

CLÁSICOS, ROMÁNTICOS Y MODERNOS

Los clásicos, como Haydn y Mozart, escribieron obras maestras de música religiosa, pero no cabe la posibilidad de que se les considere místicos. Tampoco Beethoven, pese a que, paradójicamente, su gran obra maestra es una misa, la Solemnis. Schubert escribió muchas misas; algunas de ellas dejan la duda de si era un creyente convencido. Schumann es indiferente al asunto, Mendelssohn tampoco convence como místico en sus magistrales oratorios. Brahms tampoco. Con los impresionistas, ni soñarlo.

Para que el misticismo regrese, toca esperar al siglo XX, con la irrupción de dos genios absolutos, inspirados y sinceros. Un polaco, Krzysztof Penderecki (Debica, 1933 – Cracovia, 2020), escribió la primera Pasión de Jesús desde las de Bach en el siglo XVIII. El otro, un francés, Olivier Messiaen (Avignon, 1908 – Clichy, 1992), que hace lo propio con reflexiones casi metafísicas, como sus 20 miradas del niño Jesús.

Hoy en día ese es el terreno de otro místico de la música, un estonio, Arvo Pärt (Paide, 1935), que curiosamente, con su música sacra, ha conseguido la popularidad. Debe ser un milagro.