Una porción del reparto principal estuvo compuesta por actores uruguayos y argentinos desconocidos. Esto le confirió un universo novedoso a la producción. Foto: cortesía Netflix
Una porción del reparto principal estuvo compuesta por actores uruguayos y argentinos desconocidos. Esto le confirió un universo novedoso a la producción. Foto: cortesía Netflix
20 de Febrero de 2024
Por:
Janina Pérez Arias

Después de la polémica ¡Viven!, de 1993, La sociedad de la nieve narra la tragedia ocurrida en los Andes en 1972 desde un punto de vista totalmente novedoso. Hablamos con el director de la producción, que fue nominada en dos categorías de los Premios Óscar. 

 

J.A. Bayona: "No es una película de acción, sino de personajes"

 

A LOS 19 AÑOS, Gustavo Zerbino vivió una de las peores tragedias imaginables. Cuando viajaba en el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, desde Uruguay a Chile, el avión chocó contra una montaña de la cordillera andina. Iba acompañado de sus amigos y compañeros del equipo de rugbi, los Old Christians. De los 45 pasajeros, la mayoría veinteañeros, conformados por los tripulantes, la cuadrilla y los acompañantes, solo 16 sobrevivieron tras 72 días de ocurrido el accidente. Gustavo es uno de ellos. En el más reciente Festival Internacional de Cine de San Sebastián, el hombre sostuvo que no sabe dónde archiva los recuerdos, pero que, cuando le preguntan, suele hallarlos y, entonces, “puedo hablar” —dice—.

Él es una de las fuentes de las que se valió el director español Juan Antonio Bayona (Barcelona, 1975) para elaborar la extraordinaria y sobrecogedora película La sociedad de la nieve. Inicialmente inspirada en el libro homónimo de Pablo Vierci, publicado en 2009, narra la tragedia de los Andes con un elenco conformado por actores uruguayos y argentinos desconocidos y poco conocidos. Es el caso de Enzo Vogrincic, Matías Recalt, Agustín Pardella, Esteban Bigliardi, Tomas Wolf, Esteban Kukuriczka y Rafael Federman, entre otros. La sociedad de la nieve ha calado tanto entre el público y la crítica que se le considera una de las mejores películas de 2023. Día a día, acumula espectadores en Netflix, así como premios alrededor del mundo, y dos nominaciones a los Óscar en las categorías de mejor película internacional y mejor maquillaje y peinado. Antes de conversar con el aclamado director de Lo imposible y Un monstruo viene a verme, Zerbino me había dicho: “Bayona, con su capacidad de dirección, su genialidad y su obsesión por los pequeños detalles, hizo una obra de arte, logrando hacer vivir a los espectadores la experien- cia que tuvimos, al punto de que, al verla, sentimos el mismo impacto emocional”.

Luego, para esta entrevista, Bayona estaba sentado en un set de televisión donde atendía a periodistas. Aunque evidentemente cansado, se le notaba más que satisfecho con el resultado de su trabajo. 

En La sociedad de la nieve, usted aborda una historia que los latinoamericanos tenemos grabada en nuestra memoria colectiva. ¿Qué riesgos identificó en ello, y qué quería evadir a toda costa?

Evité caer en un cierto tipo de cine hecho por extranjeros que retrata a Latinoamérica desde una mirada exótica, casi turística. Eso no me interesaba. Yo quería, sobre todo, meterme en la realidad de estos personajes. Además, hubo mucho trabajo en entender la cultura y el contexto de Uruguay. Fuimos varias veces a ese país y Pablo Vierci fue de gran ayuda. Constantemente le preguntaba sobre el momento en el que él había sido compañero de clase de todos ellos, sobre qué se vivía a nivel social, político...

¿Al leer el libro de Vierci, pensó de inmediato: “Yo tengo que hacer una película”?

Cualquiera que lo lea percibe la evidente fuerza del relato. Una fuerza con la que no se había contado nunca esta historia. Yo pensaba que la conocía, pero cuando leí el libro, me di cuenta de que solo estaba enterado de una pequeña parte. Después, cuando me reuní con los supervivientes, me llamó mucho la atención que ellos siguen contando la historia constantemente por todo el mundo, dando charlas o sacando nuevos libros.

Y me daba la sensación de que necesitaban también una película que relatara eso que todavía estaba sin contar. Empezamos a investigar, a hablar con ellos y sacamos muchas horas de entrevistas. Luego, el rodaje fue un viaje muy fuerte de la mano de los actores para intentar meternos en la piel de lo que se vivió y así comprender aquello por lo que pasaron esas personas. Y es que no es una película de acción, sino de personajes.

La película previa, ¡Viven! (Frank Marshall, 1993), fue polémica. ¿Qué tan difícil fue ganarse la confianza de la gente involucrada en la historia, de los descendientes, de los familiares?

Tuvimos que vencer el prejuicio que tenían las familias de los fallecidos a que se hiciera otra película. Ellos tuvieron una mala experiencia con la versión anterior, así que debimos acercarnos, explicarles muy bien lo que queríamos hacer, el punto de vista desde el que queríamos contar la historia y nuestro propósito de tenerlos en consideración en todo momento. Quedamos con ellos muchas veces para hablar, y finalmente nos ganamos su confianza. Ellos fueron fundamentales. 

"En la proyección, algunos no se hablaban desde hacía 50 años. Al final, se abrazaron".

Dicen que la montaña da muchas respuestas, ¿así le ocurrió a usted?

Antes de empezar a rodar en España fuimos a los Andes. Y ahí pasé varios días; dormí en el mismo lugar donde cayó el avión, en la misma época del año. En ese lugar, te das cuenta del tamaño de la montaña, de sus dimensiones, que son impensables. Luego rodamos en Sierra Nevada (España) porque nos daba todo lo que necesitábamos, pero haber visto la monumentalidad de los Andes nos ayudó a entender el sacrificio de estas personas. Visitamos la tumba incluso, casi como pidiendo permiso para contar esta historia. 

Bayona con el actor Matías Recalt que interpreta a Roberto Canessa. Foto: cortesía Netflix

¿Cómo fue mostrarle la película a los sobrevivientes y a la gente relacionada con las víctimas?

Fue poquitos días antes de ir al Festival de Venecia, donde tuvo estreno mundial la película. Teniendo en cuenta que había la confianza de todos —de las familias de los sobrevivientes, de ellos mismos, de los parientes de los fallecidos—, yo no quería que la película se estrenara sin que la hubieran visto antes. De hecho, ellos nunca leyeron el guion: confiaron en el proyecto y en nosotros.

A esa proyección llegué nervioso porque la película es un viaje duro, intenso, que les iba a revivir todas esas emociones. Así lo avisé antes de que la vieran.

Creo que fue muy reparador. Había personas presentes que hacía 50 años no se hablaban o que no tenían una relación natural, pero que se abrazaron al final de la proyección. Fue muy bonito constatar el poder que tiene la ficción para meterte en la piel del otro, para entenderle; como también fue bonito ver a gente que, cinco décadas después —toda una vida—, fue capaz de entender por lo que habían pasado estos chicos y, finalmente, aceptarlo.

¿Cómo busca imágenes nuevas un realizador que ya logró otras tan potentes como las de un tsunami y un monstruo fantástico?

Es interesante lo que me dices: esta es una historia que ya se conoce, entonces hubo una lucha constante por encontrar imágenes que la contaran desde otro lugar. Tenían que resonar e impactar mucho. Así lo buscamos con los actores, con quienes ensayamos mucho, y el rodaje fue largo porque íbamos detrás de esos momentos, de esos gestos que revelaran más que páginas y páginas de guion escritas.

¿Qué tan perfeccionista se ha vuelto con cada proyecto?

Yo me obsesiono con los detalles. Es en ellos donde se consigue que la película salga lo mejor posible. Puedes tener un decorado muy grande y elaborado, pero si te acercas con un plano corto y las texturas no están bien hechas, no consigues el nivel que estás buscando. También intento estar en todas las fases de la producción, hablando con los equipos, poniéndolos a todos a que trabajen coordinados. Todo eso forma parte del trabajo del director.