1986

Terminaba el año 1985 con la imagen de Omayra Sánchez, la niña que marcaría la vida de los colombianos como símbolo de una de las tragedias naturales más devastadoras que ha registrado el mundo: la provócada por la avalancha que literalmente desapareció al municipio de Armero, Tolima, y que arrastró a la muerte a cerca de 23.000 personas.

 

Fue un año muy importante para mí y para el país. En 1986 fue elegido presidente Virgilio Barco. Yo tuve el gran honor y la oportunidad de ser la primera mujer en ocupar la Dirección del Departamento Nacional de Planeación y, más adelante, ser ministra de Desarrollo.

 

En 1986 yo vivía perfectamente enamorada de la vida. Daba gracias por cada nuevo amanecer que me permitía experimentar lo bueno y lo no tan bueno. Para mí fue un año de gran creación. A nivel personal, tenía lugar la consolidación de mi familia, y a nivel empresarial la de una fuerza que, unida, nos iba a llevar a donde estamos hoy en día. Porque así crecimos: unidos en esfuerzo, en trabajo y en propósito.

Ahora lo sé: el cerebro trabaja más al servicio del olvido que en pro de la memoria. Por fortuna. Pero también sé que algunos de los momentos y algunas de las imágenes que se empeña en guardar le dan sentido al pasado. Por eso, quizás, cuando miro al 86, en la efervescencia de los veinte, lo primero que se me viene a la cabeza es un libro, un poema y una página en rojo. A la postre, casi todo lo demás podría no haber sucedido.

 

 

La década de los 80 será recordada por sus excesos de energía en la música, el cine y, desde luego, en la moda. Para nuestro país fue una de las más violentas décadas de su historia.