04 de octubre del 2024

Daniel Samper Pizano

Todos, hasta los aborígenes de los matorrales australianos, sabemos qué pasó hace 2011 años la noche del 24 de diciembre. Estando José y María en Belén ―cuenta el evangelio de Lucas— “se cumplieron los días de su parto y dio a luz su hijo primogénito. Y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón”.

Ya decía Yuval Noah Harari, el historiador y ensayista israelí, autor de De animales a dioses, que el gran salto de la evolución del homo sapiens en relación con las otras especies fue el chismorreo, esa capacidad innata para interesarnos en las vidas ajenas. Incluso se pone de ejemplo: “¿Acaso cree el lector que los profesores de historia charlan sobre las razones de la Primera Guerra Mundial cuando se reúnen para almorzar, o que los físicos nucleares pasan las pausas para el café de los congresos científicos hablando de los quarks? A veces.

El 17 de enero de 1981, en la cola de una de sus columnas semanales que eran leídas en el mundo entero, Gabriel García Márquez agregó el siguiente párrafo titulado “Pregunta sin respuesta”:

Una de las principales efemérides que se cumplirán en 2014 serán los 160 años del golpe militar del general José María Melo, el efímero ascenso al poder de una alianza de artesanos e intelectuales y la reacción que unió a los viejos generales conservadores y liberales, enemigos entre sí, gracias a la cual los partidos tradicionales y el establecimiento pudieron recuperar el mando que habían perdido. Todo esto ocurrió en

Encuentro a Mafalda en Buenos Aires en un barrio típico de clase media gracias a la ayuda de su amiga Susana Clotilde Chirusi.

Permítanme empezar con una nota personal.

Al día siguiente del nacimiento de Daniel se acercó una funcionaria notarial a su cuna de la Clínica del Country y nos preguntó con qué nombre queríamos registrarlo. Le dijimos, como era verdad, que aún estábamos indecisos. Dudábamos entre Santiago, Jorge y José María para nuestro hijo varón. Le pedimos unos minutos de plazo, pero la funcionaria estaba de prisa. 

A Paloma Samper García

En junio pasado sobrevolaron el espacio entre Cuba y Miami unas curiosas figuras aladas. Carecían de piloto o tripulantes y estaban preparadas para tomar fotografías desde el aire. Pero no eran drones, esos aviones que andan por el mundo sin habitantes y armados de artillería, bombas o cámaras transmisoras de imágenes. Tampoco arcángeles ni el Espíritu Santo. No era Superman. Ni eran platillos voladores. Entonces, ¿qué eran?

Patricia, la hija del fallecido escritor Álvaro Cepeda Samudio y de Teresa Manotas (Tita), llevaba varios meses enferma al cuidado de sus hijas. El 22 de julio pasado, dado que nada sabía de ella desde mediados del mes, escribí un correo a la Tita para preguntarle por la salud de su hija.

Me respondió casi de inmediato.
“Patricia se fue esta madrugada para el cielo. Se durmió y no se despertó, me dicen Gabriela y Alejandra, que estaban con ella”. 

Eduardo Carranza cumplía una ineluctable y esmerada ceremonia todos los años. El 24 de septiembre invitaba a su hija María Mercedes y a algunas amigas de ella que llevaban el mismo nombre a celebrar el día de la Virgen de las Mercedes. Empezaba el rito en su casa, con unos aperitivos de estirpe española rociados con vino verde gallego o amontillado de Jerez.