Archivo Particular
28 de Diciembre de 2017
Por:
Mauricio Romero

Más que una urbe, se trata de un barrio completo en la canadiense Toronto, un proyecto de una agencia gubernamental y el gigante Google.

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En camino, la primera ‘ciudad inteligente’

Hollywood siempre nos ha mostrado un sinfín de ciudades utópicas, en las que los automóviles son completamente seguros y no necesitan conductor, las calles están organizadas y la gente anda completamente conectada, incluso sin llevar aparatos encima, como sucede en el filme Sentencia previa, protagonizado por Tom Cruise, que cuando cualquier persona pasa frente a una tienda una voz la llama por su nombre y le invita a comprar.

En la parte no tan buena de la película están los controles por lectura de iris, que le permiten a una central ubicar a cualquier persona dentro de la ciudad en cuestión de segundos, algo no muy deseado desde el punto de vista de seguridad y privacidad.

Y esas mismas aristas de ‘bueno y malo’ han salido a relucir con este proyecto de barrio-ciudad que se construirá en una zona al lado del agua en la pujante ciudad de Toronto y que tendrá como nombre Quayside. El barrio, de más de 300.000 metros cuadrados construidos en un terreno de casi 500.000 metros cuadrados, incluirá edificios inteligentes, bloques de apartamentos, parques, comercios, vías peatonales y vehículos eléctricos sin conductor.

El desarrollo de la iniciativa estará a cargo de Sidewalk Labs, una división de la firma Alphabet Inc., dueña de Google, y la agencia gubernamental Waterfront Toronto. Con una inversión inicial de 50 millones de dólares, se espera que la construcción culmine dentro de un año.

Una vez construida, la zona será el distrito urbano más grande del mundo, un laboratorio viviente en el que se destacarán las tecnologías de la información y los datos sobre tráfico, calidad del aire, ruido, red eléctrica, recolección de basuras y métricas sobre el desempeño de la ciudad en miniatura. El distrito pretende, además, convertirse en un centro de innovación en obras civiles, arquitectura y diseño urbanístico, pues no es construir por construir de cualquier manera. Existirá una planeación detallada con el fin de que cada construcción en la zona cumpla con los requisitos de confort, ‘inteligencia’, conectividad y cuidado con el medio ambiente.

Los edificios serán modulares ‘tipo loft’, es decir que su uso y configuración se pueden cambiar en cualquier momento y no estarán atados a un diseño predeterminado, como sucede con los edificios actuales. Las calles estarán controladas por señalización inteligente, que se encargará de manejar los semáforos y orientar el tráfico de vehículos autónomos (sin conductor), lo cual evita los dolores de crecimiento en tráfico, polución y descontrol de una ciudad tradicional.

Los edificios de oficinas y viviendas estarán conectados a un sistema de energía con la capacidad de reducir el consumo de esta un 95 por ciento por debajo del promedio de consumo del resto de la ciudad, lo cual la convierte en un centro urbano altamente amigable con el medio ambiente y sostenible. Los movimientos de las personas, el tráfico, la energía y los bienes y servicios estarían todos dentro de un sistema capaz de medirlo todo.

Para el presidente de Sidewalk Labs, Daniel Doctoroff, la idea de una ciudad como esta es aumentar la calidad de vida de sus habitantes, pues todo giraría alrededor de las personas. No obstante, dicha visión futurista de bienestar no es compartida por otras personas, que ven con recelo que una gigante tecnológica lo quiera controlar todo, bajo la premisa de “ya que no pudieron los políticos, déjennos a nosotros”.

Tal es la opinión de Jathan Sadowski, catedrático ocasional en temas de ética de la Universidad Delft, en Holanda, como la expone en un artículo publicado por el diario británico The Guardian. En su columna, Sadowski critica de entrada al gobierno distrital de Toronto por regalarle un terreno baldío –pero muy bien ubicado– a la dueña de Google para que “lo construya, lo administre y se apropie de este”. Al experto le preocupa que la iniciativa como la que quiere imponer Toronto se convierta en un “modelo de plantilla” que muchas ciudades del mundo quieran seguir y en el cual el control de la ciudad sobre la gente, los lugares y las políticas se les entregue a corporaciones hambrientas de ingresos y poder.

El autor reitera que la ambición no es ningún pecado, pero que los deseos de sacar adelante proyectos a gran escala como este no es algo como para celebrar sino para generar suspicacias. Finalmente, opina que los alcaldes no deberían pensar en estas empresas tecnológicas como “alquimistas” con el poder de hacer prosperar a una ciudad, pues los centros urbanos no son máquinas que se puedan mejorar, sino sitios llenos de personas a quienes no se pueden someter a experimentos.

Lo cierto es que este tipo de iniciativa ya se convirtió en una tendencia mundial, y ciudades como Nueva York o las principales urbes chinas ya comenzaron a experimentar para mejorar el estándar de vida de sus habitantes.

 

LA PRIVACIDAD, UN ASUNTO CLAVE

Dado que la protección de la información personal es clave cuando se trata de manejar millones de datos de los habitantes, Sidewalk Labs se compromete a lo siguiente:

El sistema está diseñado para que la persona decida cuáles datos quiere compartir y cuáles no.
La empresa asegura que utilizará los datos únicamente para el beneficio de la comunidad, con el fin de “crear un ambiente urbano que haga la vida un poco más fácil, eficiente y sostenible”.
Sidewalk Labs asume la responsabilidad de establecer y dar a conocer políticas de seguridad claras para el manejo de la información personal que le es confiada. “Esto de manejar datos confidenciales no es nuevo para nosotros y lo hacemos bien”, dice la compañía.

 

 

*Publicado en la edición impresa de diciembre de 2017.