Mauricio Villamizar, Jaime Jaramillo Vallejo, Leonardo Villar, Alberto Carrasquilla, Roberto Steiner, José Manuel Restrepo y Bibiana Taboada
1 de Julio de 2022
Por:
Ricardo Ávila*

 

La junta directiva del Banco de la República tiene una tarea colosal en su escritorio: enfriar el motor de la economía nacional, que está recalentado por el alza de precios. Su mantra: actuar con profesionalismo. 

 

Los gladiadores de la inflación

 

UN FANTASMA recorre el mundo, aunque no es el mismo que identificaron Marx y Engels a mediados del siglo XIX en su conocido manifiesto. En este caso, el espectro es el de la inflación, que le está causando fuertes dolores de cabeza a ministros de Hacienda y autoridades monetarias a lo largo y ancho del mundo.

 

Puesto en contexto, el ritmo de aumento en los precios es el más alto de las últimas cuatro décadas y ronda el 9 % anual, tanto en el hemisferio norte como en el sur. Dicho guarismo supera con creces las metas de largo plazo establecidas por los bancos centrales y trae de vuelta memorias de lo ocurrido a finales de la década de los años setenta del siglo pasado, cuando poner la carestía en cintura exigió medidas draconianas.

El de ahora es, entonces, un fenómeno nuevo para cualquier persona joven o madura. Y en general, solo los mayores de cincuenta recuerdan lo complejo de ese desafío, aunque en países como Brasil, Argentina o Venezuela las remembranzas son más recientes.

¿POR QUÉ REAPARECIÓ UN MAL CONSIDERADO EXTINTO?
La respuesta hay que buscarla en la pandemia, cuyos trastornos fueron mucho más allá del plano sanitario. Como es bien sabido, la respuesta de la mayoría de los países una vez apareció el virus y comenzó a subir el número de contagios, consistió en imponer cuarentenas obligatorias que afectaron los sistemas productivos y, por ende, la oferta de bienes y servicios. Casi al mismo tiempo, y con el propósito de mitigar el impacto sobre el empleo y el bienestar de las familias, múltiples gobiernos pusieron en marcha programas de apoyo para apuntalar la demanda.

 

En lugares como Estados Unidos los giros fueron tan generosos que a numerosos hogares se les mejoró su poder de compra. Otros se vieron beneficiados porque al trabajar desde su casa recortaron gastos de transporte, vestido o alimentación, con lo cual el ingreso disponible resultó ser superior.

Así las cosas, la combinación de mayor capacidad de consumo, con cuellos de botella en la fabricación y distribución de productos intermedios y finales, ocasionó desequilibrios en el abastecimiento. Y como lo aprende cualquier estudiante primerizo de economía, si la demanda supera a la oferta, los precios suben.

No obstante, a pesar de lo que dicen los libros de texto, la respuesta inicial de los encargados de tomar decisiones sostuvo que el choque era temporal. Durante la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional en octubre pasado, la línea prevaleciente indicó que tanto la producción de hidrocarburos como las líneas de suministro con China a la cabeza, se normalizaría con rapidez.

Pero ese llamado a la calma, que se expresó en que muy pocos tomaron remedios tempranos, se complicó a partir del 24 de febrero con la invasión de Rusia a Ucrania que hizo más crítica la situación. Basta recordar que, en lo que atañe a los alimentos, ambos países exportan el 12 % de las calorías que consume el mundo, mientras que, en materia de petróleo, fertilizantes o minerales clave, el peso también es elevado.

Para colmo de males, un nuevo paquete de estímulos impulsado por la administración Biden le echó más leña al fuego del consumo. Por su parte, Pekín siguió con su política de suprimir los focos de COVID-19 a cualquier costo, lo cual le llevó a confinar a la población de Shanghái y limitar las operaciones de su puerto —el más grande del planeta— durante cerca de dos meses, en abril y mayo.

 

LA RESPUESTA

Todo lo anterior crea un coctel difícil de digerir, que ahora sí se toma en serio. De manera tácita o explícita se acepta que la reacción acabó siendo tardía. De hecho, Jerome Powell, presidente del poderoso Banco de la Reserva Federal estadounidense, hizo una especie de mea culpa en público, en semanas recientes.

Afortunadamente, la mayoría de las naciones latinoamericanas actuaron mucho más temprano. Desde la segunda parte de 2021 los bancos centrales, desde México hasta Chile, comenzaron a apretar las clavijas a través de las alzas en las tasas de interés. Sin entrar en honduras, de lo que se trata es de enfriar el motor de una máquina que está recalentada. Aunque ciertos episodios puntuales —como la escasez de renglones específicos causada por la confrontación en Europa Occidental— no se arreglan con un frenazo súbito por firme que sea, aquí hay que agarrar la rienda con manos firmes.

Y eso en la práctica implica manejar las expectativas. Para usar la figura, si las autoridades monetarias son independientes y transmiten credibilidad, les enviarán a los agentes económicos el mensaje de que harán lo que sea necesario para moderar el ritmo de las alzas de precios. Como esa determinación puede afectar las ventas o el consumo, los reajustes serán menores y la ola disminuirá de tamaño. 

No se trata solamente de mostrar los dientes, sino de operar en la práctica. Ello explica por qué el Banco Central de Chile decidió, no hace mucho, incrementar, en el marco de una de sus reuniones periódicas, la tasa de interés que maneja en un punto porcentual y medio, sorprendiendo al mercado con su determinación.

Por su parte, el Banco de la República en Colombia también ha obrado en consecuencia. Aunque las magnitudes de los reajustes no necesariamente son las mismas que las vistas en otros lugares, la dirección de la política es igual. Con mayor o menor intensidad, los que están en este oficio señalan sin titubeos que la época del dinero barato se acabó hasta nueva orden.

Aplicar el remedio que determina la ortodoxia no está exento de riesgos. Los especialistas saben que una sobredosis de la medicina puede traducirse en una recesión que afectará tanto el crecimiento como el empleo. La otra cara de la moneda es usar pañitos de agua tibia que no sirven para bajar la calentura, con lo cual el tamaño del problema se vuelve mucho mayor y el tratamiento posterior, más doloroso.

 

Los riesgos señalados hacen que formar parte del grupo que toma las decisiones sea algo muy estresante por estos días. En el caso colombiano, el Emisor está comandado por un grupo de cinco directores que comprende experiencia y juventud, con el ministro de Hacienda y el gerente del Banco a la cabeza.

Son ellos los encargados de combinar terapias y paciencia, para que el paciente reaccione y salga de su estado febril actual. Como pasa con cualquier médico, lo importante es que haya confianza, para que así se preserven tanto la independencia como el respeto a la capacidad técnica de la institución.

Con un poco de suerte y unas cuantas inyecciones más, las cosas deberían mejorar para el segundo semestre, si bien solo en 2023 podría levantarse el estado de emergencia. En el entretanto, los gladiadores que luchan contra la inflación no tienen más remedio que mantener la guardia arriba y continuar en la lucha sin arma diferente al de ser profesionales en el combate.

* Exdirector del diario Portafolio, columnista y consultor de El Tiempo.