Elsa Noguera, alcaldesa de Barranquilla. Fotografía: Carlos Duque
Elsa Noguera, alcaldesa de Barranquilla. Fotografía: Carlos Duque
19 de Agosto de 2015
Por:
Margarita Vidal

Elsa Noguera de la Espriella mide un metro con cuarenta y cinco centímetros. Desde hace muchos años anda en muletas por un problema óseo que ya está superando (pronto las dejará del todo). Tiene una carita de niña que no puede con ella y un aire de fragilidad tan enternecedor que provoca cargarla. 

A Elsa Noguera nada le queda grande

Bueno, pues se llaman a engaño quienes así piensen. Esta increíble mujer, de 42 años, que ostenta un título de economista, un máster en Finanzas y Negocios Internacionales y una cabeza matemática de cuidado, es, desde hace tres años y medio, la Alcaldesa, con mayúsculas, de Barranquilla, una ciudad que hace casi una década estaba postrada –y quebrada– por la corrupción y la politiquería. 

Sí, a Barranquilla, la Puerta de Oro de Colombia, la del romántico muelle de Puerto Colombia, la del sincretismo afortunado de culturas, la del Canal del Dique y las grandes zonas francas; la ciudad pionera en el país en correo aéreo, aviación comercial, navegación a vapor, línea férrea, telefonía, emisora radial, empresas públicas y carnaval; la feliz propiciadora de La Cueva, el mítico ‘metedero’ literario, mamagallista y bohemio de grandes como Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio, Ramón Vinyes, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Julio Mario Santo Domingo y Eduardo Vilá –el sabio catalán de Cien años de soledad–, un grupo de intelectuales que leía con furor a Faulkner, a Virginia Woolf, a Camus y a Hemingway; la ciudad donde –según decía– Gabo pasó lo mejores años de su vida firmando como Séptimus una columna titulada La Jirafa; la ciudad a donde el Papa mandó un enviado a comprarle un cuadro (para pagarle con misas) a Obregón; la ciudad de poderosos grupos familiares con enorme músculo económico y tentáculos en la política y la contratación pública, se la habían robado.

Barranquilla, la ciudad, en fin, más bulliciosa y cosmopolita y generosa del Caribe colombiano, tan acogedora y al mismo tiempo tan irreverente, que le hizo exclamar a un Gabito ya Nobel: “Aquí no hay fama que dure tres días”.

Intrigado, el “Nene” Cepeda le preguntó el porqué de su frustración y el mago de Aracataca le contó: “Cogí  un taxi en el aeropuerto. El chofer me miraba y me miraba por el espejo, hasta que no se aguantó y me dijo: ‘Ajá, Gabo, hace mucho que no vienes por Barranquilla, ¿no? ¡Pues todo el mundo te va a hacer homenajes por el premio, durante un día y medio, pero después te va a coger el culo todo el mundo! ¡Quítate esa cara de importancia, Gabo!’ ”.

Una anécdota a manera de digresión divertida, porque Barranquilla volvió por sus fueros gracias, en primer lugar, a la eficiente administración de Alex Char (que no careció de problemas, pero que son ‘harina de otro costal’) y, desde 2011, a la gestión de Elsa Noguera, una ‘dura’ en cuestión de finanzas, planeación y  ejecución de proyectos. Docenas de ellos ha estructurado, en todos los órdenes, con un equipo de técnicos jóvenes, la mitad de los cuales son mujeres capacitadas y ‘de armas tomar’. Hoy la ciudad trepida con la construcción de grandes estructuras, vías, canales, malecones, viviendas de interés social, edificios de oficinas y apartamentos, parques, puentes, túneles para encauzar los temibles ‘arroyos’, colegios, planes de salud, alcantarillado, hospitales y puestos de salud. Y aunque afronta problemas en movilidad y en seguridad, lo cierto es que Elsa Noguera saneó las finanzas, hay plata ‘a chorros’ y “Barranquilla florece para todos”, como rezaba el eslogan craneado por Carlos Duque para su campaña a una alcaldía que entregará en diciembre a un sucesor, de quien fue a la vez sucesora. Si es que me hago entender.

¿Qué y quiénes quebraron a Barranquilla hasta postrarla en Ley 550? 

Hubo sobreendeudamiento, de pronto algo de manejo irresponsable de los recursos…

Llamémoslo por su nombre: corrupción.

La ciudad estaba quebrada y, si bien existía un Certificado de Disponibilidad Presupuestal, la verdad es que no había fondos en los bancos. Como eso no es obstáculo para presupuestar ingresos y comprometer gastos, fuimos acumulándolos y el mismo sector financiero se desbordó prestándole a la ciudad. A través de ese manejo ineficiente y de corrupción se llegó a cesación de pagos. 

Siete años después, la situación es diametralmente opuesta. ¿Cuál fue el ‘milagro’?

Vino la administración de Alex Char, a la cual entré como secretaria de Hacienda. No hubo milagros, sino que hicimos las cosas como correspondía. Empezamos a generar ahorros racionalizando gastos de funcionamiento, y nos sentamos con los bancos para explicarles la situación crítica en que nos encontrábamos. Lo más importante fue hacerles caer en la cuenta que, si bien deberle plata a todo el mundo era mortificante, mucho peor resultaba la deuda social con la ciudad. 

¿No dizque los bancos no tienen corazón?

A veces sí. (Risa). Nos sinceramos sobre cuánto debíamos y establecimos los soportes con que podíamos contar. Aplicamos el dicho “El que paga lo que debe sabe lo que tiene”. La idea era sanear las finanzas a través de los cuatro años de gobierno pero, para nuestra propia sorpresa, a la vuelta de sólo dos ya teníamos mucha plata disponible para inversión. 

Bueno, y también recibieron apoyo por parte del Gobierno Nacional.

Sí, nos ayudaron los ministerios de Hacienda y el de Protección Social. La ‘pelea’ fue dura porque en ese momento todo lo que viniera de Barranquilla se identificaba con corrupción, y no teníamos credibilidad. 

Por eso el escepticismo ciudadano era enorme.

Sí, porque se supone que si una ciudad llega a semejantes niveles de endeudamiento, estos se ven reflejados en obras de infraestructura, en inversión, en dotación social, y aquí no había nada de eso. 

¿Qué hicieron?

Diseñar estrategias para recuperar la confianza del sector financiero, del Gobierno Nacional y de los contribuyentes. Y si me pregunta qué resultado tuvimos, le diré que recibimos un presupuesto de 660 mil millones de pesos, y en ese par de años ya superábamos el billón. 

¿Cuáles han sido los ejes de su administración?

Fundamentalmente tres: Barranquilla Ordenada, Barranquilla con Equidad Social y Barranquilla Competitiva. Bajo el lema “Sembrar en grande para progresar en grande” hubo un programa de valorización por beneficio general. Casi me matan porque la gente no creía en las bondades de ese proyecto, pero poco a poco fue dándose cuenta de que todo se hacía con transparencia y que los proyectos estaban suficientemente consolidados como para garantizar resultados óptimos. 

¿Cómo organizó semejante ‘despelote’ de frentes, todos críticos?

Priorizando las necesidades e invirtiendo donde hubiera no solamente mayor rentabilidad, sino también mayor apremio de la gente, como en salud, equidad y educación. Invertir en los más pobres era lo primero y construir una ciudad más justa, de lo contrario no podríamos resolver los otros problemas. Teníamos un nivel de pobreza del 50 %, con unos barrios totalmente atrapados, incomunicados, a los cuales no había forma de llegar y donde el tema de salud era realmente dramático. 

¿Qué tan dramático y cómo lo solucionó?

Un barranquillero promedio iba al médico una vez cada dos años, y hoy lo hace cada cuatro meses, porque implementamos un programa de prevención. Una investigación nos indicó que se debía hacer varias liquidaciones porque había prebendas con sindicatos, entre otros, al tiempo que el costo de servicios en nuestros hospitales era carísimo. Hoy, Barranquilla es modelo en salud a nivel nacional, porque tenemos cobertura del 100 %, una excelente prestación de servicios y mucha inversión en infraestructura hospitalaria. En la actualidad la atención médica es igual de buena y completa para un pobre que para el que está en el sistema contributivo, porque los nivelamos. Pusimos orden porque, aunque suene muy duro, las clínicas privadas se habían acostumbrado a estafar al Estado. 

¿En qué forma?

Por ejemplo, metían las facturas sabiendo que por la vía ordinaria no se las podíamos pagar, y entonces embargaban, doblando así el valor y cobrando, además de los intereses de mora, los honorarios del abogado contratado. Eso era totalmente inviable. Hoy la red hospitalaria está integrada por 40 hospitales y puestos de salud. Y todo está sistematizado de tal forma que somos muy eficientes. 

¿En qué consiste su proyecto de devolverles a los barranquilleros el Magdalena?

La ciudad creció de espaldas al Río, pero ahora ha vuelto la vista sobre él con varios polos de desarrollo: La Loma, la Avenida del Río, el Puerto de Aguas Profundas. La Loma es un desarrollo urbanístico, ubicado estratégicamente en el centro de la ciudad, con propuestas de APP, que la Alcaldía ha querido impulsar a diversos niveles. Cuesta medio billón de pesos y consiste en un gran desarrollo inmobiliario de uso mixto, en donde quedarán la Alcaldía, un malecón y predios para uso privado. El 55 % del espacio será público. 

Usted les apuesta a las alianzas público-privadas para poder adelantar grandes proyectos. ¿Qué tanta participación del presupuesto aporta la Alcaldía?

Nosotros hicimos una obra por valorización que fue el malecón y la vía, y luego invitamos a los constructores privados, que tienen mucha experiencia en temas comercial, habitacional y de torres de negocios. Ya tenemos a los cinco más grandes constructores de Colombia apostándoles a las primeras dos hectáreas, donde tendremos torres de negocios y habitacionales para clase media. Será el lugar más divino de Barranquilla, frente al río y en medio de un concepto de espacio público y zonas verdes. 

¿No había allí una gran zona de invasión y una ‘olla’ de microtráfico?

Así es, y por eso costó mucho trabajo adelantar el proyecto, porque era además una zona sin vías y con una inseguridad rampante. También de cara al río estamos desarrollando un centro de eventos impresionante, de 35 mil metros cuadrados. Todo esto cambiará la historia de Barranquilla. 

¿Cómo lograron reducir el desempleo al 8 %, el más bajo del país?   

Además de salud, educación, vías y vivienda, les tenemos que dar a las familias la posibilidad de producir sus propios ingresos, como única forma de superar la pobreza. Por eso estamos generando condiciones para que la ciudad esté abierta al mundo y lleguen los inversionistas privados –atraídos por unas reglas de juego claras– a generar empleos estables y de calidad. Hoy hay una gran confianza en la ciudad, el capital privado está disparado y, a su vez, ha disparado la construcción, convertida en gran generadora de empleo. 

¿Cómo combate la deserción escolar?

Tenemos cobertura total, todavía con algo de deserción porque infortunadamente hay jóvenes que se nos están yendo a pandillas, pero lo cierto es que hoy hay capacidad para atender a todos los que queramos. Hemos hecho inversiones gigantescas en infraestructura escolar, pero, aparte de la cobertura, también hacemos mucho énfasis en la calidad. Todo esto lo complementamos con la adopción de nuevas tecnologías, alimentación escolar gratuita, formación y capacitación de maestros y énfasis en bilingüismo. 

Los docentes afrontaban condiciones deplorables.

Así era, pero lo que logramos en educación es, a mi juicio, una revolución, porque fomentamos el trabajo de equipo entre maestros y rectores para ir desplazando la desconfianza que había. Aquí todos los días nos hacían una protesta, todo lo pedían a gritos, no se les pagaba, ni se les daba dignidad a los maestros, que trabajaban en condiciones infrahumanas, sin iluminación, en medio del calor y del hacinamiento; hoy no solamente se han mejorado drásticamente sus condiciones, sino que se les abren puertas de formación y capacitación. Desde luego faltan cosas por hacer, pero la verdad es que hoy nuestros maestros sienten que han recuperado su valor dentro de la sociedad.   

Como dice el dicho: “De todo eso tan bueno no dan tanto”: Hay quejas –y duras– sobre  movilidad.

Sí, ese es un verdadero desafío en todas partes, pero en Barranquilla se siente particularmente peor porque tengo la ciudad “patas arriba”, con tanta obra. (Risa). Pero son las que van a evitar que las cosas se compliquen y que empecemos a tener aquí más y más ‘cuellos de botella’. Yo tengo clarísimo que eso pasa porque no se toman las decisiones que toca, en el momento que toca. 

¿Y cuáles son esas decisiones?

Varias, entre ellas meterme a resolver también el tremendo y hasta ahora insoluble problema de los arroyos en Barranquilla, que acaban con la ciudad y cobran vidas, y cuyo diagnóstico tradicional era que se trataba de una labor imposible. Pero yo decidí no rendirme. Hicimos estudios y vimos que sí se podía. Hemos tenido que ampliar carriles de vías, implementar “pico y placa”, tolerar un tráfico represado por las numerosas vías cerradas para construir los túneles de canalización, y adelantar muchas otras obras simultáneamente. Al principio fue durísimo, lo confieso. Me criticaron terriblemente y hasta en una forma desafiante, pero, así molesten inicialmente, las obras son indispensables. Así las cosas, es natural que haya momentos de caos, pero la decisión está tomada y no hay vuelta atrás. 

¿Y cómo neutralizó a las hordas vociferantes?

(Risa). El calificativo es suyo. Me cuadré y les dije en tono fuerte: “Muy bien, entonces vamos a terminar estas obras que ya empezamos, pero las otras me las llevaré para el sur donde, si uno entrega una calle, la gente se siente feliz y agradecida. En cambio, aquí insultan y les gritan a mis obreros”. Eso sirvió de catalizador porque lo hice no solo con autoridad, sino con pruebas al canto. 

¿Y será suficiente con eso?

No, movilidad no solamente requiere de toda la infraestructura vial que estamos haciendo, sino que hay que integrar el sistema de transporte público colectivo con el sistema masivo. Contratamos un estudio que está en etapa final y que será otro gran legado que le dejaremos a la próxima administración, porque hay que terminar de modernizar los sistemas de transporte para que no compitan entre sí. 

Pero el Transmetro ha tenido grandes dificultades, según entiendo, y la gente está muy descontenta.

Ha tenido dificultades porque compite con el colectivo, y la única forma de acabar con esa situación es con la integración, la generación de infraestructura, como ya lo estamos haciendo, y con la calle 38, una vía muy amplia que ya está financiada y que va desde la zona portuaria tradicional, atraviesa la ciudad por el centro y llega hasta la Zona Franca nueva, o sea el desarrollo hacia el río, donde tenemos los proyectos que le he descrito. Los cambios serán fuertes porque este proyecto tiene que ser muy revolucionario: Barranquilla creció y tiene que montarse en la modernidad.

Que Alex Char sea su sucesor, ¿asegura la continuidad de toda esta maravilla? 

Totalmente. (Risa). Como él es el candidato a la Alcaldía y yo no puedo hablar de política, le diré solamente que eso me da tranquilidad, como me imagino que también se la di yo a él, en su momento, porque pensamos igualito frente a las necesidades de Barranquilla. 

¿Cómo superó el legendario machismo costeño?

Bueno, este se da en todas partes, pero la nuestra es una región tan machista, que en ocho departamentos solo tenemos una alcaldesa de ciudad capital y una gobernadora. La respuesta es simple: Trato de hacer las cosas bien y de cumplir con lo prometido. Cuando la gente ve que sus expectativas se cumplen para bien, el machismo debe dar paso al reconocimiento. 

Y entonces, ¿por qué ha bajado usted últimamente en las encuestas?

La verdad es que yo no le pongo muchas ‘bolas’ a las encuestas, sino que trato de cumplir mi hoja de ruta. Estoy tranquila porque en los  indicadores duros –educación, vivienda, empleo, salud– nos ha ido muy bien. Y le cuento una cosa: yo sigo siendo la misma desde el día uno de mi administración. Yo me peleo con el que me tenga que pelear y eso es porque no soy de las que piensa que hay que “aprovechar el cuarto de hora”, sino que hay que hacerlo bien esta vez, para después tener muchos más cuartos de hora. (Risa). De pronto esto me haga parecer súper creída, pero Barranquilla es la ciudad de Colombia con mayor potencial de crecimiento, la que más está generando confianza, a la que todo el mundo quiere venir, donde hay calidad de vida y donde las cosas están funcionando muy bien. 

A estas alturas tiene usted un alto porcentaje de su presupuesto de 2,2 billones de pesos para este año, ejecutado, algo que no resulta fácil. ¿Cómo lo logra?

Bueno, eso lo aprendimos con Alex. Aquí la cosa es: “Dispara que ya viene la orden”. (Risa). Somos un equipo muy bueno de profesionales, con un solo jefe que es el alcalde, y no los concejales o secretarios que pertenecían a tal o cual corriente política. Tengo un equipo joven con un 50 % de mujeres. 

En medio de este panorama alentador, ¿es capaz de hacerse una autocrítica en cuanto al tema de seguridad?

Yo sí tengo una gran frustración en cuanto a seguridad porque le he gastado todo el tiempo del mundo y recursos, pero no depende de mí. Barranquilla tiene déficit de policías. Me ponen y me quitan generales, sin consultarme. Los que tenemos en el momento son muy buenos, pero hay que decir que, en teoría, uno tiene que responder por la seguridad de sus ciudadanos, pero en eso intervienen tantas instituciones del orden nacional que por momentos uno se siente impotente. Restablecer la seguridad en las ciudades es una prioridad porque la gente está realmente desesperada. Pero la solución es más estructural que coyuntural. Esa es una de mis grandes frustraciones. 

No son muy buenas, según entiendo, sus relaciones con el Concejo.

Debo reconocer que no ha sido fácil, pero uno tiene que saber siempre qué es lo que quiere y cómo conseguirlo. Es natural que a veces hay que ‘tragar sapos’ pero, con firmeza y una flexibilidad cuidadosa, uno hasta puede escoger qué tipo de sapos y de qué tamaño se traga.  

Después de su candidatura a la Vicepresidencia, ¿le quedaron aspiraciones políticas futuras?

(Risa). A mí no me gusta hablar mal de los políticos, porque yo me elegí popularmente; creo que todos tenemos que apostarle en algún momento a la política, desde la trinchera que sea, porque si no lo hacemos estamos dejando libres esos espacios y las decisiones de interés general se toman es en los cargos públicos. 

Se dice que como la elección de Char está cantada, ya en Barranquilla no quedan líderes políticos fuertes. ¿No es mala cosa para una ciudad con tantas expectativas?

Yo diría que no es bueno y que seguramente habrían sido deseables más aspirantes, pero lo cierto es que aquí la gente ha sufrido tanto con las malas administraciones, que lo que quiere es la continuidad de unas gestiones efectivas y transparentes. La ciudad está metida en una cantidad enorme de proyectos que se ejecutan bien y que dependen de muchos liderazgos individuales y colectivos.

Bueno, pero otra de las cosas que se dicen es que el poderío de la Casa Char es exagerado. 

Es posible que como la alcaldía Char, con la cual trabajé con entusiasmo, rompió con un círculo ‘mafioso’ que había, los enemigos políticos digan: “Estos se quedaron con Barranquilla y son sus dueños”. 

¿Y eso no es, más o menos, cierto?

Esa es una afirmación antipática porque lo cierto es que, si las dos últimas administraciones se han consolidado, no ha sido por entregar puestos, ni prebendas. Antes nadie quería el cambio porque la salud correspondía a tal sector político, la educación a otro y así sucesivamente. Las mismas maquinarias se elegían y se reelegían. Y aunque es difícil que me crea, quiero contarle que cuando Alex terminó su alcaldía me recomendó solamente a una persona: la señora que trabaja conmigo en protocolo, porque le faltaban solo tres meses para jubilarse. Él entregó la alcaldía agotado y me dijo: “Haz tú lo que te corresponde y lúcete”.