2 de Noviembre de 2021
Por:
Óscar Naranjo

Esta columna de opinión del exvicepresidente hace parte del especial #35AñosRevistaCredencial

"El año electoral de 1986 me hacía presagiar, en lo personal, que mi familia sería la gran sacrificada, como en efecto sucedió": Óscar Naranjo

Terminaba el año 1985 con la imagen de Omayra Sánchez, la niña que marcaría la vida de los colombianos como símbolo de una de las tragedias naturales más devastadoras que ha registrado el mundo: la provócada por la avalancha que literalmente desapareció al municipio de Armero, Tolima, y que arrastró a la muerte a cerca de 23.000 personas.

 

Esa antesala a 1986 será recordada con dolor también porque, justamente los días 5 y 6 de noviembre del año previo, en medio del conflicto armado que se libraba con los guerrilleros del autodenominado M-19, se produjo el holocausto a la justicia con la toma de rehenes al interior de su palacio. El presidente de la Corte, el doctor Alfonso Reyes Echandía y un número muy importante de los magistrados de la que se llamó ‘la corte admirable’ terminarían muertos en medio de la confrontación entre la fuerza pública y los guerrilleros.

Con 29 años y ya con el grado de capitán de la Policía Nacional y de jefe de la sección de Contrainteligencia de la Dirección de Investigación Criminal DIJIN, comenzábamos un nuevo periodo en familia con Claudia, mi esposa, y Marina, nuestra hija mayor, entonces recién nacida. Desde el ámbito profesional respondíamos a una cierta obsesión institucional por llevar ante la justicia a los responsables de la ofensiva terrorista que tanto en áreas urbanas como rurales estaba matando la ilusión de paz que, desde 1982, al asumir su mandato, había impulsado el presidente Belisario Betancur.

El año electoral de 1986 me hacía presagiar, en lo personal, que mi familiá sería la gran sacrificada, como en efecto sucedió, pues después de tantos años no he podido superar la frustración que me produjeron los días de ausencia de mi hogar. Ausencias que me impidieron ver cómo nuestra hija se abría camino al lado de su mamá en medio de gestos, balbuceos, sonrisas y llantos, muchos de los cuales pude ver solo en fotografías.

Al final de los gobiernos y de cara a las elecciones, las instituciones han sido tradicionalmente objeto de fuertes críticas y cuestionamientos y esto era justamente lo que yo experimentaba como oficial de inteligencia, pues en distintos escenarios de la vida nacional se me exigía mayor efectividad para que nos anticipáramos a los criminales. La preocupación giraba en torno al cartel de Medellín, que apoyado en sicarios y corruptos empezaba a desatar un ciclo de violencia. Un ciclo que, años después, nos convertiría en la nación con más homicidios del planeta.

Después de 35 años, tengo que confesar que nunca imaginé que, a pesar del impacto que produjo la visita a Colombia, en julio de ese año, de su santidad Juan Pablo II –quien fue insistente con mensajes de paz y reconciliación–, los carteles narcotraficantes avanzarían despiadadamente y asesinarían, en diciembre de 1986, a don Guillermo Cano, valiente y honesto maestro del periodismo y líder de opinión independiente.

La demostración de fuerza y el mensaje de que los narcotraficantes preferían una tumba en Colombia a la extradición a Estados Unidos señalaría el trágico curso de la historia hasta que Pablo Escobar fuera abatido por las autoridades el 2 de diciembre de 1993.

En contraste con el luto nacional producido por las mafias asesinas que pretendían liquidar la libertad de expresión, nuestros periodistas, que nunca han claudicado frente a la barbarie del terror, elevaron sus voces y se mantuvieron firmes con una integridad admirable. En retrospectiva, hoy valoro que en medio de tantas dificultades y amenazas se diera origen a nuevos medios de comunicación, como es el caso de la REVISTA CREDENCIAL, que hoy llega a sus 35 años de existencia.

Con nuestro sentimiento de solidaridad anclado alrededor de las víctimas del conflicto armado y de la violencia, celebramos los esfuerzos y los aportes del equipo humano que desde las distintas orillas del pensamiento y de la política se han vinculado a la publicación de la revista para fortalecer los derechos y libertades y para renovar nuestra confianza en el futuro.

 

Uno de los dos hitos del año previo: en noviembre del 85, la toma y retoma del Palacio de Justicia marcó un punto en la historia reciente colombiana.