Las mujeres detrás del pentagrama
PROBABLEMENTE, el romance más grande de la historia de la música lo protagonizaron Robert Schumann y Clara Wieck. Del más trágico se encargaron Hector Berlioz y Harriet Smithson. En el buen sentido de la palabra, estos genios llevaron el romanticismo musical y personal a estadios insospechados.
A Berlioz, que nació el 11 de diciembre de 1803 en Saint-André, Francia, le cabe el extraño honor de haber sido el primer compositor que no tocaba bien ningún instrumento: esa era su gran fortaleza y su talón de Aquiles. El alemán Schumann, que era ocho años menor, tuvo que renunciar a la posibilidad de convertirse en virtuoso del piano, porque en un acto disparatado —que en realidad empezó a revelar que era un desquiciado mental— arruinó uno de sus dedos.
Berlioz se enamoró con locura de Harriet, una actriz, tras verla en Hamlet de Shakespeare. Sin conocerla, la acosó en todas las formas posibles, lo cual asustaba a la irlandesa. Al comprobar que sus cartas no surtían efecto, resolvió vengarse musicalmente en una sinfonía: La fantástica, una pieza revolucionaria, una obra maestra donde la retrató cruelmente protagonizando el Sabbath de las brujas. Le tomó años, pero logró casarse con ella. Al final, el matrimonio fue infeliz.
Schumann conoció a Clara de niña, cuando ingresó como alumno de Friedrich Wieck, uno de los maestros más respetados de su tiempo, quien con sobradas razones aspiraba a hacer de su hija la mejor pianista de Europa. Pero no contaba con el imprevisto de que, con el paso de los años, el alumno resolvió enamorar a su hija y Clara lo correspondió. Hizo lo habido y por haber para impedir el matrimonio, lo calumnió de todas las formas posibles hasta que la pareja, con la anuencia de la madre de Clara, recurrió a los tribunales y logró casarse. El matrimonio era desigual: Clara era una celebridad y Schumann, un incomprendido. Finalmente, el compositor enloqueció, y tras su muerte, Clara fue la encargada de mostrarle al mundo que su marido había sido uno de los más grandes compositores.
MOZART, HAYDN Y DVOŘÁK: CON LAS HERMANAS
Rara coincidencia, pero los dos grandes genios del clasicismo, Franz Joseph Haydn y Wolfgang Amadeus Mozart no lograron casarse con quien querían, sino con las hermanas de sus predilectas.
El pobre Haydn se enamoró de Therese Keller, pero cometió el error de dejarse convencer por la familia de mejor desposar a Maria Anna, tres años mayor que él, que aborrecía la música, tenía un carácter del diablo, era pésima ama de casa y celosa de añadidura. El pacífico Haydn decía que era una bestia infernal y resolvió no privarse de tener amantes a lo largo de su vida. No tuvieron hijos.
Mozart, que era profesionalmente irresponsable, camino de París, en 1777, decidió enamorarse de Aloysia Weber, de dieciocho años y buena cantante. Un par de años más tarde, la muchacha lo rechazó porque empezaba a ser famosa. En 1781, instalado en Viena, se encontró nuevamente con los Weber y decidió casarse, en contra de la opinión de su padre, con la hermana menor de Aloysia: Constanze. No sería exagerado decir que fueron el matrimonio más irresponsable de la música, pero, a su manera, fueron felices: Constanze era frívola y despilfarraba a manos llenas. Viuda prematuramente, se volvió una astuta mujer y supo ingeniárselas para negociar manuscritos y partituras.
Berlioz compuso la sinfonía Fantástica en medio del rencor amoroso.
Casi un siglo después, el checo Antonín Dvořák pareció repetir la historia. Se enamoró de Josefina Čermáková, que le inspiró un ciclo de canciones, pero luego, como no era correspondido, se casó con su hermana Anna y tuvo nueve hijos. Seguramente, por su carácter tranquilo, fue feliz.
MATRIMONIOS DE TAPADERA
Del francés Camille Saint-Saëns se dice que fue el niño prodigio más grande de todos los tiempos. Debía ser muy antipático, le encantaba hablar mal de sus colegas y tenía enemigos en todas partes. Pese a su naturaleza, se casó de 40 años, en 1875, con Marie-Laure Truffot con quien tuvo dos hijos, que murieron trágicamente; la culpó de la muerte de los niños y se separó. Por esa misma época viajó a Moscú donde conoció a Tchaikovsky, en ese momento de 35 años y en medio de un alboroto improvisaron Galatea y Pigmalión, un ballet donde el francés fue Galatea y el ruso Pigmalión. Algo debió salir mal de esa amistad porque en lo sucesivo se ignoraron mutuamente. Tchaikovsky, como su colega, también se casó para acallar los rumores sobre su sexualidad. Convencido de que Antonina Miliukova era tonta, se casaron en 1877, pero resultó que no era boba, sino loca y ninfomaníaca: ni siquiera logró consumar el matrimonio.
SUEGRO Y YERNO
Dicen de Franz Liszt que era un genio y un charlatán; de su yerno, Richard Wagner, que era genio y estafador.
Liszt, que nació en 1811, fue el pianista más famoso del siglo XIX y probablemente de todos los tiempos. Se pasó toda la vida jugando entre sus arrebatos místicos y aventuras amorosas. Muy joven se fugó con la condesa Marie d’Agoult, que era casada, se instaló con ella en Suiza, y tuvo tres hijos. Se separaron e inició una nueva relación con Carolyne Sayn-Wittgenstein, también casada. Cuando por fin parecía que era posible el matrimonio, Liszt anunció su decisión de tomar los hábitos de la Orden Tercera de San Francisco sin renunciar a sus amoríos.
De sus hijos fue famosa Cosima, que se casó con Hans von Büllow, a quien abandonó para convertirse en la amante del gran amigo de su padre, Richard Wagner, apenas dos años menor que él. Wagner ya se había casado con Minna Planner en 1836; en pleno matrimonio se enredó con Mathilde Wesendonck, esposa de uno de sus incautos mecenas. Minna se divorció y murió en 1866. Wagner conoció a Cosima porque Von Büllow era un adalid de su música. Inescrupuloso, la sedujo y, antes del divorcio, tuvo tres hijos con ella. De sobra está decir que la fidelidad no era lo suyo, cosa que ella soportaba.
UNA GALERÍA DE SOLTERONES
A la cabeza de los grandes solterones de la historia, Georg Friedrich Händel y, cómo no, Ludwig van Beethoven. Aunque a Federico Chopin se lo relaciona con la novelista George Sand, nunca se casó. Tampoco se casaron Franz Schubert, Manuel de Falla, Maurice Ravel, Antonio Vivaldi —que era sacerdote— ni Johannes Brahms, quien proclamó que le tenía más miedo al matrimonio que a la ópera.
Quedan pendientes para otra crónica: Bach, Debussy, Verdi, Mendelssohn, todos los Strauss y Puccini.