OTOS MOVISTAR+ Y FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
16 de Marzo de 2022
Por:
JANINA PÉREZ ARIAS


Este cantautor jienense es un maestro para campear tormentas y reinventarse sin perder la esencia. Habló en exclusiva con Credencial de la serie documental que se estrena este año sobre él. 



"Habrá Raphael para siempre"

 

SU VOZ se ha escuchado a lo largo de 60 años. Sus canciones le han puesto la letra idónea a nuestros amores y desamores, alegrías, tristezas, sufrimientos y pérdidas. A júbilos familiares y a hitos de pareja. Era imposible, pues, no sentir emoción cuando, a media tarde, el artista me recibió en una sala sin mucha parafernalia. Estaba sentado en una silla, con esa sonrisa de siempre, su chaqueta y pantalones de un negro interrumpido únicamente por el brochazo de rojo que aportaba su buzo. Estaba ahí la leyenda, casi palpable, aún con la distancia impuesta por la pandemia. Ese día había sido largo para el cantautor, quien roza los ochenta años. Desde muy temprano, atendía compromisos con la prensa española e internacional, citada en el País Vasco por el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, donde presentaba la serie documental Raphaelismo. Sin embargo, ni atisbos de cansancio.

Me preguntó si había asistido a la rueda de prensa, ocurrida poco antes de nuestra charla, y añadió que “al menos” se había divertido en ella. Y es que no siempre logra disfrutarlas: recuerda una anécdota en su memoria –duda en qué país ocurrió–, cuando un periodista hizo que se le desapareciera la sonrisa al preguntarle: “¿No nota usted que hay menos gente aquí que el año pasado?”.

“Me quedé así (saca su vena de actor y pone cara desencajada). A uno le sientan mal ciertas cosas, aunque no haces notar nada”, y se ríe como espantando los malos momentos. En él se percibe la vulnerabilidad y sensibilidad que poseen los verdaderos artistas, pero a la vez una fuerza que, con los años, se ha convertido en un caparazón a prueba de balas. Raphael ha aprendido a priorizar: hoy le teme más a la mala salud que a un comentario envenenado, y mucho menos a los peligros de las redes sociales. “La gente hoy en día vive muy temerosa de esas cosas, pero yo no les tengo miedo, ellos ven que no les temo, más bien me divierten”, afirma haciendo un gesto con la mano.


Precisamente, la vida de Raphael (y por ende la de Miguel Rafael Martos Sánchez, su nombre oficial) ha estado marcada por esa actitud de seguir hacia adelante pase lo que pase. Muchos quisieran su fortaleza para campear tormentas diversas, para reinventarse sin perder su esencia, pero sobre todo para permanecer entero a través de varias generaciones.

 

¿Usted siente aún las mariposas en el estómago?

¡Me han volado las mariposas que ni te quiero contar! [Se ríe y hace una pausa]. Ya no. O mejor: menos. Eso lo siento desde que me hicieron el trasplante. Yo antes era muy inseguro, nervioso, y cuando salía al escenario eso se notaba muchísimo. De manera que las cuatro o cinco primeras canciones lo pasaba fatal; luego me hacía con el campo y ya. Pero desde que me trasplantaron, salgo al escenario como me ves: tranquilo y respondón. Se fueron las mariposas. Salgo a disfrutarlo con la gente e, igual que ellos se la están pasando bien, trato de pasármelo bien yo también.

La pandemia no pudo detener la realización de Raphaelismo. La historia, pero también la energía arrolladora de Raphael, fueron el motor para seguir adelante. 

Pero no se le notaban esos nervios que dice que tenía antes. ¿Cuándo y cómo aprendió usted a mantener a raya sus emociones?
¡Qué difícil! No sé cuándo, pero es un hecho que lo aprendí. Creo que desde muy chiquito. Un día entré en un teatro ambulante que habían puesto en mi barrio, y vi una obra que se llamaba La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Yo, que era solista de voz primera, salí de allí creyendo que iba a convertirme en actor. Y renegué de cantar, pero terminé por convertirme en cantante porque la gente me llamaba para que cantara, no para hacer La vida es sueño. Era muy jovencillo, y esa, como muchas otras, es una vivencia que tengo grabada a martillo.

 

¿Cómo se sobrevive en el mundo del espectáculo, que muy bien puede ser una auténtica caimanera?
El divismo y el ego existen en todas las profesiones. No quiero echarme encima a ningún gremio, pero en algunos es inaguantable. Así que caimaneras hay en todas partes, hasta en las profesiones que se tienen por muy serias. Cuando vas a un médico, por ejemplo, lo primero que te pregunta es quién te ha visto antes, le das el nombre del otro doctor y lo que te responde es “ah, claro...” [se ríe]. Quieres saber más y solo agrega un “ah, no, por nada, por nada...”.

 

Desde muy pequeño supo que su lugar estaba sobre los escenarios, donde dice que seguirá hasta que su garganta decida lo contrario. 

 

Hoy la mayoría de las estrellas son fugaces. ¿Existe acaso un secreto para mantenerse durante 60 años presente y sobre el escenario?
No todos somos iguales: hay gente que le pone más carne al guiso. Legalmente sí somos iguales, pero en cosas de arte cada uno es como es y ya está. No hay que buscarle tres pies al gato.


¿Cuál ha sido el impulso para colaborar con artistas jóvenes?
En el álbum
6.0 están Manuel Carrasco, Luis Fonsi, Alejandro Fernández y Natalia Lafourcade, entre otros. Porque ya no tengo eso (la juventud). Ahora yo me las sé todas, pero ya no poseo esa frescura. Lo que tengo es experiencia.

Hablemos de la serie documental. ¿Cuál fue la necesidad de ponerse enfrente de una cámara y confesar muchas intimidades?
Ese ejercicio en
Raphaelismo quizá fue difícil. Ninguna necesidad, precisamente porque no me hace falta. Yo no estoy vendiendo nada: no se trata de que voy a un programa de televisión a vender mis miserias. Justamente, como tengo cierta edad, esa es la razón; no lo había hecho nunca, pero me ha dado ilusión hacerlo ahora y, además, todo contado por mí. No que vengan unos guionistas y escriban algo que diga: “¡Yo no soy así!”. Hice la serie porque me ha dado la real gana, es la única razón. Y no será lo último que haga, quizás sea lo último que haga sobre mí, pero no sobre otras cosas.

 

Para celebrar sus 60 años de carrera, Raphael, el renacido e imparable, emprende una gira en 2022 por varios países de Latinoamérica. Colombia es uno de ellos. 

 

¿Le habrá servido para liberarse de ciertas cargas emocionales?
¡No son cargas! Desde mi trasplante, que es lo más que me ha ocurrido en la vida, estoy muy descarriado, ¡totalmente descarriado! [Se ríe].

Si bien los ‘raphaelistas’ conocen cada detalle de su vida, ¿se van a encontrar algo nuevo en esta serie?
Saben mucho de mí, pero es un conocimiento de oreja, y las cosas contadas así van perdiendo su valor y su verdadero sentido: “Pero ¿quién te ha contado eso?”. “¡Ah!, me lo ha contado no sé quién que se lo ha contado no sé cuándo...”. ¡Ya son muchos los contados! Las cosas hay que saberlas directamente y mejor cuando las narra el protagonista. El fan quiere lo mejor para mí y no reparan en lo que se inventa.

¿Y cómo ha sido para usted estar cubierto de tanto amor, y al mismo tiempo lidiar con el miedo a que ese sentimiento pueda desaparecer?
[Reflexiona durante un momento]. Yo no creo que se vaya a difuminar. Creo he hecho las cosas lo suficientemente bien como para que la gente no me olvide tan fácilmente. Habrá Raphael para siempre, por lo menos en el recuerdo.

¿Y cómo quiere ser recordado?
Con mucho amor y con una sonrisa. Que se diga: “En mis tiempos había un cantante...”, no, cantante no. ¡Por favor! Mejor, quiero que se diga: “En mis tiempos había un artista...”.

¿Y eso qué significa para usted, lo de ser un artista?
Hasta la palabra “artista” es muy bonita. Y para serlo, hay que nacer artista, porque eso no se hace, no se estudia. Es algo que sí se puede perfeccionar, pero tienes que llevarlo dentro. Cuando me preguntan cuándo me retiro, digo que no esperen de mí una gira de despedida porque uno nace artista y muere artista. Lo que sí es verdad es que cuando ya no esté en condiciones, y eso puede suceder de un momento a otro o en 20 años, porque la que manda es “esta” [se señala la garganta], yo sabré marcharme con todos los honores. No anunciaré nada, ni me despediré. Me quedaré en mi casa, y si me llaman para cantar diré solamente que no tengo ganas. 


 

EL TRASPLANTE

En 2003, Raphael fue sometido a un trasplante de hígado. Por primera vez su familia y allegados hablan abiertamente de aquel revés. “Es muy doloroso para él porque es un momento en el que volvió a nacer y vio muy de cerca el fin de subirse a un escenario y de su vida”, comenta Alberto Ortega. “Pero con esa excepción, nos permitió preguntarle absolutamente de todo”. Desde aquel 2003, Raphael celebra dos cumpleaños: el 5 de mayo, fecha de nacimiento en Linares ( Jaén, España), y el 1 de abril, el día de su ‘renacimiento’ en un hospital madrileño. En septiembre de ese mismo año, volvió por todo lo alto al Teatro de la Zarzuela irrumpiendo en el escenario con una canción de Manuel Alejandro que cantó por primera vez en 1972, Volveré a nacer. La letra dice:

 

“Yo volveré a nacer con la promesa
De masticar mi juventud cada segundo
Y no abriré con mi garganta nuevos surcos
Que está cansada de cantarle a las estrellas
Yo volveré a nacer, estoy seguro...”. 

 

 

RECUERDOS DEL HAMBRE

“Raphael viene de una familia muy humilde, de hecho, él reconoce haber pasado hambre de pequeño", rememora Charlie Arnaiz, director de Raphaelismo. "Por eso uno de los retos de la serie documental era explicar la épica de una persona que pasa de vivir con toda su familia en una habitación muy pequeña en un barrio de Madrid a conquistar los escenarios de todo el mundo. 78 años más tarde, Raphael sigue encima de los escenarios y de allí no lo va a bajar nadie".

Los directores y creadores de Raphaelismo aseguran que para el desarrollo de la serie no se establecieron ni límites ni pactos. “Solo hubo un episodio del que no pudo hablar, no por nada, sino porque físicamente se le encoge la garganta cuando cuenta de su trasplante", relata Alberto Ortega en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, donde se celebró el estreno en un teatro abarrotado con un público que aplaudió a rabiar al artista en el momento de la presentación y a lo largo de la proyección.