Foto: Getty Images.
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13 de Febrero de 2023
Por:
Emilio Sanmiguel emiliosan1955@gmail.com

En este 2023 se celebra el centenario del nacimiento de ‘la divina’, María Callas.

TAGS: Música

Ave María

EL NOMBRE Sophia Cecilia Anna Maria Kalogeropoulos no dice mucho, incluso a los aficionados a la ópera. Pero “María Callas” sí. Su aparición cimbreó los cimientos del espectáculo. Cuando actuó en La Gioconda de Ponchielli, el 3 de agosto de 1947 en la Arena de Verona, la ópera había caído en el letargo y lo teatral tenía sin cuidado a cantantes, empresarios y directores. Nada cambiaba desde el siglo XIX, cuando Giuditta Pasta se tomó el trabajo de enriquecer el show con su actuación, que fue revolucionaria. Para esta última, Donizetti le escribió Ana Bolena y Vincenzo Bellini hizo lo propio con La sonnambula y con Norma, una ópera tan difícil que se le compara con El rey Lear. Su formación era completa pero distaba de ser perfecta y sus detractores se cuidaban de ponerlo en evidencia. Hacía delirar al público, tenía carisma, sentido de las proporciones y una voz que pocas veces ha aparecido sobre la faz de la Tierra. Era una sfogato, una ilimitada, capaz de hacerlo todo. En posesión de ese instrumento, su temperamento y talento, no hay que extrañarse de que hiciera historia.  

Cuando Callas apareció, nada respaldaba su presencia en Verona. Solo había actuado en Atenas. La griega más famosa nació en Nueva York, el 2 de diciembre de 1923. Para facilitar la pronunciación del apellido, George, su padre, convirtió el Kalogeropoulos en Callas; Evangelina, la madre, decidió que haría de Jackie —la hija mayor— una pianista y de María una cantante, aunque no abrigaba muchas esperanzas por su miopía, obesidad y falta de garbo. El matrimonio hizo aguas y madre e hijas regresaron a Atenas en 1937.

ELVIRA DE HIDALGO

En Atenas, Callas estudió canto con María Trivella y luego con Elvira de Hidalgo, una española de renombre que, por la guerra, terminó de maestra del conservatorio. Hidalgo recordaba cuando la vio por primera vez, obesa, mal vestida, desgarbada y con lentes. Pensó que no tenía sentido, pero cuando oyó el torrente de la voz, quedó sorprendida. Callas era una soprano dramática, de Hidalgo lo contrario —una ligera—. Sin pretenderlo, la formó en contra de su naturaleza; educó ese vigoroso instrumento con la ligereza de las ‘coloraturas’ e hizo lo que hacían los maestros de principios del siglo XIX: dotar las voces poderosas de ligereza. Sofocada por la presión de la madre, regresó con su padre a Nueva York. Allí, le ofrecieron debutar en la Metropolitan, pero declinó. En cambio, aceptó ir a Italia, a la Arena de Verona.

DE WAGNER A BELLINI

Su poderosa voz le valió estar en La Fenice de Venecia con Tristán e Isolda, de Wagner. Nadie dudaba de que se trataba de una gran soprano dramática, perfecta para Verdi y Wagner. Tullio Serafin, el director de orquesta italiano, intuía que aquello iba más lejos: en 1948, cuando dirigía La valquiria wagneriana en La Fenice, falló la soprano de Los puritanos de Bellini. Callas, en menos de una semana, aprendió el papel y terminó ovacionada. Serafín confirmó su sospecha: la desaparecida voz de la sfogato había regresado para restaurar un repertorio olvidado, o tergiversado, tras un siglo de ligerezas, arbitrariedades y malas prácticas. 

Antes de su debut, la ópera había caído en el letargo

LA SCALA: AMOR Y ODIO

Llegar a la Scala era el paso siguiente. Convertida en celebridad, la mujer aceptó debutar en el mítico teatro milanés reemplazando en Aída de Verdi a "la favorita", Renata Tebaldi. Ocurrió lo inevitable, el público tomó partido en una guerra sin sentido entre estrellas de sistemas planetarios diferentes. Se había casado con Battista Meneghini, un industrial italiano treinta años mayor que, con el tiempo, se convirtió en su mánager. A estas alturas no necesitaba de reemplazos en la Scala, el teatro necesitaba de ella. Fue llamada para inaugurar la temporada de 1951 con Las vísperas sicilianas de Verdi. La Scala fue el escenario de sus más grandes triunfos y también de los más amargos. Allá refinó su arte de actriz y construyó su repertorio. Llegado el momento, vio la necesidad de moldear su cuerpo, por vanidad y porque lo necesitaba como instrumento para ir a la esencia misma de ciertos personajes. De pronto, los astros se alinearon: Luchino Visconti, el director de cine, consideró que estaban dadas las condiciones para hacer su debut en la dirección de ópera, género que adoraba y conocía. En 1954, una Callas delgadísima fue dirigida por él en La vestale de Spontini, una ópera a la que no se le hacía justicia desde el siglo XIX. Al año siguiente, La sonnambula de Bellini la consagró como la soberana absoluta del teatro. En mayo, hicieron historia con La traviata de Verdi. Y en el 56, Anna Bolena, también de Bellini, fue otro triunfo, seguido del de Ifigenia en Tauride, de Gluck. Claro: sus detractores, seguidores de la Tebaldi, disfrutaron con el fracaso de El Barbero de Sevilla de Rossini. La relación con las directivas y una fracción del público en la Scala se hizo insostenible. Nadie parecía darse cuenta de que con su arte, Callas hizo renacer la ópera del letargo de la rutina. Sus discos, además, se agotaban en el mundo entero. Con Medea de Cherubini se despidió de su teatro.

LA DIVA FAMOSA

Callas era la primera soprano del mundo cuando, en 1959, conoció a Aristóteles Onassis, el hombre más rico del planeta. A regañadientes y presionada por su ambicioso marido, aceptó un crucero en el yate Christina. A bordo ocurrió lo inevitable: la griega más famosa del mundo se enamoró del griego millonario. La intensidad de la carrera había hecho mella en la voz, vino el divorcio de los amantes y el escándalo. Su presencia fue cada vez menos frecuente en la ópera. Regresó a instancias de su amigo, el director de cine Franco Zeffirelli, con Tosca, en 1964, en el Covent Garden de Londres.

Luego, su ópera “fetiche”, la que cantó en más oportunidades a lo largo de su vida, fue Norma, de Bellini, en la Ópera de París. El 5 de julio de 1965 hizo su despedida definitiva con Tosca, en Londres. De esas presentaciones queda su único registro fílmico del acto II, testimonio único de sus condiciones de actriz.

Incursionó en el cine con Medea, de Pier Paolo Pasolini; luego, dio clases magistrales en Juilliard de Nueva York y tuvo lugar una tournée de despedida al lado de Giuseppe Di Stefano. Eso, junto con miles de planes que nunca llegaron a realizarse. El 16 de septiembre de 1977 falleció Callas en su apartamento de la calle Georges Mandel de París. A la salida del rito fúnebre, en la catedral ortodoxa de la capital francesa, el público ovacionó el féretro. Ese día nació la leyenda de la más grande cantante del siglo. 2023 será para recordar su arte.