Urzola es politóloga pero siempre ha tenido un pie en el universo  cultural. Nacida en Sincelejo, cursó parte de su escolaridad en Nueva  York. Es autora también del libro Bienvenido mal, si vienes solo (2019). Foto: Josefina Santos, Cortesía Jacqueline Urzola
Urzola es politóloga pero siempre ha tenido un pie en el universo cultural. Nacida en Sincelejo, cursó parte de su escolaridad en Nueva York. Es autora también del libro Bienvenido mal, si vienes solo (2019). Foto: Josefina Santos, Cortesía Jacqueline Urzola
2 de Enero de 2023
Por:
José Agustín Jaramillo

El segundo libro de la escritora Jacqueline Urzola es un conjunto de ocho cuentos en los que, desde las particularidades del lenguaje, la autora hace un homenaje a la cultura cotidiana y la identidad de sucre, su tierra.

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Voz, corazón y memoria

OCHO MUJERES SUCREÑAS cuentan en este libro una historia que tiene sus raíces en las sabanas que se extienden entre Sincelejo, Toluviejo y Corozal: la de una hija que se quedó viuda y tuvo que trabajar para sacar adelante a sus tres hijos, pero lo perdió todo por enamorarse del hombre equivocado; la del cariño que una hija le tiene a su padre anciano; la de unas llaves que se pierden en una casa de familia, o la del horror que siente una persona cuando ve que asesinan a su amigo a sangre fría. Sus voces son las de mujeres costeñas que recuerdan, reflexionan, opinan y juzgan, a veces con humor y gracia, otras con frialdad, otras con rabia, sobre lo que pasa en la ciudad, en los pueblos o en sus vidas.

Esa semilla de la oralidad, tan presente en la tradición narrativa del Caribe, ha sido una inquietud constante en los textos de Jacqueline Urzola: los perfiles de Mercedes Barcha y Jorge Orlando Melo, que escribió para Gatopardo en la primera década del 2000, por ejemplo, o Bienvenido mal, si vienes solo (Planeta, 2019), las memorias de su infancia en Sincelejo. Ahora, con los cuentos de Si hasta Jesús pecó (Planeta, 2022) da el paso hacia la ficción.

Desde la primera página, este libro manifiesta la fuerza de la narración oral del Caribe. ¿Cuáles eran esos narradores que, cuando era niña, se quedaba escuchando?

Yo era una niña de seis años y mi casa era un lugar de puertas abiertas donde entraba gente a hacer visita desde las seis de la mañana. Recuerdo a mi tía, María Nader, que era realmente una tía de mi mamá: mi tía Mayo era la mujer más elocuente, todo lo contaba con un humor impresionante. Otro era un amigo de mi papá, Arturo Martínez Vergara, a quien todavía hoy consulto. Él podía contar un cuento y a la semana siguiente volvían a pedirle que lo contara. Lo que importaba no era la historia, sino la gracia con la que la narraba. Arturo se paraba, gesticulaba. Y a mí me encantaba oír a todas esas personas: me sentaba en las piernas de mi papá y cuando la cosa ya no era tan divertida me volvía a ir.

¿Ese gusto por las historias la llevó a escribir?

La escritura ha sido una vocación tardía. A mí siempre me gustó leer, escuchar historias, pero la escritura nunca estuvo tan cerca. Cuando yo tenía veinte años era tan dicharachera que me decían que tenía que estudiar Derecho, pero terminé estudiando Ciencia Política. En un momento dado, que fue un momento de cambios, un día estaba leyendo el libro de memorias infantiles que escribió el profesor irlandés Frank McCourt, Las cenizas de Ángela, y aunque narraba una infancia tan diferente a la mía —una infancia pobre, en Irlanda, con un padre alcohólico— me gustó mucho que todo lo contaba con mucho humor. Fue la primera vez que tuve la idea de escribir unas memorias, algo que finalmente logré hacer en 2019 con mi primer libro, Bienvenido mal, si vienes solo.

¿Cómo fue dar el paso a la ficción para escribir los cuentos de Si hasta Jesús pecó?

Estos cuentos son la recopilación de un cúmulo de historias y recuerdos de personajes que oí y que conocí. Me divertí mucho haciéndolas, había una sensación de mayor libertad, de mucha más libertad, y de gozo, si puedo decir - lo. Tardé un año larguito escribién - dolas, pero después la labor ardua fue trabajarlas junto a mi editora, palabra por palabra, sobre todo en cuentos como Anoche vi, Victoria, que está escrita fonéticamente.

Debió ser muy interesante llevar a lo escrito algo que está en el corazón y en la memoria de la cultura.

Tú dices unas palabras importantes: esa voz está en el corazón y en la memoria. Porque la forma de narrar de esa mujer humilde y llena de dignidad, muy presente en la ruralidad sucreña, es algo muy cercano para mí. Yo quería copiar esa voz de una manera elegante, alejada de lo vulgar que se hace cuando se trata de imitar el acento costeño, darle esa belleza que, para mí, tiene esa forma de hablar. 

Las narradoras son mujeres muy diferentes: unas tienen recursos, otras viven en el monte, pero con todas se logra una cercanía. ¿Cómo se alcanza eso?

Es que, en ese universo lleno de oralidad en el que yo crecí, la voz femenina era predominante. Para empezar, yo tengo muy presente la voz de mi madre, una voz fuerte que opinaba, juzgaba, criticaba, relataba, pero jamás se autocriticaba. También estaba la de una tía desparpajada, y también las de mujeres que compartían vivencias más difíciles. A todas ellas las tengo muy claras porque yo les ponía mucha atención y las miraba con mucho detalle. Esto es algo que yo tengo hoy más presente que antes: que lo que a uno le pasa en los primeros diez años de la vida es lo que lleva adentro. Yo no vivo en Sincelejo desde mis diez años y durante mucho tiempo viví a espaldas de esa ciudad, pero es muy particular que, cuando me siento a escribir, lo que me sale es, precisamente, Sincelejo.

Estas mujeres también expresan valores y posiciones particulares frente al machismo…

Son mujeres que se mueven en un sistema patriarcal muy fuerte, aunque ya hay indicios de independencia, de libertad. En Si hasta Jesús pecó hay una que se mueve en el mundo del deber ser, pero que tiene una rebeldía que la lleva a decir: “Las mujeres tienen que educarse para no estar bajo este yugo”. No es la voz de la mujer costeña contemporánea o de la de una persona nacida en la segunda mitad del siglo XX: a mí me crio un padre que me decía que podía hacer de todo, pero también una madre con miedos que siempre pensó en que el bienestar se lograba si alguien cuidaba de la mujer. Crecí con la idea de una mujer que no era autónoma, pero que es la que cuida y mantiene la cohesión del hogar y que también puede ejercer un poder muy grande.

¿Qué significa escribir para usted? ¿Siente que más allá de esa expresión del recuerdo personal, también hay una dimensión social?

Es algo que me interesa. No es lo que me guía, ni es un factor determinante, pero sí me interesa mostrar una realidad social y que la persona que lea los relatos la reconozca. Hubo cuentos donde pude meter de manera explícita cosas que me duelen mucho, como la pobreza de Sucre, la forma como los políticos han robado. Son dos párrafos en los que pude escribir lo que he visto y lo que oigo que dice la gente a menudo: “En Montería roban, pero por lo menos hacen”. Hace tiempo leí algo de Piedad Bonnett, que creo que resume lo que yo busco en una historia. Ella decía que un libro era una caja de resonancia que evoca recuerdos, voces, emociones, y eso es lo que prima. Ahora, si además puedo opinar, sin dañar la historia, mejor.