06 de octubre del 2024
Foto: Cortesía Julián Mora-Oberlaender
Foto: Cortesía Julián Mora-Oberlaender
5 de Septiembre de 2023
Por:
José Agustín Jaramillo

La escritora Juliana Muñoz Toro escribió un libro en el que se cruzan varios géneros. El resultado es un prisma que reflexiona sobre los jardines, el amor, el lenguaje y la escritura.

TAGS: Libros

Un tiempo para ser planta

Juliana Muñóz no tiene el don de cuidar las plantas. Hay personas que saben cómo hablarles para que florezcan, para que se sientan cómodas y contentas, pero ella se olvida de regarlas. Su oficio es otro: escribir. Lo que sí es cierto es que disfruta de los jardines y que después de casi cinco años de obsesión por este tema, aprendió a verlos en detalle, a comprender sus tiempos y a compartir el sentido que, para ella, tienen estos espacios.

Autorretrato en el jardín (Seix Barral, 2023) es el nuevo libro de esta escritora que ya había construido un camino en el campo de la novela juvenil con los cuentos y las reseñas literarias que publica en El Espectador. Es, como ella lo llama, una “colección caprichosa de jardines” en donde se cruzan anécdotas personales, conversaciones con libros y películas, memorias familiares de ella y de su pareja, todo atravesado por conceptos a los que la autora le da sentido en palabras nuevas, como “jardinidad”. En vez de prólogo, hay un “antejardín” desde donde ella descubrió el mundo. En vez de bibliografía, un “florilegio”. Y en vez de escritora, tal vez, hay una jardinera que no edita, sino que jardinea con la materia que domina: el lenguaje.

Antes de la entrevista, Juliana saca un pequeño bastidor ovalado de madera donde hay un pequeño tejido: dos humanos, una flor roja, un insecto, un palito con flores violetas y un colibrí, que le recuerdan al jardín de su casa. “Tomé prestados algunos personajes del Jardín de las delicias, del Bosco”, dice. “Me encanta la idea de que somos seres pequeños en un jardín infinito, y me gustó dejar en el personaje femenino la aguja con la que lo bordé, como diciendo: ‘ella es la bordadora de su propio jardín’”.

Este libro tiene muchas referencias literarias sobre jardines: Borges, Virginia Woolf, Emily Dickinson, La Odisea… ¿Cuándo empieza a descubrir jardines en las letras?

Este libro nació cuando empecé a leer no ficción narrativa. Como periodista leí mucha crónica, pero solo empecé a descubrir el ensayo narrativo leyendo a Anne Carson y a un referente más cercano, Jazmina Barrera. Ella tiene un libro que se llama Cuaderno de faros, que es una colección caprichosa de faros. Me pareció asombroso como ese libro convirtió un tema que no me interesaba en algo presente: me hizo verlos distinto. Entonces me pregunté qué había en mi vida que estuviera coleccionando sin saberlo, y aparecieron los jardines. Tener esa revelación me hizo tener una búsqueda más sistemática a través de libros, citas, referencias; si viajaba, sacaba una lista de jardines, tenía fotos, una carpeta en el computador y duré dos años coleccionando de a pocos, sin prisa. También había una cantidad de anécdotas mías; noticias curiosas, como la del señor a la que le germina un abeto en los pulmones o el concierto que le dieron a unas plantas, y textos que me permitían acercarme a los jardines de una forma más espiritual, filosófica.

Hay también una búsqueda constante sobre el sentido de esos lugares. En una parte del libro usted dice: “En un jardín uno se siente encontrado”.

Con esta idea yo vuelvo al título. Un jardín es un reflejo de uno: quizá porque uno lo cultivó, lo cuidó, pero también uno se puede ver reflejado en un jardín ajeno, en la fragilidad o en la capacidad que tienen algunas plantas de crecer en condiciones adversas. A muchos les gustan esas plantas que son malezas que crecen en las grietas a pesar de que nadie les da agua y de que nadie las mira. A uno le gusta sentirse reflejado en esas dificultades y sentir que uno se encuentra, porque uno está en una búsqueda siempre, uno siempre tiene dudas.

Esta publicación escapa a las definiciones formales de los géneros: no es un ensayo, no es una novela. Hay comentarios de libros, anécdotas, versos… Reflexiona sobre el sentido de los jardines, pero también sobre el lenguaje, la escritura…

Hubo muchas dudas. A veces yo decía: ¿sobre qué es este libro? Y la respuesta eran tantas cosas, que yo me preguntaba: ¿cuál es ese hilo conductor? Al final el hilo fue mi propio proceso creativo y por eso este libro habla también sobre el lenguaje. De la misma manera como se crea un jardín es como se crea un libro: requiere tiempo, impermanencia, poesía. Así como en un jardín uno va encontrando detalles, yo iba viendo cuál era el lugar en donde iba cada historia que yo había elegido. Al final la estructura fue un reconocimiento a lo que soy: un popurrí de estilos. Está mi deseo de ser poeta, porque, aunque nunca he hecho un libro de poesía, sí hay poesía en todo lo que he escrito.

También hay narración de no ficción, algo que viene de mi formación periodística y de una investigación en la que consulté muchos referentes. Y está el deseo de comentar libros que no he abordado en mi columna. Y hay una parte un poco más experimental, que son capítulos como el que le escribo al jardín de mi madre en donde voy entrelazando un poema que le escribo a ella, que se llama Madreselva. Me siento cómoda desdibujando esos géneros, saliendo de la rigidez, pero también traté de ser muy honesta y que quedara claro que este era un libro de no ficción: me invento caminos, formas, metáforas, pero siempre desde la rigurosidad, y aunque esto no pretende ser un libro científico ni un manual, los hechos que acá cuento, incluso los personales, ocurrieron.

Hay otra frase que me llamó la atención: “Un jardinero es un poeta”. ¿Dónde más hay poesía en este libro?

Yo me vuelvo poeta en mis historias. Tengo temor de hacer poesía pura, tal vez porque no sé mucho de métrica, pero sí están presentes la alegría de disfrutar las palabras, las imágenes, esos componentes de la poesía que son más espontáneos. Este libro fue para mí también una escuela de escritura en general, porque en el tema de los jardines no basta con decir: “Vi un árbol, una flor y un pájaro”, sino que hay que decir: “Es un almendro, un gorrión y una nomeolvides”. Además las palabras no solo llevan a una imagen puntual, sino que son muy poéticas, sobre todo en los nombres de las plantas. 

Finalmente, este libro es también una revelación sobre su vida, que pone en contraposición o en conversación, con esa colección de jardines.

Sí, esto no es solo una colección, sino que está la pregunta de cómo converso con todo esto, cómo lo interpreto y, sobre todo, cómo abro esa conversación al lector. No quiero decirlo todo: los capítulos son cortos porque son pinceladas de lo que a mí se me ocurre, pero no pretendo ir hasta el fondo ni agotar el tema. Al final se trató de poner semillas: abrir conversaciones para que el lector sea el que decida por donde irse. Como en todas las conversaciones, no hay una verdad única, solo lo que quedó ese día, y me gusta pensar que esta lectura sea igual: que sea un libro al que se pueda volver para que haya una conversación diferente de acuerdo con lo que cada uno está pasando.


Foto: Cortesía Julián Mora-Oberlaender.