ILUSTRACIÓN ISTOCK
22 de Octubre de 2021
Por:
Redacción Credencial

La industria editorial en Colombia tenía unas dinámicas totalmente diferentes a las actuales. Estos testimonios dan cuenta del cambio.



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¿Qué ha pasado con los libros en 35 años?

LOS LIBROS marcaron la historia del siglo XX. Ya sea como un vehículo de conocimiento, de entretenimiento o de debate, han estado siempre presentes, buscando un espacio propio en una industria en donde se encuentran la cultura y el mercado. En Colombia, la industria de hoy –con más de 200 editoriales independientes, la presencia de grupos editoriales internacionales y una amplia presencia de sellos españoles en las librerías, que se concentran ante todo en Bogotá y Medellín– es muy diferente a la que existía cuando REVISTA CREDENCIAL empezó a circular.


EMILIA FRANCO
Cofundadora y directora de Siglo del Hombre Editores. 

¿Cómo recuerda el contexto del libro a finales de los años 80?  

Colombia era un país encerrado en sí mismo, las posibilidades de comunicación con el exterior eran casi nulas y enterarse de lo que se estaba editando en otros países de América Latina o en España era muy limitado. Yo trabajaba en El Muro Blanco con Andrés Holguín, y con el maestro Luis Antonio Escobar y luego en El Arké donde Andrés creo un proyecto de cursos libres con profesores del más alto nivel intelectual y con gran reconocimiento como Tito de Zubiría, Abelardo Forero Benavides, Jesús Arango, Monserrat Ordóñez, Piedad Bonnett y Eduardo Gómez, entre otros. Más adelante, me vinculé al mundo del libro a través de la editorial Siglo XXI, sede Colombia, que distribuía su importante acervo de autores mundialmente reconocidos, fundamentales para la educación superior de nuestro país, donde también se comenzaron a publicar textos de algunos autores colombianos en ciencias sociales. 


Además de la incipiente presencia de grupos editoriales españoles, argentinos y mexicanos, se iniciaban proyectos editoriales nacionales que, como Tercer Mundo Editores, publicaban autores colombianos como Salomón Kalmanovitz, Álvaro Tirado Mejía y Jorge Orlando Melo, entre otros. Además de editor, Tercer Mundo tenía una importante librería en el centro de la ciudad e incursionó en el proyecto de abrir sucursales en otros países sin éxito. Estaba Norma, que era un faro en América Latina y comenzó a desarrollar proyectos destacados en el campo de educación y la literatura; Oveja Negra, que aprovechó el boom de la literatura latinoamericana y tenía los derechos de edición de la obra de García Márquez, y El Áncora, con la obra de Eduardo Caballero Calderón, temas históricos y literarios. Sin embargo, en ese panorama había muy escasa presencia de literatura y pensamiento universal, más allá de los autores reconocidos.


¿Cómo se ha aportado a la industria desde su campo, que es la distribución?
Cuando hace cerca de 30 años Siglo del Hombre empezó a importar de España nuevos sellos editoriales como Anthropos y Trotta, con colecciones bien conformadas, las librerías los acogieron con gran interés porque significaron abrir el mundo del pensamiento y la cultura a nuevas fronteras. Apostamos por algo que parecía difícil: no vender lo masivo, sino lo diferenciado. En palabras de un librero Siglo del Hombre a través de los sellos editoriales que distribuye aporta diversidad, contenidos y ediciones de alta calidad en nuestro país. 


¿Hay alguna fortaleza de ese momento que se haya perdido?
Hay librerías icónicas de esa época que ya no están: La Buchholz, donde fueron libreros Juan Gustavo Cobo Borda y Eduardo García Aguilar; o la Librería Cultural, cerca del parque Santander, donde llegaban poetas, intelectuales e historiadores a conversar y a discutir. La Librería Lerner, en cambio, todavía se mantiene como una librería de referencia. En Medellín también se han apagado librerías que, como la Librería Continental, representaron en su momento una de las mejores ofertas editoriales, pero también han nacido emprendimientos muy interesantes de librerías jóvenes que están desarrollando proyectos innovadores. Sin embargo, quisiéramos que estos ejemplos se multiplicaran con la misma fuerza en otras zonas del país. En Barranquilla hubo librerías especializadas y de temas generales que desaparecieron. 

Si bien actualmente hay más de 200 editoriales independientes en Colombia que están editando seriamente, las dinámicas de los grandes grupos internacionales no les permiten a las editoriales pequeñas retener a los autores colombianos más importantes. 



GABRIEL IRIARTE
Exdirector editorial de Penguin Random House. Antes fue editor en Tercer Mundo Editores, El Áncora y Editorial Planeta. 


¿Cómo era el panorama editorial en Colombia a mediados de los 80?
Había varias editoriales locales, colombianas, de tradición. Tercer Mundo había cogido vuelo con la dirección de Santiago Pombo, que se puso a publicar títulos de economistas y politólogos colombianos de manera más o menos sistemática. Carlos Valencia hacía mucha literatura y El Áncora hacía una mezcla entre ambos. También estaba Oveja Negra que además de García Márquez tenía un proyecto de rescate de libros. Y Norma, claro, muy fuerte en la educación y los libros de texto; se estaban metiendo en forma.

¿Qué tendencias había?
En esa época se empezó a publicar la nueva historia, libros de personas que habían estudiado historia y se definían como historiadoras, como Germán Colmenares porque antes los que hacían historia, como Indalecio Liévano Aguirre, no eran historiadores. Y también empezó a surgir el libro periodístico que tuvo una explosión en los años noventa, porque no había libros de crónica y de denuncia, a excepción de la obra de Germán Castro Caicedo. Yo creo que podemos sintetizar a los años 80 como el momento de la gran siembra, porque ya estaba la simiente de los autores que fueron masivos en los 90.

¿Cuál era la presencia de los internacionales en esa época?
Los libros de otros países eran muy caros —todavía son caros— y no había impresión en Colombia de títulos internacionales, eso se empezó a hacer después. Planeta estaba, pero se dedicaba fundamentalmente a la venta de fascículos, enciclopedias y libros de referencia.

¿Se podía hablar de un mercado masivo en ese momento?
Recuerde la colección de Colcultura que lanzaron Gloria Zea y Juan Gustavo Cobo Borda en los años 70 y que eran prácticamente regalados. Luego hubo pequeños esfuerzos, pero para que despegara se necesitaba un respaldo económico decidido que se dio en los 90 realmente, cuando Planeta comenzó a hacer sistemáticamente la publicación de autores y literatura colombiana. Cuando yo edité La bruja, de Castro Caycedo, ya en los 90, vendimos 200.000 ejemplares. Eso es algo que ya no se ve. 


  • UNA PERSPECTIVA DESDE EL DISEÑO

Después de graduarse de diseño en 1987, Ignacio Martínez trabajó en Norma y se especializó en diseño tipográfico. Ha trabajado con varias editoriales colombianas, fue director de arte de El Malpensante y actualmente es docente e investigador del Instituto Caro y Cuervo, donde da el curso Materialidad de la Edición y realiza una investigación sobre la evolución del libro como objeto durante el siglo XX.

¿Cuándo estudiaba diseño, cómo era entrar a una librería?
No teníamos libros de arte ni de diseño. Había unas personas que llegaban a la universidad en sus carros, abrían el baúl y vendían por cuotas libros que traían de Estados Unidos o de Europa.

¿Cómo ha evolucionado el oficio del diseñador?
Hacer un libro requería una organización enorme: apenas entré a Norma hacíamos libros educativos recortando y pegando textos y fotografías en las páginas. Apenas llegaron los computadores todo cambió: empezamos a usar tonos, degradados y tipografías, porque el computador daba un lenguaje y nosotros lo seguíamos. Ahora todo ha cambiado muchísimo, porque los procesos por computador se han humanizado y hay un interés por volver a la estética y a las formas manuales. Muchos proyectos independientes quieren rescatar la fotocopia, el pegado a mano, volver a esa materialidad más artesanal del libro: hay muchas personas que quieren el libro como un objeto de deseo. 
  

  • RECOMENDADOS


COLOMBIA HOY
Varios autores
Siglo XXI, 1985 (primera edición 1978)
Un libro de ensayos sobre economía y política que logra dar un panorama sobre el debate y el pensamiento de la época. “Es un libro para rescatar y actualizar”.

CENIZAS PARA EL VIENTO
Hernando Téllez
El Áncora
“Este libro se había publicado por una librería en los años 50. Fue un rescate en los años 80 y es sin duda uno de los mejores libros de cuen- tos que se han escrito en América Latina. Debería rescatarse otra vez”. 

EL KARINA
Germán Castro Caycedo
Plaza y Janés
Un libro de crónica sobre el tráfico de un cargamento de armas que tenían como destino la guerrilla del M-19. Fue uno de los primeros libros de narrativa de no ficción publicados en Colombia. 

*Artículo publicado en la edición impresa de octubre de 2021.