1 de Diciembre de 2021
Por:
Redacción Credencial

 

La primera novela de la escritora y promotora de lectura Laura Acero plantea reflexiones sobre la escritura, la vida rural y la vivencia femenina en el Páramo de Sumapaz.

 

 

 

 


Memoria a 3.500 m.s.n.m.

UN GRUPO DE MUJERES se reúnen en una casa en San Juan, un corregimiento en todo el centro del Sumapaz, para hablar de libros y de memoria. Una de ellas es la líder del taller: les propone hacer un diario, contar lo que hicieron el día anterior, así como sus inquietudes y sus miedos. Así, poco a poco, empiezan a surgir en La paramera las voces campesinas que cuentan su cotidianidad y la historia –atravesada por desigualdad y violencia– de la localidad más austral de Bogotá.

Laura Acero, la escritora de esta novela, lleva más de diez años trabajando como promotora de lectura y ha conocido varios lugares del país gracias a los libros. Ha trabajado con instituciones como Fundalectura, el Cerlalc y el Idartes. Además, es la creadora del Bibliocarrito, un Renault 4 con el baúl lleno de libros con los que va a los barrios de la ciudad, donde hace talleres para niños y adultos. Ella no solo trabajó en el Sumapaz en proyectos con la Secretaría de la Mujer que tenían como objetivo rescatar la memoria de las mujeres de esa localidad. También quiso sentir el páramo y durante cinco años vivió en El Verjón, una vereda a las afueras de Bogotá que queda detrás del cerro de Monserrate.

Usted es promotora de lectura y ha trabajado en varios lugares de Colombia. ¿En qué momento descubrió que la lectura era también algo social?
Yo estudié en un colegio de monjas, femenino, de Bogotá. Y extrañamente lo que las monjas más permitían eran las artes: tuve una formación como humanista muy bella, yo hacía teatro y siempre llevé diario. En ese momento para mí la literatura era un mundo muy propio. Yo creo que fui una niña triste. Obviamente tenía a mis amigas y era dicharachera y todo el asunto, pero me entristecía rápidamente, leía un poema y lloraba. Llegar a estudiar literatura en la Universidad Nacional fue darme 
cuenta de que había tenido el privilegio de leer mucho y que eso tenía que ver con una desigualdad social enorme. Para mí eso fue un golpe y dije: ¿qué voy a hacer? ¿Voy a seguir llorando por un poema? Es o me dio fuerza porque te das cuenta de que tus dramas no son los de todos. La promoción de lectura es un gran remedio contra el egoísmo: yo dejé de sufrir porque empecé a escuchar a los demás.

Esta novela ocurre en el Sumapaz. ¿Por qué quiso escribir sobre el páramo?
La primera vez que fui a un páramo fue una vez que mi papá nos invitó a subir al Nevado del Ruiz y cuando pasamos por ese ecosistema fue un impacto enorme. Ya luego en 2012 estaba trabajando con Idartes y me pusieron la tarea de hacer un mapeo de las bibliotecas comunitarias 
de Bogotá. Entonces yo empecé a buscar y me di cuenta de que hay todo un espacio de Bogotá que llega hasta el Huila. Entonces empecé a preguntar: ¿Y en Sumapaz qué? Y me decían: “No, no hay nada, no hay bibliotecas”. Dos años después una amiga que estaba en la Secretaría de la Mujer, me dijo: “Se te dio la oportunidad, vamos a hacer un taller en Sumapaz y yo sé que hace rato tú quieres hacer algo allá”. Estuvimos trabajando con mujeres campesinas en Santa Rosa, norte de Sumapaz, y unos meses después me fui a vivir a El Verjón, una vereda que queda detrás de Monserrate. Yo les dije a esas mujeres: “Gracias a ustedes me fui al campo”. Luego seguí trabajando en el Sumapaz, con otros grupos de mujeres, en San Juan y Santa Ana. Pero, aunque La paramera sucede en el Sumapaz, mi referente real es El Verjón, mi vida durante esos cuatro años que estuve en el campo y mi inquietud por la oralidad, porque constantemente me preguntaba cómo poner esas voces que escuchaba en el campo en lo escrito y cuáles eran los límites entre la oralidad y la escritura.

Todos los personajes de su novela son mujeres. ¿Por qué era importante contar esta historia desde una perspectiva femenina?
Por un lado, porque estaba difusa en muchos documentos. Una vez yo estaba leyendo unas transcripciones de testimonios sobre falsos positivos en Sumapaz y encontré una historia que me habían contado de forma muy sutil. Hablar del tema político era muy complicado y al mismo tiempo algo que me interesaba mucho. En esos documentos vi que las mujeres eran protagonistas de estos dramas, pero que no se les daba la importancia que se merecen, que el asunto con el territorio les compete y que es en ellas en quienes recaen muchas labores porque ellas mueven la economía rural también. ¿Quién mantiene? ¿Quién cuida? Yo quería hablar de mi vida desromantizada en el páramo y creo que esto 
partió de una necesidad genuina en la que debía estar mi voz, pero también las voces de mis amigas. Los hombres son borrosos, se quedan afuera de la casa y mascullan cosas que nadie entiende. También hay juegos: Félix, la pareja de la narradora, se llama así por Félix María Pardo Rocha, el hacendado que fue dueño del Sumapaz. Y Adriana, la profesora, se llama Adriana por muchas amigas berracas que conozco y que se fueron al campo, por adrianas muy sumapaceñas y por Adriana Lizcano, esta cantante y que interpreta la canción que le da nombre al libro.

Hay otro tema transversal que es la maternidad: la narradora tiene un hijo pequeño y al mismo tiempo quiere separarse de él y dejarlo con el papá para ir al páramo, pero también quiere regresar.
Yo necesitaba un lugar al que siempre se pudiera llegar. Luego pasó algo curioso y es que hay muchas escenas sobre la lactancia y los hombres que han leído la novela siempre tienen un comentario sobre eso. ¡La novela habla de miles de cosas y siempre sale el comentario sobre las tetas! Pero más allá de esa fijación yo lo que necesitaba era un punto para volver siempre. Además, en el tema de la maternidad, aunque no quiero generalizar, creo que muchas veces las mujeres no quieren soltar a sus hijos y por eso se obligan a sí mismas a vivir la vida de una madre soltera, sobre todo por una desconfianza hacia el compañero o el excompañero, pero si no se hace eso vamos a estar reclamando con resentimiento una libertad que no nos dimos por miedo a que sean los hombres los que estén a cargo de la crianza. Eso es difícil de conversar con mujeres porque tiene mil aristas y cada caso es diferente. Yo quería poner enfrente esa situación y plantear una pregunta válida: ¿por qué tenemos que ser nosotras las que siempre criamos?

Hay algo particular ahí también, porque cuando la narradora se da cuenta que “la cogió la noche” en el páramo es cuando realmente logra romper la barrera con las mujeres y establecer una conversación profunda.
Hay un promotor de lectura que se llama Fernando Mora, que es chileno, y dice que la clave para romper las barreras con la gente es contarse a uno mismo: si yo hablo de quién soy yo, los otros me van a contar quiénes son ellos. Este juego de identidades funciona así: yo no puedo ir preguntando cosas sin contar también quién soy yo. Y me pasó: cuando fui por primera vez al Sumapaz llegué como profesora con mis libros de Virginia Woolf y ni siquiera me estaba preguntando por mi identidad en un taller para mujeres campesinas: ¿con qué derecho ellas me iban a contar quiénes eran ellas? Al otro año, cuando volví, les dije: “Ustedes son unas berracas, yo llevo un año en el páramo y no sé qué hacer, ha sido reduro, miren mis manitas de no saber trabajar sino la cabeza, y además soy mamá...”. Y obviamente uno recibe un feedback. Lo bonito es que uno no está pensando en un informe ni nada, uno solo está disfrutando de la manera en que se transforma la identidad de uno.

¿En el Sumapaz ya leyeron la novela?
¡No sé! Quiero presentar la novela en Sumapaz, convocar a estas mujeres y sí, discutir con ellas. Porque con esta novela yo no quiero contar la verdad histórica del Sumapaz y muchas de estas historias tampoco ocurrieron allí. ¿Tengo una responsabilidad por no haberme aferrado a las verdades históricas? Es la discusión de la ficción y, claro, lo quiero discutir con ellas. 

 

RESEÑAS

Plinio Apuleyo Mendoza 

Miler Lagos 

POSTALES DE UNA VIDA
Literatura Random House

Este libro de memorias del escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza va de la política a la literatura y regresa, para contar anécdotas y reflexiones sobre figuras como Gabriel García Márquez, Camilo Torres, Marvel Moreno y Rodrigo Lara Bonilla, entre muchos otros. Es, además, un recorrido por recuerdos de los lugares en los que vivió, entre los Andes, el Caribe y Europa. 

ORIGEN
Celsia / Taller de Edición

“El árbol es el testigo silencioso del paso del tiempo”. Así comienza un poema del artista colombiano Miler Lagos que abre este libro, en el que se presenta el paso del tiempo en su obra. Están presentes desde los famosos collages que recrean los anillos transversales de árboles, hasta sus esculturas hechas a partir de libros y sus intervenciones urbanas. Todas explicadas en contexto a partir de las firmas de varios autores invitados. Un libro de colección.