Foto: Jinny Park, Cortesía Andrés F. Solano.
Foto: Jinny Park, Cortesía Andrés F. Solano.
9 de Marzo de 2023
Por:
José Agustín Jaramillo

El escritor Andrés Felipe Solano lanzó su novela gloria, basada en las vivencias de su mamá. La narración escapa del género de memorias familiares para buscar un lenguaje propio.

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La propia madre como personaje literario

CUANDO TENÍA 20 AÑOS, en un momento de cambios, Andrés Felipe Solano decidió irse a Nueva York. Allá leyó a Salinger, caminó las calles de Hoboken y de Manhattan, lavó platos en un café, conoció bares que hacen parte del imaginario popular… En fin, vivió la ciudad. Luego volvió a Bogotá a seguir estudiando literatura y, con el tiempo, se convirtió en el escritor que todos conocemos: trabajó en varias revistas, vivió medio año en Medellín para escribir la crónica Seis meses viviendo con el salario mínimo y escribió seis libros. El séptimo, Gloria (Sexto Piso), publicado recientemente, trata de entender las vivencias de su madre, Gloria Lucía, a partir de una noche mítica para la comunidad latina de la Nueva York de los setenta: la del primer concierto de Sandro en el Madison Square Garden.

En su libro se lee esta frase: “Había llegado a Nueva York seis meses atrás en busca de mi madre y al final la había encontrado”. Explíqueme.

Yo llegué a Nueva York a finales de 1997. Estaba casi terminando la universidad y me desesperé, no quería ir más a clase, entonces convencí a una tía para que me recibiera en New Jersey. Estaba muy cerca de Manhattan: era solo tomar un bus y cruzar el río. Fui descubriendo mi ciudad, pero también sabía que era la misma en la que había vivido mi madre. Aunque yo tenía 20 años, intuía que, si de verdad iba a escribir algo, iba a ser esa historia, la de ella. No me sentí capaz de hacerlo en ese momento y luego mi vida cambió, pero ese relato hacía parte de la mitología familiar: mi mamá, a los 20 años, en esa ciudad salvaje y como de películas. Había muchas cosas de esa época guardadas en cajones: un token de subway, por ejemplo, y muchas pestañas postizas. Yo, a mis ocho años, me ponía a pensar: “Qué extraña es esta señora que vivió allá”. Escribir este libro fue pensar en esa persona que tuvo una vida anterior a mí, digamos, antes de ser madre.

¿Qué diferencia hay entre la visión del joven de 20 años que intuye esa historia y la del escritor que ahora, por fin, la escribió?

En ese momento me olvidé de la experiencia de mi mamá y empecé a vivir mis propios seis meses en Nueva York. Después, ella se fue a vivir de nuevo allá, así que volví muchas veces a visitarla. Acá en Colombia, ella todavía estaba casada con mi papá y trabajaba, pero en Estados Unidos empezó a vivir sola de nuevo, a tener novios de nuevo… Nos encontrábamos en Port Authority y caminábamos, contándonos cosas. Ahí fue cuando dije: “Esto tiene que tomar forma en algún momento”. Finalmente, pasaron dos cosas que halaron el gatillo: la primera fue una foto que aparece al final del libro, de un personaje de la calle con mi mamá al lado. Hace un par de años la puse en Instagram y una persona hizo un comentario: “Uy, ¿su mamá con Moondog?”. Y yo: “¿Quién carajos es Moondog?” Encontré que el tipo era una leyenda, que sacó muchos discos y fue amigo de Philip Glass, entre otros músicos.

La segunda fue un libro de Lucía Berlín: Manual para mujeres de la limpieza, en particular el cuento Lavandería Ángel. Sus relatos son autobiográficos y hablan de una mujer como mi madre, que ha vivido experiencias extremas que habrían dado para hacer una literatura un poco trágica, pero ella se resistió. Pensé que el tono del libro debería ser algo parecido, porque mi madre ha vivido experiencias extremas, también, sin llegar a ser tragedias, y el desafío era que el lector no viera sus pérdidas como algo frustrante ni que llevaran a refugiarse en la amargura y la tristeza, sino como pérdidas que también son libertad: la libertad se conquista perdiendo novios, perdiendo familias, o por lo menos así es como se conquistan algunas libertades personales.


Solano vive en Corea del Sur, donde trabaja en un instituto de traducción y encuentra momentos para seguir escribiendo. Sus libros previos son: Sálvame, Joe Luis; Los hermanos Cuervo; Salario mínimo, vivir con nada; Corea: apuntes sobre la cuerda floja; Cementerios de neón y Los días de la fiebre.

Hay muchas referencias de libros que abordan el tema de la familia. ¿Las tuvo en cuenta?

Cuando me enfrenté a este proyecto, me pregunté: “¿Voy a hacer un libro de memorias?”. Y la respuesta era: “No”. Los descarté como referencias porque en la mayoría de ellos la madre o el padre son objeto de observación e investigación de juicio o de exaltación. Pero a lo largo de la escritura, Gloria dejó de ser un objeto y empezó a ser sujeto; dejó de ser mi madre y, en cambio, salió una mujer de la que yo quería hablar. Pero bueno, era imposible también abstraerse totalmente de mi relación con ella. 

Ahí aparece la voz de un narrador, que es usted, un hijo de Gloria… ¿Cómo apareció esa voz?

Eso sí es un misterio. Intuyo que tenía reticencia a que esto fuera una historia totalmente novelada de mi madre, y también sentía la necesidad de establecer conexiones para pensar mi relación con ella dentro de esa misma narración. Tal vez fue suerte y me alegra mucho que esa voz haya aparecido porque, finalmente, por eso considero que Gloria es literatura. Yo soy especialmente desagradecido con mis libros, siento que digo cualquier cosa y que en realidad no está tan bien, pero acá sí creo que encontré, o al menos arañé, algo parecido a la literatura. Y una de las cosas que me hace pensar eso es ese narrador: cuando empezó a aparecer fue como abrir una caja de Pandora, se veía totalmente natural dar saltos en el tiempo de diez o veinte años...

¿Escribir este libro le hizo darse cuenta de cosas suyas como hijo?

La sinceridad con la que mi mamá ha vivido su vida me ayudó a darme cuenta de cómo yo también he tratado de vivir la mía. Una honestidad ante sí mismo sin llegar a la tragedia… Por ejemplo, cuando este personaje entiende qué es la soledad, que no necesariamente es una amenaza, un problema a resolver o un motivo de tristeza. Yo creo que en ese descubrimiento es donde yo cifro mi relación con mi madre.

¿Le inquieta la recepción que esto va a tener entre su familia?

Con este libro logré olvidarme de todas esas constricciones que podía cargar de mi época de periodista. Cuando estaba empezando, sentía esa angustia: “¿Tengo derecho de revolcar así su vida?”. Pero cuando este personaje dio el paso a ser un sujeto y cogió pista por sí solo, dije: “Claro, Gloria es mi mamá, pero es también la Gloria de este libro”. Cuando lo lea, ella va a entender que va a leerse, pero que también va a leer a la Gloria de la narración.