La poesía: la materia de la vida
MARÍA GÓMEZ LARA temía que al publicar Don Quijote a voces (Pre-Textos, 2024) le llovieran críticas de los expertos en el Siglo de Oro. ¿Acaso era la poesía el espacio para publicar una lectura de la obra cumbre de Cervantes? ¿Era permitido proponer una relectura a partir de las voces de los personajes de esa primera novela moderna, una revisión donde se tocaran temas como el feminismo, la raza y la libertad que proporciona la fantasía? Finalmente, años después de escribir estos poemas, decidió que la respuesta a esas preguntas era afirmativa.
En los últimos años, María Gómez Lara ganó un espacio en el panorama de la poesía colombiana. Contratono (Visor, 2015), su primer libro, ganó el Premio Loewe a la Creación Joven, y luego vino El lugar de las palabras (Pre-Textos, 2020). Su obra habla sobre vivencias cotidianas, sobre la experiencia de migrar, sobre la búsqueda de un lugar seguro y, principalmente, sobre la importancia del lenguaje. Son temas universales que también son centrales en la vida de una autora que ha vivido a través de las letras: tras graduarse de literatura, estudió una maestría en Nueva York y luego hizo un doctorado en la Universidad de Harvard. En la actualidad, sigue escribiendo y trabaja como profesora de escritura creativa en la Escuela de Escritores, en Madrid.
¿Cuándo fue consciente de que su manera de contar el mundo y de contarse a sí misma era a través de la poesía?
No me acuerdo de quién era yo sin la poesía. No tengo siquiera el recuerdo de descubrirla, porque en toda mi memoria consciente la poesía ya estaba conmigo. Mi mamá me cuenta que cuando yo tenía cuatro años y todavía no había aprendido a escribir, ella me estaba enseñando a hacer unas letras en la arena y yo dije unos versitos que rimaban, y como le ilusionaba que yo fuera por ese camino me metió a clases con un poeta amigo de ella. Mario Ochoa me enseñó la poesía como un juego, como un espacio de libertad. Dado que la musicalidad es tan importante, él sacaba la guitarra y cantábamos los versos que yo escribía. Mis tareas eran escribir poemas sobre lo que fuera y a veces él se sacaba de los bolsillos papeles con poemas y me decía: “La poesía te puede encontrar en cualquier parte, tienes que estar preparada”. Desde entonces, nunca salgo de la casa sin un cuaderno.
Hizo su tesis de pregrado sobre el poeta venezolano Eugenio Montejo. Ahí usted afirma que este autor ve en la poesía la materialidad de la vida. ¿Comparte esa visión?
Eugenio Montejo es un poeta que yo adoro. No solo mi tesis de pregrado es sobre Montejo, también mi tesis de doctorado la hice sobre cuatro poetas fundamentales para mí: Eugenio Montejo, Blanca Varela, Alejandra Pizarnik y Fabio Morabito. Para hacer mi tesis de pregrado fui a Venezuela e hice toda una peregrinación por las librerías de Caracas para encontrar sus libros, sobre todo El taller blanco, que es un libro precioso de ensayos sobre poesía. Cuando lo encontré no me lo querían vender. Yo tenía 22 años y un amigo le dijo al librero que yo era una estudiante de doctorado y que mi trabajo era fundamental para la poesía venezolana... Al final lo convenció. ¡Y lo mejor es que le cumplí al señor, porque acabé haciendo el doctorado en Harvard! De Montejo me gusta que es un poeta muy vital. En su poema Soy esta vida dice que la vida se escribe en palabras, y eso resuena mucho conmigo, porque yo veo la vida a través de la poesía, a través del lenguaje.
Hacía la pregunta porque al final de muchos poemas suyos se reafirma ese lugar seguro, esa idea de vivir a través de la escritura.
Es que en la poesía es muy difícil decir mentiras. No digo que los poemas tengan que ser estrictamente autobiográficos: por ejemplo, Don Quijote a voces está hecho con poemas que se escriben donde el ‘yo’ es cada uno de los personajes de la obra. Pero sí creo que en la poesía se ve nuestra manera de ver el mundo con autenticidad. En Las vocales del viento, Montejo decía: “Ser el esclavo que perdió su cuerpo / para que lo habiten las palabras”. Eso se nota en mi escritura, porque así no sea biográfico, todo lo que escribo refleja lo que uno es.
Usted hizo su maestría en NYU y su doctorado en Harvard. ¿Cómo es hacer investigación sobre la literatura latinoamericana desde la academia estadounidense?
A mí me gusta mucho haber estado en la academia gringa. Gracias a ella pude tener la financiación para estudiar lo que yo quise durante muchos años. En mi caso, solo podía lograrlo allá y eso me permitió entrar en profundidad a la obra de autores y autoras que para mí son muy importantes. No creo que haya una visión gringa sobre lo latinoamericano, porque son precisamente los latinoamericanos quienes están investigando desde allá. Y hay otro tema: al menos a mí, esa academia me permitió investigar de manera creativa,
haciendo trabajos muy poéticos, con toda la rigurosidad, pero expresándola de otras maneras. Ver el mundo en poesía nos permite crear de diferentes formas: ahora, por ejemplo, estoy escribiendo un libro que tiene que ver con el racismo, y es poesía porque, como escritura, ese es el lenguaje que se me da de manera más natural. He aprendido a traer las herramientas de investigación a mi obra creativa. Y, cuando me dejan, en mi obra de investigación aparecen también elementos creativos.
Don Quijote a voces nació de un trabajo académico...
Yo escribí uno de los poemas en un seminario de Cervantes que vi en mi universidad, con Amalia Iriarte; luego, en mi doctorado, para otro seminario con Mary Gaylord, terminé de escribir el libro, y ahora, mucho después, decidí publicarlo. Tiene un tono que no está en mis otros libros: está hecho con humor, que es una parte muy importante de mi personalidad y que no se nota tanto en El lugar de las palabras ni en Contratono. También se tocan temas muy vigentes: el poema Marcela desamorada, por ejemplo, es sobre la libertad de las mujeres, un grito que reclama que somos dueñas de nuestro cuerpo; El Quijote caído es sobre esa sensación que tenemos todos de estarnos estrellando contra la vida concreta, sobre esa distancia entre lo que creemos que es y lo que acaba siendo.
Ya para terminar. ¿Es difícil leer poesía?
A mí me obsesiona el poder del lenguaje que veo todos los días en la poesía. Por eso no creo que tenga que ser una cosa para unos cuantos elegidos. La poesía no es difícil porque tiene la capacidad de conmover con solo un primer impacto. Luego, como si fuera una cebolla, un lector puede ir explorando capas y encontrar los sentidos que le gusten.
¿Y el miedo? Porque mucha resistencia hacia la poesía parte del decir: “No entiendo un poema”.
En mis clases, cuando los estudiantes dicen que no entienden, yo les digo: “Renuncien a entender”. La poesía no se trata de traducir o de explicar un sentido. El poema existe en la musicalidad, en las palabras, en la forma en que suena. Yo diría que los poemas hay que leerlos en voz alta y dejar que te arrastren.