2 de Noviembre de 2022
Por:
Diego Montoya Chica

Este whisky nos pone a pensar en el valor simbólico que los seres humanos les adjudicamos a las cosas y en cómo esa carga ‘mágica’, indefinida por naturaleza, termina cuantificada en sumas de dinero, esas sí muy específicas.

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¿Una botella de 38 millones?

Ocurre en el universo del arte plástico, en el que aparecen consensos —espontáneos o forzados— en torno a obras que ‘valen’ mucho y, por lo tanto, ‘cuestan’ mucho, sea porque le pegaron su timonazo a una narrativa preestablecida; porque las elaboró una persona cubierta por un halo mítico, cosa bien aprovechada por los árbitros del mercado; porque es representativa de cómo pensábamos en un periodo histórico o, sencillamente, porque de ella ‘hay poco’.

Yo no soy muy amante de los excesos en el valor simbólico ni de sus consecuentes especulaciones económicas. Quizá sea porque no soy millonario, pero del whisky disfruto, fundamentalmente, sus características organolépticas. Aprender a “pescar” notas y a disfrutar de sus capas de complejidad ha sido un goce. En cambio, no tengo el ‘lujómetro’ suficiente como para pagar —aún si las tuviera— sumas exorbitantes por ideas que no provienen de una excelencia perceptible en el dominio de un oficio.

Por eso, tengo opiniones encontradas en torno a The Macallan M Collection, una serie de tres expresiones de la destilería de Speyside (Escocia). En el lanzamiento de la colección completa, hace pocas semanas en Bogotá, el embajador de The Macallan en Colombia nos sirvió unas copitas de la expresión bautizada como Copper. Y sí: es excepcional. El líquido vertido en los decantadores de Lalique —esos que tienen seis puntas en su base, alusivas a los seis principios rectores de la excelencia en la destilería— fue, para mí, un deleite en sus notas a distintos tipos de nuez: del Brasil, almendras, marañones. Evoca también frutas deshidratadas, pero de manera más compleja que las de un Speyside, digamos, ‘normal’. Percibí algo de la manzana que llamamos criolla en Colombia, probablemente por la maduración en barricas que fabrica The Macallan con roble europeo y americano, y que luego cura con jerez oloroso en Andalucía. ¿Y sus 42° de alcohol? No golpean la nariz y son amables en boca, quizá porque esta es una mezcla de maltas con maduraciones que, en algunas de ellas, superan los 40 años. De ahí que ‘M’ no declare su edad: “por ley” tendría que definirse según sus componentes más jóvenes, y aquello no sería justo con las décadas de espera en unas de sus porciones. En fin: es un whisky escoces finísimo en los sentidos, redondo, balanceado y de alguna forma cremoso, con un final que evoluciona y que es digno de quedarse callado para disfrutar durante un buen rato.

Pero es que cada botella cuesta cerca de 40 millones de pesos. Y no sé si los ‘valga’, sobre todo si a ella se le retira lo intangible, es decir lo que no percibimos con nuestros cuerpos humildes. Si usted fuera millonario, ¿gastaría ese dinero en una botella de un destilado?