¿Renegociar el TLC con Estados Unidos?
DESDE AGOSTO del año pasado, el presidente Petro ha venido anunciando una renegociación del tratado de libre comercio que el país tiene con los Estados Unidos. Ignorando las reglas y los protocolos que contiene el tratado, el presidente anunció el 17 de agosto de 2023 que se había iniciado dicho proceso, lo cual no era cierto, dado que este requiere la voluntad de las partes que suscribieron el acuerdo. En este tratado existen mecanismos institucionales donde se ventilan y se discuten asuntos que generen dudas o inquietudes, así como otros temas que permitan que el proceso de comercio sea más ágil y ausente de trabas u obstáculos. Es en ese ámbito en el que el Gobierno colombiano ha venido adelantando conversaciones con el Gobierno estadounidense, lo que dista mucho de una renegociación. En el tratado, existen trece instancias entre Comisiones, Comités, Grupos de Trabajo y Consejos que abordan una variedad de temas que van desde la administración misma del acuerdo, pasando por aspectos agrícolas, fitosanitarios, técnicos y financieros, entre otros, hasta la revisión de políticas de competencia, de asuntos laborales y ambientales.
Hoy en día la gran amenaza al TLC proviene de la determinación y el talante proteccionista del candidato Trump.
En el texto aprobado existe, además, un capítulo de Solución de Controversias que tiene sus mecanismos y procedimientos en caso de existir diferencia de criterios o se crea que se está violando alguna norma del tratado. Siendo esto así, lo que en todas estas instancias se ventile no constituye una renegociación de este último. Por el contrario, muchas buscan el fortalecimiento comercial entre las dos naciones. Otra discusión es si es o no conveniente renegociar o simplemente denunciar el tratado y darlo por terminado en los tiempos allí estipulados. El presidente Petro, al anunciar la renegociación, planteó el argumento de aquellos que consideran que ese acuerdo es nocivo para Colombia al afirmar, refiriéndose a la importación de maíz de los Estados Unidos, que: “Si yo quisiera reemplazar ese maíz por el colombiano, tendría 1,2 millones de puestos de trabajo más, es decir, riqueza. ¿Por qué no lo puedo hacer? Porque me lo prohíbe el tratado de libre comercio que firmaron hace unos años”. Esta afirmación tiene un contenido falaz, pues no es cierto que el TLC, en ninguno de sus capítulos, imponga restricción alguna al número de hectáreas que Colombia quiera sembrar de ese producto. Si el Gobierno quiere diseñar una política agraria que incentive la siembra de maíz o cualquier otra cosa que importemos de los Estados Unidos, está en libertad de hacerlo.
Otra pregunta bien diferente es si estamos en capacidad de producir el maíz y la soya que importamos al mismo precio que lo adquirimos en el mercado internacional y la verdad es que el atraso tecnológico y las prácticas agrícolas que imperan en Colombia hacen que difícilmente podamos competir en precios y calidad con el grano importado. En una mente proteccionista como la del presidente Petro, el dilema se resuelve de manera fácil imponiendo aranceles a los productos importados (lo que sí está prohibido por el tratado) de manera que su precio final sea mayor al del bien producido localmente, y en teoría se podrían generar los empleos que requiere esa mayor producción.
Pero la realidad es más compleja. Ese maíz y esa soya que se importa sirve, fundamentalmente, para alimentar las gallinas, cerdos y ganado en Colombia, y por lo tanto, al encarecer dichos insumos, se eleva el precio de las carnes que, al final, acaba pagando el consumidor. Este último ve reducida su capacidad de compra, por lo que es quien recibe la factura de esa ineficiencia.
En el campo agrícola, además de importar granos de los EE. UU., exportamos flores, café y aceites, entre otros muchos productos sin aranceles al mercado del norte, cuya competitividad allí se vería afectada por la distorsión de unos cobros retaliatorios. En esas circunstancias, es probable que acabáramos perdiendo los empleos en estas actividades con un resultado de suma cero en materia de empleo. Lo que se gana en el lado de sustitución de importaciones se pierde en la reducción de exportaciones.
Lo que se ganaría en el lado de sustitución de importaciones se perdería en la reducción de exportaciones.
El presidente ha venido anunciando su afán por impulsar la industria de exportación, lo cual es un esfuerzo loable y necesario, pero mucho me temo que, dando fin al TLC, introduciría un obstáculo al potencial que tiene la exportación de bienes manufacturados a los Estados Unidos. El mercado de este socio es uno de los más grandes del mundo y a él tenemos acceso preferencial, es decir, sin aranceles. A ello se suma una Norma de Origen muy favorable. Esta establece que un bien exportado desde Colombia a EE. UU. no tiene que ser 100 % producido en el país. En la gran mayoría de casos, con solo incorporar entre 30 % y 40 % de contenido local, se considera que el producto es 100 % colombiano. Eso quiere decir que Colombia tiene una enorme ventaja para atraer empresas que se están relocalizando (nearshoring), que puedan traer una parte importante de los insumos para terminar el proceso en nuestra tierra y entrar al mercado norteamericano libre de aranceles. Ese mecanismo es lo que ha impulsado la gran industrialización en México, a pesar de que las condiciones para este proceso son más ventajosas en Colombia, ya que la Norma de Origen en el tratado con México es más restrictiva.
A todas luces, el TLC con nuestro principal socio comercial es conveniente y lo que ha venido sucediendo es que no le hemos sacado el provecho en toda su extensión. Tenemos mucho por hacer, pero hoy en día la gran amenaza al TLC no proviene de las declaraciones del presidente Petro, sino de la determinación y el talante proteccionista del candidato Trump. En el discurso de aceptación de su nominación como candidato republicano a la presidencia fue enfático que en su administración acabaría o renegociaría todos los TLC que tiene Estados Unidos y ello no solo nos cerraría puertas hacia el futuro, sino que puede afectar el acceso de muchos productos colombianos a ese mercado. Dado que hoy por hoy un probable ganador de la contienda es el expresidente Trump, Colombia tiene que prepararse para una posible renegociación que no necesariamente favorezca a nuestro país.
Por aquello de que los extremos se juntan, las posiciones del presidente Petro, en materia comercial, son muy similares a las de Trump y al nacionalismo de la nueva derecha que defiende el proteccionismo, y son escépticos de las instituciones económicas multilaterales. Desafortunadamente, el mundo está en una tendencia que rechaza la globalización en favor de la producción local (inshoring), y si bien Colombia es un país muy aislado en materia comercial —con las exportaciones per cápita más bajas de la región—, la oportunidad de superar esta etapa de nuestra historia económica se vería fuertemente limitada si no contamos con este tratado y los otros muchos que ha suscrito Colombia.
En este escenario, hacer un llamado a renegociar el TLC no parece conveniente. Por el contrario, Colombia debe aprovechar el potencial y aumentar la oferta exportable con políticas que no cierren las fronteras, ya que estas, estando bien abiertas, facilitan que lleguen los insumos que harán nuestras exportaciones más competitivas.
*Exministro de Comercio Exterior.