Foto: Getty Images
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26 de Agosto de 2024
Por:
Janina Pérez Arias

Con 50 años en la industria audiovisual, el afamado actor estadounidense regresa con 'Oh, Canada', un relato sobre las útimas reflexiones de quien está a punto de partir. Budista desde joven, recuerda a su padre y habla sobre su hijo Homer, quien le sigue los pasos. Entrevista exclusiva. 

Richard Gere: "A mí no me preocupa perder relevancia"

HAY QUE ACERCARSE mucho a Richard Gere cuando habla. Su tono de voz es suave, casi como un susurro. Que si, por favor, puede elevar un poco el volúmen. “¡Claro!”, responde con una sonrisa, la misma con la que, desde la pantalla grande, ha cautivado a más de una generación de espectadores. No obstante, a los pocos minutos vuelve a su nivel original, enfrascado en la entrevista, y al caer en cuenta de que retornó al susurro, se disculpa.


Así es Richard Tiffany Gere (Filadelfia, 1949): atento con su interlocutor hasta el punto de preguntar si todo está bien, de chequear que reine la comodidad alrededor de esa mesa compartida de la que, de vez en cuando, levanta una taza para beber té verde. Para el momento de esta entrevista, realizada durante el más reciente Festival de Cannes, el actor roza los 75 años. Pocos alg na vez catalogados como sex symbols conservan el misterio de su atractivo, pero es que el de Gere está casi intacto: cabellera platinada abundante, figura atlética, ojos vivaces, sonrisa amplia... El paso del tiempo ha surcado su rostro y, sin embargo, su atractivo se acentúa con sus maneras caballerosas y respetuosas, con su encanto, así como con su saber estar. Con 50 años en la industria audiovisual, el intérprete, que hizo sus primeros trabajos en musicales para luego pasar a la televisión y de allí dar el salto al cine, se hizo mundialmente conocido por An Officer and a Gentleman (Taylor Hackford, 1982), Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) y Chicago (Rob Marshall, 2002), entre muchas otras.


Pretty Woman (1990) es un ícono romántico para toda una generación. Si bien Julia Roberts ganó varios premios por su interpretación, Gere se encumbró como galán indiscutido. FOTO: Creative Commons

 

Pero ahora, ha bajado considerablemente el frenético ritmo de trabajo. Abocado a su vida familiar y a su activismo —por los derechos humanos en Tibet, por ejemplo, pero también por causas como la de una remuneración justa para actores y escritores en Hollywood—, retorna al cine cuando en realidad le apetece. Así ocurrió con Oh, Canada, una película filmada por la leyenda cinematográfica Paul Schrader y en la que comparte el protagónico con Uma Thurman. La narración es sobre un afamado documentalista (Gere) que, al final de sus días, recuenta su vida ante una cámara. Y es, además, su reunión con Thurman tres décadas después de Final Analysis (1992), y con Schrader tras 44 años de American Gigolo (1980), una de las cintas que le encumbraron a la fama. “Quizás Paul y yo seamos un poco más cascarrabias”, se ríe cuando se le menciona el tiempo transcurrido desde aquella primera colaboración, y establece una diferencia con el pasado: “Tenemos más claro lo que hacemos y cómo queremos que sean las cosas”. Cuando le llegó el guion de Oh, Canada, Gere cuenta que, de inmediato, le tocó el alma. Sus razones tenía. Hacía pocas semanas que su padre había muerto a escasos días de cumplir 101 años. Homer George Gere pasaría sus últimos años en la granja de su hijo Richard en las afueras de Nueva York junto con este y su familia compuesta por su esposa, la publicista española Alexandra Silva, el hijo de ella, Albert, y sus dos hijos en común, Alexandre (nacido en 2019) y James (2020).

Oh, Canada aborda temas complejos como el legado de un ser humano ante su muerte y las decisiones que este ha tomado, para bien o para mal. ¿Qué reflexiones personales le ha desatado sumergirse en todo ello?

Te aseguro que en mi lecho de muerte no voy a estar pensando en las películas que he hecho [se ríe]. Por maravilloso que sea mi trabajo —que lo es y lo valoro—, eso no te lo llevas contigo. No pretendo restarle importancia, ni mucho menos obviar todo lo que me ha permitido hacer en la vida, pero no lo endioso. En mis últimos momentos de vida, mis pensamientos estarán dirigidos hacia mi esposa, mis hijos, mis amigos, así como hacia la gente que de alguna manera he influenciado y también a mis maestros.

Usted es una persona espiritual y, siendo muy joven, adoptó al budismo en su vida. ¿Cómo ha sido, en su caso, el proceso de despedirse de gente querida?

En realidad lo que se abandona es el cuerpo, esta estructura [mueve sus manos de arriba a abajo señalando torso y piernas], porque la conciencia continúa. Eso es algo en lo que creo con todas y cada una de las fibras de mi cuerpo y de mi mente. Esto [vuelve a hacer el gesto] es como una habitación de hotel en la que hacemos el check in y luego, al marcharnos, hacemos el check outDentro de unos años, ninguno de nosotros estará aquí. Es algo que todos asumimos intelectualmente, pero eso es diferente a interiorizarlo. Se trata de un proceso que requiere una práctica diaria, reforzando el pensamiento de que la corporalidad es temporal. No puedes aferrarte a nada, y menos convencerte de que esto es para siempre.

"En mi lecho de muerte no voy a estar pensando en las películas que he hecho"

Suena fácil, pero se necesita toda la vida para llegar a esa conclusión, ¿no?

Es una práctica mental, lo puedes llamar meditación, pensamiento activo, análisis, reflexión. ¡Dale el nombre que quieras! Pero se trata de un trabajo continuado y sostenido, y de no dejarte llevar por la alucinación de que todo esto es real y eterno.

Lo que describe se puede transpolar a la actuación.

Actuar es un proceso misterioso. ¡Ni siquiera sé qué es! [se ríe]

¿Qué tan difícil es interpretar, en la ficción, a una persona que lidia con una enfermedad y que está cercana a la muerte?

Lo vi de cerca con mi padre. Él no le temía a la muerte, aunque sí a convertirse en irrelevante a medida que se volvía cada vez más viejo. Después de jubilarse, fue voluntario en Meals on Wheels (una organización a nivel nacional en EE. UU. que proporciona alimentos a personas mayores con movilidad limitada). También trabajó en el departamento de educación para diferentes escuelas en la ciudad donde vivía, North Siracuse. Se empeñó en mantenerse activo, pero cuando llegó el Covid, se vio privado de esas actividades y de socializar, entonces le invadió una sensación de irrelevancia, de que nada t nía sentido. Incluso el miedo carece de sentido.

¿Qué pasa cuando se pierde la relevancia en su profesión?

Es lo que menos me preocupa. Simplemente yo me hago relevante, y no tiene que ser a lo grande: un sencillo pensamiento basta.

Con más de 40 películas realizadas, ¿cuál filme suyo le gustaría que vieran las nuevas generaciones?

Para ser sincero, eso también me tiene sin cuidado, pero cuando mi hijo mayor era pequeño, me di cuenta de que no podía mostrarle la gran mayoría de mis películas porque eran para adultos. Sin embargo, hubo una que hice, El primer caballero (de Jerry Zucker, 1995), en la que interpretaba a Lancelot, con muchos caballos, gente linda y que además es un espectáculo visual. ¡Esa sí que se la puse para que la viera!

 

En Oh, Canada, Gere es un documentalista que confiesa secretos acerca de su pasado, desconocidos incluso para su esposa, interpretada por Uma Thurman. Foto: Cortesía Festival de Cannes 

Hablando de nuevas generaciones, ¿qué tanto le preocupa que su hijo Homer (de 24 años, fruto de la unión con la actriz y modelo Carey Lowell) haya decidido ser actor?

Acaba de graduarse de la universidad (estudió Artes en la Brown University de Nueva York). Es muy joven y apenas está empezando, así como también está descubriendo lo que quiere hacer en su vida. Quién sabe si se tomará en serio o no una carrera en la interpretación... Yo no le pediría que llevase esta carga tan pesada, pero con las películas que hizo en la universidad y otras cosas que ha hecho, veo que realmente lo disfruta, que entiende la sensación que proporciona la actuación. Cuando actúa,  él lo llama estar “in flow”. Siente que está conectado con su mejor versión. Así que me parece maravilloso. Si fuera un terrible actor le diría: “Cariño, ¡mejor olvídalo!” [se ríe], pero a decir verdad, es muy bueno.

Le tiene a usted como modelo a seguir. A propósito, mencionó antes a sus maestros. ¿Recuerda a alguien que haya ejercido una influencia preponderante en su vida?

Han sido muchas personas, pero cuando pienso en alguien que ha contribuido al hombre que soy hoy en día, esa persona es mi padre. Él no era un hombre de palabras, era de sentimientos. Creció en una granja, ordeñando vacas. Era un hombre muy inteligente, genuinamente sociable, amaba a la gente y a los animales. Yo no era así. Tuve que trabajar en mí para que ese aspecto surgiera y así fomentarlo en mi vida. Entonces, más que sus palabras, fue su ser lo que influyó en mí tan profundamente para convertirme en la persona que soy hoy.

¿CANSADO DE PRETTY WOMAN? UN ROTUNDO ¡NO!

Richard Gere está muy consciente de que la película junto a Julia Roberts, esa versión de la cenicienta —que no ha envejecido bien a los ojos de un ala del feminismo contemporáneo— ha sido un factor determinante en su carrera. Que siempre se la encuentre en la televisión, en reposiciones en salas comerciales o que salga a colación durante entrevistas, a Gere no le molesta: más bien, lo celebra.

Entre las tantas anécdotas relacionadas con Pretty Woman —además de pasarlo a lo grande con Roberts, con quien inició una amistad que perdura hasta hoy en día—, recuerda una travesura en particular, cuando entró de incógnito en un cine con Julia para ver el filme durante uno de los estrenos. “Nos sentamos en la última fila con palomitas de maíz y nos reímos cuando todo el público se rio”, recuerda. “La vimos como cualquier espectador y nos alegramos de que la película fuera buena”. Tratando de explicar por qué, después de tantos años, aún esa cinta sigue siendo una referencia, Richard Gere menciona “una magia especial; ¡quién sabe cómo esta se produjo! Lo cierto es que no hay una receta específica para obtenerla, ni siquiera contando con los mismos elementos".

Con Julia Roberts hizo otra película: Novia fugitiva (Garry Marshall, 1999), una comedia romántica que no tuvo el éxito de Pretty Woman, lo que confirma dicha apreciación.

CONFRONTARSE CON LA VEJEZ

En Oh, Canada, basada en la novela Foregone de Russell Banks (2021), Richard Gere interpreta a Leonard Fife, un reconocido documentalista que, aun enfermo terminal de cáncer y postrado en una silla de ruedas, accede a rodar una película sobre su vida a petición de una pareja de exalumnos suyos. Durante la entrevista en la que está presente su esposa Emma (Uma Thurman) —aunque fuera de cámara—, Leonard hace un ejercicio de memoria. Se transporta a cuando era joven (interpretado en su mocedad por Jacob Elordi), y entonces le asaltan fantasmas y dudas del pasado que parecía haber superado. Rodada durante unos 17 días, “aunque parezca mucho más grande del presupuesto con el que contamos”, comenta Gere, califica la experiencia como “un trabajo bastante preciso”, para el cual se sometió a un maquillaje que le envejecía considerablemente. “Tengo que admitir que fue aterrador verme anciano”, sostuvo el intérprete en el Festival de Cannes, “porque así luciré algún día en mi vida real, al menos cuando sea tan viejo como llegó a ser mi padre”.

En la primera proyección durante la cita cinematográfica francesa, donde Oh, Canada compitió por la Palma de Oro pero se fue sin ella, el actor confiesa que le asaltaron las emociones. “Vi la película con mi hijo [Homer, quien en una de sus raras apariciones junto a su padre le acompañó a Cannes]. Él, que conoció muy bien a su abuelo, vio mucho de mi padre en el filme”, relata Gere. 

 

EL CAMINO DE UN PACIFISTA

Richard Gere es identificado no solamente como una figura pública en la industria cinematográfica de Hollywood, sino también como un devoto activista tanto social como político. Llegó al budismo en su veintena y a inicios de los años noventa creó una fundación con la intención de recaudar fondos para la causa tibetana. Desde ese entonces, Gere ha sido un incansable creyente de diferentes propósitos nobles. A su paso por el Festival de Cannes, mientras se libran dos grandes guerras (en Oriente Medio y a las puertas de Europa), el actor recordó que, tal como su personaje en Oh, Canada, contempló seriamente la posibilidad de huir al país del norte para no ser enviado a la Guerra de Vietnam. “Al final sí escapé, pero a la costa oeste de EE. UU.”, comentó, aunque debido al acoso que sufrieron sus padres, Homer y Doris, por parte de la autoridades de reclutamiento, tuvo que volver para que finalmente determinaran que no poseía “la estabilidad mental suficiente como para portar un arma”.