Dramas escandinavos para servir bien fríos
BORGEN ES EL NOMBRE con el cual se conoce en Dinamarca a la sede del parlamento, en Copenhague. Con ese mismo nombre se tituló una serie danesa que vivió su esplendor hace 14 años, cuando se estrenó en Europa y obtuvo, al llegar a Estados Unidos, un sorprendente 100 % de popularidad
en el portal crítico Rotten Tomatoes.
No era desmedido: la serie cautivó a la crítica a ambos lados del océano, por su calidad y su visión alternativa de la política, un enfoque similar al que aportaron en algún momento títulos inolvidables como The West Wing o House of Cards. En Borgen asistimos al ascenso, esplendor y caída de una carismática congresista liberal (moderado, se denomina su partido) llamada Birgitte Nyborg, quien aspira a cambiar las costumbres políticas de su país y a defender los derechos humanos.
Poco a poco se cuelan en la trama las relaciones internacionales: Estados Unidos, Afganistán, China. Y en la más reciente temporada, la cuarta (2022), el surgimiento de un nuevo partido independiente es el motor que desata consecuencias imprevistas.
Lo primero que llama la atención es que cada episodio comienza con epígrafes de Maquiavelo, Dante o Shakespeare, que expresan máximas envenenadas de bilis: “Un príncipe no debe tener otra meta ni otra preocupación que la guerra”. Pero es aún más notorio que si bien los escandinavos parecen fríos, parcos, su semblante impasible esconde el torrente de emociones que han aprovechado autores como August Strindberg e Ingmar Bergman. Me explico: tras la fachada aparentemente inexpresiva de sus personajes, en Borgen hay muchísimo drama, conflicto por doquier y suceden cosas todo el tiempo, que duplican la apuesta del minuto anterior. No son necesarias las estridencias y folclorismos de ciertas novelas latinoamericanas.
Casi sin perturbarse, los agobiantes dilemas sociales se mezclan de manera inexorable con la crueldad de los dramas personales, familiares. Todo ello en un país donde la ganadora de las elecciones da su discurso de victoria, celebra toda la noche y se devuelve a casa en taxi a la madrugada. Y la primera mi- nistra asiste al trabajo en bicicleta.
Ese gélido encanto de las actuaciones contenidas, a punto de estallar, ha permeado el teatro, el cine y la televisión de grandes autores suecos, daneses, noruegos y finlandeses. Y, por supuesto, no puede estar ausente en las plataformas de hoy. En Netflix, la producción noruega La chica de Oslo es una serie en la cual un diplomático intenta liberar a su hija secuestrada por terroristas. Y en Max, otro drama noruego, esta vez de ciencia ficción, se titula Los visitantes. En esta serie, una pareja del pasado aparece súbitamente en la ciudad de Oslo para intentar cambiar el presente. Pero, al margen de las series, el mejor ejemplo de esta aparente paradoja está en la saga Millenium, la célebre secuencia de novelas criminales suecas que luego llegó al cine de la mano de su protagonista, el periodista Mikael Blomkvist, y la admirable hacker Lisbeth Salander, quienes pretenden ser inconmovibles, adustos, sin sentimientos... pero son verdaderos volcanes que hacen erupción cuando se enfrentan a la podredumbre de una sociedad perfecta en apariencia. Si no me cree, busque La chica del dragón tatuado en Max o Prime Video... y hablamos con cabeza fría.