Foto cortesía Proimágenes Colombia.
Foto cortesía Proimágenes Colombia.
27 de Octubre de 2022
Por:
Diego Montoya Chica

¿Cómo ha cambiado la producción de cine nacional desde los años ochenta, cuando las poquísimas películas que se rodaban se hacían ‘con las uñas’? Responde Claudia Triana, directora de Proimágenes Colombia y una gestora clave en la consolidación de este sector en el país.

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35 años de cine

*Artículo publicado originalmente en la edición de diciembre del 2021


EN 1986 DECIDÍA ENTRE IR a matiné, vespertina y nocturna. Se le compraba chicles y maní a los vendedores ambulantes mientras se hacía fila en la calle, al pie de esas imágenes impresas que, desde algún corcho adherido a la pared exterior del teatro, anunciaban escenas de la película pretendida. Y luego se ocupaba una de las mil y pico de sillas de cuero que podía tener la sala, para entregarse al ritual de los 24 cuadros por segundo proyectados por una máquina análoga. Así se vio el estreno de
El embajador de la India (Mario Ribero), A la salida nos vemos (Carlos Palau), La mansión de Araucaima (Carlos Mayolo) y Visa USA (Lisandro Duque), parte de los ocho largometrajes colombianos de ese año.

Quizá esa experiencia parece muy distinta a la de hoy en la orilla del espectador, pero el mayor contraste con esa época está en la del realizador colombiano. A falta del celebrado Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), que hoy otorga estímulos millonarios y que llegó con la celebrada Ley del cine –la 814 de 2003–, entonces se dependía de los préstamos de FOCINE (1978- 1993), de un recurso humano sin posibilidades de formarse en el país y de mucho amor al arte.

Claudia Triana, exdirectora de la Cinemateca Distrital de Bogotá, ficha clave en la creación de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano y hoy directora de Proimágenes Colombia –administradora del FDC– reflexiona con Revista Credencial sobre esta evolución.

La década de los ochenta fue clave, pues FOCINE fue el primer ente con el que el Estado financió la producción. ¿Qué significó ese ente para el cine nacional?

Fue clave. FOCINE, que había nacido en 1978, dependía del ministerio de comunicaciones y empezó nutriéndose del sobreprecio, que era esa tasa que había cuando se presentaban cortometrajes en las salas. Es verdad que el sistema se fue trastocando, pues al final cualquiera ponía una cámara a rodar algún paisaje, musicalizaba con cualquier cosa y listo, cosa que no contribuyó a que los espectadores apreciaran el cine colombiano. Sin embargo, gracias a ello FOCINE, en esa década, financió alrededor de 30 películas, junto con otro tanto de mediometrajes y de cortos. Cuando se liquidó en 1993 a raíz de su situación financiera, lo que siguió fue un periodo de orfandad para las producciones en Colombia.

Se hablaba de realizadores que empeñaban incluso sus viviendas para hacer películas. ¿Es cierto?

Le explico a grandes rasgos el panorama: en ese entonces, la única alternativa que había para financiar las producciones –aparte quizá de invertir recursos propios y de conseguir alguna coproducción con otro país– era FOCINE, que daba créditos. Sin embargo, muchas de las películas que acudieron a ese mecanismo terminaron entregándose a ese ente en dación de pago, porque sus gestores no podían pagar los créditos con lo recaudado en salas. La creación del público era un desafío muy grande. Además, entre otras cosas, recuerde que en las salas de cine no se escuchaba bien el español: los colombianos estábamos acostumbrados a ‘leer’ cine, en subtítulos. Entonces, sí: por ello, aún hoy tenemos pleitos judiciales heredados de la época de FOCINE. De esos procesos resultó empeñada una hipoteca de una casa de un realizador, pero también heredamos una tierra en el Llano e incluso fosas en cementerios, ¡imagínese! Naturalmente no podíamos hacer borrón con esos procesos porque, al fin y al cabo, son recursos públicos. Y aun así, es claro que FOCINE fue clave.

¿Se recogieron esos aprendizajes cuando, años después, se diseñó la Ley de cine en 2003?

De hecho, los aprendizajes venían desde antes. Por ejemplo, cuando se creó Proimágenes Colombia en 1997, se corrigió ese divorcio que había anteriormente entre exhibidores, distribuidores y productores, pues esa era una cadena de valor que tenía que retroalimentarse entre sí. Por eso, en Proimágenes no solo están ellos, sino inclusive la DIAN. Luego, cuando se diseñó la Ley de Cine de 2003 y de que con ella empezó a funcionar el FDC, se estipuló que jamás se diera un crédito: todo lo entregado mediante los estímulos es no reembolsable, desde el principio.

Volvamos a los ochenta. ¿Quiénes se metían en la ‘vacaloca’ de hacer películas con recursos tan limitados?

Muchas producciones –no todas, pero muchas– venían de la mano de gente que había estudiado cine afuera: Camila Loboguerrero y Francisco Norden en Francia, Luis Alfredo Sánchez en Moscú, Luis Ospina en Estados Unidos… Carlos Mayolo no: ese era un genio, pero no había estudiado afuera, pero en general eran personas que habían visto cómo funcionaba el cine en otras latitudes y cómo allí había un culto a los clásicos que aquí no existía. Y justamente en los ochenta es cuando empezaron a florecer todas esas iniciativas para las cuales FOCINE vino a ser un recurso clave, así como ya existía en otros países. En Brasil estaba Embrafilme, por ejemplo. En México también había un equivalente.

¿Da la impresión de que lo técnico era subvalorado y lo artístico-teórico sobrevalorado?

Sí. Una de las cosas en las que eso se podía ver era que había un divorcio muy grande con la televisión: se pensaba que el cine debía ser ‘de culto’, como de mejor categoría. Era el de los genios, de los ‘Fellinis’, y que la televisión era de alguna manera inferior. Pero lo cierto es que esa era una industria fuerte.

Los montos y los mecanismos para financiar el cine han cambiado mucho. Pero ¿qué hay del talento?

El talento también, ese cambio generacional ha sido inmenso. Nomás miremos el ángulo de la formación: aquí no había escuelas de cine, pues la primera fue la de la Universidad Nacional, que tiene poco más de treinta años, pero ahora hay una generación enorme que se ha formado en Colombia. Y con otra manera de pensar porque nacieron ya con el lenguaje audiovisual. Los del 86 habían hecho un esfuerzo grande por formarse afuera y otros tenían habilidad siendo autodidactas, pero es diferente a lo visto estos últimos 20 años, gracias en parte a ese cambio generacional y también a las oportunidades que se abrieron para crear.

Hablemos de hoy. ¿Cómo impactó la pandemia a la industria, desde su perspectiva?

Hacia 2003 y 2004, que nació el FDC, había unas 260 pantallas en Colombia. Luego, ese número creció mucho y en 2019 teníamos más de 1.200. Pero luego, la pandemia hizo que perdiéramos entre 50 y 60 pantallas, un buen ejemplo es Cine Tonalá. Además, ese año y medio de salas cerradas hizo que hoy haya un gran trancón de todas las películas de Hollywood pospuestas para su estreno. Y como las películas colombianas no suelen ser familiares ni de público masivo, quizá le darán prioridad en esa fila a las extranjeras. Estamos tratando de ver cómo se abren esos espacios, pero es un desafío grande. La situación no es fácil.

¿Cuáles son las perspectivas del FDC para 2022?

En medio de todo, son positivas. Tendremos un recaudo de más de 7.000 millones de pesos, por lo menos: más de lo que nos da el Gobierno para el Fondo. Vamos a poder hacer una convocatoria al menos igual a la de este año. Es la evidencia de que el mecanismo sí sirve, pues es la misma industria la que, con su desempeño, alimenta el cine nacional: cada boleta que se vende en Colombia –no importa si es para una película de Avengers u otra cosa– aporta al FDC. Y este está siendo un capital semilla importantísimo, no solamente a la producción: a esta se destina el 70 % de los recursos del Fondo, pero el otro 30 % va para todo lo demás: talleres, tutorías, acompañamientos, becas e incluso la ida a los festivales.